Presentación

La bailarina sonámbula

Noches y nieblas

—10 de noviembre de 2020—

Portada del libro «La bailarina sonámbula (Noches y nieblas)» de Alberto Bejarano

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Ver grabación del evento:

YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Alberto Bejarano (Bogotá-Cali, 1980) es poeta y narrador, investigador en Literatura Comparada en la maestría de Literatura y Cultura del Instituto Caro y Cuervo y doctor en Filosofía de la Universidad París 8. Sus poemas y cuentos han aparecido en revistas, antologías y concursos hispanoamericanos. Ha sido profesor universitario de Literatura y Artes en universidades colombianas y brasileñas. Es autor de los libros «Litchis de Madagascar» (Editorial El Fin de la Noche, Argentina, 2011), «Y la jaula se ha vuelto pájaro» (Editorial Orbis, Bogotá, 2014), «Ficción e historia en Roberto Bolaño» (Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 2018), «Revista de arte y literatura Espiral: antología y estudio crítico (1944-1954)» (Sílaba Editores, Medellín, 2018) y «Archipiélagos e islas desiertas en clave francófona» (Editorial Universidad Santiago de Cali, 2019). «La bailarina sonámbula» (Sílaba Editores, 2020), obra ganadora del Segundo Premio del Concurso de Libro de Poesía Ciudad de Bogotá, otorgado por Idartes en 2019, es su primer libro de poesía.

Presentación del autor y
su obra por Lucía Estrada.

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Logo de Sílaba Editores

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En La bailarina sonámbula, Bejarano crea un laberinto de puertas abiertas y reflejos dentro de reflejos, un precipicio de imágenes. Podemos entrever al autor aquí y allá, en el fondo del cuadro, más allá de poupourri de referencias de películas, canciones, autores, nombres que nos dicen algo sin realmente decir; nos da la sensación etérea y enigmática de un sueño. Es como escuchar una música antigua sin saber de dónde viene, o recordar una escena y no saber si fue real o imaginada. Como en un álbum de fotos, releer el libro puede cambiarnos las preguntas, pero nunca nos revelará sus respuestas. El misterio permanece hasta el final.

Sofia Boito

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Alberto Bejarano rompe con la estructura convencional de un libro de poemas. Estas páginas son movimiento, música, presencias que van y vienen, que no sienten la necesidad de explicarse, que habitan sus nombres decididamente, voces que conversan, aúllan y reclaman, voces que envuelven y son ellas mismas un beso al corazón de la realidad. La bailarina sonámbula es también un homenaje. Leyendo con atención, permitiéndonos entrar en sus ritmos cambiantes, en sus blancos silencios, en su aparente caos, en sus lentos alcoholes, en sus brevedades y en sus fugas, uno puede advertir que Alberto Bejarano es un poeta comprometido con su poesía, pero, sobre todo, comprometido con su experiencia vital y poética. Acá o allá se encienden distintas miradas, entran en escena la palabra contenida y sugerente de un poeta como José Manuel Arango, o la invitación al libro único de Mallarmé; también sobrevuelan estas páginas las voces soleadas de Brasil, la guitarra ebria del blues, el retorno a secretos rituales, el baile alrededor de lo que su propia escritura es, alrededor de lo que no es.

Lucía Estrada

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Alberto Bejarano

Alberto Bejarano

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Aviso

Este libro no es negro ni de colores. Poema en prosa con aforismos y sentencias de bazar chino en el bailódromo Nutabes de la Bogotá de inicios de siglo, antes de los colgados. Este libro es cuerpo sin estructura ni fórmula de botica. No define poéticas ni se asocia con ningún ismo, aunque le es afín una estrella distante…

La poesía como elipsis del espacio.

La prosa como hipérbole del tiempo.

Octavio Paz y Ulises Lima caminan en el parque hundido en círculos.

La poesía es escarcha
La prosa es no frost

Malcolm Lowry y Roberto Bolaño se deslizan por la Heladera.

El tiempo francés es tiempo muerto. Busco, me acecha el tempo. Rehúyo el embouteillage de palabras, la larga fila de faros, direccionales y stop. Me interesa solo el «matorral de acentos» del que hablaba Michaux. No hay leitmotiv. Escribo monólogos más o menos huérfanos. ¿De qué? ¿De quién? De dicho tiempo. Buches y gargarismos. Los niños aprenden primero a hacer memes que a leer. Incluso las del Liceo francés. Solo escucho canciones de carretera. Solo bailo sones (des)frizadores que se pegan a la lengua seca, a la suela suelta. Sudar o no sudar esa es mi cuestión: «To be a Roll and not to rock»??? Darles la vuelta a las palabras. Frasear y desfrizar. El tiempo no se hereda. No soy gato ni hámster de gimnasio. ¿Qué haría yo, que no tengo gato, con un gimnasio de gatos? ¿Qué haría conmigo? Si lo comprara, seguramente alguna amiga me regalaría una gata.

Los pergaminos de Melquiades son ahora Action painting
    La noche es Punzante Tam tam de remeros amputados
        Uno es enigma nunca oráculo de sí mismo
            Quien dice todos o nadie dice lo mismo
                Todo espejo es un reloj

Anoche soñé con la estatua de la libertad, no tenía antorcha ni espada.
No era sueño lúcido ni pesadilla.

Escribir/inscribir(se) en una mancha invisible, seguir los ecos de escrituras manchadas de tiempos muertos. Hacerse ucronía de sí mismo y de otros. Suspenderse. Tornarse blanco y negro en una danza herética de Martha Graham. Cojear en el lenguaje como instructor tartamudo de ballet de niñas Rosales. Ser reflejo de luces distantes. Anti budismo. Neo epicureísmo tropicalista. Tararear alabaos. No sopesar, no escudriñar. Cancán, opereta, flamenco, vaudeville. Sacudir verbos sonsos. Ocnos y tambores en la noche. Acariciar el toro en el burladero. No ser ventrílocuo ni boticario. Refundirse con las llaves perdidas de la casa o usar las llaves de otra casa, una anterior, para pasar las páginas. La poesía escucha el murmullo de las cosas, pero No desfila por las aceras plateadas de la actual Place des Vosges. Las ratas son las que se pasean por el nuevo Les Halles. Hijas de Pierre y Marie Curie, de Le Corbusier, del mejor espíritu francés. Me queda la duda de si eran ellas o yo.

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Noches y nieblas

Yo no estuve en Auschwitz
Yo no estuve en Hiroshima
Yo no estuve en Okinawa ni Nagasaki
Yo no estuve en Bojayá
Yo no estuve en El Salado
Yo no estuve en La Gabarra ni en Trujillo

Las palabras NO se repiten.

NO doblaban campanas en un entierro popular.
En procesión las palabras como las pieles quemadas.
El vecino escuchaba rap, se colaba el olor a hierba.
Ritmaba el aire en los alrededores, tambores de mis recuerdos me estremecían.
No alumbraban noches en mí. Nieblas sí.
Fumaba desteñido amarillos papeles armados con retazos de hojas sueltas.

Los periódicos se apilaban en la escalera del edificio:
        crucigramas a medio armar
        bigotes sueltos a las fotos de hace 100 años.
Un punto muerto.
¿Dónde creí estar?

… YO NO ESTUVE EN…

Dejé de ser una persona natural
me puse un nombre nuevo
de santo popular del medioevo español.
Dejé de vestirme de negro
A la tarde y a la noche
se me vio de repente tarareando canciones de rocola.
                Trabalenguas de guarachas.
En un taller oblicuo, de paso al boquerón
me tomé unos tragos de más sin desvariar culpas
fueron alambiques rebosados de la vía al mar.
        Ave rara avis me dijeron.
Más no me importó
busqué refugio entre los tejados verdes y blancos
preparé pócimas con hierbas amargas del mercado
escribí en una libreta aforismos
        salidos de viejos recetarios de mi abuela María Teresa
Me sentí más mortal, más perecedero.
Menos predecible.
Menos fatal.