Presentación

La Musa Sonámbula

Número 12

—9 de diciembre de 2020—

Portada de la revista literaria «La Musa Sonámbula» n.° 12

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La Musa Sonámbula es una revista literaria plural, abierta a todos los escritores y lectores de aquí y de allá, es un espacio que tiene como fin publicar a quienes no han tenido la oportunidad de ser leídos en otros medios. Bajo este concepto nació en 2016, completando ya 12 números en dicha labor de difusión y promoción de la cultura y la literatura de nuestra ciudad con una proyección universal. Es dirigida por el poeta José Mario Sánchez con el consejo editorial de Gustavo Zuluaga y Pablo Quintero.

Lectura y conversación con los directores y los autores Alfonso Echeverri, Diana Pizarro, Jorge Iván Díaz, Lucía Estrada y Mauricio Quintero. Participación especial del cantautor Simón Onanta.

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Tabla de contenido de la revista literaria «La Musa Sonámbula» n.° 12

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Tropezones, descalabros
y finalización agónica de una
novela sobre el tango en Medellín

Memoria de una visita al novelista y periodista antioqueño Juan José Hoyos en su casa de campo en Cisneros.

Por Juan Carlos Acebedo *

Juan José Hoyos y su esposa Martha me recogieron a las tres de la tarde en el municipio de Barbosa, distante una hora de Medellín por la autopista norte, y juntos viajamos hasta su casa de campo en el municipio de Cisneros. Llegamos al anochecer. Era el 26 de diciembre de 2017. Nos fuimos a la cama temprano, como a eso de las nueve, pues Juan José no había dormido lo suficiente la noche anterior.

En la madrugada, antes de que saliera el sol, Juan José entró al cuarto del primer piso donde yo dormía y me dijo:

—¡Vení, que esto no te lo podés perder!

Subimos al segundo piso tanteando en la oscuridad, y me dijo que cerrara los ojos, mientras abría las puertas de un balcón que comunica con el cuarto donde está parte de su biblioteca. Me tomó de la mano y me hizo pasar al pequeño balcón para mostrarme el amanecer. Hacia el oriente, por donde queda el municipio de Puerto Berrío, la luz del sol iluminaba tenuemente las nubes grises con trazos anaranjados y amarillos.

—¿Qué te parece? ¿Cierto que no te podías perder algo tan bello? —me dijo conmovido. Y esperá unos minutos para escuchar la algarabía de los pájaros al amanecer.

Juan José bajó a la cocina a preparar café, y yo me quedé en ese balcón escuchando el canto de los pájaros y viendo el contorno de esas montañas de las estribaciones de la cordillera central, que nos rodeaban por todos lados. Ese lugar del noreste antioqueño se conoce como Los Altos del Nus. Muy cerca está la vieja carrilera del tren que llevaba desde la Plaza de Cisneros en Medellín hasta Puerto Berrío y a la costa atlántica. Desde allí se escucha la corriente del río Nus, que va a desembocar al Nare, y el rumor de una pequeña quebrada que cruza a pocos metros de la casa.

Cuando amaneció, pude contemplar los árboles de diversas especies que Juan José y Martha sembraron hace más de diez años, antes de construir la acogedora casa de madera donde habitan desde que ambos se pensionaron.

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Conocí a Juan José Hoyos en los primeros años de la década de los noventa, cuando fui su alumno en dos cursos de Periodismo y Literatura en la Universidad de Antioquia. No olvido la expectativa con la que sus discípulos de entonces esperábamos sus clases todos los miércoles en la tarde, en un aula pequeña del tercer piso del bloque 11 de la Ciudad Universitaria. Antes de los encuentros, Juan José leía cada crónica de sus alumnos y con lapicero rojo nos corregía la sintaxis y en ocasiones la ortografía, y escribía algún comentario generoso sobre el texto, que siempre leíamos con avidez. Cada semana, les pedía a algunos alumnos que leyeran sus relatos en voz alta y los comentábamos. Adicionalmente, nos hablaba de los que a su juicio eran los mejores autores de crónicas y reportajes, tanto nacionales como extranjeros, y leíamos algunos de sus textos en el aula. O discutíamos sobre temas más específicos de la escritura narrativa: los personajes, la trama, el punto de vista del narrador, el tiempo en el relato, etc.

En esos años, Juan José publicó dos de sus mejores libros periodísticos. El oro y la sangre, un gran reportaje que le hizo merecedor del Premio Nacional de Periodismo Germán Arciniegas en 1994, y su antología de veinte años de crónicas y reportajes, denominada Sentir que es un soplo la vida (1994). Recuerdo que el primero nos lo dio a leer a varios de sus alumnos antes de su publicación, en una versión impresa y anillada que nos rotamos entre varios y luego comentamos en el aula. Sobre ambos textos escribí reseñas críticas que publiqué en un suplemento literario de un diario de Medellín y en la revista Número.

Cuando a finales de 1995 asistí con mi madre a recibir el título de Comunicador Social y Periodista, al salir del teatro Camilo Torres Restrepo, Juan José me tomó intempestivamente del brazo para felicitarme por el grado. Pocas semanas después me contactó con la periodista María Teresa Herrán, quien le había pedido nombres de exalumnos que pudieran asumir la función de corresponsales de la nueva etapa de la revista Alternativa que ella dirigió a mediados de los noventa. Un par de años después, cuando Maryluz Vallejo me alentó a participar en un concurso para un cargo de docente en Neiva, para enseñar Periodismo en la Universidad Surcolombiana, Juan José me animó a viajar al sur del país e iniciar la carrera docente, aunque también me advirtió que nunca aceptara cargos de tipo administrativo en la Universidad, consejo que infortunadamente no atendí un par de veces.

Me enorgullece decir que fui su alumno en la Universidad de Antioquia y que no he dejado de aprender de él en estos 25 años en los que me ha honrado con su generosa amistad. Cuando tuve que dirigir en Neiva un curso de géneros narrativos en periodismo, lo orienté siguiendo el modelo y la experiencia que había vivido en sus cursos en Medellín, y cuando publicó el libro de texto Escribiendo Historias: el arte y el oficio de narrar en el periodismo (2003), lo usé como manual de cabecera para mis cursos por varios años. En el año 2005 publiqué mi primer libro, en el que incluí un ensayo sobre el cronista bogotano José Antonio Lizarazo y otros textos sobre periodismo regional, y se lo dediqué a Juan José Hoyos y a Maryluz Vallejo, los dos profesores que más habían dejado huella en mi paso por la Universidad. Visité a Juan José en su casa del barrio Calasanz en Medellín para entregarle un ejemplar firmado de mi libro, y su esposa Martha nos ofreció un almuerzo preparado por ella, en medio del cual encendió una vela y brindamos con vino, un hermoso e inesperado ritual para celebrar ese primer libro mío.

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Al mediodía del pasado 13 de agosto de 2020, me entró una llamada de número desconocido al celular, mientras adelantaba unas tareas para la Universidad donde laboro en Neiva hace más de 20 años. Aunque no acostumbro responder llamadas telefónicas de números que no tenga registrados, me dejé llevar por el impulso y contesté. En medio de un bullicio que parecía ser el de alguien que viajaba en un auto, escuché la voz tenue de Juan José Hoyos que me saludaba. Luego de bromear un poco conmigo, me dijo:

—¡Al fin terminé la novela! Me caí por la escalera de la casa y me dio tanto susto que mientras me recuperaba de los golpes la finalicé, en pocas semanas. Ya se la entregué a la editorial para que la publiquen.

—¿Y cómo te caíste por las escaleras de tu casa, Juan José? —le pregunté.

—Pues estuve haciendo gimnasia para rebajar algo de peso, y en esas me desgarré una ingle y quedé lesionado —respondió. Cuando subía escaleras, me dolía la lesión. En esa ocasión solo me faltaba un escalón para llegar al segundo piso de mi casa en Cisneros, cuando sentí un calambre, no pude sostener bien el pie sobre el escalón y me caí de espaldas, escaleras abajo. Me golpeé muy duro en la cabeza, ¡otra vez!, y tuve otros 12 o 14 golpes en todo el cuerpo. Mi hija Susana me llevó al hospital, donde estuve varios días. Durante mes y medio tuve que dormir sentado (no podía hacerlo acostado por los dolores en todo el cuerpo). En ese tiempo de convalecencia, me dediqué a trabajar en la novela y la terminé. Se llamará, como ya te había contado, Verás que nada es mentira, como el verso de ese tango inolvidable.

Cuando leíste una parte del borrador de mi novela a finales de 2017—añadió Juan José—, tenía como 1200 páginas en computador, ¿te acordás? Ahora quedó de 544 páginas, y todavía puedo seguir acortándola. No se publicará este año, por el receso de la producción editorial debido a la pandemia, pero sí el año entrante, según me dijeron. Entonces, todavía puedo corregirla un poco. El representante de la casa editorial me dijo que se alegraba mucho de recibir la novela completa, pero que sobre todo les había quedado una valiosa enseñanza: cuando un autor se esté demorando mucho para terminar una novela, hay que empujarlo por unas escaleras para que la concluya.

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El accidente en las escaleras de su casa en Cisneros en 2020, no ha sido el único traspiés que experimentó Juan José Hoyos durante los largos años de escritura de esta novela, la cual ha estado atravesada como una lanza en su cuerpo y en su mente. La vida personal de Juan José, sus estados de ánimo, de salud, sus circunstancias personales, se han entreverado tan estrechamente con el proceso creativo de su novela inédita, que vida y obra se han fundido en el mismo crisol.

La primera versión de esta novela la escribió Juan José con el auspicio de una beca de creación que le concedió Colcultura a mediados de los noventa. Antes, la idea primigenia había sido un proyecto de cuento inconcluso, luego fue un guion cinematográfico que nunca se filmó, más tarde se iba a hacer un musical basado en la historia. A partir de la primera versión para la beca de Colcultura, la novela ha experimentado junto con su autor varias metamorfosis. Un día le oí decir a Juan José que si no lograba ponerle punto final a esta novela, ella iba a acabar con él, y no creo que estuviera exagerando.

Desde aquella primera versión en borrador de su novela inédita, y mientras la seguía cocinando a fuego lento, Juan José Hoyos publicó un libro titulado Escribiendo historias – El arte y el oficio de narrar en el periodismo (2003), el mejor texto que conozco para la enseñanza universitaria de la crónica y el reportaje. En 2009 publicó su libro La pasión de contar – El periodismo narrativo en Colombia 1638-2000, una antología de los mejores cronistas de nuestro país con un estudio introductorio que se basó en una larga investigación sobre la historia de los géneros periodísticos narrativos en el país.

Asimismo, en estas dos décadas ha publicado varios libros con antologías de columnas y crónicas publicadas en El Colombiano y otras revistas nacionales, tales como: Viendo caer las flores de los guayacanes (2006), El libro de la vida (2011) y El eco de las cosas (2018).

Obtuvo la pensión hace más de una década luego de ejercer la docencia en el programa de Periodismo de la Universidad de Antioquia durante al menos veinticinco años, mediante los cuales formó a varias generaciones de jóvenes periodistas en el arte de contar historias verdaderas, y junto con su esposa Martha compró una hectárea de tierra en la zona rural de Cisneros, la sembraron con árboles frutales y de otras especies, y luego levantaron una acogedora casa en madera, de dos pisos, donde se fueron a vivir. Martha organizó un amplio vivero para cultivar orquídeas y anturios, y acompañó de cerca los últimos años de vida de su anciana madre. Juan José levantó a cien metros de su casa, en una especie de montículo, una pequeña cabaña para leer y escribir en soledad, a la que llama —como los viejos novelistas rusos— la Dacha. Entre tanto, sus hijos Sebastián y Susana se hicieron adultos y comenzaron sus propios proyectos de vida.

La parca pareció ensañarse con la gente que amaba en los primeros años del nuevo siglo: Juan José perdió en corto tiempo a su madre, a su hermano Pelusa, y a uno de sus amigos más queridos: el poeta antioqueño José Manuel Arango. Es difícil avanzar en la escritura de una novela compleja cuando tienes el corazón abrumado por el dolor. Otras veces, el insomnio con el que ha luchado desde joven, se adueñó de sus noches durante largos periodos, debilitándolo. Entonces, requirió el cuidado amoroso de Martha, su esposa, y en ocasiones de los médicos y los hospitales. Pero luego, pasado un cierto tiempo que a veces podía durar meses, Juan José retomaba fuerzas y bríos, y volvía a sus proyectos creativos. Regresaba al diálogo fraterno con los amigos y aceptaba invitaciones a dar charlas, a viajar a otras ciudades.

A finales de 2017 viajó a Bogotá a recibir el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar a la Vida y Obra de un Periodista, lo cual nos llenó de alegría a sus muchos exalumnos, amigos y a sus fieles lectores. En la última década hizo dos viajes a Neiva, donde vivo, para participar como invitado en un festival de cine y en una feria del libro. También visitó otras ciudades.

La caída por las escaleras que sufrió recientemente, me recuerda otro accidente que tuvo en Cisneros. Era de noche y estaba en su Dacha leyendo o escribiendo. Salió al aire libre a orinar, y mientras lo hacía, en la oscuridad, su pie tropezó con una roca, perdió el equilibrio y se desplomó por una pendiente del terreno de más quince metros. Cuando dejó de rodar por la pendiente, se golpeó la cabeza contra una roca y quedó inconsciente en la oscuridad. Un perro que lo acompañaba fue a la casa y con sus ladridos le hizo saber a Martha que algo malo le había pasado a Juan José. Lo recogieron inconsciente y bañado en sangre y lo llevaron a la clínica, donde permaneció varios días hasta que se recuperó.

Esta novela inédita de Juan José Hoyos, que durante varios años se llamó Una canción de la noche, es la que más tiempo de escritura le ha implicado. La novela se ha entretejido con las peripecias de la existencia de su autor, y ha sufrido múltiples mutaciones y versiones, como si se negara obstinadamente a recibir el punto final. Unas veces, la mirada autocrítica de Juan José sobre su novela lo llevaba a introducir cambios y ajustes relacionados con la estructura de la historia, con la temporalidad, con el punto de vista del narrador, etc. Otras veces, había algo en el fondo de su psique que de cierto modo lo maniataba y le impedía darle remate a su creación. En ocasiones, durante las noches, mientras trataba de dormir, Juan José libraba fieras batallas con seres malignos que trataban de lastimarlo o de hacerlo enojar, o con imágenes recordadas de una vieja película colombiana dirigida por Fernando Vallejo en la que varias personas eran masacradas en una carretera durante el periodo de la violencia, mientras que otros testigos del crimen interpretaban instrumentos musicales.

Yo tuve la oportunidad —preciosa para mí— de leer en diciembre de 2017 las primeras cien páginas de su novela inédita, y puedo decir que la historia y sus personajes me tomaron entre sus manos con muchísima fuerza y que la escritura fluía como un río poderoso entre valles y montañas.

Neiva, agosto de 2020

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* Juan Carlos Acebedo (Medellín, 1960) ha publicado reportajes con escritores antioqueños, reseñas críticas y ensayos sobre literatura, historia y periodismo. Es Profesor Titular de la Universidad Surcolombiana, sede Neiva, desde 1997. Con el sello de la editorial de su universidad publicó en 2008 el libro El apetito de la injuria: libelo, censura eclesiástica y argumentación en la prensa del Huila (1905-1922). Es colaborador habitual de la revista La Musa Sonámbula.

Fuente:

Acebedo, Juan Carlos. «Tropezones, descalabros y finalización agónica de una novela sobre el tango en Medellín». Revista literaria La Musa Sonámbula n.° 12, Editora Nuevo Mundo, Medellín, diciembre de 2020.