Presentación

La niña alemana
de El Palmar

Memorias

—Actividad aplazada—

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Isabella von Bülow en sus propias palabras: «Mi nacimiento en 1964 fue anunciado a familiares y amigos como si se tratara del lanzamiento de un nuevo libro. Finalmente aquí está: mis memorias en honor a mi país natal, Colombia. Nunca se me ha dado bien mantener un empleo durante mucho tiempo, soy demasiado curiosa e inquieta y suelo moverme de un interés a otro. Sin embargo, contar historias ha sido una constante en mi carrera desde que salí de la universidad con una licenciatura en Ciencias Políticas e Historia. He sido periodista de prensa y televisión, directora de documentales, trabajé en publicidad y marketing y fui responsable de comunicación de una naviera griega. Entonces se me ocurrió la brillante idea de almacenar calcetines. Pensé que el mundo debía dejar de tener medias solitarias. No bromeo, es verdad. Llamé a mi empresa “One Problem Less”. Tuve que descubrir que sólo yo tenía esa preocupación. Di unas cuantas vueltas locas más hasta que me centré en escribir. Al fin y al cabo, esa es mi verdadera pasión».

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Editorial Planeta

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Estupendo testimonio de Isabella von Bülow, una alemana que quiere a Colombia, sobre una sociedad que necesita ser observada con distancia.

Enrique Santos Calderón

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La niña alemana de El Palmar está ambientada en Alemania, en épocas y sucesos muy conflictivos. Y en la Colombia de la violencia armada. El libro está dedicado a identificar las pautas familiares que han mantenido vivo de generación en generación el ciclo del sufrimiento.

Los Editores

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Sinceridad y franqueza desde el corazón es lo que son las memorias: escribir desde el corazón a pesar del miedo. El miedo a la verdad. O te adueñas de tu historia o te mantienes al margen y luchas y finges tu valía. La mayor sorpresa de mi vida ha sido que, al aceptar mi historia, he salido fortalecida de ella. Cuando niegas una historia, te define. Pero cuando te adueñas de ella, puedes escribir tú mismo el final.

Isabella von Bülow

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En esta novela autobiográfica, Isabella von Bülow narra la búsqueda que emprende para encontrar las vinculaciones y misterios de su ancestral familia alemana, con el destino que la hace nacer a ella en Colombia y la dota de una infancia encantada en un paraíso tropical. Con un talento especial para captar la humanidad de quienes componen este rompecabezas familiar nos conduce, con un lenguaje cercano y poético, en un viaje por la historia violenta de ambos países. «¿Existe el yo o acaso yo también soy solo el tiempo que se muestra a través de mí?»: una gran pregunta para un apasionante libro que atrapa y seduce.

Gioconda Belli

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Isabella von Bülow

Isabella von Bülow

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La niña alemana
de El Palmar

~ Prólogo ~

No hay que fiarse de la memoria, y sin embargo no hay más realidad que la que llevamos en cada recuerdo.

Golo Mann

Por Isabella von Bülow

Miro las nubes y sé que quiero llegar. A un olor familiar, a un abrazo bondadoso, a algo que se condense atmosféricamente y de alguna manera difusa me dé la sensación de hacerme realidad. Eso es lo más valioso que pueden ofrecer los espacios vitales: la experiencia de habernos hecho reales en ellos.

A cargo de la aeronave están estrictas e ineludibles azafatas de Iberia, al lado de las cuales todo azafato parece afeminado cuando circula por la cabina: multi-atareado con su paso elástico y su camisa blanca de manga corta. Del otro lado del corredor viaja una linda mujer de pelo negro y de redondas, rítmicas caderas que cada tanto balancea por los pasillos, golpeándolas contra uno u otro apoyabrazos. La he observado saltarse distraídamente la fila en la que se encuentra su asiento para suspirar con estrépito cuando al fin se topa con su compañero y su expresión hace un prolongado puchero al contemplarlo desde un eclipse solar de amor. ¿A dónde me lleva tu aspecto? pregunta la mirada del hombre. A lugares que solo puedes soñar, responde ella con unos ojos hipnóticos antes de dejarse caer sobre la silla que parece chillar de alegría.

También recuerdo mi vida en historias intrascendentes, como a esta señora y su pareja, quienes probablemente no se percatan de mí, ni jamás evocarán nada específico de este periplo. En cambio, yo sí conservo el dúo en mi memoria, me adormilo con sus devaneos y sus consuelos y sus nimias alegrías. Imagino sus manos unidas y fijo esa sensación de infalibilidad en mi mente como una suerte de cariño y soporte para esta travesía, solitaria y temblorosa, cuyo destino para mí será una hazaña. Sin que la epopeya haya comenzado de verdad, ya me atemoriza. Cierro los ojos y dejo que la duermevela me arrebuje con su zumbido y su secuencia ingrávida de fantasías.

En el sueño lo hallo: la única persona que me conoce en Colombia. ¡Cómo me da miedo ese país! Su sevicia, su inseguridad. Y por eso he puesto la más ferviente esperanza en que él me apoye y me cuide. Noto que ha envejecido, el cabello canoso, la piel opaca y cuarteada, pero yo no tengo dudas de que es él, mi principal testigo. Todavía no me ha visto, no podría, su mirada está escudada por el cuerpo de una cámara fotográfica, un ojo en el visor, el otro cerrado. Sigilosamente me acerco, alargo la mano y le palpo el hombro. Quiero que se alegre de verme, hasta cuento con un abrazo efusivo cuando reparo que él también me reconoce. Vana ilusión. Él no me toca, solo saluda recatado, y antes de girar sobre sus talones y alejarse, cortando en seco mi deseo, enuncia en alemán con el gesto ausente la frase helada: Ich habe keine Lust Deine Heimat zu sein. Sin que yo pueda alterar el curso fantasmagórico de este inclemente encuentro, una recepción sin ningún asomo de condescendencia, la alucinación llega a un abrupto final ante el calor humeante de un plato precocinado.

No me di cuenta cuando la pequeña bandeja fue colocada en la mesita plegable frente a mí. Ahora veo el papel de aluminio cubriendo el sustento que pedí poco después del despegue. La aerolínea suele ofrecer esas dos opciones, pollo o raviolis. Nunca opto por la pasta, que suele resultar un amasijo desabrido. Desorientada por la pesadilla, la cena me recuerda que voy rumbo a Bogotá. Si estuviera regresando a Europa, estaría viajando hacia el levante y me ofrendarían para el desayuno trocitos de papaya y piña. Pero es de noche, y aquí estoy, con los brazos entrelazados, como abrazándome, una pasajera íngrima e indigente, planeando entre las cacofonías de seres anónimos a través de un firmamento hosco e incierto. En mi cabeza todavía flota la imagen onírica del hombre con el teleobjetivo.

Mi cuerpo tenso revive la tarascada de sus palabras: No tengo ningún deseo de ser tu patria y entiendo que me descorazonó: mi retorno perdió su destino, quedó congelado en aquellos ojos registrándome sin ánimo, negándose a recibirme. La profética imagen de la patria que me repudia cobra alta resolución y me cae encima como un velo negro.

En el espaldar del asiento de adelante, la pantalla me muestra nuestro recorrido por el cielo. Ya casi atravesamos el océano, dirigiéndonos al rombo deshilachado que representa el contorno de Colombia, una hermosa cometa revoloteando en el viento, con Panamá como su cuerda. No me resta más que prohibirme llorar o sentirme abatida. Vuelvo la atención a la escasa comida, deplorable al igual que mis bríos. Con el vino quizá podría ingerirla junto con esa sensación pavorosa que tengo en el pecho. Estoy reuniendo todo mi valor para el regreso al lugar donde nací, una ciudad imposible, una metrópoli fría encaramada en las alturas de los Andes cuyo corazón habita en el trópico. Más desafiante aún será cumplir con el compromiso que he contraído conmigo misma: volver a El Palmar, nuestra casa, o lo que dejó de ella el conflicto armado en la zona conocida como el Magdalena Medio.

Y no me conviene seguir engañándome cuando aquella visión adelantada en el tiempo me ha advertido que el pasaje que me espera será sin la compañía del amigo y vestigio primordial de mi pasado, aquel que tres décadas antes me llevó para que pudiera despedirme —algo que me había sido negado cuando yo era apenas una niña de trece años y abandonamos la hacienda sin aviso—.

Cuando volví, la vegetación había recuperado su poder sobre todo lo que crece y brotaba haciendo irreconocible lo que había sido un cuidado jardín, como si la naturaleza se impusiera, orgullosa y rotunda. Se distinguían hombres armados a caballo que rondaban a plena vista. Nadie vivía en la mansión decrépita donde las arañas tejían encajes en los techos y se paseaban arrogantes las cucarachas. Pero en esa ocasión rehuí la habitación. No quise entrar. No pude. Esta vez lo voy a intentar: purgaré aquel dormitorio del horror, me adentraré en el pasado y enfrentaré el incidente, que fue inocuo en su tiempo y todavía no presagiaba la tragedia.

Me llevó decenios. Mucho más tiempo que el que necesitó el tabú familiar para delatar su escondite, pero ahora lo redimiré de su confinamiento, aunque no es mío y se remonta a cuando la Alemania del Tercer Reich arrastró al mundo al vientre de la muerte. El pasado familiar me siguió como una indisoluble raya de condensación en el cielo hasta los climas tropicales, donde yo vivía una infancia despreocupada. Fue cuando el pacto que había condenado al silencio a dos generaciones anteriores a la mía se reventó en Colombia, que la catástrofe entró en mi vida.

La suma de mi pena contiene las palabras nos fuimos. El verbo activo conlleva una irrecuperabilidad y no pide responsabilidad ni culpa. Como un simple suceso, pero que lo cambió todo. Aquel crecer bello y aventurero, ¿había dejado de serlo en el momento que afloró la verdad? De no haber sido por aquel incidente, ¿dónde estaría yo hoy? ¿quién sería? ¿habría tomado mi vida un rumbo diferente?

El desastre tenía que ocurrir en algún momento. Ningún secreto puede ocultarse para siempre. Cuanto más oscuro, más se obstina en buscar la luz. Los secretos son como las alimañas, te persiguen por todas partes. En todos los rincones. Hasta que se clavan en la piel áspera de la realidad.

Emprendo este libro como un reingreso a Colombia, como una reanudación y también como un aquietamiento que requiere que ahuyente todo lo que me es extraño de ese país, hasta que limpie mis palabras del hedor a pavor, hasta que deje de ser una amenaza ese recuerdo que tengo de mi casa tropical. Quisiera suplir lo acabado y conjurar la historia familiar de vergüenza enterrada y dirigida amargamente hacia adentro.

¿Cómo expresar las fisuras que esconden los hijos de la guerra? Ellos no contaron, no explicaron nada, ni buscaron un lenguaje para lo inenarrable. En cambio, practicaron el escapismo y se hicieron expertos en encubrir y ocultar. Nuestra historia es un dossier ennegrecido.

¿Cuáles vocablos podrán explicar con exactitud la penosa herencia de mi generación, el sufrimiento que arrastramos nosotros, los nietos de los quebrados, discapacitados emocionales, víctimas del hambre y de la vergüenza? Y entonces sé que este libro, con el que me he propuesto un retorno, debe ser escrito en el lenguaje de la infancia, pese a que no he escrito en español desde la escuela primaria más allá de lo que cabe en una postal.

Con el tiempo y la práctica voy mejorando y ampliando el léxico y me doy cuenta de lo mucho que amo la lengua española, como una infanta, sin conocimientos específicos, solo desde las entrañas. El idioma también es una cuna. A veces se doblan gimiendo mis frases, advirtiéndome cuando son inadecuadas o cuando tuercen el sentido. Tómate tu tiempo, me digo entonces, porque el camino será largo. Me enseño la paciencia y la palabra obstinación. No renunciaré al propósito de volver a mis orígenes con tesón y la inquietud migratoria de una golondrina. Letra por letra lleno las grietas vacías, pruebo oraciones, subsano pasajes, espigo testimonios, hiero tradiciones, conozco el amor, siento el respeto. Me alejo y vuelvo, me detengo y me acerco de nuevo como un matador enfrentando el toro. Verdades entre los dientes, entre las líneas. Sin lamentaciones. Sin engaños.

Escribo desafiante, sobre mi familia que vivió dos guerras mundiales —debería decir participó en ellas— porque la nobleza prusiana solía seguir las proclamas de guerra, habiendo recibido siglos atrás títulos y tierras tras demostrar su valor y voluntad de lucha, y también sobre El Palmar, donde la brisa me sabía a azúcar en ese país que sigue deseando el combate mientras rechaza cualquier acuerdo de paz. Y la pregunta que me hago es ésta: ¿volveré a querer estar en casa en Colombia algún día? Mi empeño entonces es encontrar aliados y nuevos amigos en mi país nativo que aún no me tiene en cuenta. Quisiera contarles quién soy: La niña alemana de El Palmar.

Fuente:

Von Bülow, Isabella. La niña alemana de El Palmar. Planeta, Bogotá, noviembre de 2023.

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Isabella von Bülow

Ilustración © Antoinette von Grone