Presentación

La trompeta
de Mercurio

De la lectura y el libro

Junio 13 de 2013

“La trompeta de Mercurio” de Óscar Jairo González

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Óscar Jairo González Hernández es escritor, ensayista y conferenciante. Profesor de literatura colombiana, latinoamericana y contemporánea en el pregrado de Comunicación y Lenguajes Audiovisuales de la Universidad de Medellín. Cursó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Santo Tomás, tiene un diplomado en Problemas y Perspectivas en Filosofía y una maestría en Historia del Arte de la Universidad de Antioquia. Es miembro del Consejo Científico Asesor y de Arbitraje de la revista Con-Textos (Universidad de Medellín). Colabora además en la Revista Universidad de Antioquia, Revista Universidad EAFIT, El Colombiano, El Mundo, Misterio Eleusino, Interregno y Prometeo. Fundó y dirigió en la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia los proyectos radiales La mecánica celeste y La trompeta de Mercurio, así como Cabaret Voltaire en la emisora Acústica de la Universidad EAFIT. Coordina la revista digital Rinoceronte14 dedicada al arte, la literatura y la filosofía, el programa “Los anillos de Saturno” (Frecuencia U, Universidad de Medellín), el taller “Los campos magnéticos (observar, leer y escribir)” del programa de Comunicación y Lenguajes Audiovisuales, es miembro de la planta de creación de la revista Punto Seguido y asesor literario de los grupos Colectivo Teatral Matacandelas, La Hora 25, Oficina Central de los Sueños, Teatro Elemental, Teatro El Trueque y AnamNésico Teatro. Ha publicado “La ciudad soñada” (compilación de textos sobre la ciudad), “Pincel de hierba” (a la manera del haikú), “La trompeta de Mercurio” (sobre el libro y la lectura), “En causa propia” y “Conversación y silencio” (entrevistas).

Presentación del autor por Carlos Alberto Álvarez, magíster en Literatura de la Universidad de Antioquia.

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A través de textos de André Breton, Theodor W. Adorno, Ana Ajmátova, César Vallejo, Federico García Lorca, William Carlos Williams, Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, Octavio Paz, Henri Michaux, Roland Barthes, Fernando Pessoa, Fernando González, Álvaro Mutis, Ezra Pound, José Manuel Arango, Walter Benjamin, Jorge Gaitán Durán, Walt Whitman, León de Greiff, Bertolt Brecht, Arthur Rimbaud, Juan Manuel Roca, Saint-John Perse, Gilberto Owen y Charles Baudelaire, entre otros, lo que de paso muestra su calidad y cantidad lectora, el maestro Óscar Jairo González Hernández nos lleva a un recorrido de la literatura universal y de las ciudades vistas a través de distintas miradas: cada mirada una ciudad, cada ciudad una mirada. Cada autor un ser, una mirada, una ciudad. Las ciudades haciendo seres. Seres haciendo ciudades.

Carlos Alberto Álvarez

Hemos dicho que el libro ha servido como soporte para expresar la condición humana. Ahora bien, ¿en qué momento el libro se nos plantea como tal? Claros son los estudios que se realizan en estos días sobre el libro como soporte cultural. No obstante, sobre el libro como realización y como punto de partida para la develación no se había hablado hasta el momento. Y sólo ahora asistimos al llamado de La Trompeta de Mercurio. […] Él y ella se encuentran y comienza el diálogo sobre el lector y el libro. Él y ella se reúnen para saberse, para conocerse, para ocultarse, para morir y renacer como el sol de los alquimistas. La letra no busca acá quedar petrificada, la letra —la instancia de la letra— es la noche, el cuerpo, el vacío que los rodea, que los atrapa, que los reúne. Es una pregunta constante: ¿qué es lo que allí dice? Todo y nada. Vacío y temblor. Sólo al leer queda la esperanza de danzar por el humo blanco del sentido y de lo sentido.

Juan Diego Tamayo

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Óscar Jairo González - Fotografía por Ángela Ospina C.

Óscar Jairo González
Fotografía por Ángela Ospina C.

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La trompeta de Mercurio

Presentación

Por Hilderman Cardona-Rodas *

Óscar Jairo González en su libro La trompeta de Mercurio – De la lectura y el libro, traza un juego de satánicos sortilegios y de chamanismos mágicos de la palabra. Para mostrar cómo el autor (de)construye esta poética de devenir intenso en la experiencia límite de un habla que se interroga entre Él y Ella cuando se leen a sí mismos, he elegido algunos apartes del libro junto con algunos fragmentos del último capítulo del Diálogo inconcluso de Maurice Blanchot llamado “La ausencia del libro”. Comencemos.

“No hay Lectura solitaria. O Lees con el Otro o ya no podrás Leer, le dice ella a él y se precipita entre ambos un mar de palabras huecas y los apresa la lava del silencio. Leían para lavarse de la tiniebla” (González, 2013, p. 21).

Así, “nuestras palabras se hallan poseídas por el viento” (González, 2013, p. 29).

Se proyectan aquí las palabras de Stéphane Mallarmé cuando dice “este juego insensato de escribir”. “Palabras muy simples, pero también palabras que exigirán mucho tiempo —diversas experiencias, el trabajo del mundo, innumerables malentendidos, obras perdidas y dispersas, el movimiento del saber, el giro, finalmente, de una crisis infinita— para que se comience a comprender la decisión que se prepara a partir de este fin de la escritura que anuncia su advenimiento” (Blanchot, 1970, p. 647). Se lee sólo en apariencia, “pero quien escribió por primera vez, grabando bajo los antiguos cielos la piedra y la madera, lejos de responder a la exigencia de una visión que reclamase un punto de referencia y le diese un sentido, cambió todas las relaciones entre ver y visible. Lo que dejaba detrás no era algo más agregándose a las cosas; tampoco era algo menos —una substracción de materia, un hueco en relación a un relieve—. ¿Qué era entonces? Un vacío de universo: nada visible, nada invisible. Supongo que en esta ausencia no ausente el primer lector zozobró, pero sin saberlo, y no hubo segundo lector, porque la lectura, entendida a partir de entonces como la visión de una presencia inmediatamente visible, vale decir inteligible, fue afirmada precisamente para hacer imposible esta desaparición en la ausencia de libro”(Blanchot, 1970, p. 647).

Dice Óscar González, en un frenesí de impulsos alquimísticos, que “esa noche los cuerpos hasta ahora inviolados se lanzaron sobre sí y se cubrieron hasta ocultase en medio de la irrupción excitada de los besos. Mientras tanto Leían en el intenso y tenso campo del cuerpo y los sentidos se abrían pronunciando sus nombres. Lectores del cuerpo se acercaban a ellos y los envolvían en perfumes y bálsamo. Ella le dice a él: Sería maravilloso hallar allí el Libro del Maleficio y la Perdición, puesto que no queremos ser salvados. Nos hay Libro de Salvación se dicen” (González, 2013, p. 28). Es así como, siguiendo a Blanchot, “El libro es el a-priori del saber. No se sabría nada si no existiese siempre de antemano la memoria impersonal del libro y, esencialmente, la actitud previa al escribir y leer que detenta todo libro y que sólo se afirma en él” (Blanchot, 1970, p. 648).

El libro incluye el saber como la presencia de algo virtualmente presente, por ello la relación entre Él y Ella, siempre inmediatamente accesible, estimulada, excitada, por la irrupción de los besos en la posibilidad de lo que vendrá. “El libro envuelve, desenvuelve el tiempo y conserva ese desenvolverse como la continuidad de una presencia donde se actualizan presente, pasado y futuro” (Blanchot, 1970, p. 648). Cuerpos que se acechan en el perfume ávido de la presencia que se embrolla en la escritura destinada a la agonía.

“Tarde en la noche recordaron también que Leer era ser Leídos y que él sueña es porque es soñado por otro. Leyeron esa noche el Libro de sus propios sueños. Él le dice a ella que su rostro de ese instante sin el Velo de Isis le revela un Mar de Estrella” (González, 2013, p. 31). He aquí los cuerpos purpúreos de flameantes bocas en el juego satánico y de chamanismos mágicos en el sortilegio de la palabra. Soldados y frailes, ángeles y demonios, mujer y hombre. Este es el cráter de oro, cráter de madrugada y de atardecer, bullicio del vino, androginia de las bivalencias, donde la región del ánfora cristalina de idílicos filtros químicos y alquimísticos, en la región de superficies enigmáticas, caverna y montaña en concomitancia, donde habitan los efectos sonoros, los efectos ópticos y los efectos de lenguaje de fermentación y de corrupción, por donde circula “el líquido tesoro que enloquece las mentes y elide los deseos”.

El líquido tesoro de la palabra leída se ve en el rostro que revela un mar de estrellas donde, indica Friedrich Hölderlin, “vacilan y caen los hombres sufrientes, ciegos, de una hora en la otra, como aguas de roca en roca lanzados, eternamente hacia los incierto” del beso narrado de la ausencia deseante, pues “ella le dice: ¿Qué has traído para mí? Él le contesta: Este libro: Gaspar de la Nuit que ha sido mi talismán y que tiene las huellas de mis dedos calcinados. No lo Leas sino cuando te estés quemando de deseo. Leer es desear. No me ames por lo que soy sino por lo nunca seré, aquello que está irrealizado en mí. Germen luminoso” (González, 2013, p. 38). No me ames por lo que soy, ámame por lo que alguna vez seré en cuanto mezcla mutante modelada por el forcejeo del olvido ante la locura pálida e incandescente del éxtasis, de los astros, los apetitos y sus dientes de deseo de madrugada. Trasmutación en espiral de la boca felina de la primera fundación: la Imagen del mundo a través del aire cálido y lúgubre, los hielos permanentes y de miel sonora de lo sagrado en el que se imprime el simulacro de la primera tumba y del primer perfume ebrio de la trasmutación. El espacio pagano, suma de las prácticas locales, se constituye por la combinatoria de piezas de un cuerpo de divinidades rústicas, lugar de la memoria donde el politeísmo o el paganismo despliegan la piel del elemento local antes del nacimiento del verbo. El vestido de Arlequín nos sirve para comprender este plano proyectivo del estar ahí habitando los lugares propios de los seres dotados de vida. Aquí yacen Él y Ella que sólo se ven cuando están hechizados en la ley del sacrificio de una primera fundación.

Se trata de la conversión del rostro de lo divino, de lo sagrado, de la risa y de la voz del Creador. El Ebrio pasa, absorbe el vino, esconde su cabellera doliente y le asalta una nueva amargura, nuevos despojos, aparece la azul locura, el licor que horada la tranquilidad sonora: “Ella le dice a él: Yo siempre intuía con temor que el Libro venía por mí y que por lo mismo debía estar preparada para recibirlo. No tenía intención, pues, de habitar en el Libro sino de recibirlo. Y, como tal, y de ese modo yo conocía en el Libro y el Libro me conocía. Conocí el Libro por pálpitos y así lo Leía y agonizaba” (González, 2013, p. 55). Una copula mágica en el espectáculo de muerte y de vida, de verdad y de mentira que brillan, ambos, en la constelación de una esfera, donde lo Uno puede ser lo Otro, donde no se trata de la interioridad del libro ni su sentido siempre eludido, es un encuentro contenido en una química de sensaciones en una ausencia de obra que siempre agoniza al entregar la palabra a los labios de otro.

“Escribir se relaciona con la ausencia de obra, pero se invierte en la Obra bajo la forma de libro. La locura de escribir —el juego insensato— es la relación de escritura, relación que no se establece entre la escritura y la producción del libro, sino, mediante la producción del libro, entre escribir y la ausencia de obra. Escribir es producir la ausencia de obra (el “desobrar” la ociosidad de la escritura). Puede también decirse que escribir es la ausencia de obra tal como ella se produce a través de la obra y atravesándola. Escribir como ociosidad de la escritura (en el sentido activo de esta palabra) es el juego insensato, el albur, lo aleatorio, lo imprevisible entre razón y sinrazón” (Blanchot, 1970, p. 649). Escribir no tiene su fin en libro o en la obra, pues “cada vez yo necesitaba más que tú hallarás en mi Libro nuestro Libro y pudiésemos entonces Leer aquello que sería nuestro y de todos. Todo lo medimos y calculamos. ¿Qué se hizo entonces con nuestra tarea y dónde están Penélope y Ulises, que nunca conocieron el Libro que los relató? Ella y él llamaron a la Musa y comenzaron a escribir y escribirse. Grabaron el nombre de la Madre y del Padre en su crueldad y en su cólera” (González, 2013, p. 58). Al escribir estamos en la atracción de la ausencia de la obra, ella se despliega como caja negra en las posibilidades de lo imprevisible de aquello que se relata como presencia.

Invito entonces a ser atraído por el juego insensato de La trompeta de Mercurio – De la lectura y el libro, el cual se sumerge en las turbulentas sensaciones de un afuera de carne que carcome y desgarra la presencia de Él y Ella, al encontrase en la corporalidad de la palabra que toca, oye y ve, proyectando un lenguaje abrasador en un germen luminoso de lo que muere y nace en cada encuentro.

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* Historiador y magíster en Historia de la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Doctorando en Antropología Médica de la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona-España. Profesor de tiempo completo e investigador del Departamento de Ciencia Sociales y Humanas de la Universidad de Medellín, donde es editor de la revista Ciencias Sociales y Educación.

Fuente:

González Hernández, Óscar Jairo. La trompeta de Mercurio – De la lectura y el libro. Ambrosía Editores, Medellín, 2013.