Presentación

El libro de los parques

Medellín y su Centro

—Noviembre 12 de 2013—

Presentación de “El libro de los parques - Medellín y su Centro”

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La Alcaldía de Medellín y su Secretaría de Cultura Ciudadana, en coedición con el periódico
Universo Centro, presentan “El libro de los parques: Medellín y su Centro”.

Con la participación de Juan Fernando Ospina y los escritores y periodistas Ignacio Piedrahíta, José Guarnizo Álvarez y Reinaldo Spitaletta.

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Medellin.gov.co

Universocentro.com

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Historias nuevas y viejas, escondidas y sabidas, de los personajes, objetos, sitios, anécdotas y vidas de siete parques del Centro de Medellín están contadas en “El libro de los parques – Medellín y su Centro”, que será lanzado este jueves 7 de noviembre en el Edificio Antioquia (antigua Naviera) a las 7:00 de la noche, con la presencia del alcalde de Medellín, Aníbal Gaviria Correa, y la Secretaria de Cultura Ciudadana, María del Rosario Escobar Pareja. Además del concurso de distintas organizaciones que trabajan por el bienestar del centro.

El libro de 360 páginas está dividido en siete capítulos, cada uno dedicado a un parque en particular: Parque de Berrío, Plaza de las Esculturas, Plaza de Cisneros, Parque de San Antonio, Plazuela de San Ignacio, Parque de Boston y Parque de Bolívar.

Crónica, fotografía, ilustración, literatura y cómic se encuentran en este libro en el que caben incluso conversaciones oídas. Esta mirada no sólo reconstruye historias sino que propone nuevas historias. Aquí están la vida, costumbres, cultura, gentes, patrimonio y el espacio público del Centro de la ciudad. Treinta reconocidas firmas participaron en su escritura, y fotografías recientes de Juan Fernando Ospina se presentan como un nuevo retrato del corazón de Medellín. De esta manera, “El libro de los parques” se suma a la celebración de los cinco años del periódico y su edición conmemorativa número 50.

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Presentación de “El libro de los parques - Medellín y su Centro”

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A medida que Medellín se ha poblado y en su valle y laderas se han dado cita el departamento y parte del país, el Centro ha tenido que ampliar sus fronteras y las visiones que los ciudadanos tenemos de él.

Por sus calles y carreras principales —Palacé, La Paz, Caracas, Junín, La Playa, Bolívar— han desfilado los seres más paradigmáticos de la historia cotidiana de la ciudad. Porque allí donde palpita el corazón de la urbe, quienes hicieron y hacen de su postura personal un mensaje de inclusión y diversidad debieron conquistar y transgredir aquellos lugares que contenían la tradición. Un ejemplo de ello es el grupo La Barca de los Locos, que ha hecho teatro en el Parque de Bolívar por casi tres décadas; igual es el caso de los movimientos religiosos y LGTBI que allí mismo, frente a la Catedral Metropolitana, han construido el diálogo de ciudad más interesante que pueda imaginarse para un domingo por la tarde.

Por ser el crisol de esa ciudadanía emergente, que busca reconocimiento y espacios de comunicación en una Medellín que crece, se renueva y afronta retos de toda índole, este libro rinde homenaje a la historia del Centro a partir de sus parques, referentes de un epicentro que con los años han ido tomando carácter. Historias en mayúscula y minúscula de los rodeos de siempre en esos lugares destinados al encuentro sin cita previa.

La vida en toda su complejidad está presente en las páginas que podrá leer a continuación. La lectura de una ciudad que debe hacer de la vida su valor supremo, fundamental, comienza con las letras simples del reconocimiento del otro, con las escrituras múltiples, simultáneas, que traza el peatón común, principal protagonista de estos relatos.

Aníbal Gaviria Correa
A
lcalde de Medellín

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Presentación de “El libro de los parques - Medellín y su Centro”

Plaza Mayor de Medellín (circa, 1860)
Pintura de Simón Eladio Salom
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El libro de los parques

Fragmento

Siete parques, siete centros

Las ciudades van encontrando las plazas apropiadas para airear sus desgracias y sus galas. El encumbrado en el busto principal nunca logra imponer el orden que señalan las placas y los decretos. Las plazas obedecen sobre todo a los pasos y necesidades de los citadinos. Desde sus orillas ilustres los pueblos con ínfulas de ciudad van soltando sus mareas hacia los arrabales. Nuestras plazas fueron —y siguen siendo— la primera página de los diarios que no había, el patíbulo y el cuartel, el prostíbulo y la catedral, el puerto y el bar de bienvenida, el despacho de los comerciantes y la cueva de los especuladores. Hubo un tiempo en que más allá de las plazas solo rondaban los serenos y las brujas.

La plazuela que enmarcó La Veracruz sirvió para el anuncio de las alcabalas y “los exorcismos a plagas y epidemias”. Ahora es tierra de piratas. En la plaza de La Candelaria, más tarde Parque Berrío, filó José María Córdova a sus 300 soldados antes de la batalla de El Santuario. Para el Parque Bolívar, que no era más que una mangada con guayabales, higuerillos y borracheros, imaginó un inglés una “Nueva Londres”, y donó sus lotes sin imaginar que el diseño del rectángulo terminaría siendo francés. La retreta, el quiosco y el alumbrado eléctrico sirvieron para las primeras fiestas nocturnas. Las casas de los ilustres se fueron levantando alrededor de la verja de hierro traída de Europa. Era tiempo de que cambiaran los nombres de las calles; ya no más la calle del resbalón o la amargura, no más la esquina del ciprés o del guanábano.

San Ignacio antes fue cuartel de los estudiantes, y los curas llegaban y salían según el ánimo y el favor de los radicales. “Plaza hermosa, si las hay”, escribió Tomás Carrasquilla hace cerca de cien años, y es un milagro que hoy podamos repetir sus palabras sin pensarlo. El alboroto de la estudiantina en las mañanas y en las tardes, el reino de las conspiraciones de “confidencias y meditaciones” en las noches. Los jubilados que hoy disputan sus partidas de ajedrez miran a las colegialas con desconfianza ante una posible retoma.

El Parque Berrío fue plaza mayor y feria de mercado. Allí se plantaron los toldos de los pulperos durante muchos años, primero los viernes y luego los domingos, según el genio de los comerciantes y la debilidad de los gobernadores, de modo que servía como salón de galas y galpón de ventas. Cuando el mercado se fue para los pantanos de Guayaquil, el Parque Berrío ya era un altillo para la ostentación y la recreación pública, además de “sitio propicio para realizar negocios de bolsa y especulación, pero sin que los objetos intercambiados se encontraran a la vista”. Los bancos se convirtieron en un nuevo púlpito, y los graciosos de la época decían que “el oro no estaba en las minas sino en el Parque Berrío”. Las luchas han cambiado, hoy Berrío se lo disputan los guitarreros de la guasca, la papayera sucreña y los solistas con parlante.

Los centros de barrio fueron novedad cuando la ciudad crecía hacia el oriente y el norte. El Parque de Boston, antes Sucre, con su estatua de Córdova y su grito silencioso mostró que los ritos de la periferia podían ser más ingenuos. Cuando poco se miraba hacia ese oriente pueblerino, lleno de mangas y escaso de gentes, ya en Boston estaban haciendo una iglesia, y gracias a ella los administradores de entonces llegaron hasta allá con una estación de tranvía. Las campanas llamaban a los nuevos habitantes. Han cambiado las razas de los perros, las atracciones mecánicas para los niños y la tecnología de la iglesia, pero la ronda al parque sigue siendo la misma.

Pero nada entregó tantas novedades, personajes y mitos como la plaza de la estación. Las plagas provocadas por sus pantanos hicieron que “el respetable” la llamara Guayaquil, en referencia a la ciudad ecuatoriana recién levantada, famosa por los estragos de la fiebre amarilla y el beriberi. Por momentos se alababa el gusto de su mercado cubierto, obra de un arquitecto francés de apellido Carré, pero a cielo abierto el clima y los perros callejeros hacían olvidar la gracia arquitectónica y con el tiempo no quedó más que decirle “pedrero” al mercado de piso desigual. Cuando llegó el tren la gente se olvidó de todo. Tanto que Francisco Javier Cisneros, el cubano encargado de abrir la trocha hasta Puerto Berrío, terminó por darle nombre a la plaza. Guayaquil fue también la escuela sórdida de la ciudad, el puerto seco donde florecieron las cantinas renombradas y las putas que desfilaban y desafiaban por igual. Además, la plaza se convirtió en escenario de las batallas políticas de la primera mitad del siglo XX. Político que no llenara la Plaza de Cisneros durante sus manifestaciones no podía llegar al Palacio de Nariño.

Guayaquil fue siempre una plaza sin iglesia; eso marcó su música y sus algarabías, sus culpas y sus penas. Ahora tiene un templo aséptico lleno de libros, en lugar de la vieja y pantanosa plaza de antaño. Los edificios públicos la han convertido en una antesala de los ciudadanos que buscan un certificado, un número para el subsidio, un paz y salvo para el negocio. Las postales son la especialidad de esta plaza histórica que ahora es una escultura desconcertante.

Frente al Museo de Antioquia se demostró que en Medellín también se pueden demoler edificios con algún sentido. Encontrar espacio para un parque en el Centro no parecía posible. Ahora cuatro ceibas crecen entre los antiguos palacios de la gobernación y la alcaldía, que, aislados, se habían convertido en edificios para los libros sobre patrimonio.

El Parque San Antonio surgió sobre un antiguo cementerio de carros. Antes hubo allí un barrio de artesanos que soportó y animó la vecindad de Guayaquil y desapareció frente a la encrucijada que plantearon San Juan y la Oriental. Cuando llueve la explanada de San Antonio se hace más grande y se convierte en el lugar más solo del Centro. Un regalo de amplitud. Los sábados la colonia negra se encarga de la música y el baile de una ciudad todavía almidonada. Los dos pájaros del parque son la mejor de nuestras postales sin imposturas.

Los parques, que muchos ven como una concesión a quienes les gusta demasiado detenerse, marcan el ritmo de los ciudadanos, sus recorridos y sus afanes. Uno de los tantos planos que intentó ordenar el futuro de la ciudad dibujaba a Medellín sobre un cuadrilátero con parques en sus extremos: El Salvador, La Ladera, La Independencia y Guayaquil. ¿Cómo serían nuestras encrucijadas actuales si los habitantes de hace un siglo hubieran crecido alrededor de esas cuatro esquinas?

Fuente:

El libro de los parques – Medellín y su Centro. Varios autores. Alcaldía de Medellín / Periódico Universo Centro, 2013.

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Presentación de “El libro de los parques - Medellín y su Centro”

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