Presentación

Poesía reunida

& 19 poemas en su nombre

Septiembre 19 de 2013

María Mercedes Carranza

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María Mercedes Carranza (Bogotá, 24 de mayo de 1945 – 11 de julio de 2003) fue licenciada en Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes con su trabajo de grado “Carranza por Carranza”, publicado en 1985 por Procultura. Como periodista cultural dirigió las páginas literarias “Vanguardia” de El Siglo de Bogotá y “Estravagario” de El Pueblo de Cali. Durante 13 años ejerció como jefe de redacción del semanario Nueva Frontera. Fue miembro de la Asamblea Nacional Constituyente en 1991, fundadora y directora de la Casa de Poesía Silva desde 1986.

Entre sus publicaciones se cuentan “Vainas y otros poemas” (Ponce de León, Bogotá, 1972), “María Mercedes Carranza” (Revista Golpe de Dados, Vol. VII – XL, Bogotá, 1979), “Tengo miedo” (Oveja Negra, Bogotá, 1983), “Hola, soledad” (Oveja Negra, Bogotá, 1987), “Vainas” (Antología, Fundación Simón y Lola Guberek, Bogotá, 1987), “Poemas” (Antología, Centro Colombo Americano, Bogotá, 1988), “Antología personal” (Revista Golpe de Dados, Vol. XVII – CI, Bogotá, 1989), “Antología poética” (Colección de Poesía V Centenario, Bogotá, 1990), “Obra incompleta” (Leyva Durán Editores, Bogotá, 1991), “Maneras del desamor” (Revista Golpe de Dados, Vol. XXI – CXIII, Bogotá, 1993), “Amor y desamor” (con litografías de Luz Ángela Lizarazo, edición para bibliófilos y coleccionistas, Galería Garcés Velásquez y Artes Dos Gráfico, Bogotá, 1994), “De amor y desamor y otros poemas” (Norma, Bogotá, 1995), “El canto de las moscas – Versión de los acontecimientos” (Arango Editores, Bogotá, 1998; Debolsillo, Barcelona, 2001), “María Mercedes Carranza” (Corporación de Artes, Sabaneta, 1999), “La patria y otras ruinas” (Colección de Poesía Palimpsesto, Carmona, España, 2004), “Poesía completa y cinco poemas inéditos” (edición al cuidado de Melibea, Alfaguara, Bogotá, 2004), “Poesía completa” (con prólogo de Darío Jaramillo Agudelo, Editorial Sibila, Sevilla, España, 2010).

Gratitud a María Mercedes Carranza en el décimo aniversario de su muerte. Presentación de la obra por Melibea y la editora Luz Eugenia Sierra.

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Para conmemorar el décimo aniversario de la muerte de la poeta, periodista y gestora cultural María Mercedes Carranza, la Asociación Cultural Letra a Letra publicó el libro María Mercedes Carranza – Poesía reunida & 19 poemas en su nombre. La obra recoge los cinco libros publicados por ella en vida: Vainas y otros poemas (1968-1972), Tengo miedo (1976-1982), Hola, soledad (1985-1987), Maneras del desamor (1990-1992), El canto de las moscas – Versión de los acontecimientos (1997), así como el poema “18 de agosto de 1989” y los cinco textos de su libro inacabado Los placeres verdaderos. Reúne además 19 textos dedicados a ella por escritores de diversas nacionalidades y una galería de imágenes que da cuenta de distintos momentos de su vida.

Nota: El martes 17 de septiembre, a las seis de la tarde, se inaugurará en la Casa de la Cultura de Confiar una exposición de 25 fotografías de María Mercedes Carranza. La muestra estará abierta al público de lunes a viernes hasta el viernes 27.

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Editorial Letra a Letra

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MelibeaMelibea (Bogotá, 1975) concluyó sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de los Andes. Ha publicado poesía en la revista Golpe de Dados y el libro Sin amén (Uniediciones, 2007). Dirige talleres de acercamiento a la lectura para niños y jóvenes.

 

Luz Eugenia SierraLuz Eugenia Sierra (Andes, 1955) es directora de la editorial Letra a letra desde su creación en 2008 y ha publicado, entre otros, los libros Colombia en la poesía colombiana: los poemas cuentan la historia (Premio “Literaturas del Bicentenario” del Ministerio de Cultura, 2010), El país imaginado: 37 poetas responden a Robinson Quintero Ossa [& una reseña imaginada] (en coedición con Trilce Editores, Bogotá, 2011), Homenajes 1992-2012 (en coedición con Ulrika y el Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 2012) y María Mercedes Carranza – Poesía reunida & 19 poemas en su nombre (Bogotá, 2013).

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María Mercedes

Por Juan Gustavo Cobo Borda

Era entusiasta y temperamental. Fervorosa y malgeniada. Conservaba el ademán olímpico de su padre, el gran poeta Eduardo Carranza, a cuya poesía dedicó su tesis de grado en filosofía y letras en la Universidad de los Andes (1985), y sobre todo su fe indeclinable en la poesía como el único espacio propicio para que todos se sintieran aludidos.

Gran batalladora, nació en 1945, y se había formado bajo los mejores maestros, cuando su padre bebía en España cerca de Vicente Aleixandre y Salvador Dalí, Dámaso Alonso y Antonio Tovar, Pedro Laín Entralgo y los jóvenes poetas colombianos que admiraban el arrogante magisterio lírico de Carranza: Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote Lamus. Todo ello lo ha contado muy bien José Manuel Caballero Bonald en sus dos tomos de memorias: Tiempo de guerras perdidas (Anagrama, 1995) y La costumbre de vivir (Alfaguara, 2001). Amó a dos poetas españoles: Félix Grande y más tarde Juan Luis Panero, el hijo de Leopoldo Panero, quien con Luis Rosales formaban el dúo de amigos españoles más cercanos a Eduardo Carranza, todos ellos franquistas militantes. Las memorias de Juan Luis Panero, Sin rumbo cierto, publicadas por Tusquets en Barcelona, la dibujan con justa mirada.

Con ella no había términos medios: o se la amaba o se la detestaba. Por ello nos pasamos la vida queriéndonos y odiándonos. Trabajando juntos y polemizando. Al estudiar en Los Andes renegábamos del latoso Eduardo Camacho Guizado y su interpretación sociológica de la poesía de don Jorge Manrique y Garcilazo. Un día, escapándonos de clase, y al ver en la carrera séptima frente al Murillo Toro un edificio en ruinas, no se nos ocurrió nada mejor que subirnos a él y comenzar a recitar poemas nuestros y ajenos. Se trancó el tráfico, impedimos felizmente que la gente perdiera el tiempo trabajando, y al día siguiente, fotos y periódicos registraron ese primer bautismo lírico, con el público arremolinado. Ella —según dijimos— se llamaba Labioastro y yo Astrolabio.

Más formalmente, su trayectoria registra una primera y generosa página literaria que con el título de Vanguardia apareció en El Siglo entre 1967 y 1968 y donde reseñamos eufóricos todo el boom literario latinoamericano y donde ‘la generación sin nombre’ afiló sus primeras armas.

Era una buena lectora y tenía, como su padre, una indudable vocación política que la llevó a estar cerca del poder por la vía de la poesía. Trabajó con dedicación junto a Carlos Lleras Restrepo y Luis Carlos Galán en el semanario Nueva Frontera y fue constituyente en el 91. Pero donde mejor encauzó la vehemencia de su carácter y la capacidad de convocatoria fue en torno a la Casa de Poesía Silva, que fundó en mayo de 1986 en La Candelaria, donde mantuvo una eléctrica energía en torno a la palabra viva y la imprescindible tertulia literaria. Vuelto todo ello algo mucho más perdurable en la revista, que ya ha llegado a sus 15 números, y en el útil volumen que coordinó en 1991: Historia de la poesía colombiana.

Sin olvidar, por cierto, su campaña, literalmente mundial, para que de México a Buenos Aires, de Madrid a París, infinidad de desinformados escucharan la penumbrosa música de un suicida vate bogotano: José Asunción Silva.

Reaccionaba así, con furia, en contra del muladar de muertos en que se había convertido el país y peleaba con denuedo contra los burócratas que le recortaban el presupuesto. Nada la animaba más que una buena polémica, frentera y decidida, contra la administración distrital como me lo comentó el lunes 7 de julio de este año cuando nos reencontramos. De buen humor y con ganas lograba imposibles metafísicos, como hacer que 11 poetas estuvieran juntos y compartieran algunas de sus justas campañas en pro de ese sinónimo de poesía llamada Paz compartida y mesa bien servida.

Llevaba consigo el drama de ser hija de un poeta célebre y a la vez intentar escribir poesía. Quizá por ello, su propia creación era como un antídoto en contra de la exaltación lírica de su padre. Se burlaba y compadecía a la vez de los héroes patrios y la cantidad de paja inútil en que los colombianos gastan sus días pero más al fondo había una dolorosa asunción de su condición femenina en una ciudad cruel, como Bogotá, donde prisionera de su destino, como en un poema de su leído Kavafis, se sabía sola e incapacitada para salir del espejo delante del cual envejecía. “Soy extranjera por estas calles íntimas”.

Con las palabras en crisis, y aferrada a la lealtad de sus pocos y probados amigos, daba vueltas en torno a ese torvo sino que hacía desaparecer a sus amigas y que mantenía secuestrado a su hermano Ramiro, sin saber a ciencia cierta si continuaba vivo. Demasiado dolor para resistirlo. Al escribirle a su hija Melibea, en el intento imposible por explicar su suicidio, hacía conmovedora confidente a quien llevaba el nombre de la más dulce y apasionada heroína de las letras españolas. Aquella que murió de amor, al arrojarse de la torre más alta.

Los títulos de sus libros son elocuentes sobre su concepción de sí misma y de la poesía: Vainas (1972), Tengo miedo (1983), Hola, soledad (1987), Maneras de desamor (1993), El canto de las moscas (1998). Un dolorido monólogo nostálgico de quien mide el hueco-tumba que ha dejado el amante en su fuga. El verso de Manuel Machado que ponía como epígrafe daba el tono de ese silencio cada vez más vasto en torno suyo: “Sé que voy a morir / porque no amo ya nada”.

Pero el desgarrón balbuceante de su poesía nos obliga a pedir cariño y respeto sobre su tumba. En su poema titulado “La patria ya lo había dicho de modo terrible”: “En esta casa todos estamos enterrados vivos”.

13 de julio de 2003.

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María Mercedes Carranza

Archivo El Espectador

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Poemas de
María Mercedes Carranza

Aquí entre nos

Un día escribiré mis memorias,
¿quién que se irrespete no lo hace?
Y
allí estará todo. Estará el
esmalte de las uñas revuelto
con Pavese y Pavese con las agujas
y una que otra cuenta de mercado.
Donde debieran estar los
pensamientos sublimes pintaré
tus labios a punto de decirme
buenos días todos los días.
Donde haya que anotar lo más
importante recordaré un almuerzo
cualquiera llegando al
corazón de una alcachofa,
hoja por hoja. Y de resto,
llenaré las páginas que me falten
con esa memoria que me espera entre cirios,
muchas flores y descanse en paz.

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Babel y usted

Si las palabras no se arrugaran, si
fuera posible ponérselas cada
mañana, como una blusa o una
falda, previo
uso del quitamanchas, el cepillo y la plancha.
Si no se pudieran pronunciar ya
más por lo brilladas y rodillonas.
Si, después de un largo viaje, se
botaran como la maleta, tan
descosida, tan llena de letreros y de
mugre. Si no se cansaran, si fuera
normal y corriente someterlas a
chequeo médico cada año,
con diagnósticos y exámenes de
laboratorio, vitaminas y
reconstituyentes y hasta menjurges para
la anemia. Si las
palabras hicieran sindicato en defensa
de sus fueros más legítimos y
reclamaran indemnizaciones por
abuso de confianza a aquellos que las
tratan como a violín prestado. Si
algún día hicieran huelga,
¿qué opina usted, García?

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El oficio de vestirse

De
repente,
cuando despierto en la
mañana me acuerdo de mí,
con sigilo abro los
ojos y procedo a
vestirme.
Lo primero es colocarme mi
gesto de persona decente.
En seguida me pongo las
buenas costumbres, el amor
filial, el decoro, la
moral, la fidelidad
conyugal:
para el final dejo los
recuerdos.
Lavo con
primor
mi cara de buena
ciudadana
visto mi tan deteriorada
esperanza, me meto entre la
boca las palabras, cepillo la
bondad
y me la pongo de
sombrero y en los ojos
esa mirada tan
amable.
Entre el armario selecciono las
ideas que hoy me apetece lucir
y sin perder más
tiempo me las meto en
la cabeza. Finalmente
me calzo los
zapatos
y echo a andar: entre paso
y paso tarareo esta canción que
le canto a mi hija:
“Si a tu ventana
llega el siglo
veinte
trátalo con cariño
que es mi
persona”.

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Tengo miedo

“Todo desaparece ante el miedo. El
miedo, Cesonia; ese bello sentimiento, sin
aleación, puro y desinteresado; uno de los
pocos que saca su nobleza del vientre”.

Albert Camus

Miradme: en mí habita el miedo.
Tras estos ojos serenos, en este cuerpo que ama: el miedo.
El miedo al amanecer porque inevitable el sol saldrá y he de
verlo, cuando atardece porque puede no salir mañana.
Vigilo los ruidos misteriosos de esta casa que se
derrumba, ya los fantasmas, las sombras me cercan y
tengo miedo. Procuro dormir con la luz encendida
y me hago como puedo a lanzas, corazas,
ilusiones. Pero basta quizás sólo una mancha
en el mantel para que de nuevo se adueñe
de mí el espanto. Nada me calma ni sosiega:
ni esta palabra inútil, ni esta pasión de
amor, ni el espejo donde veo ya mi rostro
muerto. Oídme bien, lo digo a gritos:
tengo miedo.

Fuente:

Carranza, María Mercedes. María Mercedes Carranza. Poesía reunida & 19 poemas en su nombre. Letra a Letra, Bogotá, 2013.

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María Mercedes Carranza