Presentación

El mercader
de diez años

Marzo 15 de 2012

“El mercader de diez años” de Daniel Arango Saldarriaga

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Daniel Arango Saldarriaga (1990) estudió la primaria y el bachillerato en el Colegio Alcaravanes. Actualmente estudia Artes Visuales en el Instituto Tecnológico Metropolitano. Experimenta con vestuarios, disfruta de la historia antigua, toca el teclado y practica el kung fu. Es miembro de la Corporación Mil Espadas desde 2004. Su primer libro, “El mercader de diez años”, es una novela histórica que narra las aventuras de Giacomo Malacresta entre Venecia y la Europa Central en 1347.

Presentación del autor por Luis Fernando Macías y participación especial de la agrupación de música celta La Montaña Gris.

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Más allá de todo dominio de las técnicas narrativas y de los preceptos que constituyen el pan de la creación literaria, se trata de una obra de arte puro, o pura como el ser que la concibió. Leer un libro constituye la experiencia de habitar un espíritu, en éste, nos sumergimos en un mundo que no se parece al nuestro habitual porque es bello y limpio, porque puede referir tanto el amor, como la desgracia, la fortuna o la muerte con la misma inocencia transparente con que se lleva un sombrero de tres picos por las calles de Medellín y sus centros comerciales.

Luis Fernando Macías

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Daniel Arango Saldarriaga

Daniel Arango Saldarriaga

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Capítulo I

La primera desilusión
de Giovanni en el mar

Fragmento

En el mes de mayo llegaban, desde el Arzenale y villas vecinas, a la Iglesia del evangelista Marcos, numerosos marinos acompañados de patrones, escribanos, cocineros, trompeteros, remeros, todos hombres del mar y de la galera, a la ceremonia anual del pago de las promesas.

Ella se hacía para agradecer los buenos resultados de los viajes por el Mare Nostrum y para implorar, que en este año de 1347, las vidas, las galeras, las mercancías y los negocios, fueran protegidos, como lo había hecho Nicolás de Bari desde hace muchos años.

Se dice que este Nicolás aquietó las olas enfurecidas, salvando muchos hombres, cuando una galera estaba por zozobrar.

La mayoría de estos hombres navegaban por ser éste el único oficio que encontraron para sustentar la vida y lo hacían como hombres pobres corriendo los riesgos que el menester tiene por el ataque de piratas de la guerra de corso, naufragios y tempestades.

Recuerdo la llegada a la iglesia con mi padre Giovanni Malacresta, del socio Francesco y de todas las historias que me contaron, como ésta que me dispongo a narrarles, ahora que he llegado a los cincuenta y tres años.

En ese entonces, mi madre Beatrice se quedó en la casa de la villa haciendo los morrales con la ropa del viaje, que en tan sólo una semana, íbamos a emprender; este era el segundo intento de mi padre para ser mercader acaudalado.

La misa se iniciaba a las once de la mañana con el rezo del padrenuestro en latín.

Enseguida, se confesaban las personas que iban a realizar el viaje; después, de rodillas y ante el altar, se producían los cánticos de los navegantes y del Abad.

Eran siete salmos penitenciales, una letanía, ocho oraciones, otros cuatro salmos y, luego, la bendición de los aperos y morrales, para terminar con un canto de alabanza al Señor y a Nicolás.

Después, se retiraban a sus casas y realizaban fiestas alegres y desenfrenadas parecidas a las del “Carna” “val” (“adiós a la carne”) de Venecia.

Giovanni, mi padre, había nacido treinta y cinco años atrás en un campo de la comarca de Ravena, en los dominios de un Abad, y desde muy niño trabajó en labores agrícolas y en el mantenimiento de las murallas de la abadía, bastante deterioradas por el paso del tiempo.

Como villano, su trabajo sólo le alcanzaba para medio comer en familia y ayudar a su padre a pagar las rentas y tributos al Obispo, dueño de las tierras.

Para que estos gravámenes no aumentaran más, como hijo menor se vio obligado a abandonar a su padre y a su familia, y empezó a engrosar la masa de vagamundos que iban de abadía en abadía a recibir las limosnas o a contratarse como recolector en las vendimias.

Esta condición humillante y su espíritu aventurero, lo hicieron engancharse en una caravana de mercaderes venecianos que iba a comprar los tejidos de Flandes, cruzando los Pirineos y los Alpes.

Quería ser como Godorico de Finchal, quien después de abandonar la heredad y recoger restos de naufragios, ahorró unos ducados y se unió a una tropa de mercaderes, con tan buena fortuna que logró, en poco tiempo, disponer de ganancias considerables y asociarse con amigos para fletar, en común, una galera y emprender el cabotaje a lo largo de las costas de Escocia e Inglaterra.

Llevaban mercancías que allí escaseaban, y de allá traían lana fina, para los artesanos de Flandes.

Mi padre, al igual que Godorico, se hizo a unos ducados y se fue a vivir, con los mercaderes, a la ciudad de Venecia.

Una vez llegado, empezó a trabajar como sacador de sal en la laguna, y allí fue donde conoció a mi madre, Beatrice di Siena.

Ella, con sus dos hermanos menores, se había escapado de la abadía para no trabajar día y noche, por sólo un mendrugo de pan, en la calurosa y humeante cocina de los clérigos.

En los veranos, cuando el negocio de la extracción de sal era el de mejor producido, la sal era más fácil de recoger y por ello se sacaban grandes cantidades, pero los trabajadores, como mi padre, pasaban grandes penurias con el sol y el salitre.

Se les quemaba la piel hasta el punto de sacar unas llagas difíciles de curar, y que cada día les dolía más, por el ambiente totalmente salobre.

Verdaderamente se debía ser muy fuerte para trabajar en la laguna, y aunque se ganaba un poco más que en los campos trabajando para los señores de la tierra, esta labor no permitía hacer muchos ahorros como era el deseo de mi padre.

Cuentan ellos que lograron en los primeros cinco años hacer un ahorro de cincuenta ducados, que nunca supimos donde los guardaron.

Supimos sí, que ellos estaban junto a los otros denarios que Giovanni había recogido en las caravanas hacia Flandes, y que guardaba con gran celo, para poder ser un Mercader importante.

Fuente:

Arango Saldarriaga, Daniel. El mercader de diez años. Taller de Edizione D. A., Medellín, 2011.

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Giacomo Malacresta

Giacomo Malacresta
Ilustración por Daniel Arango