Conferencia

Mi deuda con Antioquia

(De Kurt L. Levy)

O la memoria viva de Antioquia

—Marzo 14 de 2019—

Kurt L. Levy

Kurt L. Levy

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Iván de J. Guzmán López (Liborina, Antioquia, 1959) es comunicador social y periodista, miembro correspondiente de la Academia Antioqueña de Historia. Estudió Literatura en la Universidad de Antioquia y ha cursado diversas especializaciones y diplomados. Ha publicado «Leer y escribir», «Lenguaje y comunicación», «Crónicas y estampas de Liborina», «25 Grandes Autores de Antioquia», «25 Grandes Autores de Colombia», «25 Grandes Autores de América», «25 Grandes Autores del Mundo», «Antología del cuento de Navidad» y «Poemas a Cristo – Antología». Sus artículos de opinión y críticas literarias han aparecido en El Mundo, El Colombiano, El Espectador, Epicentro y Minuto30.com, entre otros medios de comunicación.

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Firma de Kurt L. Levy

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Mi deuda con Antioquia, uno de los libros más hermosos y mejor documentados sobre los escritores antioqueños, fue escrito por el profesor Kurt L. Levy, berlinés, residenciado por mucho tiempo en Toronto, Canadá. El libro recoge, de manera plácida, casi filial, múltiples estudios, ensayos y artículos, necesarios a la hora de valorar la vida y la obra de escritores como Arturo Echeverri Mejía, Emiro Kastos, Fernando González, Juan de Dios Uribe, León de Greiff, Manuel Mejía Vallejo, Ñito Restrepo, Pacho Rendón, Porfirio Barba Jacob, Rocío Vélez de Piedrahíta y Tomás Carrasquilla, entre otros. Su lectura —obligada desde la cátedra, el interés literario o la simple motivación para conocer a nuestros creadores— es un imperativo para comprender la génesis y evolución de nuestra cultura y nuestra literatura.

Iván de J. Guzmán López

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Iván de J. Guzmán López

Iván de J. Guzmán López

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Mi deuda con Antioquia

Epílogo

Por Kurt L. Levy

Comentando los escritos de Hernando Téllez, afirma Baldomero Sanín Cano (oriundo de Rionegro) que «la pasión vital del autor es la vida». Idéntico diagnóstico merecen los escritores de la tierra antioqueña. La pasión vital que se trasluce en sus momentos más auténticos es la vida. El microcosmos que surge del panorama literario luce un encanto íntimamente local e individual (con evidentes escollos del lenguaje regional), indicio de vitalidad. Gregorio Gutiérrez González define una posición extrema al sostener: «Yo no escribo español sino antioqueño». El Indio Uribe alude a la «vitalidad» que caracteriza a los escritores paisas, citando como ejemplos a Gutiérrez González, Epifanio Mejía y Antonio J. Restrepo. El mismo Porfirio Barba Jacob, «poeta de la muerte» (según el título de un libro publicado en 1970), abrazaba una profunda nostalgia por la vida, acudiendo al estímulo de la «risa loca» al entregar su trigo, convencido de que iba en él «la savia de su campo».

Había quienes llegaban a Antioquia persiguiendo El Dorado. Yo llegué a la región no en busca de El Dorado, sino en busca del doctorado (que hubo de volverse un espléndido «Dorado» cultural y humano). Desde mi primer contacto con Carrasquilla, sus personajes, su lenguaje y su medio ambiente, no logro ausentarme de Antioquia, ni física ni espiritualmente. Hace casi medio siglo que vivo en la diestra de Carrasquilla, «achiquitándome, achiquitándome, achiquitándome», sin tener la «agilidá del bienaventurao Peralta». Me siento atraído irresistiblemente por la magia del escenario y por el espíritu humano de su literatura, hasta tal punto que, durante los dos años de mi docencia como invitado en la tierra de Jorge Isaacs, dictaba uno de mis seminarios sobre «Letras de Antioquia» y el otro —los jueves de siete a diez de la mañana— se lo dediqué a la obra íntegra de Carrasquilla.

Físicamente vuelvo a Antioquia con entusiasmo, a pesar de los riesgos evidentes que le ofrecen al extranjero tales visitas. No me refiero a los peligros que describe con riqueza de colorido el Maestro Carrasquilla en su novela cumbre, La Marquesa de Yolombó. Por cierto que no pueden menos de inspirar susto los «terribles genios» que «han atravesado el Atlántico Océano para venir a colonizar estos montes intertropicales de los Andes, a oír sus nombres traducidos al castellano, a mezclarse con las deidades indígenas: Los Ilusiones, El Patasola, La Madremonte, El Patetarro, y el más funesto y espantoso de estos enemigos: El Bracamonte, incógnito y misterioso».

Sin embargo, los riesgos auténticos que brinda el contacto con la tierra antioqueña, son de índole distinta: tienen que ver con lo que Marco Fidel Suárez califica de «la fecundidad extraordinaria de aquel pueblo» y se reflejan claramente en los anales y en la estructura de la familia Levy. Cuando llegué por primera vez a estos montes hospitalarios para inaugurar mi labor de investigación, acompañado por la colaboración desinteresada de Pepe Mexía y de la familia Arango Carrasquilla, casi familiares míos, de Quico Villa, Benigno A. Gutiérrez, el Padre Roberto Jaramillo, Justiniano Macía, Susana Olózaga, Sofía Ospina, Carlos López Narváez y otros tantos sin cuya cordial amistad no hubiera sido posible mi obra —digo cuando llegué por primera vez en 1950, tenía apenas una hija, Leslie, de un año—. Al regresar cinco años después, ya contaba no sólo con más canas y una tesis doctoral sino también con dos hijos más, Judith y Andrew. Cuando volví en el 58, invitado generosamente a Santodomingo y a la Villa de la Candelaria con motivo del centenario del natalicio de Carrasquilla, ya tenía cuatro, debido a la llegada de Bruce en 1957. Regresé de nuevo en 1965, aumentado a cinco el total de vástagos, con el nacimiento de Jennifer, «benjamín de la partida». No queda la menor duda del contagio de la fecundidad proverbial antioqueña. Desde esa época, hay que confesarlo, sigo volviendo a la tierra paisa sin que aumente más la dimensión del barco hogareño de la familia Levy. Después de cinco vástagos parece que la fecundidad canadiense le ha cedido el paso a la antioqueña.

Fascina el rótulo que utilizaba mi lamentado amigo payanés, Carlos López Narváez, intérprete genial de mi primer libro sobre Carrasquilla (Medellín, 1958), para identificar a Antioquia: «montaña mágica de Colombia». Al escoger el título de la más famosa novela de Thomas Mann para caracterizar la pintoresca región en el corazón de los Andes, pretendía sin duda destacar la inteligencia, la energía y la iniciativa de una raza de hombres que se instalaron en un «hervidero solidificado de alturas y hundimientos» y que, mediante sus arduos esfuerzos, lograron convertirlo, como si fuera por poderes mágicos, en un centro económico y cultural. De ahí la magia de Antioquia. La novela misma del Nobel alemán (1929) tiene pocos puntos de contacto con la región. Antioquia no es un centro de decadencia, ni mucho menos. La gente es sana, de «espíritu cuerdo y sensato» como diría Suárez, tiene sentido común y un magnífico sentido del humor. Es gente sincera, con un candor a veces abrupto que evoca la abrupta topografía de la región. Todo esto parece diametralmente opuesto al ambiente enfermizo y seductor del joven Hans Castorp, quien va al sanatorio suizo para pasar tres semanas y acaba por permanecer siete años. Sin embargo, a mí se me ocurre que Antioquia me ha seducido tan irresistiblemente como el sanatorio suizo a Hans Castorp. Iba a la «montaña mágica» para pasar un verano y sigo allí desde hace ya casi media centuria.

Hablando de Antioquia, se evoca a veces el estado de Tejas, Estados Unidos, en lo que se refiere a la arraigada lealtad regional de sus habitantes. También los antioqueños están humildemente convencidos de que su región natal es la más importante dentro del territorio nacional. «No sería exagerado decir que el antioqueño es el pueblo que más exagera», nota el ex-presidente Belisario Betancur, oriundo de Amagá, Antioquia.

Estos «titanes del trabajo» (si me permite Jorge Isaacs que parafrasee su célebre descripción del antioqueño), que laboran y se divierten con intensidad igual, han eliminado de su vocabulario la palabra «mañana».

Antioquia, departamento pintoresco de Colombia, «embotellado en los Andes y harto diverso en un todo al resto del país», con sus costumbres y tradiciones, y con su población distintiva, entró en mi vida hace más de cuatro décadas y no me ha soltado todavía; sigue fascinándome. De ahí la historia de dos libros, una edición crítica del Caro y Cuervo y una cantidad de conferencias, artículos y estudios breves. De ahí la historia de momentos gratos y de amistades estimulantes. De ahí, en fin, la raíz del volumen actual que tiene por objeto definir el legado cultural de la tierra paisa y, colocando el texto dentro de su contexto geográfico, histórico y social, llegar a una visión de conjunto de los atributos particulares que caracterizan el perfil cultural de esta región. En estos días fatídicos del «deterioro humano» (como dice Jorge Rodríguez A.) cuando a todos nos duele Colombia, mi intención ha sido rescatar unos cuantos momentos inolvidables de mi propia formación y de mi deuda con Antioquia y con Colombia. No cabe duda: el amor con amor se paga.

Si «allá en mi Antioquia» pasó junto a Barba Jacob, el espíritu de Jorge Isaacs, sin que lo advirtiera, confieso que ni el encanto del Valle ni la nieve del Canadá han podido borrar la magia de la tierra paisa.

Universidad de Toronto, diciembre de 1995.

Fuente:

Levy, Kurt. Mi deuda con Antioquia. Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia, colección Ediciones Especiales, volumen 12, Medellín, 1995.

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«Mi deuda con Antioquia» de Kurt L. Levy

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En este volumen el profesor Kurt L. Levy reúne los ensayos y artículos de crítica literaria que durante cinco décadas ha escrito sobre aspectos y personajes del legado cultural antioqueño.

Dispersos en revistas, memorias de congresos, suplementos literarios y antologías, por primera vez se editan como libro para dar al lector un interesante panorama crítico y de análisis sobre algunos de los más destacados escritores de la montaña: Emiro Kastos, el Indio Uribe, Ñito Restrepo, Fernando González, Efe Gómez, León de Greiff, Barba-Jacob, Pacho Rendón, Manuel Mejía Vallejo, don Tomás Carrasquilla, Arturo Echeverri Mejía, Rocío Vélez de Piedrahíta, etc.

La recopilación de ensayos se acompaña con un ameno relato de su primera visita a tierra antioqueña, tras las huellas de Tomás Carrasquilla, para elaborar su espléndida tesis sobre el maestro.

Kurt L. Levy, investigador, catedrático y escritor berlinés radicado en Canadá, especialista en literatura latinoamericana y particularmente en la obra de don Tomas Carrasquilla, sobre la que escribió su tesis doctoral. Autor de diversas compilaciones de obras sobre América Latina, de una edición crítica sobre La Marquesa de Yolombó, publicada por el Instituto Caro y Cuervo en 1974 y coeditor de El ensayo y la crítica literaria en Iberoamérica.

Máster y Doctor de la Universidad de Toronto, Kurt L. Levy ha recibido numerosas condecoraciones por el vasto conocimiento y dedicación al estudio de las letras antioqueñas, como la «Estrella de Antioquia» y «El hacha simbólica», la «Orden de San Carlos» y la «Medalla Pedro Justo Berrío».

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