Presentación

La mujer que
quiso ser presidente

Agosto 23 de 2012

Presentación del libro “La mujer que quiso ser presidente” de Nico Verbeek

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Nico Verbeek (Soerendonk, Países Bajos, 1961) es historiador egresado de la Universidad de Utrecht. Desde 1996 vive en Medellín, donde se desempeña como profesor y traductor. De 1997 a 2008 trabajó en la biblioteca del Centro Colombo Americano. En 2001 publicó un libro sobre la historia del narcotráfico en Colombia, en 2006 una biografía de Pablo Escobar, “La búsqueda al hombre detrás del mito”, y en 2008 la novela “Los vengadores de Medellín”, relato corto acerca de las bandas sicariales de la ciudad. “La mujer que quiso ser presidente” es su primera obra en español.

Presentación del autor
por Carlos Gaviria Ríos

Hombre Nuevo Editores

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En un mundo en el que se miente, la historia es una búsqueda permanente, pues nada es como se dice y esto obliga a buscar comprobaciones. Y en esa búsqueda aparece el viaje, porque es difícil determinar algo sin conocerlo bien, no sólo en los documentos sino en su territorio y su contexto.

El trabajo de Nico Verbeek sobre Ingrid Betancourt es una indagación, una búsqueda de vestigios que expliquen no sólo hechos sino causas que permitan dilucidar quién es este personaje que flota entre el ícono de la heroína moderna y el de la mujer que se inventa a sí misma y se reproduce en una creación mediática.

La Ingrid de Verbeek no es una anécdota ni un lugar común. Es una suma de vestigios que la van dibujando a medida que el autor viaja, comprueba, habla con otros, lee y certifica pasados recientes y otros más antiguos. Porque un personaje como ella, de tanta incidencia, no puede percibirse como si fuera el cómic de una justiciera caída en desgracia y al final liberada para que su historia quede plasmada entre buenos y malos.

La historia moderna se escribe siguiendo, reflexionando, uniendo un hecho fino con otro. Y sin que el historiador pierda su independencia. Eso precisamente es lo que hace grande al texto de Nico Verbeek.

Memo Ánjel

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Nico Verbeek

Nico Verbeek

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La mujer que
quiso ser presidente

Fragmento

Al fondo de la sala observé a un hombre de baja estatura, llevaba bigote, cabello ondulado y corto e iba vestido con un impecable traje color gris. Era Alfonso Valdivieso que, sentado a una de las mesas, dialogaba con otro periodista. Sobre la mesa había dos tazas de café y una pequeña grabadora. Todo lo que tenía que hacer ahora era esperar a que terminara y entonces tendría ¡mi primera entrevista!

Cerca había una mesa desocupada y decidí esperar allí tranquilamente a que llegara mi turno de hablar con el fiscal. Después de tomar asiento, una mujer, impecablemente vestida con un uniforme de color azul claro y una bandeja en la mano, se me acercó para ofrecerme una taza de café y un vaso de agua. Acepté el café y le di las gracias. Acababa de retirarse cuando apareció de la nada un hombre que se acercó a mi mesa.

Era una figura bastante peculiar y llamativa, por decir lo menos. Un hombre fornido que vestía un ajado traje y llevaba una corbata verde sujeta con un pisacorbatas amarillo, azul y rojo. Tenía el cabello cano, largo, y llevaba unas grandes gafas de montura gruesa. Me tendió la mano y se presentó como Edward Blair. Yo, a mi vez, vacilante le di la mano. Parecía conocer bien el tejemaneje de la sala de prensa y se tomó la libertad de sentarse enfrente mío. Hizo una seña con la mano a la señora para pedirle un café. Me di cuenta que, en un principio, la mujer trató de evitar su mirada, no obstante, finalmente terminó por servirle lo que pedía.

Blair puso sobre la mesa una especie de carpeta. De ella sacó lo que parecía ser un folleto o algo por el estilo. Al observarlo mejor, vi que se trataba de un tarjetón electoral, con números, nombres y las fotos de los candidatos a la presidencia. En las fotos logré distinguir algunos rostros conocidos: Noemí Sanín, Andrés Pastrana, Horacio Serpa, y al lado de cada uno de ellos la foto de su candidato a la vicepresidencia. Había también algunas parejas, unas cinco, que yo desconocía.

—Las elecciones de 1998 —dijo el hombre con un aire de orgullo en su voz.

—¿Cuántos candidatos hubo ese año? —le pregunté asombrado.

El hombre no respondió. En su lugar señaló con el dedo a una pareja que yo desconocía por completo.

—Fue la segunda vez que participé en las elecciones —me dijo en tono solemne.

Yo sabía que era usual que en todas las elecciones para presidente, además de los candidatos de los partidos tradicionales, se presentaran a competir personajes que no tenían ninguna perspectiva, y al parecer, uno de esos “locos” estaba sentado a mi mesa.

Deslizó el tarjetón hacia mí, al parecer quería obsequiármelo.

—Es un documento histórico —susurró misteriosamente.

Me di vuelta un momento y noté que Valdivieso aún estaba hablando con el periodista.

—Alfonso Valdivieso —dijo Blair de repente, como si hubiera recordado algo.

“Sin duda, uno de los hombres más valientes y honestos de Colombia. Fue Fiscal General en los tiempos del Proceso 8.000, primo de Luis Carlos Galán. Quiso depurar la política, se enfrentó a la mafia y a la corrupta camarilla del Partido Liberal, especialmente a Ernesto Samper, quien libraba una discutida carrera con su opositor político Andrés Pastrana…”.

—¿E Íngrid Betancourt? —le pregunté inmediatamente.

Mi pregunta no pareció sorprenderle en absoluto.

—¿Betancourt? Conozco a su madre… Conozco a toda su familia. Sí, su familia es muy conocida en Bogotá… Pero… Ésa siempre ha andado con el escándalo pegado al trasero.

—¿Escándalos? ¿Cómo así? ¿Acaso ella no estaba en contra de Samper y de la infiltración del narcotráfico en la política?

—Al comienzo de su carrera, Betancourt tenía un apodo… ¿Sabe cómo la llamaban?

¡BetanCOLT!

Yo lo miré con asombro.

—¿Qué quiere decir Betancolt?

—Colt es el nombre de una marca de armas, un fabricante de armas norteamericano. También tenía otro apodo… INGRAM Betancourt.

Edward Blair cayó en un silencio elocuente.

—INGRAM es también el nombre de una marca de armas, supongo.

Pero Blair parecía haber perdido súbitamente el interés en el tema de Betancourt. Miró a su alrededor como si buscase a alguien. Tomó de nuevo la carpeta que había puesto sobre la mesa, sacó de ella una tarjeta de presentación y me la entregó ceremoniosamente.

—Debo darme prisa, pero llámeme si quiere, mi número está en la tarjeta.

Apuró el resto del café, se puso de pie y me tendió la mano para despedirse.

Yo seguí allí sentado, como aturdido. Sin habérmelo propuesto disponía de información sobre Íngrid Betancourt. Una información que difería totalmente de lo que yo esperaba. ¿Qué tendría que ver ella con esos escándalos? ¿No era justamente ella la que siempre había acusado a la corrupción? ¡No podía imaginarlo! ¿Debía creer en las palabras del primer loco que se me apareciera en el camino?

Estaba tan absorto en mis pensamientos que cuando me di vuelta ya era demasiado tarde. ¡Alfonso Valdivieso había desaparecido! Lo busqué por toda la sala con la mirada, pero ya no estaba…

Fuente:

Verbeek, Nico. La Mujer que quiso ser Presidente. Hombre Nuevo Editores, Medellín, 2012. Prólogo de José Guillermo (Memo) Ánjel.