Lectura y Conversación

Naudín Gracián

Noviembre 3 de 2005

Naudín Gracián Petro / Ilustración por Alejo O.

Ilustración por Alejo O.

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Naudín Gracián Petro, Montelíbano, Córdoba, 1967. Licenciado en Educación de la Universidad de Antioquia y Especialista en Pedagogía de la Universidad Santo Tomás. Fue miembro durante 5 años del taller literario del maestro Manuel Mejía Vallejo en la Biblioteca Pública Piloto. Obras publicadas: “Los muertos valen lo que pesan sus recuerdos” (cuentos), 1991; “Con los cuerpos enredados” (cuentos), 1992; “La realidad de cada día” (relatos), 1994; “Agar e Ismael” (novela), 1996; “Las cosas del profesor Tirado” (didáctico) 1998; “Un amor para el olvido” (novela), 2002; “La propiedad” (novela), 2003; “Las razones de Teresa” (novela a 10 manos) 2003; “Cuentos para tener en cuenta”, 2005. Premios obtenidos: 1º puesto en el concurso nacional de cuento Fernando González, Medellín; 1º puesto en el concurso nacional de cuento Tiempos Nuevos, Sincelejo; 1º puesto en el concurso de obras literarias Concejo de Medellín; 2º puesto en el concurso nacional de cuento breve El Túnel, Montería; mención especial en la bienal de novela José Eustasio Rivera, Neiva.

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Naudín: me has dejado impávido, impertérrito, como navegando en el aire. ¡Qué maravilla de narraciones! Cuando leí el primero, me dije al llegar a las tres palabras finales: “Imposible que el siguiente sea tan bueno, pues ésta ha debido ser una chiripa…”, pero qué va, me equivoqué… y por favor, que me siga equivocando. Te felicito.

David Sánchez Juliao

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En defensa propia

Lo primero que vio fue a la idea confundida entre las demás cosas comunes y corrientes. Días después, durante una parada demasiado larga del bus urbano en que viajaba, mientras maldecía al chofer y pensaba pincharle las cuatro llantas, vio que el personaje bajaba del puente peatonal con apresurados saltos, esquivó a la gente que animaba el lugar, y desapareció dentro del terminal de transportes. Le hubiera gustado seguirlo para saber algo más acerca de él y de sus hábitos, pero el hambre que le mordía las tripas lo retuvo agarrado a la barra de aluminio del bus.

Sólo lo había visto de pasada, pero de inmediato supo que sus maneras lo delataban como el personaje principal de su idea.

Basado en esa mínima información, trabajó durante varios días, pero llegó a una palabra que atrancó la narración. Entonces anduvo como loco buscando a su personaje en las paradas de los buses, en las salidas de los cines, en las filas de los bancos; hasta que cierta mañana lo descubrió conversando con una muchacha pelolargo en las escaleras de la biblioteca municipal. Se le acercó decidido a abordarlo; pero, a escasos dos pasos de la pareja, decidió esperar que se desocupara. Los escuchó hablar de personalidades extrañas, de tipos que se empeñan en hacer excentricidades, de persecuciones inmerecidas a las que algunas veces nos vemos expuestos.

El escritor se sintió aludido, se dio cuenta de que era demasiado larga su parada en ese lugar, por lo que podía ser tomado como un impertinente, y se marchó sin haberle dicho nada a su personaje. Sin embargo, había logrado algo muy importante: lo escuchó hablar, alcanzó a grabarse sus muletillas y vicios idiomáticos, de tal manera que, con esa información adicional, pudo continuar escribiendo su relato.

Más tarde lo vio en conciertos, en filas para pagar impuestos, en el estadio; de tal manera que continuó redactando su obra sin tropiezos pues, cuanto necesitaba saber de su personaje, se lo descubría en esos encuentros casuales. Incluso decidió no dirigirle la palabra.

Pero llegó el momento en que el relato volvió a detenerse en otra palabra durante un tiempo demasiado largo. El personaje no volvió a aparecer por ningún lado y el escritor comenzó a indagar por él, como al principio.

Un día, de repente lo vio en una acera esperando oportunidad para cruzar la calle. Se le acercó, y entonces el personaje dio los dos saltos necesarios para quedar en la mitad de la calle y mortalmente cerca de un carro imposible de detener a esa distancia. En ese momento, el escritor comprendió que ese era el final exacto que le hacía falta a su relato. Pero entonces, sin lógica alguna, el personaje se puso a salvo del auto y llegó ante el escritor, sacó su arma y, antes de disparar, le dijo:

—Dios es testigo de que me has obligado a matarte porque me has acosado por todas partes, me has calumniado diciendo cosas de mí que no son verdaderas, me has inventado una vida que no es la mía y hasta me estás planeando una muerte que nadie ha escrito en mi destino.

Medellín, 1991

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De versos y cosecha

Jovencito impresionable por el triunfo fácil
Te llamas poeta por los aplausos, sonrisas y besos que les regalan a tus versos
Y hasta una muchachita de vellos prematuros
—pues madura estaba su humedad pero su conciencia aún no despierta a la vida
y quizás jamás deje de soñar—
Abrió sus carnes al conjuro de tu palabra
Para que tu semilla de animal que cree poderoso asegure la perdurabilidad de sus genes

No ves que así las pone la edad de sus hormonas
Con su sexo literalmente en la mano buscando el mejor postor
Quien ofreció más en esta ocasión fuiste tú con tus versos
Porque no llegó el del equilibrio en la bicicleta
El de la jugada con el balón
El de los ojos pícaros o el bailadito sandunguero
E incluso el que atropellara con su burla inicua la honorabilidad del sabio

Muchacho impresionable por el triunfo fácil
No es la fertilidad del abono la prueba de que tu semilla trae sus raíces profundas
Hablaremos cuando te vea cosechar lo que hayas cultivado en la piedra.

Fuente:

Comunicación personal.