Noche de Campo Literaria

Café París

La corriente existencialista
de la década 1940-1950

Septiembre 16 de 2012

Jean Paul Sartre (1905 - 1980)

Jean Paul Sartre
(1905 – 1980)

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Noche de Campo Literaria
en El Café de Otraparte:
Literatura a manteles:
Los existencialistas

Si la vida se alza como una pregunta, ésta debe ser atendida de inmediato. Cada palabra, cada gesto, cada silencio, cada acción con que nos acerquemos a ella deberá permitirnos descender a la perplejidad, al asombro y a la imagen más descarnada de cuanto somos.

Es un instante entre lo que intuimos y no sabemos, entre lo que sabemos y anhelamos ser, entre el absurdo y las maneras más corrientes de inmolarnos al tiempo y a la nada.

Esta noche abrimos ventanas sobre nuestra incertidumbre, pequeñas escotillas a través de las cuales veremos resplandecer, pese a todo, el milagro que pueden entrañar un hombre y su manera de asir el mundo, de interpretarlo, de transformarlo.

Recordaremos a Sartre, Camus, Simone de Beauvoir, Unamuno, Schopenhauer, Nietzsche, Kafka, Dostoievski y Pessoa, entre otros.

Lectura de textos y audiciones

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“De suerte que en estas Américas, los habitantes son apenas sintiendo-imaginando, recordando-abstrayendo-pensando. En otras partes hay alturas en que viven muchos que ya son viviendo-entendiendo-glorificando: Martín Heidegger, Juan Pablo Sartre…”.

“Sartre está en… ¡la nada! Bellísimos análisis, pero no ve la salida: no quiere ver La Puerta; la niega, que es el modo de cerrarla, porque no está en el mundo mental; el que pretende abrirla con llave que no es, la cierra del todo. La Puerta es uno mismo. Cristo es uno mismo vacío. Dioses somos”.

Fernando González

El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que si Dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre, o como dice Heidegger, la realidad humana. ¿Qué significa aquí que la existencia precede a la esencia? Significa que el hombre empieza por existir, se encuentra, surge en el mundo, y que después se define. El hombre, tal como lo concibe el existencialista, si no es definible, es porque empieza por no ser nada. Sólo será después, y será tal como se haya hecho. Así, pues, no hay naturaleza humana, porque no hay Dios para concebirla. El hombre es el único que no sólo es tal como él se concibe, sino tal como él se quiere, y como se concibe después de la existencia, como se quiere después de este impulso hacia la existencia; el hombre no es otra cosa que lo que él se hace. Este es el primer principio del existencialismo solución.

Jean Paul Sartre

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Jean Paul Sarte

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Fragmentos de
La náusea
de Jean Paul Sartre

La realidad es un presente perpetuo. Presente, nada más que presente… las cosas son en su totalidad lo que parecen, y detrás de ellas no hay nada.

(…)

Yo me saco de la nada a la que aspiro; el odio, el asco de existir son otras tantas maneras de hacerme existir, de ahí la ironía y tragedia de ese paródico: existo porque pienso.

(…)

Pero tengo miedo de lo que va a nacer, de lo que va a apoderarse de mí, ¿y arrastrarme a dónde?

(…)

Siempre es demasiado tarde o demasiado temprano para lo que uno quiere hacer.

(…)

Veo el encadenamiento riguroso de las circunstancias. He cruzado mares, he dejado atrás ciudades y he remontado ríos; me interné en las selvas buscando siempre nuevas ciudades. He tenido mujeres, he peleado con individuos, y nunca pude volver atrás, como no puede girar un disco al revés. ¿Y adónde me lleva todo aquello? A este instante, a esta banqueta, a esta burbuja de claridad rumorosa de música.

(…)

Ya no veo nada; es inútil que hurgue en el pasado, sólo saco restos de imágenes y no sé muy bien lo que representan, ni si son recuerdos o ficciones.

(…)

Sueño basándome en palabras. Construyo mis recuerdos con el presente.

(…)

Algo comienza para terminar: la aventura no admite añadidos; sólo cobra sentido con su muerte. Hacia esta muerte, que acaso sea también la mía, me veo arrastrado irremisiblemente. Cada instante aparece para traer los siguientes. Me aferro a cada instante con toda el alma; sé que es único, irremplazable y, sin embargo, no movería un dedo para impedir su aniquilación. El último minuto que paso en brazos de una mujer conocida la antevíspera —minuto que amo apasionadamente, mujer que estoy a punto de amar— terminará, lo sé. Me inclino sobre cada segundo, trato de agotarlo; no dejo nada sin captar, sin fijar para siempre en mí, nada, ni la ternura fugitiva de esos hermosos ojos, y sin embargo, el minuto transcurre y no lo retengo; me gusta que pase. Y entonces de pronto algo se rompe. La aventura ha terminado, el tiempo recobra su blandura cotidiana. Ahora el fin y el comienzo son una sola cosa. Aceptaría revivirlo todo, en las mismas circunstancias. Pero una aventura no se empieza de nuevo ni se prolonga.

(…)

Para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo. Esto es lo que engaña a la gente; el hombre es siempre un narrador de historias; ve a través de ellas todo lo que sucede, y trata de vivir su vida como si la contara.

(…)

Nada ha cambiado y sin embargo todo existe de otra manera. No puedo describirlo; es como la Náusea y sin embargo es precisamente lo contrario: al fin me sucede una aventura, y cuando me interrogo veo que me sucede que yo soy yo y estoy aquí; me siento feliz como un héroe de novela.

(…)

El pasado es un lujo de propietario. Un hombre solo, con su cuerpo, no puede detener recuerdos; le pasan a través. No debería quejarme: sólo quise ser libre.

(…)

Yo no tenía derecho a existir. Había aparecido por casualidad, existía como una piedra. Mi vida crecía en todas direcciones.

(…)

¿No sería yo simplemente una apariencia?

(…)

Cuando el derecho se apodera de un hombre, no hay exorcismo que pueda expulsarlo.

(…)

Si por lo menos pudiera dejar de pensar. Los pensamientos son lo más insulso que hay, más aún que la carne. Son una cosa que se estira interminablemente, y dejan un gusto raro. Y además, dentro de ellos están las palabras inconclusas, las frases esbozadas que retornan sin interrupción. Sigue, sigue y no termina nunca. Yo alimento esta especie de rumia dolorosa: existo. ¡Qué larga serpentina es esa sensación de existir!

(…)

A veces se me ocurren… no me atrevo a decir pensamientos. Es muy curioso; estoy así, leyendo y de golpe no sé qué pasa, me siento como iluminado. Primero no hice caso, después me decidí a comprar una libreta.

(…)

Cada uno tiene su pequeño empecinamiento personal que le impide darse cuenta de que existe; no hay una que no se crea imprescindible para algo o para alguien.

(…)

Náuseas; de vez en cuando los objetos se ponen a existir en la mano.

(…)

Las cosas se han desembarazado de su nombre. Están ahí, grotescas, obstinadas, y parece imbécil llamarlas: estoy en medio de las Cosas. Sólo son palabras, sin defensa. No exigen nada, no se imponen, están ahí.

(…)

Un gesto en el pequeño mundo coloreado de los hombres nunca es absurdo sino relativamente: con respecto a las circunstancias que lo acompañan.

(…)

Ante aquella pata rugosa, ni la ignorancia ni el saber tenían importancia; el mundo de las explicaciones y de las razones no es el de la existencia. Un círculo no es absurdo: se explica por la rotación de un segmento de recta. Pero además un círculo no existe. Aquella raíz, por el contrario, existía en la medida en que yo no podía explicarla.

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Jean Paul Sartre y Albert Camus

Jean Paul Sartre y
Albert Camus

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Fragmento de El mito de
Sísifo
de Albert Camus

“Mi campo —dice Goethe— es el tiempo”. He aquí la palabra absurda. ¿Qué es, en efecto, el hombre absurdo? El que, sin negarlo, no hace nada por lo eterno. No es que le sea extraña la nostalgia, sino que prefiere a ella su coraje y su razonamiento. El primero le enseña a vivir sin apelación y a contentarse con lo que tiene; el segundo, le enseña sus límites. Seguro de su libertad a plazo, de su rebelión sin porvenir y de su conciencia perecedera, prosigue su aventura en el tiempo de su vida. En él está su campo, en él está su acción, que sustrae a todo juicio excepto el suyo. Una vida más grande, no puede significar para él otra vida. Eso sería deshonesto. Tampoco me refiero aquí a esa eternidad irrisoria que se llama posteridad. Madame Roland se remitía a ella. Esta imprudencia ha recibido su lección. La posteridad cita de buena gana esa frase, pero se olvida de juzgarla. Madame Roland es indiferente para la posteridad. No se puede disertar sobre la moral. He visto a personas obrar mal con mucha moral y compruebo todos los días que la honradez no necesita reglas. El hombre absurdo no puede admitir sino una moral, la que no se separa de Dios, la que se dicta. Pero vive justamente fuera de ese Dios. En cuanto a las otras (e incluyo también al inmoralismo), el hombre absurdo no ve en ellas sino justificaciones, y no tiene nada que justificar. Parto del principio de su inocencia. Esta inocencia es temible. “Todo está permitido”, exclama Iván Karamázov. También esto parece absurdo, pero con la condición de no entenderlo en el sentido vulgar. No sé si se ha advertido bien: no se trata de un grito de liberación y de alegría, sino de una comprobación amarga. La certidumbre de un Dios que diera su sentido a la vida supera mucho en atractivo al poder impune de hacer el mal. La elección no sería difícil. Pero no hay elección y entonces comienza la amargura. Lo absurdo no libera, no liga. No autoriza todos los actos. Todo está permitido no significa que nada esté prohibido. Lo absurdo da solamente su equivalencia a las consecuencias de esos actos. No recomienda el crimen, eso sería pueril, pero restituye al remordimiento su inutilidad. Del mismo modo, si todas las experiencias son indiferentes, la del deber es tan legítima como cualquier otra. Se puede ser virtuoso por capricho.

Todas las morales se fundan en la idea de que un acto tiene consecuencias que lo justifican o lo borran. Un espíritu empapado de absurdo juzga solamente que esas consecuencias deben ser consideradas con serenidad. Está dispuesto a pagar. Dicho de otro modo, si bien para él puede haber responsables, no hay culpables. Todo lo más consentirá en utilizar la experiencia pasada para fundamentar sus actos futuros. El tiempo hará vivir al tiempo y la vida servirá a la vida. En este campo a la vez limitado ya testado de posibilidades, todo le parece imprevisible en sí mismo y fuera de su lucidez. ¿Qué regla podía deducirse, por lo tanto, de este orden irrazonable? La única verdad que puede parecerle instructiva no es formal: se anima y se desarrolla en los hombres. No son, por consiguiente, reglas éticas las que el espíritu absurdo puede buscar al final de su razonamiento, sino ilustraciones y el soplo de las vidas humanas. Las imágenes que damos a continuación son de esa clase. Siguen el razonamiento absurdo dándole su actitud y su calor. ¿Necesita desarrollar la idea de que un ejemplo no es forzosamente un ejemplo que hay que seguir (menos todavía, si es posible, en el mundo absurdo), y que estas ilustraciones no son, por lo tanto, modelos? Además de que es necesaria la vocación, resulta ridículo, guardadas todas las proporciones, deducir de Rousseau que hay que caminar a cuatro patas y de Nietzsche que conviene maltratar a la propia madre. “Hay que ser absurdo —escribe un autor moderno—; no hay que ser cándido”. Las actitudes de que se va a tratar no pueden adquirir todo su sentido si no se tienen en cuenta sus contrarias. Un supernumerario de correos es igual a un conquistador si la conciencia les es común. Todas las experiencias son indiferentes a este respecto. Pueden servir o perjudicar al hombre. Le sirven si es consciente. Si no lo es, ello no tiene importancia: las derrotas de un hombre no juzgan a las circunstancias, sino a él mismo. Elijo únicamente a hombres que sólo aspiran a agotarse, o que tengo conciencia por ellos de que se agotan. La cosa no pasa de ahí. Por el momento no quiero hablar sino de un mundo en el que los pensamientos, lo mismo que las vidas, carecen de porvenir. Todo lo que hace trabajar y agitarse al hombre utiliza la esperanza. El único pensamiento que no es mentiroso es, por lo tanto, un pensamiento estéril. En el mundo absurdo, el valor de una noción o de una vida se mide por su infecundidad.

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Jean Paul Sartre y Albert Camus

Simone de Beauvoir,
Jean Paul Sartre y
Ernesto “El Che” Guevara