Noche de Campo Literaria

¿Quién me ha robado
el mes de abril?

(Homenaje a Joaquín Sabina)

Mayo 14 de 2011

Joaquín Sabina

Joaquín Sabina

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Noche de Campo Literaria en El Café de Otraparte: Literatura a manteles: ¿Quién me ha robado el mes de abril? – Homenaje al cantautor español Joaquín Sabina. Audición y lectura de poemas y canciones como “Nube negra” (2005), “Pero qué hermosas eran” (1999), “Por el túnel” (1984), “Siete crisantemos” (1994), “Pongamos que hablo de Madrid” (1980) y “Contigo” (1996), entre otras. Joaquín Sabina (Úbeda, España, 1949) despertó a la vocación literaria antes que a la musical y ya en la adolescencia compuso sus primeros versos. En sus más de veinticinco años de carrera musical ha fraguado una leyenda, alimentada tanto por su trayectoria vital como por los personajes que recorren sus canciones, y sigue creando con la frescura de un poeta urbano inimitable.

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Joaquín Sabina

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Curándome en salud

Por Joaquín Sabina

A los 14 (parece que fue ayer) el rey Melchor se lo hizo bien conmigo y me trajo, por fin, una guitarra.

Aquel adolescente ensimismado que era yo, con granos y complejos, en lugar de empollar física y química, mataba las horas rimando, en un cuaderno a rayas, versos llenos de odio contra el mundo y los espejos. El mundo, lejos de sentirse aludido, seguía girando (que es lo suyo), desdeñoso, sin importarle un carajo mi existencia. Y los espejos, cabrones, en vez de consolarme con mentiras más o menos piadosas, me sostenían cruelmente la mirada.

Vivía en un sitio que se llamaba Úbeda. Algunas noches, mientras mis padres dormían, me daban las diez y las once y las doce y la una practicando con sordina, en mi flamante guitarra, los acordes de “Blanca y radiante va la novia”, o iniciándome en el furtivo y noble arte de la masturbación, o suspirando por mi vecina, una rubia de bote que suspiraba por un idiota moreno que tenía una bici de carreras y jugaba al baloncesto. Sólo se me ocurrían tres maneras de atraer su atención: triunfar en el toreo, atracar un banco o suicidarme. Lo malo era que las tres exigían una sobredosis de valor que yo no poseía.

Yo poseía mi cuaderno a rayas cada vez más lleno de ripios contra el mundo, mi guitarra, cada vez más desafinada… y un plano del paraíso, que resultó ser falso.

Y la vida, previsible y anodina, como una tarde de lluvia en blanco y negro.

Pero en la pantalla del Ideal Cinema, cuando no daban una de romanos, el viento golfo de Manhattan le subía la falda a Marilyn y era domingo, y no había clase, y los niños de provincias soñábamos despiertos y en technicolor con pájaros que volaban y se comían el mundo. Y el mundo que querían comerse los pájaros que anidaban en mi cabeza… pongamos que se llamaba Madrid.

Así que un día me subí, sin billete de vuelta, al vagón de tercera de uno de aquellos sucios trenes que iban hacia el norte, me apeé en la estación de Atocha y aprendí que las malas compañías no son tan malas y que se puede crecer al revés de los adultos; y supe, al fin, a qué saben los aplausos y los besos y el alcohol y la resaca y el humo y la ceniza, y lo que queda después de los aplausos y los besos y el alcohol y la resaca y el humo y la ceniza. Tal vez por eso mis canciones quieren ser un mapamundi del deseo, un inventario de la duda, siete crisantemos con espinas.

Y cuando las cartas vienen malas y amenaza tormenta y los dioses se ponen intratables y los hoteles no son dulces y todas las calles se llaman Melancolía, todavía fantaseo con debutar sin picadores o con desvalijar sucursales de Banesto o con probar mi suerte a la ruleta rusa, pero ahora, en lugar de tirarme en Las Ventas de espontáneo, o de remitirle una carta póstuma a Garzón, o de ahorrar para una Smith & Wesson del especial, escribo en technicolor la canción de las noches perdidas, para vengarme de tantas tardes de lluvia en blanco y negro, de tantos hombres de traje gris, de tantas rubias de bote que se van con idiotas morenos que juegan al baloncesto, de tantas bocas adorables que nunca fueron mías, que nunca serán mías.

Aquellos granos trajeron estas cicatrices y aquellos Mihuras que nunca toreé me cosieron a cornadas el alma. Pero no me quejo; tengo amigos y memoria y risas y trenes y bares y una mala salud de hierro y un puñado de canciones recién salidas del horno que me tienen orgulloso como un padre primerizo que babea. Y, de cuando en cuando, una rubia de bote me tira un beso, desde el público, aprovechando un despiste de su novio; ese idiota moreno que juega al baloncesto.

¿Qué a qué viene todo esto? Pues a que anochece y está lloviendo y los periódicos hablan de elecciones y yo no sabía qué deciros de esta boca que es, desde ahora y para siempre, más vuestra que mía.

Fuente:

Sabina, Joaquín. Con buena letra. Ediciones Temas de Hoy, España, 2007.

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Joaquín Sabina - Ilustración por Carlos Alberto Morote Bernal

Joaquín Sabina
Ilustración por
Carlos Alberto Morote B.