Lectura y Conversación

Ricardo Aricapa

Noviembre 23 de 2006

"La Comuna 13" en ElColombiano.com

Comuna 13
Foto por Henry Agudelo
El Colombiano.com

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Ricardo Aricapa Ardila (Riosucio, Caldas, 1956), egresado de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia (1983), se ha desempeñado como periodista en Radio Caracol, El Mundo, El Colombiano y la revista Semana, entre otros. Ganó el Premio Nacional de Periodismo Antonio Nariño en 1986 por una serie de crónicas sobre la cárcel de Bellavista. Director de Comunicaciones de la Alcaldía de Medellín (2001- 2002). Ha publicado “El libro del agua” (1993), “Historias de mi estación – Metro de Medellín” (1995), “La historia de la aerolínea ACES” (1996), “Medellín es así, crónicas y reportajes” (1998), “Fotoreporter – Perfil periodístico del reportero gráfico Carlos Rodríguez” (1999), “La persistencia de las ideas – 70 años de la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia” (2005) y “Comuna 13, crónica de una guerra urbana” (2005). Actualmente trabaja como periodista free lance y es profesor en el Seminario de Periodismo Narrativo de la Universidad de Antioquia.

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La boda

Por Ricardo Aricapa

El prestigio y cierta influencia que Esperanza tenía como líder comunitaria le granjearon algunos empleos temporales en la Administración Municipal. El mejor remunerado y el que más tiempo le duró, casi dos años, fue un puesto en la Sección de Aguas de Empresas Públicas, donde su tarea consistía en surtir de agua las zonas que todavía no tenían servicio de acueducto. Desde por la mañana salía en un carro cisterna cargado de agua a recorrer los barrios y a llenar con mangueras los baldes, las canecas, las ollas y cuanta vasija sacara la gente.

“Ese fue el mejor puesto que tuve. Pero salí por de malas, y porque siempre hay mucho envidioso en este mundo. Resulta que había barrios en los que los muchachos, por pura ociosidad, le tiraban piedras al carrotanque. Pues a Empresas Públicas fueron mis enemigos de la política a decir que yo era la revolucionaria que promovía esas pedreas. Y tanto intrigaron hasta que me echaron. Después de eso me dediqué a hacer morcilla y empanadas, que salía a vender al Veinte en un carro de aluminio que me regalaron”.

Fue esa la época en que conoció a los milicianos. Según se decía en el barrio, éstos habían aparecido en la parte alta de la comuna, donde tenían escondites y salían a patrullar de noche con armas y capuchas, por lo que la gente, para abreviar sin nombrarlos, los llamaba los “caretrapos”. Todos los vecinos hablaban de ellos y algunos decían haberlos visto. Esperanza los vino a conocer el 8 de diciembre de 1991, fecha imposible de olvidar porque justo ese día fue la boda de Miriam Daryei, boda en la que planeaba tirar la casa por la ventana y en la que llevaba trabajando muchos días.

“Para que todo el barrio amaneciera comentando lo buena que había estado la boda”.

Y en efecto, al templo de la parroquia Bienaventuranzas del Veinte de Julio llegó Miriam Daryei con un vestido blanco que llegaba hasta el piso, cuyo alquiler le valió a Esperanza un ojo de la cara, seguida de un par de pajecitos con ramos de flores, mientras en la nave de la iglesia, repleta de gente, retumbaba la marcha nupcial de Mendelssohn. Luego los invitados, más de cien —la novia adelante con su cola de organza barriendo las escalas—, se dirigieron a la casa de Esperanza, donde obviamente no cupieron todos. La sola novia ocupaba media sala. A muchos les tocó quedarse en el patio, previamente engalanado con bombas y guirnaldas.

A eso de las seis de la tarde pasadas, cuando la fiesta estaba a punto de empezar, la gente ya se disponía a entregar los regalos y los novios en el centro de la sala esperaban que sonara el vals para empezar a bailar, se oyó un revuelo en el patio y alguien que gritó, duro para que los de adentro oyeran: 

—¡Ahí vienen  los caretrapo! ¡Vienen para acá los caretrapo!

—¡Ay madre santísima!— alcanzó a decir Esperanza antes de que los invitados salieran despavoridos de la sala, llevándose los regalos sin entregar, los pasabocas, las botellas de aguardiente y pedazos del pastel arrancados a los manotazos.

Fue un susto tal vez desmedido, pero para nada infundado. Tenía una cercana y macabra explicación. Por esos días, por los lados de El Salado y el barrio El Corazón hubo una seguidilla de asesinatos selectivos. En cuestión de días varios muchachos aparecieron asesinados a bala, y a su lado les dejaron letreros de esta laya: por ladrón, por vicioso, por sapo; lista a la que después agregarían: por violador de mujeres. Por eso cuando los invitados vieron bajar los “caretrapos” creyeron que venían a llevarse gente de la fiesta, y armaron la alharaca.

“Porque entre tanto invitado algún ladrón, vicioso, sapo o violador de mujeres podía haber. ¿Eso quién lo podía saber? Total que el susto fue el verraco y en un dos por tres se desocupó la casa. Y yo en medio del alboroto les fui entregando a los invitados el trago, la torta y todo lo que había sobre las mesas, para que por lo menos les tocara algo de la fiesta”.

Cuando el último invitado salió, Esperanza cerró la puerta con tranca. En la casa sólo quedaron los escombros de una fiesta que no alcanzó a empezar y la familia asustada, esperando que en cualquier momento tocaran a la puerta los encapuchados. Pero no tocaron.

Al día siguiente, a las ocho de la mañana, después de una noche intranquila —la rabia la dejó dormir poco— Esperanza escuchó que tocaron la puerta y se levantó a abrir. Era un joven que no conocía, alto y flaco él, educado.

—Yo vengo a pedirle disculpas por lo de ayer —le dijo.

—Cómo así lo de ayer  —le preguntó Esperanza, desconcertada.

—Sí, por lo que pasó ayer. Nosotros éramos los encapuchados. Y créanos que no veníamos a dañarle la fiesta, sino a cuidársela.

Y le anunció que, a manera de desagravio, al sábado siguiente harían una fiesta en la cancha para todo el barrio. Para que fuera ella con los novios, el resto de la familia y la gente que quisiera invitar. “Ninguno fuimos. Con qué alientos. Ya nos habían dañado la fiesta y eso no tenía reparación, porque una fiesta de bodas es el día que es y no cuando otro quiera”.

Y ahí quedó el asunto.

Fuente:

Comuna 13, crónica de una guerra urbana, Editorial Universidad de Antioquia, 2005.