Lectura y Conversación

Entrevista de
Robinson Quintero
a Martín Emilio
“Cochise” Rodríguez

Contrareportaje a
“Cochise a vuelo de tequila”
de Gonzalo Arango

Febrero 24 de 2011

Robinson Quintero Ossa - Fotografía por Jairo Ruiz Sanabria

Robinson Quintero Ossa
Foto por Jairo Ruiz Sanabria

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Robinson Quintero Ossa (Caramanta, Antioquia, 1959). Poeta y ensayista. Licenciado en Comunicación Social y Periodismo por la Universidad Externado de Colombia. Ha publicado los libros de poesía “De viaje” (1994), “Hay que cantar” (1998), “La poesía es un viaje” (2004) y “El poeta es quien más tiene que hacer al levantarse” (2008). Textos de investigación literaria: “Catálogo José Asunción Silva 1896-1996” (Banco de la República, 1996) y “Un panorama de las tres últimas décadas” para el libro “Historia de la poesía colombiana” (Casa de Poesía Silva, 2009), junto a Luis Germán Sierra. Libros de periodismo literario: “13 entrevistas a 13 poemas colombianos [y una conversación imaginaria]” (Fundación Domingo Atrasado, 2008) y “El país imaginado” (2010).

Martín Emilio “Cochise” Rodríguez nació el 14 de abril de 1942 en el sector de Guayabal, barrio Cristo Rey de Medellín. Once días después de su nacimiento quedó huérfano de padre y su madre Doña Gertrudis Gutiérrez asumió la responsabilidad de educar a una numerosa familia. Sus primeros triunfos como ciclista fueron en México. Luego de un sexto puesto en la Vuelta a Colombia de 1961, donde se tituló Campeón Novato, a finales de esa misma temporada fue convocado por el técnico del equipo nacional, el francés José Beyaert, para integrar, al lado de Rubén Darío Gómez, Antonio Ambrosio y Alfonso Galvis, la cuarteta colombiana en la octava edición de la Vuelta de la Juventud Mexicana. Cochise ganó la primera etapa entre México y Toluca. En la prueba fue dos veces subcampeón, en 1964 y 1967, y en la pista del velódromo Agustín Melgar de la Ciudad de México estableció el 7 de octubre de 1970 la marca mundial de la hora para aficionados.

Su lista de triunfos es extensa: Campeón de la Vuelta a Colombia (1963, 1964, 1966 y 1967), Campeón del Clásico RCN (1963), Campeón de la Vuelta al Táchira en Venezuela (1966, 1968 y 1971), Ganador de la etapa 15 del Giro de Italia, entre Firenze y Forte dei Marni, (1973), Ganador de la etapa 19 del Giro de Italia, entre Baselga di Pine y Pordenone, (1975), Gran Premio Ciudad de Camaiore, Campeón del Mundo, 4.000 metros persecución individual, Varese, Italia (1971), Campeón Sudamericano, 4.000 metros persecución individual, Medellín, Colombia (1969), Campeón Panamericano, 4.000 metros persecución individual, Winnipeg, Canadá (1967), Campeón Panamericano, 4.000 metros persecución individual, Cali, Colombia (1971), Campeón Panamericano, 4.000 metros persecución por equipos, Cali, (1971), Campeón Bolivariano, 4.000 metros persecución individual (1967, 1965 y 1970), Campeón Centroamericano, 4.000 metros persecución individual (1962, 1966 y 1970), Ganador del Trofeo Baracchi (1973), Ganador del Gran Premio Citta Di Verona, Mejor deportista del año en Colombia (1967, 1968, 1970 y 1971). Cochise es también famoso por su conocida frase: “En Colombia se muere más gente de envidia que de cáncer”.

Con la participación de Martín
Emilio “Cochise” Rodríguez

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La Hora Calmadoral anuncia que son las 6 y 45. Mi hombre llega al fin. Se para al frente sin mirarme. Como no dice nada me levanto y le doy la mano. Él se escarba con la uña una tirita de carne que se le quedó enredada en los dientes. Sigue sin decir nada, como a mil kilómetros de distancia. Este campeón parece difícil de entrevistar. Su tontería o falta de hospitalidad me desaniman bárbaramente.

Mientras se presta al diálogo lo observo: es un tipo alto, mide un metro con ochenta, pesa 75 kilos, buen mozo, de aspecto ingenuo pero viril. Viste un bluyín azul, camisa bicolor, irradia el esplendor propio del éxito y la buena salud.

Nada enturbia su mirada ni su frente: ni el pensamiento ni una nube de tristeza.

Gonzalo Arango

Gonzaloarango.com

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“Cochise” y Gonzalo Arango
a vuelo de tequila

(Fragmento del Contrareportaje a
“Cochise a vuelo
de tequila”
)

Por Robinson Quintero Ossa

Era la primera vez en mi vida que conversaba de tú a tú con un campeón mundial. Por el teléfono le dije mi nombre lo más redondamente posible para que lo recordara de ahora en adelante. Me respondió de una vez, haciendo el gracioso:

—¡Ah, Robinson Crusoe!

Ya había leído que era un bromista de primera, de lengua fácil para las ocurrencias. En Medellín es estimado como un bacán de cuadra, un gregario al que no le pesan sus títulos mundiales, sus marcas al cronómetro, sus cuatro casacas de campeón de la vuelta a Colombia.

Eso me entusiasmó. Estaba liso de ánimo. Pero su voz, de repente, al otro lado de la bocina, caló cuando le dije el motivo de mi llamada: “Soy poeta y quiero escribir un reportaje sobre el reportaje que le hizo Gonzalo Arango”.

El campeón pensó en comienzo que la conversación giraría sobre pedales, bielas, pinchazos, nombres ilustres del ciclismo mundial, sus títulos, su leyenda, fisgoneos trillados de reportero deportivo; pensó que Cochise sería el protagonista del reportaje.

Yo, en cambio, le proponía algo inesperado, una conversación en la que él no sería líder del lote sino coequipero, un corredor más del pelotón, y el protagonista, el que llevaba la franela amarilla, un poeta que se hizo llamar loco, genial y peligroso.

El mismo poeta que bajo el seudónimo de “Aliocha” (reencarnando al único hermano piadoso de Los hermanos Kamarazov, de Fiodor Dostoievski), en un reportaje publicado en 1968 en la revista Cromos, lo puso en ridículo y lo menospreció, junto a su familia, moviendo a risa a sus lectores.

Comprendí que eso lo trastornó. Después, su respuesta fue decidida.

—Cuando quiera. ¡Usted sabe que yo soy abierto pa’ lo que sea!

Le dije a Cochise que sería bueno que el encuentro tuviera lugar en su casa del barrio Simón Bolívar, que es la misma que visitó hace más de cuarenta años el poeta nadaísta. Era el sitio perfecto para reconstruir los hechos del reportaje. Me picaba, no lo niego, la curiosidad de ver si aún, presidiendo la sala de recibo, permanecía colgado el cuadro que Gonzalo Arango describió, en uno de los párrafos de entrada memorables del reportaje colombiano, como “el corazón de Jesús más feo del mundo”.

Quería, ubicado en el lugar de los acontecimientos, con uno de los personajes de aquel encuentro, entender por qué el mal alado poeta de Andes, malvado y burlón, trazó al campeón como un hombre presuntuoso, machista, pesetero, envidioso y desagradecido; por qué lo tiró a matar.

Pero Cochise se negó. Tal vez porque le era un desconocido; tal vez porque le entró mala espina cuando mencioné el nombre de Gonzalo Arango. Ya había aprendido la lección: no es bueno a una casa de familia dejar entrar poetas.

Le pregunté entonces si recordaba el reportaje, si conservaba la revista Cromos donde apareció publicado.

—Recuerdo lo que escribió, que el corazón de Jesús más feo del mundo estaba en la sala de mi casa. Y otras burlas que hizo. A mi mamá, que se enojó mucho cuando leyó eso, le dije: “No se preocupe vieja, él es un nadaísta, uno de esos que no creen en Dios, ni en lo que comen, ni en lo que beben…”.

El plusmarquista mundial dijo esto con evidente decepción. Quizás, por eso, no permitiría ahora que otro poeta, por más piadoso que fuera, entrara a su casa.

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Para mi gracia, el poeta de la cicla me citó para unos días después a una cafetería vecina al velódromo de Medellín, que lleva su nombre; nombre que, luego de mirar mucho, no vi grabado en la puerta de entrada ni en ninguna otra parte del óvalo.

Esto no es extraño en Colombia. No importa que el ninguneado sea el deportista del siglo XX, el artífice de los primeros triunfos internacionales del ciclismo colombiano y, para muchos, un ejemplo a seguir por los jóvenes ruteros y pisteros.

Para bordear los 68 años de edad, Cochise está hecho un pincel; al fin y al cabo, siempre retó al tiempo en los cronómetros. Su talla impresiona, su porte. Apenas sus ojos, cuando sostienen la mirada, parecen idos y opacos, como si empezaran a entrever no sé qué distancia, qué raya de meta, delante él.

El pelo de su coronilla ha volado. En su pecho, a la altura de la clavícula, un bulto sobresale, lo que parece ser un hueso mal calcificado, traza de un accidente ciclístico. Gonzalo Arango, en 1968, lo describió así: “Es un tipo alto. Más de un metro con ochenta. Pesa 75 kilos, buen mozo, de aspecto ingenuo, pero viril…”.

En mi memoria de pronto hacen flash las tomas que le hizo en el esplendor de su juventud el fotógrafo Horacio Gil Ochoa, planos en los que il capo di squadra se ve imponente al lado de su caballito de acero. Algo queda de todo eso.

Por ejemplo, sus muslos. Anchos, poderosos, firmes. No pude dejar de volver a mirarlos, admirado, a ocultillas de su vistazo, como un niño al que se lo come el asombro. Eran realmente magníficos, impresionantes. Los muslos de un campeón.

Cochise parece ser de temperamento tranquilo, de modales llanos, alguien desprevenido que considera, sin embargo, tener todo claro. Los pódiums, las medallas, los titulares de prensa, los homenajes, la ovación de la multitud, parecen haberle dado con el tiempo esa chapa de hombre inequívoco, abierto y conversador. (…)

Fuente:

Comunicación personal.

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Martín Emilio “Cochise” Rodríguez y Javier “El Ñato” Suárez

Martín Emilio “Cochise” Rodríguez
y Javier “El Ñato” Suárez