Presentación

Sabotaje

Abril 25 de 2013

“Sabotaje” de Andrés Delgado

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Andrés Delgado (Medellín, 1978) estudió Ingeniería de Producción en la Universidad Eafit. Ha sido militar, ingeniero y periodista. En 2011 ganó la Beca de Creación en Novela de la Alcaldía de Medellín. Es blogero y columnista en Moleskine®32 y Piel de topo en la revista FronteraD. Sus artículos y crónicas han aparecido en UniversoCentro y en importantes revistas digitales en español: Cronopio de Colombia, El Puercoespín de Argentina, Replicante de México y FronteraD de España. Durante su permanencia en las filas del ejército tuvo claro que prestar el servicio militar obligatorio sólo valdría la pena si después contaba su versión de la historia. Aunque “Sabotaje” es una historia de ficción, la experiencia como policía militar fue el insumo para la reportería de esta novela.

Presentación del autor por
Ana Cristina Restrepo

Invita:

Revista Cronopio

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Los libros de esta colección de Becas a la Creación en novela, poesía, cuento, ensayo, periodismo narrativo, dramaturgia y cuento infantil son una muestra palpable del trabajo realizado por creadores de Medellín en los últimos años, gracias a los estímulos económicos que otorga la Alcaldía mediante el recurso limpio y transparente de las Convocatorias Públicas de Fomento al Arte y la Cultura.

Como estos libros, muchas otras producciones artísticas que antes no pasaban de ser sueños, proyectos a largo plazo, están hoy recorriendo las calles de nuestra ciudad, convertidas en artes visuales y audiovisuales, teatro, artesanía, música y danza para la reflexión y el disfrute de toda la ciudadanía.

En el arte y la cultura, también se ve que Medellín es un hogar para la vida.

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Y es precisamente en ese espíritu de rebeldía que, lejos de un acto de falsa modestia, rechaza el título de periodista o de narrador de sus historias. Con soltura afirma que su periodismo de autor no es más que un título disfrazado para hacer lo que se le da gana con el texto, para utilizar técnicas narrativas, para hablar del mundo que se ve a la vuelta de la esquina. El punto es sin duda contar historias verdaderas, pero sin seguir ningún decálogo como los que enseñan en las clases de periodismo o de pretender una falsa objetividad. La crónica se ha convertido en su instrumento predilecto para hacer uso de su periodismo de autor. Desde allí combina la técnica investigativa con las herramientas que le proporciona la libertad de ser el autor y el testigo de lo ocurre. Sin seguir ningún esquema, sin pretender no estar, sin aparentar nada, podemos ver a Andrés Delgado detrás de las líneas, indignado por la conchudez de François Girbaud.

Jeffrey Ramos

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Andrés Delgado

Andrés Delgado

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Sabotaje

Capítulo 1

Por Andrés Delgado

Rodeo la boquilla del cañón, siento el frío del metal y la firmeza del acero. Voy arriba y abajo, deslizando las yemas por la superficie. Levanto el fusil y lo encajo en mi hombro, sostengo la empuñadura y la palma de la mano encaja perfecta para meter el índice en el gatillo. Apoyo la culata. Subo la perilla por las tres posiciones: ráfaga, tiro a tiro y seguro. Cierro un ojo y apunto a la montaña. Los 4.4 kilogramos se reparten entre el hombro y mis brazos. Siento su peso. Su dominio. La potencia del disparo. Tengo la misma impresión cuando tenía ocho años y mi tío carpintero me hizo un fusil de palo: la sensación infantil de sentirme poderoso. No creo en los hombres, creo en sus armas. Este aparato hecho para quebrarle el culo a cualquiera me tiene eclipsado.

El fusil G-3 calibre 7.62 milímetros, mide 1.2 metros y sopla un cargador de veinte cartuchos en menos de tres segundos, suficientes para fumigar al combo de la esquina. Cada disparo viaja a una velocidad de 900 metros por segundo, casi tres veces la velocidad del sonido. El estallido se debe a la compresión de los gases y a la pequeña explosión sónica. Un revólver calibre 38 tiene seis cartuchos y un alcance de 60 metros. Si te disparan con un 38 tienes opción de esquivar la bala si estás a unos 30 metros. A esa misma distancia nadie esquiva un disparo de un fusil G-3. Ningún sicario con el cerebro en su lugar y armado con un 38 nos enfrentaría. La ventaja que tenemos está medida en la potencia del disparo.

Un Galil calibre 5.56 con alcance de 400 metros es un fusil de asalto con potencia ligera. La M-2, con cartuchos de 12.7 milímetros, es una ametralladora pesada para defensa antiaérea. La M-2 utiliza trípode y caja de munición, pesa 30 kilogramos y necesita por lo menos tres soldados para operarla. Mi fusil está en medio de los dos. No es ligero como el Galil, ni pesado como el M-2, pero es la razón para que la Policía Militar sea respetada en Medellín.

La compañía D está formada en la plaza de armas y los pelotones vamos pasando por escuadras a la bodega de armamento. Es el día que hemos esperado por más de un mes de instrucción. Desde niño, con el fusil que me regaló el tío, quise disparar un arma de largo alcance. Ahora no solo voy a dispararla, sino que será mía por mucho tiempo.

Ventea con fuerza y el pabellón nacional se sacude junto a la bandera blanca y verde de Antioquia. Me voy a un extremo de la plaza de armas, el campo abierto en la montaña del barrio Buenos Aires. Hace cinco semanas, en este rincón de la pista, me senté el primer día que llegué al batallón Bomboná. Tengo la misma panorámica: el edificio blanco y sus ventanas rotas y corroídas. Las tribunas, la montaña, la ladrillera y las garitas. Ese primer día saqué mi walkman y escuché Los rockeros van al infierno, sintiéndome un perro asustado.

Ahora soy diferente. Sostengo mi fusil G-3, marcado con el código: 213e34. Ensayamos algunas posiciones de tiro en el pelotón. De pie: abriendo las piernas e inclinándonos hacia adelante. De rodillas, como los muñequitos de guerra; bocabajo, como los francotiradores. También probamos algunas poses para cuando tengamos una cámara fotográfica. Jugar con el fusil nos hace olvidar las humillaciones que hemos sufrido en este encierro.

Formamos de nuevo el segundo pelotón en la plaza de armas. La moral arriba, el fusil en las manos y las cartucheras en la cintura. Complacidos y satisfechos. En camino de ser verdaderos PM.

¡Atención, firrr! —grita mi teniente Ospina.

El pelotón se cuadra y suenan las culatas de los fusiles sobre el cemento. Mi teniente nos mira con indiferencia. No entiende nuestro orgullo cuando escuchamos el golpe cerrado de los metales. Sacamos el pecho y fingimos solidez. Mi teniente Ospina dice que el fusil es una herramienta de trabajo, y como tal, tiene que convertirse en parte de nuestro cuerpo. Tenemos que dejar de sentir su peso y su volumen; volverlo tan natural como si fuera otro brazo.

¡Vuelta a la palmera!

De un manotazo, mi teniente Ospina nos borra la emoción del nuevo juguete.

¡A ver, pues! —grita— ¡Y forman en hilera!

Cincuenta reclutas salimos pitando. Cuarenta metros de ida y cuarenta metros de venida para dejarnos sin aire. Corremos con el fusil en las manos. Lo agitamos como locos. Las cartucheras saltan en la cintura. Aprieto la cara. Corro con dificultad y empujo desesperado. El pelotón se dispersa y los que van a la cabeza ya giran por la palmera. El resto quedamos relegados. Me falta el aire. López deja caer el fusil contra el hormigón. Si esta misma vuelta era antes un tormento, ahora, con el fusil, el giro a la palmera se hace todavía más odioso.

Me descargo contra el último en la fila y mi fusil choca contra su espalda. Otro me cae por detrás y empuja. Su fusil golpea mis omoplatos y siento la dureza del acero. Apretamos y nos esforzamos por mantener el equilibrio. Por detrás siguen cayendo contra la fila y cada uno se descarga contra un espinazo. Por nada y quedo de último. Soy un mal soldado. El corazón me palpita. Los fusiles entre las espaldas y las cabezas. Mi teniente Ospina al frente, con sus ojos de rata, impasible ante el despelote que hemos formado. Me ahogo y empujo. Nadie quiere quedar de último.

¡Hasta tres para formar el pelotón! —grita mi teniente.

De nuevo el despelote. Nos revolvemos entre culatazos y maldiciones y formamos las escuadras. La reata me pela la cintura. Ahora mi teniente Ospina me dirige una mirada con desprecio. Sabe que soy uno de los soldados más lentos.

¡Atención, firrrr!

Ospina camina alrededor del pelotón. Nadie mueve los ojos.

—El fusil es la novia —dice—, y la novia nunca se descuida. Una novia nunca se presta, y se extraña cuando no se tiene.

Mi teniente se para al frente y abre las piernas.

¡A discreción! —y cae un solo zapatazo.

¡Pra! Perfecto.

¡Vuelta a la palmera!

De nuevo la sofocante carrera entre cincuenta reclutas.

¡Los últimos —grita desde atrás—, bajan a la guardia hoy por la noche!

Salgo en persecución y golpeo la cabeza de Castro con la culata. Me disculpo. El hombre frota su cráneo y me echa una violenta mirada. Hago todo lo posible por agitar las piernas, pero por más esfuerzo no logro avanzar. Parecemos en una carrera con un par de bolsas de mercado en las manos. Así de torpe, así de irritante. La puta palmera está lejísimos y los primeros compañeros ya vienen de regreso. Bedoya corre conmigo encendido por la rabia. Terminamos de dar la vuelta juntos y hacemos un trotecito de mala gana para llegar hasta la caótica fila. Estoy abatido. Bedoya y yo vamos a la cola entre cincuenta soldados. Somos los últimos, los peores.

Al frente está mi teniente Ospina con las manos en la cintura mirándonos como si fuéramos unos mugrosos gamines.

Bedoya y Cartagena al frente —grita

El resto del pelotón gira para mirarnos. Algunos reclutas en la fila sonríen y otros nos compadecen.

Caminamos desanimados y mi teniente anota los apellidos. Como ya lo sentenció: la nuestra no será la mejor noche.

Fuente:

Delgado, Andrés. Sabotaje. Editorial Planeta, Beca de Creación en Novela, Bogotá, 2012.