Presentación

Siempre martes

—8 noviembre de 2016—

«Siempre martes» (antología) del Taller de Escritores «A mano alzada»

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El escritor Marco Antonio Mejía T., director del «Taller de Escritores A mano alzada», y sus participantes, le invitan a la presentación del libro de relatos «Siempre martes». Autores: Adriana Toro T., Alfredo Londoño G., Ana María Cadavid M., Ana Ramírez G., Clara Inés Gallo V., Constanza Toro B., Dora Barrientos de Z., Doris Ortega S., Elkin Cossio B., Jorge Mario Sánchez T., Manuel Restrepo R., Marco Mejía T., María Isabel Fernández V., Patricia Escobar B. y Vanesa Londoño C.

Todos los martes el Taller de Escritores «A mano alzada» celebra la vida a través de la palabra. El libro está dedicado a la memoria de la amiga y compañera María Isabel Fernández Villa.

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A mano alzada nombra la actividad del taller literario que, bajo la hospitalidad de la Casa Museo Otraparte, sesiona los martes a la sombra de ese espíritu creativo y desafiante de Fernando González, quien clamó por el derecho de mantenerse a la defensiva habitando los territorios del ingenio y la reflexión. […] Confluyen en estas páginas dos tendencias temáticas: en la primera parte los autores han elegido un texto que valoran entre los diversos ejercicios creativos propuestos; en la segunda parte se acercan al tema epistolar, ya sea bajo la modalidad del envío o el pretexto o el motivo para poner la carta como un eje de la historia. Siempre Martes es el título escogido para esta recopilación. En su concepto hay un significado del tiempo que nos reúne en esa sucesión de minutos y da la suma de dos horas en las cuales acontece —como en la legendaria película Nunca en domingo— un encuentro que, a la manera de un hurto a las horas, asegura que la palabra ruede cada martes para acoger el proceso de escribir.

Marco Antonio Mejía T.

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«Siempre martes» (antología) del Taller de Escritores «A mano alzada»

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Viento lunar

Por Ana María Cadavid Moreno

—Hoy el hombre, por primera vez, pisará la Luna —dice Tatín blanqueando los ojos. Y en mi Primera Comunión el padre decía: «Dios vino a la tierra y se hizo hombre».

Me siento en el suelo. La revista Life está en la mesa. Mi papá no deja que la recortemos. Se pone furioso si la rayamos. Las hojas son grandes, llenas de fotos, con mujeres muy bonitas, de pelo largo, suave, y señores peinados con gomina. Los astronautas están ahí con sus trajes espaciales. Llevan el casco en la mano y tienen los ojos azules. Yo nunca he tenido el pelo largo. Me lo cortan cada vez que me llega a los hombros porque, como dice mi mamá, con ese pelero me veo horrible. Para la Primera Comunión, ella me peinó con rulos y los guantes que me pusieron eran de cuando ella era joven. Me quedaban grandes. Enormes. Yo estaba furiosa con ese peinado de señora, pero mi mamá estaba feliz echándome laca para que el viento no me despeinara. Y todos decían que cada vez me parecía más a ella. Cuando me miraba en el espejo me quería arrancar la cabeza. Odio ese olor a laca. ¡Gas!

—¡Cuidado se enreda en el televisor! —Tatín regaña… En la confesión, en el colegio, tuve que inventar muchos pecados y, de último, dije que era mentirosa. Y llegar con esa rabia al Seminario Mayor, a esa iglesia que parece una luna estrellada, como si se hubiera caído del cielo destartalándose en plena montaña, fue horrible. Mi papá me dijo que dejara la mala cara en el carro y mi mamá que no estirara trompa.

—¡Ya casi es la hora! —Tatín grita… Yo era la primera en la fila porque no tenía ocho años. Y tenía que entrar en esa luna, con esos guantes enormes, con esos zapatos de charol apretados, con ese cirio en llamas, con ese pelo enlacado. Con mi «hermoso» peinado de bomba. ¡Gas!

Tatín enciende el televisor.

—¡Sentadosss! —le silba la caja de dientes en todas las eses. Mi papá lo invitó a vivir acá porque se había peleado con la tía Nena, que es su verdadera casa. Y llegó el día de mi primera comunión, sin regalo. Normal. Él nunca me ha dado ningún regalo. A nadie. Y por el teléfono le dijo a la secretaria: «Desde ahora voy a vivir en el palacete de mi hija Leonor». A mi mamá le pareció la peor idea del mundo, pero él ya estaba en la casa y no tenía más remedio que aguantárselo. El cuarto del pasillo, donde él duerme, tiene las cortinas y la puerta cerradas. Es raro, siempre se encierra. Se levanta tarde, desayuna muy tarde y viene a almorzar a las cuatro cuando tomamos el algo. Por la noche no come sino que se toma un vaso grande con whisky para dormir. Nada le gusta. Cuando le pidió las llaves a mi papá, para poder llegar más tarde, él le dijo que no, que esta casa no es un hotel. Gruñe como un perro, mastica y escupe. El huevo tiene que ser, «ni muy duro ni muy blandito». El café «con dos cucharaditas y media de azúcar». La carne, «tres cuartos». Y nada que sea picado porque dice, «que se lo coma el que lo masticó». Cuando se baña se demora mucho poniéndose colonias o cosas raras y sale oliendo «como un Dandy», eso dice mi mamá y él se va para la calle con su vestido negro, la camisa blanca, el pañuelo rojo y las gafas oscuras. Afuera lo espera Torres, el chofer. El carro es muy bonito: un Mustang plateado con las sillas rojas, muy rojas. Y su chofer, claro. A mí me gustaría que me llevara a dar una vuelta o al colegio o que me hubiera llevado a mi Primera Comunión. Nunca lleva a nadie. Mi mamá dice que se cree un playboy. Hace días la cocinera le preguntó, cuando estábamos viendo a Esmeralda, que si todavía le gustaban las mujeres y él le dijo que hasta después de muerto le iban a gustar. Ella se fue corriendo, muerta de la risa, para la cocina. Y camina despacio. Un paso, respira, otro paso, descansa, respira, y así, sin mirar a nadie… bueno, a casi nadie porque el otro día mi prima, la mayor, la de las minifaldas, se lo encontró en el centro y en vez de saludarla, le silbó. «Muy perro», dijeron las tías. «Píncher miniatura», dijo mi mamá.

—¡Quietosss! —Yo creo que Tatín es medio vampiro porque le encanta la oscuridad. Su cuarto, el de verdad, donde Nena, la hermana de él, está forrado en madera oscura y los vidrios son de color vino tinto. No se ve la calle, ni nada. El baño es verde oscuro, muy oscuro, y la lámpara casi no alumbra. La cama es de enfermo, de hospital. Con escalerita y manivela. Como sufre de asma, se asfixia y tiene un aparato enorme, con máscara, que produce una neblina que burbujea llena de oxígeno. Se lo trajeron de Estados Unidos. También tiene un espejo de tres lunas donde se pinta el pelo con un pegote negro que se llama Kabul. Mi mamá dice que es muy vanidoso. Que se cree Onassis. Yo no sé, pero en la mesa de noche hay una jarra y un vaso de plata donde pone la caja de dientes a flotar. ¡Gas!

—¡Ya empezó! ¡Ya empezó! —Todos miramos la pantalla del televisor. Hablan y hablan y no pasa nada. Polvo gris… y gris… y gris… y nosotros callados, aguantando la respiración, esperando a que un astronauta salga, haga algo, pero está como bobo y en la televisión dicen que es un momento muy importante, que el planeta está en vilo. Muestran a los de Estados Unidos que también están mirando la televisión de ellos y nosotros estatuas, esperando, porque parece que un astronauta se va a mover. Todo pasa tan ultrarecontrarrequetedespacio que mi hermano no se aguanta y empieza a miquear. Tatín le grita ¡mocoso! Entonces, en la televisión, hablan con la nariz tapada, diciendo cosas en inglés.

Y mi hermano se tapa la nariz y los remeda, y da saltos. Y Tatín se levanta y lo agarra del pelo y mi mamá le dice que lo suelte, que esta casa no es su casa. Y mi papá le sube el volumen al televisor y mi hermana se va para el cuarto y avienta la puerta. Y Tatín le dice a mi mamá que lo respete y ella le dice que en su casa habla como le da la gana y él le grita que así no se le habla a un padre. Y ella le grita que él solo ha sido un padre biológico, y se callan. Y yo me levanto y lo piso, y le pego una patada en la espinilla y le digo que como no me dio ningún regalo de Primera Comunión se va a ir para el infierno.

En la televisión dicen: «Este ha sido un pequeño paso para un hombre, pero es un salto gigante para la humanidad», y a mi abuelo biológico le ruedan gotas de Kabul por las patillas.

Fuente:

Siempre martes. Antología del Taller de Escritores «A mano alzada». Editorial Artes & Letras, Medellín, 2016, p.p.: 11-14.