Lanzamiento

40 años arando en el fuego

Taller de Artes de Medellín

—10 de septiembre de 2020—

Portada del libro «Taller de Artes de Medellín - 40 años arando en el fuego»

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Ver grabación del evento:

YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Hasta el día de hoy, el Taller de Artes de Medellín continúa ofreciéndonos una poética del arte, de la música, del teatro, difícil de encontrar en estos tiempos oscuros… Así, de la mano generosa de cada uno de sus integrantes, en sus obras, en sus búsquedas por distintas geografías, en la fidelidad que siempre han guardado a su expresión y a sus preguntas fundamentales, podemos afirmar que el Taller fue más que un lugar de reunión y de trabajo constante, fue y lo sigue siendo, una manera otra de asumir un compromiso vital con el arte y la poesía, con la libertad y la dignidad que cada oficio conlleva.

Más de cuarenta años después, seguimos celebrando esta hermosa tarea del Taller de Artes, su independencia y su voluntad de romper con las formas convencionales para abrirse a una nueva expresión… En las páginas de este libro que hoy presentamos, Samuel Vásquez hace un compendio de los momentos más importantes de esta experiencia, rindiendo también un reconocimiento al quehacer de algunos de los artistas que contribuyeron con su sensibilidad y su trabajo a fortalecer el puente que hoy nos une a la historia de uno de los momentos clave en la vida cultural de nuestra ciudad.

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Invitan:

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40 años arando en el fuego

Taller de Artes de Medellín

El Taller de Artes de Medellín nace, hace 40 años, de la apremiante necesidad de implementar e impulsar unas prácticas artísticas contemporáneas, diferentes de las existentes en la ciudad, y la realización de un impostergable deseo de creación y divulgación de poéticas propias.

Desde su fundación el Taller se diseñó con tres secciones artísticas diferentes, Música, Artes Plásticas y Teatro, pero con unos vasos comunicantes esenciales para que convivieran e interactuaran entre ellas, y sobre todo con la Poesía como sendero y como huella.

El Taller de Artes es una reunión de cómplices que se asocian para conspirar contra la triste realidad de esto que, por una suerte de ilusionismo cartográfico, convenimos en llamar Colombia. No nos ha interesado el arte como producto coherente con la realidad. Esta realidad no nos satisface y cualquier coherencia con ella sería una crasa traición a nuestros sueños y a nuestra visión de mundo. Es esta realidad la que hay que transformar.

El arte como generador de realidad poética rompe con lo dado real, engendrando deseos no autorizados, introduciendo a los espectadores en un diálogo no real pero posible, abriéndolos a imágenes anhelables, sin inducir esperanza que es sólo presente postergado, estupefaciente para la desesperación.

Hay un corte doloroso entre deseo y realidad del que el artista no es ajeno, sino que, por el contrario, es exacerbado por su sensibilidad y por su consciencia de la imposibilidad. Cada vez se alejan más realidad y deseo, y sólo un acto extraordinario es capaz de conciliar esa distancia. El artista sabe que ese acto preciso, precioso y necesario es el poema, que esa distancia es el lugar del poema.

La creación del Taller de Artes no buscaba que un grupo de artistas contribuyera con su vida, su capacidad de trabajo y su talento para servir a hacer sólida y perdurable una institución, sino, más bien, que la institución misma fuese la que posibilitara la realización de las obras y de los individuos que la conformaban. Afirmamos que toda institución es policía de la imaginación, esa loca de la casa.

Mucho menos se buscaba el establecimiento de una estética a priori, de un estilo preciso que homogenizara y agrupara la producción artística del Taller y las obras de los artistas que lo conformaban, instaurando una marca de origen que los distinguiera. Al contrario, ha sido notoria la diferencia de temas, tratamientos, expresiones y estilos de los artistas plásticos que han trabajado en el Taller.

En algún momento de su proceso creativo han estudiado o trabajado en el Taller de Artes de Medellín talentosos artistas como José Antonio Suárez Londoño, Luis Fernando Peláez, Clemencia Echeverri, Jorge Iván Grisales, Florina Lemaître, Carlos Mario Aguirre, Rubén Darío Trejos, Siervo García, Mauricio Duque, Carlos Gabriel Arango, Diana Gil, Ángela María Londoño, El Tío Conejo, Marta Marín, Tomás Arango, Héctor Álvarez, Kike Lalinde, Billy, Alfredo Zapata, Ana María Ochoa, Carlos Jiménez, Luis Pacheco, Fernando Marín, Fernando Pavón, Mario Restrepo, Eucaris Núñez, Jorge Gaviria, David Hernández, Julián Posada, Ángela María Restrepo, Mario Londoño, Darío Villegas, Dick Harold, Marcela Bernal, Nelson Nicholas, Francisco Londoño, Santiago Londoño, Margarita Isaza, David Robledo, Rosa Vélez, Pablo Montoya, Lucía Estrada, David Marín, Yenny León, Fernando Rendón, Jaime Espinel, Mario Gómez-Vignes, Rodolfo Pérez, Álvaro Rojas, Gustavo Yepes, Mario Yepes, Leonel Góngora, Umberto Giangrandi, Augusto Rendón, Juan Antonio Roda, Samuel Vásquez y muchos otros. Ellos han imaginado, creado y fecundado la poesía de las obras del Taller. Ellos han soñado, sentido y forjado la honda y palpitante vida que ha respirado el Taller. A ellos se debe que la risa se haya propagado como una viña feraz por todos los rincones.

Afiche de los talleres del Taller de Artes de Medellín

La propuesta original de la sección de Artes Plásticas fue implementar un Taller-laboratorio, abierto durante todo el día los siete días de la semana, con la orientación de Samuel Vásquez.

Este Taller-laboratorio se aleja totalmente de la difundida enseñanza academicista que recibimos en la universidad, en donde el repetido modelo de frutas o de yeso «son apenas una disculpa para pintar» (sic) y no el tema fundamental que ilumine un sendero expresivo, formal e investigativo.

En el Taller de Artes de Medellín se abrió el primer Taller de Grabado Independiente de la ciudad (1977). Allí asistieron como tutores Juan Antonio Roda, Augusto Rendón, Leonel Góngora, Umberto Giangrandi.

Foto de la agrupación «Clave de Luna» del Taller de Artes de Medellín

La propuesta inicial de la sección de Música fue actualizar el aprendizaje y la práctica musical en Medellín por medio de clases básicas de Lenguaje Musical, Escritura y Lectura Avanzadas, Teoría de la Música, Análisis de la forma, Armonía, Composición, Contrapunto, Dirección de Orquesta, Taller de Jazz, Taller de Coro, orientados, en un principio, por Álvaro Rojas, Rodolfo Pérez, Gustavo Yepes y Mario Gómez Vignes. Con un retraso histórico injustificable estas asignaturas no se habían implementado en el Conservatorio de Música de la Universidad de Antioquia ni en el Instituto de Bellas Artes, en donde todavía se impartía el preceptivo método Pozzoli, prerrequisito obligado para cualquier asignatura musical, sometiendo al estudiante a pasar más de seis meses practicando a diario el solfeo rezado que espantó muchas vocaciones.

Foto de la obra «El arquitecto y el emperador de Asiria» del Taller de Artes de Medellín

La propuesta de la sección de Teatro fue crear, por primera vez en la ciudad, un grupo de actores vocacionales que desarrollaran su propia dramaturgia y la puesta en escena de un teatro poético, ausente casi por completo en Colombia.

Esta urgencia de aventura poética estaba sustentada, afirmada y jalonada por una atenta e intensa preparación corporal, rítmica, vocal y visual, con talleres de solfeo, ritmo, danza, expresión corporal, exploración espacial, mimo y pantomima, lectura, foniatría, improvisación músico-teatral, color, que para entonces (1977) eran, sin duda alguna, pioneros en el teatro colombiano, y singularmente heterodoxos para las artes plásticas nacionales.

Fue este el primer grupo de teatro de la ciudad que hizo temporadas de una misma obra a lo largo de un mes, y mantuvo la programación de su sala con presentaciones de martes a domingo durante más de diez años.

Samuel Vásquez

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«El grupo del Taller de Artes de Medellín nos había creado una larga expectativa desde el montaje de Los hampones del poeta Jorge Gaitán Durán, a mi juicio, compartido con quienes tuvimos la oportunidad de presenciar la obra en el teatro del TPB (Teatro Popular de Bogotá), uno de los montajes más sobrios, más delicados y sugestivos de cuantos haya podido presenciar el teatro colombiano.

[…] Ante obras como Técnica mixta, la ausencia de una crítica es mayor pues sólo se podría hacer un texto poético sobre una obra que es, antes que nada, poesía. Poesía libre de servidumbres y camisas de fuerza. Para eso se necesitaría que quien fuera a ver esta obra hiciera una lectura poética de ella, que quien la mirara fuera, más que un crítico, un lector de sueños, que es donde se instaura la raigambre de la obra del Taller de Artes.

Técnica mixta es una obra que sirve de nexo entre pintura y poesía, entre imaginería plástica y poética, apoyada en el drama y la risa de quien hace, como diría un escritor con fama de cronopio, una vuelta al día en ochenta mundos.

Es a esta presencia del sueño a la que tanto ha invocado el arte desde los simbolistas o los románticos hasta los surrealistas, a la que apunta un arte total, cuya primera propuesta teatral en nuestro país, creo, es esta obra del Taller de Artes de Medellín».

Juan Manuel Roca

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«Cervantes nos dice: “Todos los aparatos de un hombre de teatro se encierran en un costal y se fijan en cuatro pellicos blancos, en cuatro barbas y cabelleras, y cuatro cayados, poco más o menos. El adorno del teatro es una manta vieja tirada con dos cordeles de una parte a otra”.

¡Hemos asistido en este festival a un acontecimiento extraordinario!

Yo asisto a muchos festivales. Dicen que los mejores de Europa son el de Bitef, el clásico de Avignon, el de Edimburgo. Pero yo diría que en las últimas versiones de estos tres grandes festivales europeos a los que yo he asistido, no he tenido la suerte de encontrar una obra fresca, una obra nueva que me propusiera nuevos caminos.

¡Y eso lo he encontrado aquí!

Yo he asistido a una obra con la que desde su título me quedé anonadado. Porque el mundo es un poco maravilloso y hay una serie de coincidencias a lo largo de la vida. De pronto voy a un teatro colombiano que no era un teatro, era un cabaret. Y veo que se llama nada menos que El bar de la calle Luna, de Samuel Vásquez. Les recomiendo que, si alguna vez van a Madrid, vayan a la Calle Luna. La Calle Luna es una calle muy interesante en España porque está al lado de dos puntos esenciales para el teatro… (qué presumido soy), para el teatro de Melilla, ciudad donde nací. Por un lado, tenemos la Calle Tudescos que está al lado mismo de El Bar de la Calle Luna, porque El Bar de la Calle Luna existe en Madrid: hay una calle que se llama Luna y hay un bar que se llama El Bar de la Calle Luna. Y allí está la Calle Tudescos, callecita que ahora han remozado desgraciadamente, donde, ustedes que conocen muy bien la vida de Cervantes, saben que vivió a poco de llegar de esclavo de Argel, y realizó una serie de obras de teatro que no tuvieron ningún éxito. Por eso, los que tenemos la desgracia o la suerte de ver nuestras obras representadas, nos echamos a temblar cuando vemos que Cervantes no tuvo ningún éxito, que Valle Inclán tampoco, y tutti quanti. Pues El Bar de la Calle Luna hace esquina a la Calle Luna y a la calle donde yo viví veinte años en Madrid, y donde aprendí todo lo que tenía que aprender para ser lo que ahora soy, es decir, un pequeño autor de teatro.

En el teatro no queremos “novedades”, no queremos “modernidad”, no queremos ser “de vanguardia”. ¡Qué horrible título militar la vanguardia! Los militares se han vengado de esto. Como nosotros hablamos de vanguardia, ellos, al lugar donde pudiera suceder la primera batalla de la próxima guerra mundial (bueno, suponiendo que pueda haber una próxima guerra mundial, lo que es un anacronismo), pero, en fin, a este terreno los militares le llaman así, a secas, “el teatro”.

Vuelvo a repetir que no queremos ser de vanguardia, nunca lo hemos querido, pero queremos ser lo mejor. Por eso, imagínense los celos que yo tuve cuando entré en ese cabaret y vi que, de pronto, tan sencillamente, como decía Cervantes, “con cuatro pellicos blancos, cuatro barbas y cuatro cabelleras…”, bueno, estoy exagerando, creo que no había ni cuatro pellicos blancos, ni cuatro barbas, ni siquiera cuatro cabelleras. ¡Con nada! Con nada se hacía una obra que no he visto ni en el Festival de Avignon donde había cosas interesantes, ni he visto en Edimburgo, ni he visto en Bitef […]».

Fernando Arrabal
Lección inaugural
Festival de Manizales, 1989

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«El joven y talentoso colombiano Samuel Vásquez, director de Técnica mixta, El arquitecto y el emperador de Asiria, y muy recientemente El bar de la calle Luna, lidera desde hace siete años el Taller de Artes de “la ciudad más peligros del planeta”: Medellín. Su valiosa práctica escénica aparece acompañada de profusas declaraciones programáticas, hijas inocultables de un vitalismo que en el aspecto teórico, resulta virulento: “… la naturaleza externa, lo otro más puro, está, no para ser conquistada, violada y dominada por un ejercicio despótico del principio de realidad, sino para ser vivida y transformada. Es por esto que el principio de la realidad no debe prevalecer sobre el principio del placer. Se trata, entonces, de establecer una ecología teatral donde la vida sea lo importante”. “El actor engendra el Tiempo; lo engendra viviendo el espacio escénico”. El bar de la calle Luna, de Samuel Vásquez, trasciende cierta absolutización de las nociones de libertad y universalidad que este director gusta desplegar en sus pronunciamientos conceptuales, para erigirse en un convincente experimento de recontextualización de la función comunicativa de la escena. Los que al filo de la madrugada penetran en aquel bar real de la peligrosa Colombia se ven confrontados con un fino ejercicio dramático en virtud del cual el espectador pasa a ser actor de una densa relación en la que erotismo, sensualidad y poesía aparecen conectados con una aguda interrogante en torno a la incomunicación, las trampas morales y el ominoso ambiente de violencia al que nadie que entre en contacto con la actual realidad colombiana puede sustraerse».

Magaly Muguercia
Lo antropológico en el discurso
escénico latinoamericano

Festival de Cádiz, 1990

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«Raquel, historia de un grito silencioso no supera las 50 páginas. Es el relato conmovedor, y no la espectacular noticia, de un secuestro. Pero Raquel no está hecho de un discurso narrativo aunque haya en él unos eventos a los cuales el espectador asiste. Y no podría decir tampoco, con la débil confianza que esta expresión genera, que es una obra de teatro. Raquel es, por encima del andamiaje de las escenas con sus diálogos y monólogos, un poema. Su esencia se enraíza en la escritura poética. Los desgarramientos y los hallazgos íntimos de Raquel están forjados con esa sustancia imprecisa y vasta con que se hacen los sueños donde amor y odio, opresión y libertad, muerte y nacimiento se abrazan.

Un teatro poético. Raquel lo es desde su puesta en escena, que está concebida como una pieza musical, hasta el diario de su protagonista cuyos fragmentos se nos leen. Un teatro poético. La expresión se convierte en un fantasma si quisiéramos rastrearla en el horizonte del teatro colombiano. Se podría decir, si separamos Los hampones de Jorge Gaitán Durán, que no existe entre nosotros. El nuestro ha sido, en su corta historia, un teatro adormecido por el costumbrismo, estremecido pero imaginativamente paralizado por los credos políticos de izquierda, caóticamente fragmentado por lo experimental. Un teatro, en fin, que ha ignorado uno de los principios poéticos sobre los que trabaja Samuel Vásquez: hacer un teatro que muestre lo invisible y haga posible su percepción.

La presencia de Raquel es de una importancia suprema en la literatura colombiana. Frente a la fascinación espectacular que la violencia ejerce sobre nuestros actuales escritores, ante esa narrativa trivial en que se mezclan sicaresca y novela negra, al lado de esos planos personajes —el sicario, la miliciana, el paramilitar, el guerrillero, el mafioso, los altos mandos del Ejército y la Policía, los políticos, etc.— que representan los males del país, Raquel airea y señala un camino. Y no sólo porque aquí se reclama la voz de la víctima, aquella que, como dice Claudio Magris, encarna la verdad pereciendo y desapareciendo de la historia, sino porque en la obra se plantea una problemática —la del secuestro— de un modo más complejo y más sugerente, más hondo y doloroso».

Pablo Montoya
2004

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Artículo de Juan Manuel Roca sobre el Taller de Artes de Medellín en la revista Gestus de Bogotá, 1990

Revista Gestus, Bogotá (1990)

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Artículo de Juan Manuel Roca sobre el Taller de Artes de Medellín en la revista Gestus de Bogotá, 1990

Pintura de José Antonio Suárez Londoño para la obra Raquel, historia de un grito silencioso (2004).