Conferencia

Vigencia de
Henry David Thoreau

Julio 27 de 2006

Henry David Thoreau - Wikimedia.org

Henry David Thoreau
(1817 – 1862)

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Henry David Thoreau (1817 – 1862) ha sido un autor apreciado por diversos amigos de Otraparte. Influenció el pensamiento político de Fernando González y se convirtió en una pasión de su hijo Fernando, quien coleccionó las diferentes ediciones de sus textos y las difundió ampliamente entre los intelectuales de su generación por medio de su palabra sabia y amistosa. Así, gracias a “Nano”, nuestro invitado Jorge Iván Correa conoció la obra de Thoreau y posteriormente rindió un homenaje al autor llamando “Walden” a su casa de campo en La Estrella, Antioquia. Los amigos definen a Jorge Iván (Medellín, 1951) como un gocetas de la vida y un sabedor de cosas. Siempre cercano a los libros, se graduó como ingeniero administrativo de la Universidad Nacional. Ha sido director del Sistema de Bibliotecas de la Universidad de Antioquia (1979 – 1988) y de Expouniversidad “Agua, Cultura y Vida” (Universidad de Antioquia, 1993). Creó y coordinó las cuatro primeras versiones de la Feria del Libro de Medellín (1992 – 1995), fue jefe del Departamento de Administración de Empresas de la Universidad de Antioquia (1988 – 1989) y actualmente se desempeña allí como docente de tiempo completo de la Facultad de Ciencias Económicas.

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Henry David Thoreau

(1817 – 1862)

Por Gustavo Restrepo Villa

“Es indudable que las ideas de Thoreau influyeron mucho sobre mi movimiento en India”, afirmó alguna vez el Mahatma Gandhi. Años después, en Estados Unidos, el reverendo Martin Luther King dijo algo similar en relación con su lucha a favor de los derechos civiles de las minorías, y durante la Segunda Guerra Mundial, en Amsterdam, el nombre de Thoreau fue invocado por la resistencia que luchaba contra Hitler.

Henry David Thoreau (1817-1862), escritor, filósofo y naturalista estadounidense, es considerado hoy entre los grandes de su patria. Sus ideas sobre la libertad y el individualismo han inspirado a varias generaciones, y hoy el movimiento ecológico internacional ve en él a uno de sus precursores. Uno de sus más famosos trabajos, “Desobediencia Civil”, fue reeditado como folleto y difundido por Gandhi en 1907.

Sin embargo, cuando Thoreau murió en Concord, Massachusetts, el 6 de mayo de 1862, apenas había publicado dos libros que no disfrutaron de mayor éxito editorial: “Una semana a orillas de los ríos Concord y Merrimack” y “Walden, o la vida en los bosques”. Walden era un pequeño lago situado cerca de Concord, su ciudad natal. A sus orillas vivió Thoreau entre el 4 de julio de 1845 y el 6 de septiembre de 1847. En 1945, durante la guerra mundial y cien años después de esta experiencia, más de mil personas viajaron hasta el lago para rendir un homenaje al escritor y su vida en el bosque.

Estos son apenas unos ejemplos que ilustran la reputación que tiene hoy el nombre de Thoreau. No obstante, según Edward Wagenknecht, uno de sus biógrafos (de quien se tomaron las referencias anteriores y posteriores), “en su propio país, Thoreau no ‘llegó’ a la Galería de la Fama hasta 1960, e incluso en ese año se dijeron tonterías suficientes para inducir a Brooks Atkinson a sugerir que el espectro inconformista de Thoreau seguramente estaba haciendo todo lo posible para impedir su propio ingreso. De todos modos, ahora Walden tiene casi doscientas ediciones diferentes, y se lo reimprime con mayor frecuencia que a cualquier otro libro norteamericano anterior a la Guerra Civil, y cuando Walter Harding visitó Tokio encontró allí en venta más ediciones que en Nueva York”. De esta manera, casi cien años después de su muerte —y luego de no pocas críticas— su obra obtuvo un merecido reconocimiento entre los suyos.

A principios del siglo XX, el gran escritor ruso León Tolstói había advertido a los norteamericanos acerca de la riqueza oculta que tenían en los libros de Thoreau, refiriéndose a él como parte de “una brillante constelación” de escritores “que, según creo, influyeron especialmente sobre mí”. Les preguntaba además por qué no prestaban más atención a “estas voces”, en vez de a “los millonarios de la finanza y la industria o a los generales de éxito”. Por la misma época, en una revista literaria se habló de Thoreau como de un autor “que se hallaba en un compás de espera”. Durante su funeral, el escritor Ralph Waldo Emerson afirmó: “El país todavía no sabe, o sabe apenas, qué gran hijo ha perdido”.

Hoy existen numerosas entidades y publicaciones dedicadas al estudio y la difusión de su obra. Ejemplos de ellas son el “Thoreau Journal Quarterly” y el “Thoreau Society Bulletin”. Una sencilla búsqueda en Google de “Henry David Thoreau” produce millones de resultados.

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Cabaña de Thoreau en Talkingtree.com

Réplica de la cabaña de Thoreau,
donde vivió entre 1845 y 1847.

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Elogio de la vida salvaje

—Fragmento “Marzo”—

Por Henry David Thoreau

Si mis campos, mis arroyos, mis bosques, la Naturaleza que me rodea y las tareas simples de los habitantes cesaran de inspirarme e interesarme, ninguna cultura, ninguna riqueza podrían reparar tal pérdida. Temo la disipación que implica el viaje, el trato social por mejor que fuese, y los placeres intelectuales. Si París se agranda en mi espíritu, Concord disminuye. Y sería un mal negocio cambiar mi villa natal por el glorioso París. Porque París no sería para mí después de todo más que una escuela donde aprender a vivir mejor donde ahora estoy, como la antecámara de Concord, la escuela preparatoria de mi universidad. Quiero vivir de tal manera que mi gozo y mi inspiración surjan de los acontecimientos más ordinarios y de los hechos de cada día. Lo que a toda hora perciben mis sentidos, mi pase cotidiano, la conversación con mis vecinos, son mis inspiraciones. Pueda yo no soñar otro cielo que el que se extiende sobre mi cabeza. Si un hombre adquiere el vicio del vino y del aguardiente para perder el gusto al agua, claro está que no debe quejarse después.

Un halcón de los pantanos sobre la llanura de Concord es más valioso espectáculo para mí que la entrada de los aliados en París. No soy ambicioso en ese sentido. No quiero que mi suelo natal permanezca o languidezca por negligencia. No hay más que un solo buen viaje, y es el que revela el valor del hogar y nos permite gozar en él. El hombre más rico es aquel cuyos placeres cuestan menos.

Consagro una parte considerable de mi tiempo en observar las costumbres de los animales salvajes, mis vecinos, las bestias. Sus actos y sus migraciones desarrollan ante mis ojos el ciclo anual. Muy significativos el vuelo de las ocas, la partida del pájaro zumbón, etc. Pero si pienso que las más nobles bestias han sido exterminadas, el puma, la pantera, el lince, el lobo, el caribú, el gamo, el castor, me parece que habito un país disminuido, y por así decirlo, mancillado. Las costumbres de esos animales, ¿no habrían sido antes mucho más expresivas? ¿No estoy familiarizado con una Naturaleza empobrecida y mutilada? ¿Iría a estudiar en una tribu india que hubiera perdido todos sus guerreros? La selva, la pradera, carecen de sentido, ahora que no puedo ni siquiera imaginarme en una al caribú que lleva una pequeña selva en su cabeza, ni al castor en la otra. Imagino lo que podrían haber sido los cantos y los gritos variados, los cambios de piel y de plumaje que anunciaban la primavera y marcaban las demás estaciones, y comprendo que esta vida mía, esta ronda particular de hechos anuales que denomino año, está deplorablemente incompleta. Escucho un concierto mutilado en partes. Todo el país civilizado se ha convertido en cierto modo en una ciudad, y yo mismo soy ese ciudadano que se lamenta. Un gran número de fenómenos naturales y de migraciones que otrora servían a los indios para reconocer las estaciones, ya no se observan más. Quisiera trabar conocimiento con la Naturaleza, iniciarme en sus modalidades y costumbres. La Naturaleza primitiva me interesa sobremanera. Hago lo imposible, me apeno infinitamente por saber qué es la primavera, por ejemplo, creyendo así que está en mis manos todo el poema. Después, con gran disgusto, me doy cuenta que lo que he leído no deja de ser una copia incompleta, de la que mis antepasados destrozaron numerosas primeras páginas y mutilaron trozos enteros con bellos pasajes. No me gustaría que un semidiós se hubiese apoderado de las más bellas estrellas. Desearía conocer un cielo y una tierra intactos. Arboles, animales, peces y pájaros, los más grandes han desaparecido. ¡Quién sabe si no se han reducido los cursos de agua!

¡Adiós mis amigos! Mi camino desciende por aquí en la montaña, por otro lado el de ustedes. Desde hace tiempo los veo cada vez más lejos de mí. Un día desaparecerán del todo. De aquí a poco tiempo mi senda me parecerá solitaria sin su compañía. Las praderas serán landas estériles. No cesa de palidecer mi recuerdo. El camino que recorro se estrecha y endurece, la noche está cada vez más próxima. Pero en el porvenir, nuevos soles se alzarán, llanuras inesperadas se extenderán ante mí, y hallaré nuevos peregrinos que tendrán en sí la virtud que descubrí en ustedes, que serán ellos mismos la virtud que eran ustedes. Me someto a esta saludable y eterna ley, que reinaba en aquella primavera en que los conocí, que reina en esta primavera en que me parece que los pierdo. Amigos de antaño, vuelvo a visitarlos como quien marcha entre las columnas de un templo en ruinas. Ustedes pertenecen a una época, a una civilización, a una gloria, hace tiempo extintas. Sus armoniosas líneas aún se distinguen, a pesar de las convulsiones sufridas y de los chacales que rondan las ruinas. Vengo a reencontrar el pasado, a descifrar sus inscripciones, los jeroglíficos, los manuscritos sagrados. Ya no encarnamos mucho nuestro yo antiguo. El amor es una sed que nada sacia. Bajo la corteza más grosera se oculta la carne más delicada. Si deseas comprender a un amigo, aprende a leer a través de una materia más opaca y espesa que el cuerno. Si deseas comprender a un amigo, todos los idiomas te resultarán fáciles. El enemigo se descubre. Hay en él una amenaza de guerra. En cambio el amigo no descubre jamás su afecto. Advierto una vez más la ventaja que tiene para el poeta, para el filósofo, para el naturalista y para todos nosotros, entregarnos de tiempo en tiempo a una ocupación diferente de nuestra ocupación habitual, y mirar, por así decir, de soslayo a las cosas. El poeta tendrá así visiones que ninguna inspiración voluntaria haría nacer. El filósofo deberá admitir principios que no le habrían revelado largos estudios y el mismo naturalista posaría su vista sobre una flor desconocida o sobre un animal imprevisto y nuevo.

Fuente:

Thoreau, Henry David. Elogio de la vida salvaje. Editorial Rinzai, Buenos Aires, 1989.