Presentación

Tiempo de zozobra

Agosto 4 de 2011

“Tiempo de zozobra” de José Ignacio Escobar

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José Ignacio Escobar (Medellín, 1979) es escritor y comunicador social-periodista de la Universidad de Antioquia. Realizó el diplomado en Creación Literaria de la Academia Cultural Yurupary. Fue director y editor de la Revista Cultural La Cucaracha y colaborador del Literario Dominical El Colombiano. Publicó el libro de relatos “Historia de un hombre que soñó” (Hombre Nuevo Editores, 2010). Obtuvo el Premio Nacional de Cuento Jorge Gaitán Durán en 2010 con el libro “Tiempo de zozobra”. Actualmente es profesor de periodismo en la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín. Reseña libros en su blog “Lector impenitente”.

Presentación del autor
por Óscar Hernández

Impenitentelector.blogspot.com

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En este libro de cuentos se propone una mirada peculiar a los conflictos cotidianos, donde las pequeñas cosas se tornan significativas para sus protagonistas, y la incertidumbre y la tensión están presentes en la mayoría de los relatos. Sin embargo, la expectativa por encontrar soluciones y respuestas —que el autor no brinda— mantiene a los personajes en una permanente búsqueda.

Los editores

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José Ignacio Escobar

José Ignacio Escobar

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La Isla de la Pasión

En la primera plana del periódico aparece la foto del hombre con una gran barriga, unos jirones de camisa y pantaloneta. La sangre está ya coagulada. El pie de foto dice que es un triunfo. El nuevo botín del presidente. Los ministros y los generales salen en las ruedas de prensa con una sonrisa parabólica. Chocan vasos con, presuntamente, licores de fino calibre. En una de las páginas interiores, la misma foto está, como en la portada, a todo color, pero ya más reducida. Al lado, la propaganda de una carnicería. Venden, el día de hoy, carne a más bajo costo.

Días después la polémica se prende en el diario. Miles de cartas llegan y son reproducidas en la segunda página, la de Cartas del lector. El defensor del lector también habla, un reputado periodista nacional. En últimas, debe este hombre escribir un artículo extenso, días más tarde, argumentando las razones del periódico por haber tomado la decisión, un tanto peligrosa y de doble filo, dice, de publicar esa foto. Añade que sabían las posibles aguas fangosas en las cuales se estaban metiendo. No desconocen las sensibilidades de los ciudadanos, dice. Tampoco, ¡cómo pensarlo!, quieren caer en el amarillismo de otras publicaciones de baja estofa en la ciudad, esas que publican hombres abaleados, con los sesos tirados en el suelo, y, en la última página, después de un crucigrama deportivo, una foto de una mona voluptuosa y casi desnuda. Todo se hizo pensando en que era una noticia de impacto mundial.

Las relaciones del país con los vecinos están ajadas. Los presidentes se dirigen insultos a través de los medios. Los ministros hablan en demasía. Un cantante importante convoca un concierto Por la paz y la hermandad. El escenario es un terreno inmenso en una de las fronteras con uno de los países enemistados. Llegan músicos de otros continentes. Están todos vestidos de blanco. Se venden camisetas alusivas a la reconciliación. Se tiran flores desde un puente. Luego se habla de una comuna musical en pro de la paz en todo el mundo, empezando por el país y los otros dos, los vecinos. Los presentadores de los noticieros llevan las camisetas, y hablan, hablan…

Un mes más tarde una mujer es rescatada. Había estado diez años en manos del ejército revolucionario. Es la bomba mundial. El presidente habla calmo, serio, con sus gafas y su cabello bien ordenado. Dice que tienen un ejército valiente y confiable. Algunos soldados que son rescatados en la misma operación, hablan al borde del llanto. Llaman a los rebeldes “criminales”. Habla de varios ajusticiamientos producidos en la selva esos años. El presidente pregunta a un general que si se sabía. Dice que sí el interpelado. Que se abrió el debido proceso para el caso. Las encuestas muestran la más alta favorabilidad para el presidente esos días. Falta poco para que celebren el día de independencia. Se convoca una marcha para la liberación de todos y cada uno de los rehenes.

En un apartamento de la ciudad donde queda la sede el periódico que sacó la foto en primera plana del hombre muerto, un hombre de baja estatura, en pantaloneta, calvo, con camisilla blanca que deja al descubierto todos sus brazos velludos, escucha el timbre y se dirige a abrir la puerta. Es una adolescente. Dice que si desea comprar la camiseta para la marcha. Él niega con la cabeza y cierra. El país lleva doscientos años siendo independiente. El hombre, en la noche, decide no escuchar radio. Tampoco desea leer la prensa, que ha estado todo el día tirada bajo el tapete, donde se la dejan a diario. Va hacia su cuarto, le da una vuelta al televisor, quita dos, tres tornillos, quita una casaca gris que recubre todo el cerebro, y, con unas tijeras, corta unos cables. Él no sabe nada de electricidad.

Se retira a la cocina, y abre la palanca del gas. Abre después dos de los cuatro puestos, acerca el encendedor, prende, y coloca dos pailas. En una frita unas papas. En otra un pedazo de carne. Se rasca la barriga. Una vez tiene algo de comer, va a su cuarto, se sienta en una silla, pone un cassette en su grabadora, y se escucha la voz de Edith Piaf al fondo: Non, Je ne regrette rien… Vuelve a la cocina, abre el refrigerador, toma una botella café y se sirve un trago en un vaso transparente, donde anteriormente ha puesto tres hielos. Ya en su alcoba, prende un cigarrillo, y la niña Piaf sigue, ahora, con Heaven have a Mercy. Se fuma, entre trago y trago, cuatro cigarrillos. El edificio está calmo. Fuera hace un poco de frío. En la tarde llovió.

Se despierta y, en lo primero que piensa, es que ya van dos periódicos acumulados bajo el tapete. Sin embargo, no los recoge. Se baña, va al mercado que queda más próximo, y compra unas pastas, unos enlatados y salchichas. En la caja registradora mira de reojo la prensa. Siguen hablando de la mujer rescatada. Al lado está el periódico sensacionalista. Le dice a la niña que le dé un ejemplar. Vuelve a casa y se sienta a hacer el crucigrama deportivo. Va a la última página, mira la modelo del día, toma un lapicero negro, le hace dos o tres señas en el rostro, le pone unas gafas, le pinta un cabello ordenado y peinado hacia un lado, y le improvisa una corbata como mejor puede.

Por esos días entra una llamada. Le dicen que si hubiera elecciones presidenciales ese mismo día, ¿por quién votaría? El hombre cuelga y corta la línea del teléfono. Suena el timbre, y es la misma encuesta, pero ya escrita. Es un adolescente que le dice que si responde tiene derecho a participar por dos viajes a una isla paradisíaca una semana entera. El joven le muestra las opciones: unos recuadros con la foto de cada aspirante. El hombre le pregunta al joven que quién le gusta. A mí el mismo, responde el hombre, y coloca una equis en el recuadro correspondiente.

Dos meses más tarde tocan de nuevo el timbre. Una chica con una gran sonrisa le habla. Dice que no habían podido localizarlo porque su teléfono no respondía. El hombre dice que qué se le ofrece. La chica anuncia la noticia: “Se ha ganado un pasaje para dos personas, a la Isla de la Pasión, el próximo mes”. Una vez termina el parlamento, saca de uno de los bolsillos unas aleluyas, y se las tira al hombre a la cara. También saca de otro bolsillo unas serpentinas, un pito, y le hace muecas. El hombre le dice a la chica que qué va a hacer esa fecha. Ella le dice que nada. “¿Quiere que nos vayamos juntos a Isla de la Pasión?”. La chica se queda pensativa y dice que la deje pensar. Entonces el hombre le sugiere que pase y le muestre la información que ella ha traído en los folletos. Ella se apena porque se le ha olvidado entregárselos antes, pues apenas está cayendo del cielo con semejante propuesta.

El hombre le dice que no conoce la isla. Ven los folletos turísticos. Selvas, cascadas, ríos y mar. Anuncian privacidad. Nada de televisores, ni radios, nada de bullas o estridencias que se asemejen a la ciudad. El hombre le ofrece un trago a la chica. Ella accede. Toman y fuman unos cigarrillos. Tarde en la noche, la chica pide disculpas. Debe retirarse, dice, mañana tiene que trabajar. “Pero esa semana no, ¿cierto?”. “Claro que no”, responde ella. Y se marcha. El hombre recoge los folletos, los pasajes, las colillas, los vasos, y se va a dormir.

Dos días antes de la partida del hombre a la Isla de la Pasión tocan el timbre. Es la chica con una maleta inmensa. El hombre sonríe y la hace pasar. Chocan los vasos con licor en la noche. Suena Edith Piaf en la grabadora. Arranca la avioneta para la isla. En el aire, antes del descenso, el hombre le sonríe.

Fuente:

Escobar, José Ignacio. Tiempo de zozobra. XII Concurso Nacional de Cuento Jorge Gaitán Durán, Gobernación del Norte de Santander, Cúcuta, 2010.