Presentación

En los tiempos
del desamor

Mayo 15 de 2014

“En los tiempos del desamor” de Álvaro Botero Garcés

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Álvaro Botero Garcés es abogado de la Universidad de Antioquia y especialista en Derecho Administrativo de la Universidad de Medellín. Ha sido asesor y director jurídico de entidades públicas como E.S.E. Metrosalud, Indeportes Antioquia, Contraloría General de Antioquia, Personería de Medellín, Seguro Social, ONF Andina (Oficina Nacional Francesa) y el Congreso de la República. También ha sido defensor público y ha dictado conferencias en diversas ciudades del país.

Presentación del autor
por Arturo Guerrero

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 Álvaro A. Botero Garcés

Álvaro A. Botero Garcés

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En los tiempos
del desamor

Fragmento

Hay días que nos
dejan tristes y alborotados

Están en una reunión familiar en la que se encuentra Claudia, una bella muchacha de casi veinte años, de porte elegante y mirada cautivadora. Se ha puesto sus mejores aretes, se ha alisado el pelo, y viste un espectacular vestido negro y unos zapatos de tacón que dejan ver los pies bien cuidados. Sonríe satisfecha, a la par que sus papás. Todos la saludan y tienen palabras de elogio para su belleza. Ella se siente bien, se siente admirada, se siente bella. Pero lo que ella espera es que aparezca Arturo, el amigo de su primo Carlos. Para él fue que se arregló, para él es que está bonita.

A medida que pasa el tiempo y se acaban los saludos de rigor, y esperaba que llegara la hora de la comida, Claudia empieza a impacientarse. Por teléfono Arturo le había dicho que asistiría a la reunión de cumpleaños del tío Arnubio, pero ni el primo ni Carlos aparecen. No quiere preguntar por él, para no mostrar el interés que supuestamente no tiene, porque Arturo no es un tipo tranquilo, tiene fama de Don Juan. A ella le parece lindo, él le dice todo el tiempo cosas bonitas, y asistió a la reunión sólo por verlo y dialogar con él, pero hasta el momento el muy tranquilo no aparece.

Se le pega su prima Ana, a la que no le para la lengua ni un segundo. Le cuenta los últimos chismes de la familia, algo de la farándula internacional, un poco de la sufrida vida con las clases en la universidad. Y claro, de los muchos amigos —según ella— que la pretenden. —Pero yo no me voy a quedar con el primero que pase —dice Ana—, al que le dé mi corazón debe merecerlo y ya sé cómo será: un tipo alto, de pelo negro, ojos cafés claros y muy amable; yo sé que Dios escuchará mis oraciones.

Claudia sonríe con las ocurrencias de Ana, pero ella había decidido quien le gustaba y esperaba esta reunión para hacerlo caer, para sonreírle de manera irresistible, para que nunca quiera a otra en toda su vida. Pero sigue sin aparecer y el licor empieza a poner cansones y pesados a algunos. ¡Si tan sólo se apareciera ahora para que mejoren las cosas y se arregle la noche!

Luego llega la tía Gloria, la más rezandera del mundo. Llega y la mira y le dice: -¡Qué linda estás mija!, Dios te hizo linda de veras. Tenés que cuidarte y reservarte para el matrimonio y no regalar tus dones a cualquiera por ahí; pero contame cómo va la universidad. Claudia le cuenta entonces que acaba de comenzar el semestre y está entusiasmada con un par de clases interesantes. La tía Gloria le pregunta si está yendo a misa los domingos, y ante la respuesta afirmativa emite una sonrisa satisfecha y aliviada. —Seguí así Claudia, Dios proveerá.

El hermano de Claudia, una pesadilla de diez años, pasa cerca de ella y se detiene para decirle: —Qué hubo, ¿no viene el Artur?, ¡ja, ja, ja!, ¡que pérdida de tiempo en el salón de belleza! Ella lo mira con un odio que sale del fondo del corazón: «¡Qué niño tan cansón, impertinente, qué molesto, que idiota!», etc.

En un momento se le acerca Yoe, un joven inteligente y agradable para Claudia. Le dice lo hermosa que está esa noche. Ella sabe que le ha gustado a Yoe desde hace tiempo pero no le para bolas, su objetivo es Arturo y perdería puntos con él si le hace caso a Yoe. No quiere perder de pronto a Arturo. Le parece bello, amable e inteligente, pero no quiere ilusionarlo; sólo piensa en Arturo, hacía él dirige todas sus energías. Lo saluda cortésmente, hablan un momento y luego lo deja, para ir donde se encuentran unas amigas departiendo.

Uno de los tíos propone un brindis por Arnubio, el tío festejado. Todo mundo se queda en silencio, y empieza el discurso alabando las supuestas virtudes de Arnubio: gran padre, esposo y empresario, gran ser humano, un ejemplo para la sociedad. Luego entra el grupo de músicos contratado, que tocan de todo, y los invitados están alegres, felices, todos los de la fiesta sonríen, casi todos con algún vaso de aguardiente, cerveza o cóctel en la mano. La gente se levanta a bailar y la pasan bien. Todos menos Claudia, que sigue esperando que aparezca Arturo y que le ilumine la noche, que le diga lo bonita que está, que le sonría y que la haga sentir una reina.

Se retira el grupo y el dueño del corazón de Claudia no da señales de vida. Parece que de veras sí fue una pérdida de tiempo ir al salón de belleza y ponerse los mejores atuendos. Pero ya cuando la gente empieza a irse, llega un Arturo un tanto desaliñado, pero lindo. A ella le late el corazón y sonríe, y el mundo ahora le parece maravilloso. Arturo se queda admirado ante la belleza de Claudia, la observa un momento y le dice lo hermosa que se ve. Le cuenta que acaba de regresar con Carlos de unas diligencias por fuera de la ciudad, que no pensó que se tardaría tanto. Pero justo cuando empiezan a conversar a gusto llega Amanda, la hermana de Carlos, y lo besa apasionadamente en la boca, como marcando terreno. Entre labios saluda a Claudia y le dice a Arturo que se apure, que ya va comenzar una canción pedida para bailarla los dos, y sabe del gusto de él por ella. Se retiran y la dejan sola, para al poco rato despedirse. Salen de la reunión cogidos de la mano y sonriendo, dejándola sola, con todo y su belleza, su espectacular vestido y sus zapatos de tacón que dejaban ver unos pies bien cuidados. Sin haber disfrutado de la fiesta, por estar esperando y pensando en Arturo. Quedó con los crespos hechos.

—¡Qué pesar de esa muchacha!, se quedó sin nada, no pudo gozar por esperar al Arturo —dijo Luis.

—Es cierto, muchas veces por perseguir un fin se pierde uno lo que pasa a su alrededor, como cuando vas para algún lugar y piensas sólo en ello; caminas o vas en un carro, pero por pensar en el lugar solamente, no contemplas el paisaje a tu alrededor, no disfrutas el viaje en sí. Lo mismo le ocurrió a Claudia: por estar pensando en Arturo no gozó de la reunión.

También, algo para tener en cuenta es que no debes mostrar muchas ganas, o que te gusta mucho. No se puede mostrar que necesitas del otro, ni hacer genuflexiones para que esté contigo; por el contrario, pórtate distinto y verás cómo el otro se acerca o te persigue a ti. Aprende a dominar tus sentimientos, no te muestres nervioso ni temeroso, eso es poco atractivo para los demás.

No te dejes dominar por el otro; si te dice, por ejemplo, vamos a sentarnos, puedes negarte y seguir hablando, para después ser tú quien diga qué hacer posteriormente. No tratar, por temor a perder, de seguir al otro incondicionalmente; eso es una señal de debilidad y de falencias, que vienen de muchos vacíos y rasgos de conducta errados.

—Ese es un aspecto importante que se debe sopesar. No mostrar tanta gana —dijo Luis—. También en ocasiones, por esperar y mostrarse, como la mujer de la historia, o por prejuicios, no gozamos de lo que tenemos en frente.

—O por el contrario —habló José—, a veces nos excedemos queriendo aprovechar todo momento y abarcar todo, y no observamos que podemos herir a un amigo o dañar una amistad por un momento de goce y placer.

—Cuéntame —dijo Luis.

Fuente:

Botero, Álvaro. En los tiempos del desamor. Edición personal, Medellín, 2013.