Presentación

Un regalo inusual

—Junio 22 de 2017—

“Un regalo inusual” de Sonia Emilce Sánchez

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Sonia Emilce García Sánchez (Envigado, Antioquia, 1967) es licenciada en Educación Especial de la Universidad de Antioquia, asesora pedagógica y gerente administrativa de Todo Stevia S.A.S. Tras la publicación de “El zoocielo”, su primer libro de cuentos infantiles, ahora presenta “Un regalo inusual”. Las historias de su personaje Maú Down han aparecido, entre otras publicaciones, en “Cuentos para toda clase de niños” (Colección Palabras Rodantes de Comfama y el Metro de Medellín), revista digital “Gotas de Tinta” y “Antología del taller de escritores” (Universidad de Antioquia y Asmedas).

Presentación de la autora y su
obra por Luis Fernando Macías.

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Una historia aparentemente sencilla nos muestra a dos niños que, después de su muerte, son recibidos por San Pedro, el guardián de las puertas. ¿Qué puede haber más encantador para un anciano que la compañía de un niño? Constituye lo que podríamos llamar la sociedad de la ternura. El viejo encuentra en el niño la alegría que renueva su ser, así ese viejo sea el gran barbado de las praderas del cielo.

En la fábula que se nos cuenta, San Pedro les enseña a los recién llegados, María Manuela y Tomás, cómo enviarles un beso en el viento a sus seres queridos, quienes los extrañan desde la Tierra, y este beso es el consuelo más dulce, el que nos alivia el dolor de la ausencia, pues el poder de las historias radica en su capacidad de sanación para el alma.

Luis Fernando Macías

Los cuentos infantiles tienen la belleza de la fantasía. Y estos cuentos infantiles, que son escritos para niños, también lo son para el corazón de los adultos.

Isaac Bashevis Singer, el premio Nobel de Literatura, decía que los niños lo creen todo, que para ellos el cielo y su contenido son verdades y que allí, entre ángeles, serafines y querubines todo es posible. Y es que cuando estamos predispuestos para la belleza, la belleza aparece.

En este nuevo cuento de Sonia García, Un regalo inusual, cada frase, cada escena, cada espacio imaginario, son belleza para el corazón. Y esta belleza es un regalo inusual para los días que vivimos, que necesitan de más palabras que nos hagan ver cosas lindas cuando cerramos los ojos.

Memo Ánjel

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Sonia Emilce García Sánchez

Sonia Emilce García Sánchez

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Un regalo inusual

—Capítulo ii—

María Manuela y Tomás cruzaron la oficina de San Pedro y llegaron hasta el ventanal del sur, que estaba abierto. Intentaron mirar a través de él, pero la estatura no les alcanzaba ni para asomar el más firme de los rizos de María Manuela y, menos, las rapadas flechas de la cabeza de Tomás.

Ambos se empinaron, quedando en puntas de pie y, haciendo un esfuerzo, estiraron las manos para alcanzar el vano de la ventana.

Colgados del alero se sorprendieron al ver tantos planetas y estrellas que no conocían.

San Pedro no les perdía movimiento. Cuando llegó hasta donde estaban, Tomás le preguntó:

—¿Cuál es la Tierra?

—¿Es esa pelota azul? —quiso saber Ricitos.

San Pedro, que no se había percatado de lo gestual que era, los miró con ojos ensanchados y sonrisa arácnida.

Los pequeños lo asumieron como un sí e ignorándolo de nuevo lo dejaron con el torrente de explicaciones que salpicó su barba.

San Pedro, que no lograba entender por qué no estaba enojado, al ver los grandes esfuerzos que hacían para sostenerse, formó con las nubes escalones y los fue metiendo debajo de los pies de los pequeños.

Cuando por fin los rizos de María Manuela y las flechas del pelo de Tomás sobrepasaron el marco de la ventana, sonrieron.

Estaban en esa contemplación, cuando los brazos de María Manuela se extendieron como si quisieran abarcar al planeta azul, y gritó:

—Mamá, tenías razón, estoy con San Pedro.

Esa frase dejó en las barbas de San Pedro un eco que aún hoy las hace vibrar.

Y no se recuperaba cuando escuchó a Tomás decir en un susurro:

—Mamá, ¡perdóname!

Este mensaje se metió en el pecho del santo como un pálpito brioso y solo se aquietó cuando el buen San Pedro se llevó las manos hasta el pecho y, con golpecitos suaves, lo acogió en su corazón reposado.

Conmovido levantó a los dos pequeños en sus brazos y preguntó:

—¿Y puedo saber qué más les van a contar a las mamás?

—Todo, todo, le diré que veo las puertas del cielo, que veo nubes como ositos, otras como telas de colores, otras danzarinas y, también, que hay unas nubes tronantes, y… y que en el camino me encontré a un amigo… y le diré que veo tu barba trenzada y tu nariz y tus ojos… Sabes, si mi mamá se entera de que estoy con el mismísimo San Pedro se va a sentir muy feliz.

San Pedro, con los pequeños en brazos sintió los ojos nublados. Esto por unas nubecillas grises que impertinentes se metieron en el lagrimal; para alejarlas cerró los ojos y unos gruesos lagrimones rodaron y, mientras se deslizaban por los pelos saltarines de su barba llenaron el espacio con la tonada de un tararatararararara tararararara tarararara. Eran las notas musicales de la tonada “Silencio” de Beethoven.

—Bueno, y después de contar las maravillas que están viendo, ¿les gustaría enviarles un beso? —preguntó el santo, mientras arqueaba los ojos y balanceaba la cabeza de un lado para otro.

Sin dar tregua, unos vibrantes ¡muach! ¡muach! se escucharon. Eran María Manuela y Tomás lanzando besos en dirección al planeta azul.

San Pedro, después de reír a carcajadas, dijo:

—No, no, así los besos nunca llegarán.

Fuente:

García Sánchez, Sonia Emilce. Un regalo inusual. Medellín, 2016.