Presentación

Una familia
en clave morse

—Marzo 5 de 2020—

Portada del libro «Una familia en clave morse» de Juan Diego Restrepo Toro

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Juan Diego Restrepo Toro (Medellín, 1982) es comunicador social – periodista y magíster en Salud Colectiva de la Universidad de Antioquia, donde se ha desempeñado como profesor y comunicador digital. Algunas de sus crónicas han sido publicadas en diversos medios universitarios. En su labor como salubrista ha trabajado junto a varios colectivos de la cultura raizal del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.

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Sílaba Editores

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Presentación del autor y
su obra por Ramón Pineda.

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Una familia en clave morse explora los orígenes de la telegrafía en Colombia. Desde un punto de vista íntimo, que va más allá de fechas, inventos y personalidades relacionadas, cuenta la historia de los pioneros de Urrao, Antioquia, que ejercieron el oficio de la telegrafía desde principios del siglo xx. Gracias a la narración oral y a las fuentes históricas, el autor recorre cronológicamente la experiencia de sus antepasados en el universo del telégrafo, el invento que en el siglo xix comenzó a conectar al mundo y permitió conocer con agilidad y prontitud tanto las más importantes noticias nacionales e internacionales como las más domésticas expresiones personales o de negocios.

Los Editores

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Juan Diego Restrepo Toro

Juan Diego Restrepo Toro

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Una familia en clave morse

~ Primeras palabras ~

Siete de los hermanos de mi bisabuela Mamalola fueron telegrafistas en distintos pueblos de Antioquia y Chocó durante el siglo xx. Los Trujillo Cossio de Urrao aprendieron cómo usar la clave morse para trabajar y calmar el hambre, después de quedar huérfanos de padre en 1918.

Más de cien años después, en agosto de 2019, tuve la oportunidad de visitar el pueblo para indagar, reconstruir y escribir la historia familiar desde su genealogía, relatos orales y archivos documentales. Habían pasado meses tras la prematura muerte de mi primo Alejandro Marciglia Restrepo —amigo entrañable y colega comunicador social—, cuando volví a revisar los correos electrónicos en los que me había compartido sus avances en la construcción del frondoso árbol genealógico de esta familia de comerciantes, que se desempeñó en el arte de la telegrafía desde 1922 y a la que ambos pertenecemos en la cuarta generación.

El correo iba acompañado de un proverbio chino: «Por más alto que sea el árbol, siempre está soportado sobre sus raíces». Alejo me había heredado un tesoro. Las telecomunicaciones tuvieron un gran avance tecnológico desde el siglo xix gracias al telégrafo. Su implementación en Colombia contribuyó al desarrollo de la economía local y regional, y con el establecimiento de redes de comunicación a través de su montañosa y accidentada geografía, hasta casi finalizar el siglo xx.

El telégrafo es como el bisabuelo del teléfono móvil. Funcionó con un código binario, como las computadoras modernas. Gracias al alfabeto morse, los telegrafistas podían emitir y recibir mensajes con la interpretación de puntos y líneas, que a su vez representaban letras y números. Hoy esa traducción se hace rapidísimo en cualquier teléfono celular mediante ceros y unos. Además, operó en una red global, como la Internet de hoy. Se valía de la electricidad para la transmisión de información con señales emitidas de forma intermitente por cables que se extendieron de pueblo en pueblo y de país en país. Pero también fue inalámbrico, gracias a las ondas radiales. Revolucionó las comunicaciones porque permitía la transmisión de mensajes escritos en largas distancias y más rápido que una carta transportada en ferrocarril, a caballo o por palomas mensajeras. Favoreció la navegación marina. Gracias a la señal internacional de socorro —SOS—, «¡El Titanic se hunde!», que envió el capitán del famoso trasatlántico después de chocar con un iceberg en 1912, se pudieron salvar cientos de vidas porque barcos cercanos acudieron al llamado.

Rescatar el oficio de los operadores telegráficos permite recordar que nuestros ancestros disponían de una tecnología moderna, que se tradujo en mayores oportunidades y en un trabajo digno para quienes lo ejercieron.

Es importante reconocer las bases de las comunicaciones que utilizamos hoy. Como conjunto de conocimientos aplicados, la tecnología revela el estado de desarrollo de una sociedad en las primeras décadas del siglo xx. «La oficina telegráfica, la oficina postal, la cercanía con la línea férrea y el servicio de alumbrado público se convirtieron en un referente de comunicación y de infraestructura disponible», según lo explica el historiador Juan Carlos Vélez Rendón en su libro Los pueblos allende el río Cauca: la formación del Suroeste y la cohesión del espacio en Antioquia, 1830-1877.

Los relatos de los siete hermanos telegrafistas son narraciones locales que se inscriben en un contexto más amplio: la historia de las comunicaciones en Antioquia y Colombia, la colonización de tierras en el suroeste antioqueño y en el Chocó, el dinamismo del comercio, el establecimiento de redes entre pueblos, su contacto con el exterior y su inserción en la modernidad. La telegrafía no solo les permitió el sustento económico, sino que los hizo dispersarse por los distintos municipios y corregimientos en que sirvieron: Urrao, Betulia, Ciudad Bolívar, El Carmen de Atrato, Cantugadó y Quibdó —del suroeste al Chocó—, y Caicedo, Anzá, Sopetrán, Guarne, San Antonio de Prado y Medellín —del occidente a la capital antioqueña—. Tres de ellos se jubilaron como empleados de la empresa estatal colombiana de telecomunicaciones, Telecom. Siendo muy mayores, cuando el menor tenía 85 años, jugaban a los telegrafistas y se enviaban mensajes en clave morse mediante toquecitos de los dedos sobre la mesa del comedor.

Cuando no querían que un mensaje fuera descifrado por un tercero, podían acudir a esta clave. Ya pensionados, justo antes de la entrada del siglo xxi, los servicios de telegrafía iban hacia su extinción, aunque se mantuvieron en la navegación marina colombiana hasta 1999.

Desde su llegada a Colombia en 1865, la telegrafía había sido la manera más veloz de enviar un mensaje de texto con tecleos largos o breves, capaces de transportar el pensamiento humano, que eran emitidos por un operador gracias a un interruptor conectado a un cable eléctrico.

Al otro lado de la línea, otra persona escuchaba o leía la señal, y la traducía a un telegrama, que era el mensaje escrito final. Con el avance de la tecnología, los cables fueron sustituidos por señales radiofónicas que permitían la comunicación inalámbrica y así los mensajes podían llegar a los barcos o a lugares recónditos en el desierto, en la selva o en las montañas.

Enviar un telegrama era mucho más rápido que una carta, pero su precio era mayor porque incluía el costo de los telegrafistas y el mantenimiento de la red eléctrica. Los usuarios acudían a la economía del lenguaje y reducían los mensajes a la mínima extensión posible. Los antioqueños comunicaron los acontecimientos más importantes de una familia, como el nacimiento, la enfermedad o la muerte, mediante mensajes breves: «Padre murió hoy», «Visita llega sábado», o «Me caso miércoles».

Gracias a diarios, telegramas, cartas y apuntes genealógicos es posible reconstruir un relato del oficio y de esta parentela desde la época de la Independencia de Colombia, con los primeros fundadores de Urrao, entre ellos el español Josef Antonio Larrea y Llanos, administrador de correos del pueblo y alcalde en 1784, 1787 y 1806. Una familia que parece tener a la comunicación social en su adn. Realicé entrevistas a los hijos, sobrinos y nietos de los telegrafistas, así como a conocidos, historiadores y habitantes de Urrao. Gracias a estas personas accedí a distintos archivos familiares, muchos de ellos en álbumes fotográficos, baúles, bibliotecas y cuartos de San Alejo, donde encontré documentos como las tarjetas de identidad postal que los identificaban como telegrafistas. También consulté los archivos de la Casa de la Cultura de Urrao y de la centenaria Escuela Normal Sagrada Familia, y conté con la asesoría, los libros y las fotografías del historiador del pueblo, Jaime Celis.

En este libro se cuenta la historia de María Dolores Trujillo Cossio, «Mamalola», y sus siete hermanos telegrafistas. Carmen Emilia, «Lila», quien aprendió el oficio de Roque, su esposo. Luis, el memorioso y emprendedor hermano mayor, que construyó la primera genealogía familiar. Rosa, quien intentó romper con el paradigma de que las mujeres debían estar en la casa, a pesar de la resistencia de su esposo. Marcelino, heredero del nombre de su padre y abuelo Marcelino Trujillo, nombre que se repite hasta el delirio en esta genealogía, como Aureliano en Cien años de soledad. Jesús María, conocido como Tuto, quien echó raíces en el Chocó. Gabriel, amante de la música y del oficio de comunicar, virtudes que les heredó a sus hijos, entre ellos a Vicky Trujillo, conocida como la Supersónica de la radio colombiana. Y María Antonia, «Toñita», quien eligió ser soltera, pues nunca quiso que ningún hombre le dijera qué hacer y cuidó de su madre hasta la muerte.

Fuente:

Restrepo Toro, Juan Diego. Una familia en clave morse. Sílaba Editores, Medellín, 2019.