Presentación

Voces del Bajo Cauca

—9 de junio de 2022—

Portada del libro «Voces del Bajo Cauca» de Alejo Morales

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Alejo Morales (Bogotá, 1993) es estudiante de Historia en la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. En 2020 obtuvo el primer lugar en el Concurso Universitario Nacional Universidad Externado de Colombia con su libro «Abandonados en la puerta de la historia». Un año después, el Externado publicó su antología «Labios que están por abrirse» y ganó además el Premio Distrital de Poesía Ciudad de Bogotá con «Voces del Bajo Cauca», publicado por Abisinia Editorial en 2022. Sus poemas han aparecido en diferentes antologías, así como en publicaciones impresas y digitales.

Presentación del autor y su obra
por Carlos Andrés Jaramillo.

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Logo Abisinia Editorial

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Leo los poemas de Alejo y llegan a mí tres pulsos esenciales. Primero imagino estas voces navegando la obra de María Elvira Escallón, Precipitaciones del río Cauca, y reluce un verso: «Alguien ha vaciado un siglo en la boca abierta de este / Pueblo». Y es que es inevitable que, en un país sumido en la violencia, la muerte y la desaparición, la obra de estos artistas no recuerde esa ruina sobre ruina que es nuestra historia. Después, estos poemas evocan una idea de Cristina Rivera Garza; esos muertos son enterrados en el pecho del lector y «se convertirán en los sueños que nunca nos dejarán dormir ni vivir en paz». En el contexto de estas «necropolíticas», el agua, esa forma arisca de la tierra, oculta a los muertos, y el poeta, en este caso, recuerda cómo a través de lo desaparecido la vida vuelve a levantarse para resistir el olvido, para construir memoria, para crear ese relato en donde las víctimas, y no los victimarios, reescriban esa otra y necesaria historia que nos ha sido negada, pues «… hay algo mudo en nosotros que aún desea cantar» y ese canto, aun en medio del horror, es una de las pocas posibilidades de salvar la vida, de dignificar la muerte. Es inevitable también pensar y sentir que «Mi país es un matadero», y esa imagen se hace extensiva no solo a Colombia sino a toda Latinoamérica. El último pulso está en vecindad con Nietzsche y lo intuyo en la figura del Loco que también transita estos versos. Así como en la Gaya ciencia la figura de Dios, como la más grande de las ficciones, se desdibuja, en estos poemas se escucha un eco: «¿No tenemos que encender faroles a mediodía?».

Camila Charry Noriega

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Alejo Morales

Alejo Morales

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Voces del Bajo Cauca

1

Alguien ha vaciado un siglo en la boca abierta de este
pueblo, donde las sombras, como en un cuadro de Caballero,
devoran las puertas del paisaje.

Alguien quemó los sueños de los aldeanos,
escribiendo un nuevo testamento dentro de su sangre.
Sus cuerpos, capillas ardiendo una noche
en que Septiembre se sentó sobre los huesos de doña Jacinta,
a ver la lluvia que pasaban por televisión.

Nos cubría el azul de todas las tardes del planeta
—escribió ella—
cuya belleza quedó enterrada para siempre
en ese cepillo,
con el cual
se peinó
durante treinta años.

2

Abajo, el ruido de la balacera
baña de oscuridad los ojos de los pescadores
y nuestras vidas
cortadas por un hilo que no vimos
quedan suspendidas
en las cuerdas que usamos para tender la ropa

Anotó Alfredo, el hijo de doña Eulalia,
que años después se haría poeta.

3

(El viento barría la plaza, en su boca el grito desalojado de la luna. Los gatos huían por los tejados como brochazos de pintura negra que algún loco del pueblo agitaba cual si fuera agua bendita)

Años más tarde, con un sonido de rebobinado en su cabeza,
El Loco habló con los doctores del psiquiátrico
sobre lo que sucedió esa tarde,
cuando el sol huyó por los ventanales de la parroquia.
Recordó a Pablito:

A ese también lo vi llorarle al fuego
¡No vas a pellizcar más la carne de mi hermana!
Gritó.
Pero el fuego no le hizo caso,
y cubrió a toda su familia con el pesado aliento de Dios.

Le decían el Loco porque una vez lo vieron morder a un perro
con el único diente que como un gancho para las medias
le colgaba de sus encías.

Supimos que Alfredo le dedicó al Loco
un poema donde aquel día
perdería algo más que sus brazos:

Una manga vacía pide a gritos que por favor la corten
Los dedos del Loco talados hasta las raíces
buscan en los ojos de una rata muerta
la imagen completa de lo que fue
Su brazo derecho humea banderas de sangre
Su brazo izquierdo, un pábilo
que la noche pulverizó en su puño
Aquél, quien vio a la muerte jugar en el aire
como en un parque de diversiones
ahora quizá pueda atenazar su sombra
y abrazar mejor a su madre
con los brazos que ya no se alzarán más
para abofetearla.

4

(Con un cuchillo el ejército delimitó una frontera que solo los más pequeños ignoraron. Los niños saltaban la frontera como una cuerda imaginaria, mientras un hombre rociaba plomo en sus mejillas.)

La madre de Dios es una gota de leche, dijo Alfredito,
una gota de leche bebida por la oscuridad de nuestros labios.

Créame lo que le digo.
Los poetas con un orificio en la cabeza no mienten su señoría.

—Nos dijo doña Josefina
con el pescuezo decolorado por el detergente—

Mire, a todos los niños que aleteaban como pájaros
alrededor de la plaza
los clavaron con puñales
a las puertas.

A todos los niños que tallaron los
nombres de sus enemigos
en los pupitres,
les picaron las manos
para dárselas de comer a las palomas.

Vaya a la página 20 si no me cree.
Gústese con el remate,
con la nariz rasgada de este pueblo que es la poesía
del muchacho Alfredo:

[El fuego bordó esa noche
expresiones faciales para el dolor,
y la palabra «madre» escapó a la superficie,
buscando acariciar
una mejilla fría].

5

Al niño Ignacio, lo vimos morir tres veces
en los ojos de su madre.

Alguien reventó su boca como una piedra contra el río.
Nos comentó con un pañuelo entre los labios
la buena de doña Alba.

Las lágrimas
cavaron en su rostro
tumbas para el dolor.

A Ignacio hasta Alfredito le hizo una canción:

Un niño ha nacido en un almendro
un niño al que su pueblo hizo sudario
y las piedras que dejaron de sus huesos
no me hablan más que en lenguaje de barro
y las piedras que dejaron de sus huesos
no me hablan más que en lenguaje de barro.

6

Antes de irnos, Alfredo Piñacué, cuyo poemario Republica de Sangre ganó el Premio Nacional de poesía del Ministerio de Cultura, nos leyó la última estrofa de su poema El corazón de Eulalia:

Mi país tiene la lengua demasiado larga
Y las uñas demasiado cortas
Como para arrancarse la piel muerta del pecho
Soy un hombre al que le han arrancado la puerta de su casa
Soy un hombre abierto como una maleta de cuero
Y allí nos tendíamos
colgando nuestras hamacas entre los dientes del lobo
Viendo a mamá Eulalia salir por unos maduros para el almuerzo
Y viéndola regresar en una bolsa blanca
Con un grito de mujer entre su carne
(1)
Nadie, ni las brujas que aún cantaban
Trepadas en los árboles del pueblo
Pensaría que al abrir su pecho
Nacería de ella
El color del mar

———
(1) Paráfrasis de un verso del poeta colombiano Aurelio Arturo en su poema «Canción de la noche callada», perteneciente al libro Morada al Sur (1963).