Concierto-Tertulia con
su hija Claudia Gómez

Recordando a
Ángela Suárez

24 de enero de 2008

Ángela Suárez (1925 - 2006)

Ángela Suárez
(1925-2006)

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Presentación del álbum-libro «Ángela Suárez», dedicado a la memoria de esta artista antioqueña. La obra contiene, entre otros, la biografía de la cantante, fotografías, canciones y testimonios de sus hijos y amigos. El trabajo, patrocinado por el IDEA y que incluye dos discos compactos con lo mejor de su repertorio, fue dirigido por su hija, la reconocida cantautora Claudia Gómez —quien interpretará diversas canciones durante la charla—, y el prensaje de la recopilación fue realizado por Codiscos S.A. Con este concierto-tertulia Claudia rinde homenaje a su madre, fallecida en Medellín el 22 de agosto de 2006, dos días antes de cumplir 81 años de edad.

Escuchar «Por qué negar»
de Agustín Lara en
la voz de Ángela Suárez

Claudiagomez.com

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Presentación

Escribir la historia de mi mamá, con un análisis musical de su obra, ha representado un gran esfuerzo, pero también me ha significado un inmenso placer. ¿Cómo no revisar lo que pasó hace cuarenta años? Ante una reflexión de mi propia vida y mi quehacer musical, yo no podía pasar por alto de dónde venía, en quién me había apoyado y quién realmente había sido mi modelo, mi inspiración.

Y, sin embargo, reconozco que durante cuarenta años, en nuestra casa y en nuestra familia, olvidamos que mi mamá había sido una artista, que había tenido sus propios sueños y metas por cumplir. Jamás miramos hacia atrás. Mi mamá fue siempre tan activa, con una energía tan avasalladora, que, con ella, realmente uno sólo miraba el presente y el gran compromiso que ella tenía con cualquier cosa que hacía.

Fue sólo cuando regresé a vivir en Medellín, en 2002, después de mi prolongada estadía en el exterior por 23 años, que sentí la necesidad de mirar su vida, de saber sobre su niñez, su juventud y sus amores. Y aun así, no se me había ocurrido pensar ni revisar sus grabaciones musicales. En nuestra casa todos somos o fuimos músicos, y por lo tanto la música se hacía, no se analizaba.

Y entonces, las conversaciones con mi mamá comenzaron. Yo con mi computador, escribiendo, y ella con su vida, hablando. Añoraba su juventud, añoraba a mi papá, y así, poco a poco, ella se entusiasmaba, y con su rica imaginación empezó a contarme sus primeros sueños y anhelos de vida. Era una incansable narradora. Como si fuera una casualidad, por esos mismos días me compré un tocadiscos, desempolvé viejos LPS, y entre palabra y palabra poníamos discos de su época y me contaba cómo se sentía, cómo recordaba a su papá Enrique, cuánto adoraba la música que él le ponía. Hasta que finalmente se me ocurrió abrir un disco de ella y ponérselo para escucharlo. Yo misma me sorprendí de la belleza de su voz, de la fidelidad de las grabaciones. Eran impecables, a pesar del ruido de la aguja en los surcos. Fue entonces la semilla y el comienzo de este trabajo. Escuchamos uno a uno sus discos. En un principio no reconoció su propia voz, pero ya después su mente se aclaró y comenzó a contarme lo que ustedes van a leer enseguida.

No podía contar la historia de mi mamá sin contar la de mi abuelo. Primero, porque los recuerdos y el amor de mi mamá hacia él eran muy grandes y quise saber cuál había sido exactamente su encanto con él; segundo, porque él también había sido músico y me sentí con la curiosidad y responsabilidad al mismo tiempo de conocer cuáles habían sido sus andanzas en la música, en Medellín. Y tercero, porque también comencé a recordar las historias que él nos contaba, en nuestra finca de Guarne, sobre su vida y sus aventuras de niño. Se me abrieron muchos interrogantes y me devolví cien años en la historia. Empezaba a resultar fascinante. Lo que comenzó como un entretenimiento con mi mamá, terminó en una investigación de vida. Cierro el libro con una pequeña biografía de cada uno de los hijos de mi mamá, ya que todos hemos sido músicos.

Siguiendo con la línea de las aparentes casualidades, en 2004 yo había comenzado una Maestría en Artes en La Habana, Cuba, y para mi trabajo de tesis ya tenía muy adelantada una investigación sobre los hermosos Alabados chocoanos. Fue entonces, al final de mis estudios —con la muerte de mi mamá—, que mi maestría viró totalmente de dirección y finalmente entendí el sentido de mis estudios. Este libro-homenaje se convirtió en mi tesis de grado. Una última y maravillosa confabulación de la sabia vida.

Mi objetivo final al revisar y presentar esta historia musical familiar es rescatar un patrimonio olvidado o ignorado en la ciudad, y es, finalmente, un deseo por aprender de mi propio andar por la vida, y así enriquecer tanto mi vida personal como la de la comunidad en la que vivo. ¡Salud y felicidad…!

Claudia Gómez
1.º de octubre de 2007

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Ángela Suárez - Manizales - 1968

Ángela Suárez
Manizales, 1968

«¡No es por nada ni por nada pero se oye muy bien!», fue lo que me dijo Ángela en la tarde del 21 de abril de 2006, cuando le pregunté qué sentía escuchándose, cuarenta años más tarde. «No me reconozco la voz, no puedo creer que ésa sea yo, y la verdad, me gusta, me gusta el timbre, la afinación. Si esa cantante fuera otra persona también diría que me gusta. Me da nostalgia, porque yo vivía muy bueno. Me sentía muy feliz».

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La artista Ángela Suárez

Estas palabras mías, que por generosidad de Claudia, su hija, se incluyen en los textos de esta antología espléndida de la obra de Ángela Suárez, pudieran servir de epílogo a muchos años de trabajo compartido con Ángela, durante los cuales, además de haber construido una estrecha amistad, logramos realizar la producción y grabación de ocho o nueve LPS.

Y nótese que cuando hablo de LPS, lo hago para hacerle un justo homenaje a aquel viejo formato tan conocido entonces como recordado y tal vez añorado ahora. Ángela, de una familia de artistas destacados, dueña de una voz grave, expresiva, bohemia, apasionada, supo comunicar con esa expresión muy suya, palabras y melodías de los mejores compositores de entonces.

No pocos deben recordar aún sus presentaciones en los más encopetados salones de Medellín y de toda Colombia, alguna de ellas acompañada al piano por Jaime R. Echavarría, interpretando los dos canciones inolvidables del destacado compositor, que obligaron posteriormente a su grabación, y algunas incluidas en esta antología.

Claudia Gómez, su hija, heredera incomparable de sus virtudes artísticas y quien canta con Ángela algunas canciones incluidas en esta selección, ha querido perpetuar su memoria en este álbum para hacer merecido homenaje a la madre, a la mujer y a la artista que fue Ángela Suárez.

Álvaro Arango
El Iglú, 7 de julio de 2007

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Discografía de Ángela Suárez (1925 - 2006)

Discografía de Ángela Suárez

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Biografía de
Ángela Suárez

Fragmento

Ángela Suárez nació en Medellín el 24 de agosto de 1925. Su juventud se vio marcada por una gran musicalidad debido a que su padre Enrique Suárez Duque —querido y apreciado músico de Medellín— la influenció con la mejor música de la época. Su madre, Gabriela Álvarez Montoya y Flórez, era una mujer sencilla. Le gustaba cantar y era afinada; cantaba boleros y música colombiana en la casa. «A mi mamá no le gustaba el jazz, ni la música americana. Era una persona muy hogareña, le gustaban el campo, los animales, las flores», dice Ángela.

La niñez y juventud de Ángela se desarrollaron en el centro de Medellín. Recuerda su primera casa, a los cinco años, en la calle Juanambú, una casita muy humilde, cuando Enrique, su padre, aún tocaba flauta con la banda Jazz Nicolás y comenzaba a trabajar como comisionista de hierros. Ángela tuvo cinco hermanos: Lucía, Marina, Gabriela, Raúl y Enrique. Ella era la segunda. A medida que su padre, Enrique, progresaba en sus negocios, mejoraba la situación económica de la familia, y de Juanambú pasaron a calles más bonitas y más centrales donde pudieron desarrollar una rica vida social y cultural.

Estando muy niña, Ángela escuchó a su padre tocar con la banda Jazz Nicolás, y lo recuerda ensayando en la casa. «Se reunía con amigos y tocaban música americana, swing y blues, con flauta, trompeta y saxofón». También recuerda que su padre la llevó a escucharlo tocar con la Orquesta Sinfónica de Antioquia en el teatro Bolívar. Con frecuencia asistían a las retretas del parque de Bolívar. «Por mi papá teníamos una vida musical muy activa. A pesar de que poco a poco él dejó de tocar profesionalmente porque sus finanzas mejoraban, él nos llevaba mucho a los teatros a ver conciertos. Con él fui al teatro Junín a ver a Paul Whiteman. Yo tenia diez u once años; recuerdo que tocó Saint Louis Blues; el teatro estaba llenísimo, estaba que se caía».

Ángela y sus hermanas Lucía, Marina y Gabriela, fueron testigos de un Medellín de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado que muchos de nosotros, a través de lecturas, imágenes y anécdotas narradas por quienes lo vivieron, añoramos haber vivido. Ellas, y su generación, se movían entre joyas arquitectónicas, obras de maestros europeos y norteamericanos (Goovaerts, Carré) que dejaron escuela en Medellín, con un alto sentido de la estética, donde se contemplaban los espacios amplios y agradables, los parques, las fachadas y, en una palabra, la elegancia. Ya poblada de inmigrantes de las regiones de Antioquia, Medellín en los años treinta se proyectaba como ciudad cosmopolita y por lo tanto quería estar a la altura de una estética europea y de los acontecimientos sociales y culturales de las grandes urbes del mundo y así, entonces, fabulosos espectáculos artísticos internacionales venían a enriquecer la vida cultural de Medellín.

Las Suárez, como las llamaban sus amigos, solían ir al fabuloso teatro —art decó— Metro Avenida, sobre la Avenida Primero de Mayo y a la salida de cine bajaban al Club Covadonga, ubicado en los sótanos de dicho teatro, donde tuvo temporadas el director de orquesta español Xavier Cugat, famoso por haber sido el principal difusor de la música latina en Estados Unidos en los años veinte y que visitó a Medellín en los años treinta. También allí se presentaba Juan Manuel (Valcárcel) y sus Vagabundos, acompañados del famoso compositor y cantante barranquillero Luis Carlos Meyer, que en esos años era llamado «El rey del porro». Los sábados asistían a las vespertinas bailables del recién inaugurado Hotel Nutibara donde Lucho Bermúdez y Matilde Díaz amenizaban con su orquesta. Ángela y sus hermanas eran asiduas del teatro Junín, donde se presentaban grandes artistas internacionales. En el teatro Bolívar, con la mejor acústica y diseño arquitectónico de la ciudad, se presentaban espectáculos sinfónicos y clásicos, zarzuelas, óperas (Andrés Segovia, Marian Anderson, entre otros). Otros teatros del centro de la ciudad eran el María Victoria y el Ópera, todos ellos valiosos monumentos de la arquitectura (hoy inexistentes) y testigos de la riquísima vida cultural que tenía Medellín en ese entonces.

En un ambiente tan activo y musical, no era de extrañar que Ángela desarrollara su deseo de ser cantante y, según me lo confesó años más tarde, de ser actriz. «Yo creo que tendría por ahí tres o cuatro años cuando canté por primera vez», dice. «Yo tarareaba; toda la vida he tarareado. La primera canción que aprendí, aunque no sabía inglés, fue una canción americana. No recuerdo cuál era. En mi casa no se escuchaba música colombiana y no era mi mamá sino mi papá quien siempre ponía la radio, con canciones norteamericanas».

«Ángela cantaba en la casa, le fascinaba cantar con voz de ópera; nos envolvíamos en las carpetas y chales de la mesa del comedor y hacíamos representaciones; cantaba cuplés, movía las manos, brincaba, era una artista innata», dice su hermana Gabriela, quien también era, y es, muy musical y alcanzó a rasguear el tiple en su juventud.

«De niñas, Gabriela y yo íbamos con frecuencia a una emisora que se llamaba Ecos de la Montaña», cuenta Ángela, «al programa La Hora Infantil, dirigido por Jaime Santamaría, gran pianista, compositor, y que también dirigía el grupo de planta de la emisora. Algún día estábamos dentro del público cuando alguien llamó a preguntar quién se sabía ‘La bien pagá’, entonces yo dije que la sabía —pues la había aprendido de la radio a Conchita Piquer— (y me la canta): ‘Bien pagá, si tú eres la bien pagá, porque tus besos compré y a mi te supiste dar, por un puñao de parne, bien pagá, bien pagá…’. La canté acompañada de Jaime Santamaría al piano, y llamaron a felicitarnos. Santamaría me dijo: ‘Usted y Gabriela se vienen para mi conjunto pues el sábado vamos a actuar juntos’. Santamaría era muy amigo de mi papá y entonces fuimos muy entusiasmadas a contárselo, pero nos dijo que no. A mi papá no le gustaba que nosotras tuviéramos nada que ver con la música. Ahí fue cuando yo luché mucho conmigo misma pues yo sabía que tenía aptitudes de artista y quería dedicarme al canto y a la actuación, pero mi mamá me dijo: ‘No señorita, usted no se me va de la casa’. Yo tenía catorce años. Mi papá nos prohibió que volviéramos a La Hora Infantil».

Enrique Suárez no había tenido una buena vida económica como músico y se había visto obligado a dejarla para convertirse en hombre de negocios y como tal logró sacar adelante a su familia. De allí que pensara que con la música no se llegaba, al menos económicamente, a ninguna parte, y que no permitiera que sus hijos se dedicaran seriamente al arte. Fue un duro golpe para Ángela, pero ella, rebosante de vitalidad y con una prometedora vida por delante, no se dejó apabullar. No fue extraño entonces que, muchos años más tarde, Ángela le ofreciera a sus propios hijos todo el apoyo que ella no tuvo para que realizaran sus anhelos musicales. De joven, Ángela nunca tomó clases de canto ni lo hizo como aficionada, excepto alguna vez, me cuenta ella, cuando interpretó un bolero con la orquesta de Lucho Bermúdez en una vespertina bailable del Club Campestre. Tenía diez y siete años. Fue aplaudida y felicitada por los amigos, pero las cosas no pasaron a mayores.

Si su padre, Enrique, recibió su mayor influencia musical a través del disco, que por primera vez se difundía en el mundo a comienzos del siglo xx, a Ángela le correspondió vivir la era de la radio, la cual llegaba a Colombia alrededor de 1930. Ángela era una enamorada de la radio. De allí aprendía canciones mexicanas (las tararea al contármelo): «Allá en mi rancho bonito, cuando la tarde declina, salía de aquel cacalito, una muchacha divina con sus ojazos de esclava, y el pie muy chirriquitico». Le gustaban canciones «aboleradas» de los mexicanos Tito Guizar, Juan Arvizu, María Luisa Landín. Pero la emisora que más le gustaba y escuchaba era Radio Schenectady, por onda corta, dirigida por López de Olivares, una emisora de Nueva York, en inglés, muy cultural, donde tocaban swing, blues y obras de los grandes músicos y directores norteamericanos.

Se podría decir que Ángela vivió dos etapas y dos géneros musicales que la marcaron decididamente: el swing y los boleros. De niña, escuchó a su padre tocar en la flauta melodías del naciente swing, fox, blues y también pasillos colombianos con la Jazz Nicolás y otros grupos con quienes su padre tocaba. Cuando llegó la victrola a Medellín en los primeros años del siglo veinte, su padre consiguió numerosos acetatos que en esa época llegaban de las disqueras norteamericanas, de la Capitol, Decca, Columbia, Vox y Victor, y posteriormente las grabaciones de las orquestas de Paul Whiteman, Benny Goodman, Guy Lombardo, Paul Weston y Glenn Miller, entre otras. Esta era la música que ella escuchaba en su casa.

Su segunda etapa musical fueron los boleros. A los veinte años, ya con el amor rondando su corazón, el bolero —mexicano principalmente— entraba en el público de Medellín con fuerza en las voces de Pedro Vargas, Agustín Lara, Toña la Negra, Lupita Palomera, Libertad Lamarque y Elvira Ríos, esta última su cantante preferida y su modelo cuando comenzó su carrera musical. En las fiestas bailables de los clubes Unión, de Profesionales y Campestre aprendió a bailar con el sabor tropical de las orquestas de la época. En las fiestas bailaban con los discos de Néstor Chayres, Dámaso Pérez Prado y Leo Marini.