Érase una vez… en Otraparte

Lecturas en voz
alta para niños de
todas las edades

Mitos, brujas y espantos

Coordina: Mauricio Quintero
—Octubre 20 de 2019—

Ilustración de «El Mohán» por Restrepo

El Mohán
Ilustración © Restrepo

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Este será un espacio para leer juntos, para acercarnos a las palabras, al disfrute que ellas nos proporcionan desde siempre. Palabras que se trenzarán en poemas y cuentos para chicos y grandes, imágenes que saltarán por las ventanas hasta nuestros ojos, sensaciones de no tiempo y no lugar como en el paraíso de la infancia. Paladear los acentos, los ritmos y las desconocidas sonoridades que llevarán de la mano a nuestros niños (y a nosotros mismos) por paisajes e historias que de otro modo no habríamos soñado.

Se trata especialmente de abrirles a los niños, en su experiencia cotidiana, un lugar para que no pierdan el asombro ni las preguntas, para cultivar su mirada y su sensibilidad, su percepción de la vida. Se trata de restituirles una región de la belleza y el sueño que en esta época de consumo y derroche tecnológico han empezado a perder.

La lectura y disfrutar el arte libremente será para ellos una experiencia enriquecedora que el tiempo, nuestra ciudad, nuestro país y la vida misma sabrán agradecer.

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«El fantasma de Canterville» de Óscar Wilde

En esta sesión recordaremos diversos mitos y leyendas de brujas y espantos, veremos cortometrajes, leeremos cuentos y también compartiremos el material de lectura Leer es mi Cuento del Ministerio de Cultura: «Cantos populares de mi tierra» (poesía afrocolombiana de Candelario Obeso).

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El Principito

A León Werth

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada.

Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:

A León Werth cuando era niño

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El río Magdalena
entre mitos y leyendas

Por Radio Nacional de Colombia

Contados de generación en generación, las aguas del Magdalena y sus cercanías fueron la inspiración de relatos que quedaron en la memoria de sus habitantes. Estos sirvieron para dar explicación a fenómenos desconocidos, infundar creencias y temores con respecto a actos que se consideraban inmorales y tal vez para que algún niño inquieto obedeciera a su madre.

Estas son algunas leyendas que tienen al río Magdalena y a sus riberas como escenario.

La Madremonte

Cuenta la leyenda que la Madremonte se ha visto en toda Colombia, sin embargo la historia se ha hecho más popular por tierras antioqueñas y caldenses espantando a los cafeteros, campesinos y leñadores de la zona.

Según los lugareños es una mujer corpulenta, elegante, vestida de hojas frescas, musgo, que defiende a la naturaleza.

El escritor Tomás Carrasquilla describe a la Madremonte en su novela La marquesa de Yolombó así:

«Aquí, la Madremonte, musgosa y putrefacta, que al bañarse en las cabeceras de los ríos, envenena sus aguas y ocasiona calenturas y tuntún, llagas y carate, ronchas y enconos. Tampoco tiene contra, la maldita».

Cuando la Madremonte se enoja, desata su furia llenando de plagas los campos y ganados de quienes usurpan los terrenos y cazan animales. También cuentan que puede hasta castigar a los hombres infieles.

Los campesinos dicen que cuando la Madremonte se baña en las cabeceras de los ríos, las aguas se enturbian y se desbordan causando inundaciones, borrascas fuertes, provocando grandes daños.

La madre de agua

Los ríos cuentan que una joven de ojos azules y cabellos dorados que acompañaba a su padre español, en la conquista de nuestras tierras y a la expedición por el río Magdalena, se atormentó cuando su padre torturaba al cacique de una tribu indígena, para obligarlo a que le mostrara el oro que en su tierra escondía.

El conquistador, conmovido por el ruego de su hija, decide dejar libre al indígena. Ella, enamorada de la belleza del cacique, huyó con él a las riberas del río y tuvieron un hijo. Cuando el padre se enteró, ahogó a su nieto y decapitó al indígena en presencia de su hija. En medio de su dolor y desespero la joven decidió ahogarse en las aguas del río Magdalena.

Desde entonces cuentan los lugareños que vive bajo el agua y asusta a niños y pescadores haciéndolos ahogar.

El Mohán

Este personaje tiene tantas versiones como presencia en los pueblos ribereños que comprenden el Magdalena medio: Tolima, Huila, Caldas y Antioquia. En algunas partes de Tolima es un hombre travieso que asusta a pescadores arrebatándoles los peces.

Algunos describen al también conocido como «El Poira», como un hombre de barba espesa y larga con muy mal carácter con los hombres y simpático con las mujeres a las que les promete juventud eterna. Además dicen que su fuerza es tal que puede sostener el peso de la luna y que se suele ver embriagado con aguardiente de caña y chicha de maíz que él mismo prepara.

«El Mohán es amo y señor de las aguas, por eso lo adivina todo… Es un indio moreno y cuajado, cubierto de pelo, al que le centellean los ojos y es muy traicionero», dice un viejo campesino de Purificación.

Al Mohán le gustan las jóvenes que lavan ropa en las orillas del río. Otro de los pescadores relata:

«Había una (lavandera) muy linda llamada Chiquinca, a quien el Mohán perseguía constantemente, le hacía picardías y, aseguran las compañeras, que repetidas veces llegaba por dentro del agua, le quitaba la totuma de lavar y el jabón… Cualquier día desapareció la muchacha sin dejar la menor seña».

Según los relatos, el palacio del Mohán, en el fondo de un remanso, está lleno de tesoros y grandes salones iluminados.

El hombre caimán

En El Plato, municipio ubicado en las orillas del río Magdalena en el departamento del mismo nombre del afluente, nació la historia de un hombre que pescaba en el río y espiaba a las mujeres.

Previendo que podría ser descubierto entre los arbustos, se desplazó a la Alta Guajira para que un brujo le preparara una pócima que lo convirtiera momentáneamente en caimán para que las mujeres no lo sorprendieran.

Pero el par de pócimas que el brujo le preparó para volverse hombre y animal le hicieron una mala jugada quedando con cabeza de humano y cuerpo de caimán. Cuando las mujeres se enteraron no volvieron a bañarse en el río.

Su tragedia lo relegó a espiar mujeres desde el fondo del agua y, desde entonces, los pescadores del Bajo Magdalena, desde Plato hasta Bocas de Ceniza, permanecen atentos para pescarlo en el río o cazarlo en los pantanos de las riberas.

La Llorona

Según la leyenda su rostro es una calavera y en las cuencas de sus ojos giran dos bolas incandescentes. Viste una larga túnica deshilachada, tiene el pelo largo, negro y revuelto, donde se posan luciérnagas y cocuyos. Con sus manos grandes, huesudas y ensangrentadas, arrulla a un bebé muerto. Causan terror sus quejas y alaridos gritando a su hijo.

Sobre este personajes existen varias versiones. Incluso José Barros llevó este relato a la música con La llorona loca.

Una de las variantes es relatada por el folclorista antioqueño Agustín Jaramillo Londoño. Según esta versión, una joven modista de las épocas de la guerra, al creerse viuda engendra un hijo con un soldado del que se enamoró. Pero luego al conocerse la noticia de que su marido estaba vivo y se disponía a volver, temiendo por su suerte, tomó al recién nacido contra su pecho, se internó en la oscuridad y se lanzó al río embravecido en medio de lamentos.

Otra versión habla de una bella mulata quinceañera, quien tuvo un hijo con un amante. No sabiendo qué camino tomar para no desmerecer ante los ojos de los suyos, decidió ahogar a la criatura una noche de luna. Víctima de su remordimiento, regresó a buscarlo sin éxito. Desde entonces, en las noches de luna, se le oye gritar y lamentarse buscando a su hijo mientras dice: «¡Aquí lo eché…, aquí lo eché!: ¿en dónde lo encontraré?».

Por su parte, en el municipio de Tamalameque en el Cesar, se conoce la versión escrita por el poeta Diógenes Armando Pino, la cual cuenta que una joven de buena familia se dejó llevar por una pasión desmedida y quedó embarazada de su amante. Al comentar con él sobre el hijo que veía en camino, el hombre montó en cólera, evadiendo toda responsabilidad y huyendo del poblado. La joven decide tomar un brebaje recomendado por una comadrona para truncar la vida en gestación, pero luego se arrepiente cuando ya no hay marcha atrás. Loca, totalmente desquiciada, se dirige al «Caño Tagoto», lanzándose a sus aguas y hundiéndose por siempre en él.

La Candileja

Según la cada creencia, puede manifestarse como una gran bola de fuego incandescente o como tres luces que se logran divisar a lo lejos, pero en general los relatos hablan de almas en pena.

Una de las versiones cuenta que hubo una abuela que fue sumamente alcahueta con sus dos nietos, a quienes todo les permitía, incluso ensillarla como bestia de carga. Cuando murió la anciana, San Pedro la recriminó por la falta de rigidez en la educación de sus nietos, y la condenó a purgar sus penas en este mundo entre llamas. Esta se manifestaba como una bola de fuego que saltaba de samán en samán, a la que había que rezar para atraerla, o en caso contrario, si se la quería ahuyentar, había que gritarle groserías e improperios.

Otra historia cuenta que, en una noche de borrachera dos compadres se enfrascaron en una lucha a machete, ya que uno de ellos se había involucrado con la esposa del otro. Al ver la pelea, el ahijado que los acompañaba intentó detenerlos y los tres murieron en el incidente, quedando sus almas penando en la eternidad. Se dice que a lo lejos pueden verse dos luces grandes y una pequeña en el medio, que brincan entre si recordando aquella fatídica noche.

La Patasola

La describen como un ser de una sola pierna que terminada en pezuña de vacuno o de oso, en ocasiones con un solo seno sobre el pecho y un ojo. Se cree que la tal pezuña está dispuesta al revés, de manera que quienes le siguen el rastro, toman la dirección contraria.

La leyenda cuenta que una bella mujer estaba casada con un campesino muy trabajador que se la pasaba vendiendo las cosechas de su patrón. Aprovechando las ausencias del campesino, el patrón le coqueteaba a la bella mujer con la que terminó en amoríos.

Un buen día le contaron todo al marido y este tomó por sorpresa a los amantes abrazados en la cama. Lleno de ira, el campesino desenvainó su machete, se arrojó sobre ellos y le cortó la cabeza al patrón. La mujer quiso salir huyendo pero el enfurecido marido le cortó una de sus piernas ocasionándole la muerte. Las personas aseguran haberla visto saltando en una sola pata, por sierras, cañadas y caminos, destilando sangre y lanzando gritos lastimeros.

Según otra versión, la Patasola es una mujer muy bella que atrae a los campesinos para luego «comérselos», para solo dejar los huesos pelados.

Fuente:

Radionacional.co

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Ilustración de «La Patasola» por Restrepo

La Patasola
Ilustración © Restrepo