Érase una vez… en Otraparte

Lecturas en voz
alta para niños de
todas las edades

Fernando, las naranjas y
otras historias con niños

Coordina: Mauricio Quintero
—13 de junio de 2020—

Collage de Fernando González y algunos objetos relacionados con sus historias con niños

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Ver grabación del evento:

YouTube.com/CasaMuseoOtraparte

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Este será un espacio para leer juntos, para acercarnos a las palabras, al disfrute que ellas nos proporcionan desde siempre. Palabras que se trenzarán en poemas y cuentos para chicos y grandes, imágenes que saltarán por las ventanas hasta nuestros ojos, sensaciones de no tiempo y no lugar como en el paraíso de la infancia. Paladear los acentos, los ritmos y las desconocidas sonoridades que llevarán de la mano a nuestros niños (y a nosotros mismos) por paisajes e historias que de otro modo no habríamos soñado.

Se trata especialmente de abrirles a los niños, en su experiencia cotidiana, un lugar para que no pierdan el asombro ni las preguntas, para cultivar su mirada y su sensibilidad, su percepción de la vida. Se trata de restituirles una región de la belleza y el sueño que en esta época de consumo y derroche tecnológico han empezado a perder.

La lectura y disfrutar el arte libremente será para ellos una experiencia enriquecedora que el tiempo, nuestra ciudad, nuestro país y la vida misma sabrán agradecer.

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La sillita del maestro

La sillita del maestro

En esta sesión recordaremos historias de Fernando González y sus enseñanzas a los niños que lo visitaron en su casa campestre de Otraparte. ¿Por qué escribía en una sillita tan chiquita? ¿Puede Dios habitar en una naranja? ¿La belleza de los colores en los pececillos del hilo de agua son su Presencia? ¿Es posible saber cuándo viene el tren, aunque esté muy lejos, poniendo la oreja en un riel? Descubramos al mago de las sensaciones en sus historias para la infancia.

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El Principito

A León Werth

Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada.

Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:

A León Werth cuando era niño

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El gallinazo que
volaba más alto

«Esos gallinazos son símbolos
para el mago trashumante».

Fernando González

A mi hijo de tres años y medio, en el día de la muerte del maestro Fernando González.

Por Regina Mejía de Gaviria

Había, una vez, un gallinazo que volaba más alto que todos. Iba subiendo despacito, dando vueltas y vueltas, hasta que llegaba tan alto, que era como un punto chiquitico entre las nubes.

Los otros gallinazos trataban de alcanzarlo, pero no eran capaces. Por eso no lo querían. Porque volaba más alto que ellos y desde allí arriba veía cosas que ellos no alcanzaban a ver.

Eran cosas muy bonitas las que él veía cuando estaba por allá, tan alto, tan alto, y él bregaba por hablarles de ellas a los otros gallinazos. Pero los otros no le creían porque no eran capaces de llegar donde él llegaba y, por eso, no podían verlas.

Al gallinazo que volaba más alto le encantaba dejarse caer, de pronto, desde bien arriba. A él eso le daba mucha risa, y después de que tocaba el suelo, volvía a encaramarse sin ninguna brega.

Ese gallinazo se mantenía muy solo. A los demás no les gustaba volar con él, porque los dejaba atrás; ni juntarse con él, porque creían que les decía mentiras. Había unos poquitos gallinazos, de los más chiquitos y menos pesados, que sí lo querían. Y era porque como eran chiquitos y casi no pesaban, él se los montaba encima de las alas y los llevaba volando, a pasear, por allá arriba, arriba. Desde allá les mostraba todas las cosas maravillosas que él veía, y pasaban muy contentos.

Una de las cosas que no dejaban que los gallinazos comunes subieran tanto como el que volaba más alto, era que los otros vivían atisbando mortecinas para comer. Mortecinas son los animales muertos que nadie entierra y se quedan tirados en los campos y los caminos y las quebradas… Los gallinazos las alcanzan a ver cuando vuelan bajito, y se juntan para comérselas porque a ellos eso les gusta mucho. Es una comida muy sucia y que huele muy maluco, pero ellos no se dan cuenta porque desde chiquitos les enseñan a comerla.

Un día estaban todos los gallinazos alrededor de una mortecina, esperando que llegara el «rey de los gallinazos». Los gallinazos son muy educados y esperan que llegue el «rey», para empezar a comer. Claro que el «rey de los gallinazos» no era el que volaba más alto. El «rey» siempre es gordo y pesado porque come mucho y no puede subir muy alto. Pero los otros lo respetan porque come más que todos y le dejan escoger las partes mejores de la mortecina. Además, el «rey» tiene el pescuezo grueso, grueso y colorado… eso les encanta a los demás.

Ese día, el gallinazo que volaba más alto andaba por allá, muy arriba, brincando y jugando entre las nubes, mientras los otros se juntaban alrededor de la mortecina. Los únicos que lo veían volar eran los gallinacitos amigos suyos.

Cuando llegó el «rey de los gallinazos», los demás se apartaron para darle campo. Él se arrimó muy despacio y comenzó a pasearse para que lo vieran, bien visto. Después se paró y se alisó las plumas, inflando el pescuezo. Hacía como si no le importara la mortecina y como si no tuviera ganas de comer, pero claro que eran mentiras. De pronto, dio un brinco y de dos picotazos se comió los ojos del animal muerto. Entonces todos empezaron a empujarse, y se amenazaban alzándose el ala unos a otros… Arrancaban pedazos de la mortecina y se los tragaban a la carrerita.

Los gallinacitos amigos del que volaba más alto vieron que éste subía y subía, tanto, tanto, que llegó un momento en que ya no pudieron verlo. Esperaron mucho rato, pero no volvía a aparecer. Los demás, ni se dieron cuenta porque estaban entretenidos comiéndose la mortecina. Pero los gallinacitos amigos suyos comprendieron que había subido tan alto que ya no podía bajar.

Y entonces se quedaron muy tristes mirando para arriba, sin ver nada, nada, sino el huequito por el que él se les voló.

Nota:

Cuando le conté esta historia a mi hijito, sólo me hizo dos preguntas:

1.ª ¿El «rey de los gallinazos» se parece a una guacamaya?

2.ª ¿Para dónde se fue el gallinazo que volaba más alto que todos?

Pude, pues, darme cuenta de que la había comprendido perfectamente.

Fuente:

Mejía de Gaviria, Regina. «El gallinazo que volaba más alto». Periódico El Colombiano, Medellín, 1964, edición desconocida.

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Illustración de un tren

«A veces nos íbamos hasta la carrilera a esperar el tren y le poníamos el oído al riel. Fuimos muchas veces y nunca aparecía, hasta que un día puse yo el oído ahí y se escuchó el tren, pero no se veía. Cuando de pronto va apareciendo ese tren y ¡qué emoción…! Recuerdo que mi abuelo paró la locomotora y le dijo al maquinista que yo tenía muchas ganas de montarme y me dejó hacerlo. Hacía mucho calor».

Sebastián González Fórez