Boletín n.º 12
Abril 24 de 2003

Cumpleaños de
Fernando González

Fernando González Ochoa - Cónsul en Marsella

Fernando González, cónsul
en Marsella, Francia, 1934

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Para celebrar el cumpleaños de Fernando González (1895 – 1964), la Corporación comparte con sus amigos esta copia de uno de los documentos que lo acreditaba como cónsul en Marsella, Francia, y la introducción de carácter biográfico que escribió el filósofo para su libro “El Hermafrodita Dormido”, publicado en 1933.

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El Hermafrodita dormido

—Introducción—

¿Quién es Lucas de Ochoa en los días en que saca en limpio sus aventuras italianas? Cada rato sale a la ventana del Consulado, donde trabaja, mira para el cielo y llama a Dios. También cuando sale de paseo con los hijos mira para el cielo, como las aves de presa cuando se asolean en los tejados. Tiene una gran seguridad de que somos hechura y de que podemos recibir energía. La cuestión es ponerse en relación con ella. Casi todos cortan la corriente y se arrugan como pasas. Se siente vivir en comunicación con todo lo creado. “Hasta allá —dice— hasta el sol más lejano está unido a mí”. Muchas veces despierta durante la noche y siente la solidaridad con las estrellas, siente que el sol está calentando el otro hemisferio y ve a la tierra que va por su camino, tan bella.

Se entra a los templos y se está durante horas parado contra una columna, porque afirma que tiene relaciones con Dios. ¿Quién es Dios? Contesta que la esencia, lo que no es hecho. Que Dios no es formal. Dice que tiene algunas cosas como ayuda para sus relaciones con Dios. Por ejemplo, los rayos del sol que entran por las ventanas de las iglesias y que se materializan en los corpúsculos del polvillo ambiente: el sol, al cual mira de reojo, mientras respira lenta y profundamente; la luna silenciosa y las estrellas multicolores. También durante la noche se acurruca en su lecho y grita interiormente: “¡Cógeme, llévame lejos, a otros planos emotivos! ¡Cárgame, madre mía! ¡Yo soy hechura!”.

II

Vive en Francia. Está canoso y hace dos años que cada mes pesa menos. Se está consumiendo, porque el fin de la vida es luchar para hacerse consciente. Últimamente se airó con una señora anciana, su amiga, y la insultó. A la hora comprendió que la voluntad violenta vuelve como puñal contra el airado. Comprendió que había ascendido, pues le es imposible airarse y maltratar a los seres. Sintió la solidaridad de toda la creación. En todos los ojos se ve al espíritu; cuando se ha llegado a ese plano de existencia, no se puede ofender a ninguno, ni a quien nos ofende. Nadie es malo, nadie, ni la niña que asesinó a su padre; hay gente que aun no ve, pero en todos los ojos está el espíritu. Además, no podrá aparecer el sucesor del hombre sino cuando haya desaparecido toda ceguedad. Mientras haya uno solo atrás, no podremos pasar el río que nos separa de la tierra prometida.

III

Después de airarse y de arrepentirse, durante días salía al sol y entraba a las iglesias, pensando:

Cada día me consumo. No debo quejarme de estas experiencias, porque ellas me hacen doctor. El fin de la vida es llegar a la muerte con el cuerpo consumido por la jornada y el alma como luna llena que se asoma.

Le pregunté cómo oraba en los templos. Dijo que apaciguaba la mente, hacía el vacío interior y recibía energía y órdenes. Que el espíritu comienza a hablar sin voces apenas uno lo pide y está listo. Que a Jonás no le dieron ninguna orden con voces de sargento, sino que la conciencia le ordenó; la ballena es símbolo, lo mismo la tempestad. Cuando se ha oído la conciencia y no se obedece, se camina por las tinieblas. Que la conciencia le ordenaba quedarse en Colombia en 1931 y que se vino.

Apenas lo sacaron de Italia, entre dos policías secretos, llegó enfermo a París y luego a Marsella, en donde estuvo agonizando de peritonitis. De la agonía no recuerda sino que tenía ansia infinita de beber agua de los Andes, de una fuente maravillosa que nace en “Las Palmas”, cerca de Medellín.

Luego se estuvo durante un año convaleciente y escribiendo constantemente: Tengo una gana loca de ser bueno. Es decir, de comprender más cosas, de apropiármelas, de trascender más y más la apariencia.

IV

Pero afirma que deviene consciente, reaccionando. Por eso no reniega de sus locuras pasionales en cuanto lecciones. Rameras, odios, hábitos desordenados…, en fin, dice que en el retrete invoca a Dios para que lo saque de la carne, pero espíritu maduro, como estrella que aparece en las cimas de los Andes.

Reacciona demasiado fuertemente y luego se enerva. Oscilaciones terribles de enervamiento tenso y depresiones. De ahí que sus juicios sean tajantes, y que luego se contradiga, para terminar por irse para un templo a buscar a Dios y decirle que lo saque de las apariencias. Por eso se burla de su persona y sostiene que el valor de sus escritos está en que son la relación de sus luchas, no en la verdad, la que no se halla nunca en palabra de hombre. Esta es, a lo sumo, manifestación de una conciencia que deviene. La verdad es muda, no sufre adjetivos, ni nombres; únicamente un verbo: SER. La apariencia EXISTE, es decir, es manifestación.

El lector de este libro debe tener presente lo anterior al leer juicios sobre naciones y hombres, de los cuales ahora se ha desprendido Lucas Ochoa como de vestidos. Los juicios, afirma, son como el rastro que deja la babosa en el sembrado de lechugas.

Pero es fácil entender a nuestro hombre cogiendo al acaso una de sus libretas de bolsillo del año 1933, vivido en Francia. Hojeándola al azar, se ven, pegados a las páginas, multitud de tiquetes de la Sociedad Francesa de básculas automáticas, y otros de la Sociedad de fotografías balanzas automáticas. En los primeros está únicamente el peso, con la fecha, mientras que en los segundos se halla también el retrato. En ambos vemos que el peso de Ochoa ha descendido en tres meses a 56 kilos, subido a 60 y vuelto a 57.

Uno de tales retratos, en el que parece que se hubiera vuelto todo cabeza, tiene esta leyenda alrededor:

“AGOSTO, 7, 1933. — El 4 de agosto enterré al pie del árbol del jardín un papelito con la promesa de no enojarme durante un mes. Los hijos y la mujer me rogaban cambiar lo de no fumar por no enojarme, y resolví sostener el no fumar y agregarle la ecuanimidad”.

En agosto, 20, 1933, hay una nota que reza:

“Me parece que la tierra fecunda mis propósitos. ¿Acaso no somos hijos de la tierra? Así como a las plantas, y éstas a nosotros, así a mis propósitos. Hay mucho hálito divino en la tierra. Hoy enterré un papel con la promesa de no emitir juicio en dos semanas”.

Por ejemplo, en la siguiente nota vamos a coger vivo a nuestro hombre. Ama a Francia mucho; la cree el lugar en donde hay más razonables y equilibrados, y, sin embargo, en julio, 10, en la libreta, alrededor de uno de los retratos, hay esta leyenda:

“JULIO, 10, 1933. — Retrato de un hombre que está más triste que la tristeza. Hace cinco días que no fumo, pero estoy hecho un alma de asesino. Odio a Francia porque hay muchas rameras. Odio a Francia, exportadora de rameras. Odio a Francia, porque me ha hecho nacer el disgusto por todo: parricidios, infanticidios, estupros, avaricia, moho de la moneda sueldo”.

Un espíritu presa de la carne pasional, loco entre la carne. Al lado de otro retrato se lee:

“Parezco un futuro guillotinado. ¡Qué abismo de dolor en este rostro! Pienso en lo odiosa que es mi vida de Europa. ¡Dejar mi tierra ancha e inocente por este hormiguero humano!”.

“JULIO, 11, 1933. — Estoy en el séptimo infierno y no sé por dónde salir. La vida me presenta su cara de los mil horrores. ¿Qué hice? ¿Quién me suelta su veneno?

Si esto no se compone pronto, pronto, moriré.

Casi estoy seguro de un cáncer”.

V

Al copiar lo anterior, resolví transcribir toda la libreta, para que se entienda en las circunstancias tormentosas en que emitió sus juicios-insultos contra la libre Francia y para que se conozca bien al individuo que escribió este libro acerca de Italia. Como actualmente está entregado a mirar para el cielo, es contra su voluntad que esto se publica; sostiene que son cadáveres, partículas cadáveres de un alma que trajina, excrementos pasionales. “Tú —me dice—, no comprendes que no tiene valor lo escrito o lo actuado sino en cuanto desenfunda el alma” (se refiere al acto de sacar un cuchillo de su vaina). “El género humano es solidario y no hay Francia ni Italia: hay hombres, y mientras uno solo se quede atrás, ninguno pasará de esta etapa. Los juicios que publicas son apenas reacciones de un alma que está tan metida en la carne como una nigua. No quiero bulla con mi nombre; ofréceme fama o dinero y quizá me venda, pero diré que me vendí y llamaré a Dios en la noche y en los templos y retretes hasta que me reciba lo que me diste. Ya me he vendido; ya me he prostituído en todo, y lo diré, porque mi alma chilla como Jonás dentro de la ballena, o como gatos en el tejado”.

Copiemos, pues, la libreta y ninguno se sienta ofendido, que los juicios de este libro son reacciones causadas por los policías policromos de Italia, por la mujer única de Marsella, por las actitudes de Aquiles Starace o de Mussolini, o bien, por el encuentro de algún motorista de tranvía impertinente o por la lectura diaria de crímenes horribles. También, que Ochoa se hunde en la inmundicia y luego sale enfurecido, lanzado para arriba como pelota de caucho y renegando de todo…, para terminar mirando al cielo, como los gallinazos que se asolean en los tejados de las casas en Medellín.

Fernando González

Fuente:

El Hermafrodita dormido. Medellín, Bedout, agosto de 1971.