Boletín n.º 134
Febrero 23 de 2016

Falta de cultura

Cultura

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Estamos sembrados a la patria y sus jugos deben nutrirnos. La grandeza no es posible sino absorbiendo la de la tierra. ¿Qué importan culturas extrañas? Pero en Colombia comemos lo que producen otros suelos, importamos qué leer y quien nos preste dinero y nos lo gaste, y también importamos quien nos enseñe la biografía de Bolívar.

Fernando González

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Falta de cultura

Por Poly Martínez

Me sorprendió la noticia. El Ministerio de Cultura redujo —o le redujeron— su presupuesto en 14,2%. De acuerdo con una publicación de El Tiempo, entre las 29 prioridades presupuestales del gobierno para 2016, el año del inicio del posconflicto, el Ministerio ocupó la casilla 24. Por allá en la cola.

Claro, la cosa no es fácil: hay que meterle al tan olvidado agro, sostener la paz, generar empleo, mover las exportaciones ya no tan “tradicionales” porque se nos volvió costumbre depender del petróleo y enredamos todos los pre-supuestos. ¿Quitarle a la educación?, imposible. ¿Recortarle a la seguridad?, mucho menos. Hay que producir, ser competitivos e innovadores (Colciencias se salvó esta vez), contar con infraestructura básica que comunique geográficamente a este país, todo esto hecho de manera equitativa y a partir de lugares comunes: “hacer más con menos”, “apretarse el cinturón”, “buscar eficiencias” y entender el bache como una oportunidad.

Sin caer en la letanía de que la cultura es la Cenicienta de todos los gobiernos, por estrecho que sea el presupuesto cabe una reflexión: los espacios culturales —propiciarlos para el encuentro y compresión de la diferencia— en el contexto de posconflicto son inversión que hace sostenible la paz a mediano y largo plazo.

Esto no sale del sombrero vueltiao ni es cosa de saltimbanquis. Está claramente estudiado y formulado por entidades como la Unesco y otras que han hecho seguimiento al rol que juega la cultura en la construcción de paz, que las artes en sus más variadas expresiones son un pilar para etapas de reconstrucción de tejido social, de reconocimiento y confianza. Tenemos en camino la llamada conversación más grande del mundo —no se despisten con el nombre: sucede aquí y no en Brasil— y si hay una conversación pendiente es precisamente la de la cultura.

Sobre el tema del aporte de la cultura y sus manifestaciones a la construcción de paz y prevención del conflicto, en abril de 2014 el Salzburg Global Seminar (creado en 1947 para abrir espacios y estimular el diálogo intelectual en la Europa de la posguerra), a propósito del centenario de la Primera Guerra Mundial realizó un encuentro para hablar y evidenciar la “Transformación del conflicto a través de la cultura. Construcción de paz y artes”. Estuvieron presentes 27 países a través de 60 representantes.

Hubo reflexiones, casos y experiencias que atraviesan los mapas pues van de Irlanda a Suráfrica, pasan por Bosnia, Afganistán, Cambodia, Sri Lanka, Uganda y más. Fueron diferentes las vías que en cada caso sirvieron en el proceso de posconflicto, pero hubo similitud en entender que, en una estrategia de construcción de paz, las artes ayudan a generar confianza, promueven la empatía, elevan la consciencia e inspiran tolerancia en torno de la diferencia.

Así como en muchos casos las diferencias culturales están en el meollo del conflicto y cabe el riesgo de atizar el fuego si se repiten las mismas narrativas, también es cierto que las expresiones artísticas tienen un rol en la fase de reconciliación, en poder expresar lo inenarrable (como sucedió en Bosnia, donde los niños, sin palabras para el horror, lo expresaron en composiciones musicales); en momentos de perdón y en la prevención de conflictos.

Por eso un recorte de espacios de encuentro —así el programa de música para la reconciliación siga, como también los incentivos para la creación o el cine, entre otros— puede ir en detrimento de una mayor interacción entre los colombianos, que es la que contribuye a transformar percepciones, la forma como nos re-conocemos, la mirada con que vemos al otro. Recorta el gobierno, recorta el sector privado, recortan las administraciones departamentales y locales, generando así una cadena que limita la expresión de la diferencia entre las comunidades.

Hoy, la teoría del posconflicto habla de tener, además del marco político y el económico, el marco cultural, tercer pilar que hace multidimensional todo el proceso y contribuye a que, a largo plazo, la paz sea sostenible. Visto desde otra perspectiva, la importancia de las expresiones culturales se evidencia precisamente en las zonas de conflicto que hay en diferentes partes del mundo, donde a pesar de las necesidades básicas insatisfechas, las expresiones artísticas no se rinden.

Para la Unesco, la paz es una permanente negociación política, económica y cultural; por su parte, la reunión de Salzburgo concluye que “un pensamiento mucho más inteligente sobre la cultura es necesario para poder comprender realmente el potencial de las artes en la construcción de la paz”. Falta una visión más estratégica: recortarle presupuesto a la cultura en un país que se tiene que conocer, aceptar y progresar de otra —y ojalá mejor— manera es francamente tonto.

¿A qué será, entonces, a lo que se refiere el ministro Cárdenas cuando habla de austeridad inteligente?

Fuente:

Semana.com, 7 de febrero de 2016.