Boletín n.º 209
19 de marzo de 2024

Eduardo Escobar

~ 1943 • 2024 ~

Eduardo Escobar (1943 - 2024) - Foto © Indira Restrepo

Eduardo Escobar
Foto © Indira Restrepo

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La Corporación Otraparte lamenta la muerte de su querido y cercano amigo Eduardo Escobar (1943-2024), escritor, poeta, ensayista, cuentista y periodista, cofundador del movimiento literario nadaísta en 1958 en Medellín junto a Gonzalo Arango, Amílcar Osorio, Alberto Escobar Ángel, Humberto Navarro Lince y Darío Lemos. Publicó libros de poesía y prosa: ensayos, cuentos, biografía histórica, manifiestos, diatribas, crítica literaria y artística, textos autobiográficos, memorias, estampas, reflexiones, divagaciones, relatos, cartas, y divertimentos, y muy numerosos trabajos periodísticos. Entre sus libros se destacan «Invención de la uva» (1966), «Del embrión a la embriaguez» (1969), «Cuac» (1970), «Confesión mínima» (1975), «Correspondencia violada» (1980), «Nadaísmo crónico y demás epidemias» (1991), «Ensayos e intentos» (2001), «Prosa incompleta» (2003), «Poemas ilustrados» (2007), «Cuando nada concuerda» (2013), «Cabos sueltos» (2017), «Insistencia en el error» (2020) y «Escritos en contravía» (2023), entre otros.

En compañía de familiares, amigos y lectores lo despediremos mañana miércoles 20 de marzo a las siete de la noche en la Casa Museo Otraparte.

Eduardoescobar.co

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El fin del mundo

Hoy soy feliz:
el sol se está apagando sobre el mundo
Todo va a terminar
La muerte es amarilla sobre el río
El universo será un puñado de sal para el mar
La luz se transformará en jabón para la cara
Los automóviles dormirán en las esquinas
y esperarán convertirse en garzas
Yo,
esperaré la invasión de las garzas
que vendrán a fabricar sus nidos
en el corazón de los semáforos
La ciudad de cemento será una caja de cartón,
Sola y empolvada
inmóvil
terminando en todas las calles
Adquiriendo la hediondez que se acumula en mis
bolsillos
Pero yo soy feliz
irremediablemente,
mientras la luz es vieja.

Eduardo Escobar

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También admiro mucho a Gonzalo Arango, a Amílkar U y al diosecito desterrado que se llama Eduardo Escobar… ¿Dónde andará Eduardito? ¿En la Patagonia? ¿Cómo podía vivir Eduardito en esta patria de los pajes, de los reportajes, de los empréstitos, de los cursillos, de los López de Mesa?

Fernando González

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Los nadaístas somos a veces tipos muy de malas para el amor. Yo no me quejo, pero lo digo por Eduardo Escobar, un nadaísta encartado con una de las almas más poéticas de mi generación. […]

Nosotros llamábamos a Eduardo cariñosamente «Eduardito», y sus antiguos camaradas de vagancia y santidad aún lo llamamos con diminutivo. También le decíamos «El Nieto» por su casta inocencia. Era tan frágil, daba tal sensación de espiritualidad con su flotante estatura de uno con ochenta, que el maestro Fernando González lo bautizó «El Diosecito». Es que por entonces estaba sumergido en un misticismo purificador, padeciendo su poesía con una paciencia de santo, en un horno de llamas negras.

Yo creo que Eduardo se metió al nadaísmo por una razón: por unas ganas terribles de ser cualquier cosa en la vida, menos gerente del Banco Comercial Antioqueño. Creo, igualmente, que al elegir el nadaísmo, hizo el mejor negocio de su vida, aunque hoy por hoy sea el poeta más varado de nuestra generación. Eso no importa. Lo cierto es que al perder la ganga de ser gerente se ganó el maldito y sacrosanto derecho a vivir, a ser poeta, lo que significa ejercer la vida como un destino. Ser poeta, como quien dice: vivir despierto, sobre todo en el sueño.

Gonzalo Arango

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Eduardo Escobar (1943 - 2024)

Ilustración © Daniel Gómez Henao

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Eduardo Escobar,
«l’enfant terrible» a los 80

Por Óscar Domínguez Giraldo

Vota con la cédula 4.510.171, de Pereira. En su documento consta que nació el 20 de diciembre del 43, o sea que acaba de cumplir los primeros ochenta abriles en su refugio de anacoreta en San Francisco, Cundinamarca. Como nadaísta sigue siendo «l’enfant terrible» de la tribu. Como poeta se pregunta qué sería del mundo sin Homero, y de Envigado, su terruño, sin Mario Rivero y sin él.

Escobar Puerta Eduardo, su gracia de pila, quiso ser rico para estar a tono con la pasión paisa por el vil metal. Fracasó en el intento y terminó de poeta. La poesía, confiesa, le ha permitido la libertad de la pobreza. La poesía no da dólares, sino dolores, escribió en un libro que me regaló y que se perdió en el tsunami de algún trasteo.

Fue discípulo nada aventajado de los padres escolapios. Los hermanos maristas hicieron todo lo posible por desasnarlo. Estudió para misionero en Yarumal. Antes lo había hecho en el Colombiano de Educación, de don Nicolás Gaviria. Pagó cana cuando «epataba» la parroquia paisa en los inicios del grupo.

De sus estudios teológicos aprendió que «el problema no es si creemos en Dios, sino si Dios, a estas alturas del partido, todavía cree en nosotros».

Es el más prolífico de la cofradía: diez hermanos, cuatro hijos: Lucas, Raquel, Roque y Simón; es abuelo de María José. Eduardito, como le dice su viejo entorno, fue de muchos amores y desamores, una treintena de libros, el último Escritos en contravía, editado por Intermedio. Léanlo antes de que se agote su autor.

Mima una novela inédita que ha sido tan retocada que hasta hubo tiempo de que ladrones honrados la sustrajeran de su refugio campestre donde aprendió que «la soledad es un espacio que espera ser llenado con amigos». (Los ladrones se indigestaron con las metáforas y devolvieron la novela).

En su retiro lo visitan amigos que le llevan langostinos y vino. Y su dosis personal de Ensure. Pero ni así engorda, para no hacer quedar mal su primer apellido. Eduardo León se conserva flaco como un endecasílabo. Empieza a parecerse a Don Quijote.

El poeta de Envigado, con un apellido que en el pasado disparaba las alarmas de los aeropuertos. Suelta toda la artillería pesada en sus ensayos quincenales del martes en El Tiempo.

En su momento, el presidente Uribe lo invitó a Palacio a brindar con tinto por las bodas sin oro del grupo, pedirle luces y recitarle el poema «Revolución», de Gonzalo Arango, que aprendió en la biblioteca de su asesinado padre, amigo del profeta de Andes.

Como no le ordenaron entrar por el sótano de Palacio, encontró mil trabas entre las dueñas de Uribe. Finalmente desistió de verlo. Recordó lo que decía su gurú, Gonzalo Arango: «No nacimos para olerle los pedos a nadie». Y se quedó sin su dosis personal de Uribe.

En la revista Soho y en Universo Centro, de Medellín, suele lucirse como ensayista, biógrafo, cronista, columnista, panfletario. Lo suyo es pura poesía en prosa. Uno de los que llevó del bulto fue el expresidente Andrés Pastrana. El astrólogo Walter Mercado también se ganó un demoledor perfil. Mejor que Escobar lo ignore a uno. Tenga cuidado si Eduardo le dice que «lo quiere mucho».

Ha hecho de todo. Antes de recalar en la literatura, su modus vivendi, y el periodismo, su modus comiendi, ha sido auxiliar de contabilidad, patinador de banco, almacenista, anticuario (destino heredado de don Germán y doña Elisa Puerta, sus padres), fabricante de bolsas, vendedor de muñecas, artesano. Fue dueño del Apartado Aéreo 350034, de Bogotá. Ya no vive nadie en ese apartado. En ningún apartado, la verdad.

Despachó como cantinero (El café de los poetas), armador de faroles, empresario de rifas clandestinas, ayudante de cocina, mal chef, prologuista, precario barman, pastor de aves de tacaño vuelo, crítico de arte, campanero, tallerista. Pintor de brocha frágil, o acuarelista, en ratos robados a la lectura.

Como antologista de la poesía nadaísta se considera «justo como Robespierre, impiadoso como una cuchilla Gillette». Por eso para la antología (Arango Editores) solo clasificaron siete (muchos, todavía): Gonzaloarango, Jaime Jaramillo Escobar, Alberto Escobar, Amílcar Osorio, Jotamario Arbeláez, Eduardo Escobar (la caridad entra por casa), Eduardo Zalamea.

Desde que le extirparon un meningioma, un achaque que les da con preferencia a monjas, negras y mujeres de vida horizontal, mejoró su prosa. Se puede demorar un semestre para escoger un adjetivo. «Antes de que me extrajeran el meningioma escribía con más misterio… Ahora me parece que lo que hago tiene una claridad, si no meridiana, sospechosa». El meningioma también sobrevivió a Escobar.

Sentarse a caminar

Hace ya muchos poemas (años) lo entrevisté:

—Usted es poeta: ¿qué es ser poeta?

—Ser poeta es sentarse a caminar.

—¿El mundo podría vivir sin poetas o sin políticos?

—El mundo sin poesía sería para mí como un campo de trabajos forzados, el infierno de la necesidad pura, la amargura de sobrevivir para sobrevivir. He visto que la gente más feliz está por allá, lejos, junto a los ríos que no conocen los inspectores de policía, en las cumbres que no han censado… Y de pronto llegan los políticos y dividen. Y reinan. Ya casi no queda espacio virgen que no esté complicado por el Estado. Ya ves, la humanidad está convertida en dos grandes rebaños que se matan mientras los políticos hablan por radio.

—¿Pero ha tirado la toalla como poeta? ¿Por qué optó ahora por la vía de la novela?

—No, yo no he tirado la toalla. Tengo muchos libros inéditos, de poemas, de ensayos, de más poetas, de prosas, de versos, líricos, experimentales y buenos. Lo que pasa que se me metió en la cabeza una novela… Y creo que debo ser generoso con ella y tratar de ayudarle a que se diga. Y ahí voy, mientras la maldita brega de sobrevivir deja tiempo.

Literatura-pobreza

—En un libro que le robé a su hermano Víctor, en Envigado, hace años, decía usted en la dedicatoria que la literatura no da dólares, pero sí muchos dolores. ¿Sigue vigente este esquema literatura-pobreza?

—Primero que todo, no sé ya muy bien por qué puse esa dedicatoria en el libro que le regalé a mi hermano. Quizás la familia pasaría por una de esas rachas de dificultades económicas —tan comunes en las familias numerosas y honradas—, y no quería que mi hermano se dedicara a la poesía también, para acabar de complicar las cosas. Usted sabe. En Colombia, y en Antioquia con mucha especialidad, el arte es una pérdida de tiempo, un derroche de energía, una enfermedad mental. Pero ese es solamente un aspecto del problema: la poesía es la única riqueza de la vida humana, el arte es la forma que tiene el hombre de ennoblecer su vida. Uno no se puede imaginar lo que sería Grecia sin Homero, o Envigado si no hubiera parido a Mario Rivero… y a mí.

—¿Prefiere los dólares gringos o se queda con los dolores literarios colombianos?

—El problema del dolor, Óscar, se ha convertido en un problema poético en nuestra poesía… No estudié enfermería, para poder contestarte esa pregunta. Además, los nadaístas hicimos siempre una poesía menos quejumbrosa que los otros poetas colombianos…, aunque hemos tenido que sufrirlos.

—¿Su municipio, Envigado, también está en condición de riqueza absoluta poética? ¿En qué forma tiene usted la culpa de esa riqueza?

—Uno no tiene la culpa del mundo, uno no puede ver el río en que se ahoga. El Envigado que yo conocía era muy distinto, un pueblo de santas, mulas y patriarcas. Antes de la podredumbre industrial y la miserable riqueza que la agobia, los valores del espíritu no habían sido aplazados en el alma envigadeña, envilecidos. Esos son los recuerdos más hermosos de mi vida. Las ventanas estaban llenas de flores, de muchachas. Y hasta los viejos eran hermosos. Ellos, descalzos, de espléndidos bigotes blancos, sudorosos de aguardiente. Y ellas muy rezanderas y chismosas, pero inocentes, ingeniosas y esperanzadas en que se podía conquistar el cielo a punta de trisagios. Creo que iban a Medellín en tren. Eso era la nobleza de la Colombia vieja, antes de que la modernizaran los lectores de revistas miopes. ¡Imagínese cómo sería Envigado en plena juventud de Fernando González! Él la cantó muy hermosamente. Pero esa pregunta puede ser la primera parte completa de mi autobiografía que no he podido escribir por vivir.

—¿Su poesía está en deuda en alguna forma con el andén de Envigado, o le debe más a la avenida Junín de la cual los nadaístas se apoderaron durante una época?

—A los andenes de Envigado no los conocí muy bien, no aprendí a caminar en la casa. Me sacaron de ese paraíso de niño, expulsado. Los andenes de Junín, en cambio, sí me serían muy familiares. Pero a Medellín también lo mataron. Fernando González dijo que Medellín era bueno cuando los Echavarría estaban chiquitos. Hoy, Medellín, es una cosa muy inhumana, muy salvaje, caníbal. De cuyo nombre no quisiera acordarme.

Los libros lo escriben a uno

—Como buen envigadeño usted es prolífico: cuatro hijos y muchos libros. ¿Es más doloroso el parto del hijo o del libro?

—Le faltan cosas. Cuatro hijos, nací junto a La Ayurá, trece libros (al momento de la entrevista), una casa hecha por mí mismo, un bosque de árboles y algunos caminos, para no contar los sueños que hemos levantado y demolido. Sí quisiera aclarar una cosa: mis hijos no los parí yo, los parieron unas muchachas amigas mías. Los libros…, los libros lo van escribiendo a uno. Uno pone lo malo. Pero mis libros me escriben a mí.

—Sus hijos tienen nombres con nostalgias envigadeñas: Lucas, Raquel, Roque, Simón…, ¿una coincidencia o qué?

—Mis hijos tienen nombres reminiscentes. Lucas de Ochoa, quizás, por el remoto antepasado. Raquel es la madre de José. Roque es la roca. Simón se llama en mi corazón Crisóstomo, que quiere decir Picodioro.

—¿Lo hizo mejor como escritor o como padre?

—Soy tenaz con mis libros que amanso y los libros los publico con el dinero de mi pan muchas veces. Y los regalo. Con mis hijos también soy amoroso, como esas frases que se dejan acariciar.

Ni cura ni banquero: poeta

—¿Es más fácil ser buen hijo o buen padre?

—Yo no sé. Como hijo fui obligado a ser desastroso. Mis padres querían convertirme en cura o en gerente de banco (o en las dos cosas al mismo tiempo). Pero mi sangre era de poeta. Y no tuve más remedio que desgarrarles el corazón. Mi madre dice (decía) que no entiende mis poemas, pero tampoco hubiera entendido mi latín o mis balances.

—¿En Envigado, finca Otraparte, no fue donde el maestro Fernando González fundó el nadaísmo? ¿O fue Gonzalo Arango?

—Los espíritus se reconocen en el camino. Cuando Gonzalo Arango fundó esa vaina del nadaísmo por desesperación, fue una necesidad de su alma. El maestro González oyó hablar de los nadaístas y los invitó a su casa. Gonzalo dice, y es cierto, que un escritor tan importante debía estar muerto, que así pensábamos nosotros. Fernando oraba: «Voy a orar por estos jóvenes que se están desnudando». Él mismo lo cuenta así en el Libro de los viajes o de las presencias.

El que peca y reza…

—Ustedes pecaban en el barrio El Poblado y en Junín y rezaban en Otraparte. ¿Por qué esa forma de empatar, pecando y rezando?

—Nosotros nunca pecábamos. Éramos inocentes y brutales. Los profetas expían los pecados de la sociedad. Nosotros señalábamos las lacras. Para eso tuvimos que jugarnos entero.

—¿Con la muerte del profeta Arango se acabó el nadaísmo?

—El nadaísmo es entero, como todas las cosas.

—¿Un movimiento que no figura en los textos de primaria sí existe?

—Somos hijos de la violencia. Eso de figurar en los textos de primaria es secundario. Cambiamos la vida, al menos nuestra vida, y eso es bastante para cualquiera que se dé cuenta.

—Ustedes han celebrado ruidosamente su resurrección. ¿No están admitiendo que no existen?

—Nosotros no resucitamos. Nos redescubren.

—¿Son mejores publicistas que poetas los nadaístas?

—No podría decirte. Nos hemos visto obligados a cometer diez mil bestialidades para mantener la poesía a salvo y el corazón activo. Ya ni sé si vivo del milagro de vivir.

—¿O son mejores políticos que publicistas?

—No se puede juzgar toda la cosecha por una sola manzana. No sé si esto responde tu pregunta.

—Lo oí alguna vez lamentarse de la falta de Belisario Betancur. ¿Y eso?

—Ah, es que Belisario es una persona decente. Fue una sorpresa. Le dio respetabilidad al país. Lo que pasa es que este país no se arregla ni volviendo a nacer. El general Bolívar nos profetizó que volveríamos a la barbarie para asombro de las naciones occidentales. Y creo que por ese camino vamos bien.

—¿Los poetas llueven o vienen del cielo?

—Los poetas le dicen las palabras del cielo a la tierra, y las de la tierra al cielo. Y son tan necesarios para los países como las lluvias.

—Le oí decir a un colega suyo que usted era mejor en prosa que en verso. ¿Una calumnia?

—Yo qué voy a saber. La poesía debe estar llena también de la prosa de la vida. Y la prosa de buena poesía. Es el sello.

—¿Qué más le pide a la vida?

—A la vida me doy, como decía mi filósofo de cabecera [Fernando González]: cagajón aguas abajo. Amo, escribo, tengo miedo, y sé que el futuro existe, porque ya está presente.

Fuente:

Comunicación personal, 20 de diciembre de 2023.

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