Boletín n.º 217
8 de mayo de 2025
Las abejas y los museos
La distancia entre una abeja y Borges podría medirse con un hexágono. En la Biblioteca de Babel, Borges imaginó salas infinitas organizadas con esa forma. Las abejas, maestras del almacenamiento, también confían en esta figura para construir panales: estructuras que se conectan sin dejar vacíos, que sirven de refugio y como centros de producción. En ambos casos, la geometría ordena la esencia, conserva y distribuye el conocimiento. Obreras, bibliotecarios y curadores llenan celdas, de miel o de libros, en un trabajo paciente y colectivo. El hexágono conecta la dulzura del saber y la arquitectura de su memoria.
Las iniciativas culturales comparten con las abejas la premisa fundamental de valorar el contenido que generan para la comunidad. Para las abejas, ese contenido es alimento, preservación, comunicación y fecundación. Para los seres humanos, es el conocimiento creado por individuos y comunidades. Este saber permite comprenderse y representarse a sí mismos, a otros seres humanos y a otras especies. Es una forma de hacer preguntas, construir identidad y explorar el territorio que habitan. Las creaciones artísticas, los procesos educativos, los proyectos sociales y las acciones comunicativas son materiales valiosos que los espacios culturales custodian, actuando como recolectores, cuidadores y distribuidores del conocimiento. Quienes protegen museos y patrimonios son abejas de lo invisible:
Y nosotros, que pensamos en la dicha ascendente, / sentiríamos la emoción / que casi nos asombra / cuando una cosa feliz cae. / Casi igual que nosotros, abejas de lo invisible. / Recolectamos la miel de lo visible, para almacenarla / en el gran panal de oro de lo invisible.
Rainer Maria Rilke, Elegías de Duino (1923), Novena Elegía. (Traducción al español).
Y recogen el néctar de la cultura visible: objetos, documentos y obras. Lo transforman en la miel intangible de la memoria colectiva que alimenta al mundo. El panal cultural produce miel, que es conocimiento y polen que nutre la creación. En museos y centros culturales, el polen es la sustancia inicial: datos, ideas nuevas, acciones comunitarias. Las crías son estudiantes, artistas e investigadores que se nutren allí y mantienen la colmena viva. La jalea real es la investigación, el estímulo a la curiosidad, la expresión y el encuentro creativo.
Para Fernando González el aguijón del conocimiento es ambivalente: asusta y despierta. Duele porque incomoda y rompe estructuras mentales. Activa porque estimula el pensamiento, genera movimiento interior y alerta la conciencia. Despierta el sistema defensivo, poniendo a prueba nuestras ideas, las hace reaccionar y nos obliga a responder. Esta picadura nos vitaliza.
La preservación en los museos y la gestión cultural también tienen algo de alquimia. Archivos y colecciones reúnen el material efímero de la experiencia humana: papeles, relatos orales, objetos, lo transforman en conocimiento, identidad, memoria. Una operación similar a la de las abejas que convierten el néctar de las flores en miel incorruptible. En esta transmutación cada pieza restaurada, documento catalogado o exposición curada es una obra alquímica que evita la obsolescencia programada y la reintegra en un ciclo de vida más largo. El archivista que seca, limpia y digitaliza un manuscrito destila el néctar del pasado en miel del conocimiento, haciéndolo accesible en el futuro.
Los museos, como las abejas, cumplen su misión de manera cooperativa y solidaria. Curadores, investigadores, conservadores, comunicadores y educadores aportan sus saberes y reparten las tareas para sostener la comunidad, la colmena. Unas recolectan néctar, otras cuidan las crías o defienden la colmena en sincronía. Los movimientos culturales y cooperativistas actúan frente al patrimonio asumiendo un rol: catalogar, restaurar, montar, mediar, gestionar, comunicar. Quien trabaja en la promoción cultural beneficia a otros como la abeja que poliniza mientras busca alimento. Un archivo abierto, por ejemplo, nutre a investigadores locales, fortalece el bien común y deja un legado distribuido y descentralizado.
Las abejas regresan a la flor porque recuerdan dónde encontraron una buena fuente. Vuelven a ella con constancia, incluso ignorando otras más vistosas. Este aprovechamiento pleno del néctar garantiza una polinización efectiva. En la gestión cultural el historiador vuelve al archivo para reconstruir narrativas. El curador investiga conecta sentidos históricos, poéticos y sociales a las obras de arte. Las comunidades que visitan museos y centros culturales regresan a estos espacios para afirmar su pertenencia y compartir sus formas de expresión. Es un gesto de lealtad hacia el origen de la miel, porque se ven identificados con ella. Esa perseverancia robustece el acervo cultural.
Las iniciativas culturales son guardianas de la memoria porque propician una estructura eficiente y solidaria en la que se preservan y distribuyen las expresiones artísticas, los saberes y las identidades. Abejas, gestores y creadores aseguran un tejido de permanencia, de resistencia, de continuidad. Es un esfuerzo colectivo que sostiene la memoria viva de los pueblos y la vuelve posibilidad para el ser individual y colectivo en el presente.
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Estamos leyendo sobre:
Fernando González – Filósofo de la autenticidad
Javier Henao Hidrón – Séptima edición – (2018)
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