La vieja mesa
y la ceiba niña

Por Ernesto Ochoa Moreno

De pronto, en Otraparte, revivieron las presencias. Ahí estaba, regresando del pasado, la mesa antañona del comedor de Fernando González Ochoa, que había sido de su suegro, el presidente Carlos E. Restrepo, y en la que el escritor apaciguaba, en torno a su esposa Margarita y sus hijos, las fatigas de su viaje y de sus búsquedas. Y ahí, al lado, tímida y silenciosa, una ceiba envigadeña, plantada en un matero, a la que habían traído cargada en brazos como a una niña. Las dos presencias, convertidas en cruce de caminos de un largo viaje que venía de antes, y de un viaje que apenas comienza, se convirtieron en un símbolo de la Corporación Fernando González – Otraparte, cuya junta directiva, con la presencia de Simón González Restrepo, se reunió el pasado jueves en la casa del maestro.

Fue Simón el de la idea, mágica como todas las suyas, de madrugar a traer la vieja mesa que, tras la salida de la familia de Otraparte, acompañó por tantos años la soledad de Fernando, hijo, y estaba guardada tras su muerte, a la espera de esta inesperada parábola del retorno. Era, repito, una presencia densa, sólida, adusta, paternal.

De repente, Sergio Restrepo, director del centro cultural Stultifera Navis, de Envigado, y presidente de la junta directiva de Otraparte, depositó en la sala el matero en que estaba plantada la pequeña ceiba que, en principio, parecía una intrusa muchachita ruborizada. Pero resulta que el arbolito tiene su historia. Es, tal vez, la última descendiente directa de las viejas ceibas de la Plaza de Envigado, que agonizan irremediablemente por el desgaste del tiempo.

La semilla brotó en el techo del templo de Santa Gertrudis, llevada allí por el viento, por una paloma (¿o sería un ángel?). El padre Eugenio Villegas autorizó a Sergio para que se arriesgara en las alturas y poder trasladar la incipiente ceiba. Él la cuidó por años y ahora, todavía en crecimiento, ha sido sembrada al frente de los sueños de lo que será Otraparte. Perdura así, a la sombra de Fernando González, la simiente de las centenarias ceibas de Rengifo.

Se llaman así las ceibas ya casi desaparecidas del Valle de Aburra, entre las cuales las de La Playa, las de Envigado y otras más que murieron de pie en la ciudad, porque, según cuenta la historia, cuando Antioquia, entre 1877 y 1880, vivió bajo el régimen del general Tomás Rengifo, de ingrata recordación en las guerras de la última mitad del siglo XIX, una plaga de langostas se abatió sobre esta región y, para contrarrestarla, el gobernante militar, que no creía en milagros ni en rogativas, decidió pagar a los campesinos por cada bulto de langostas muertas que le trajeran. Mandó entonces abrir hoyos en puntos claves de la ciudad, hizo vaciar allí los montones de bichos muertos y sembró una semilla de ceiba en cada hueco. De entonces datan las ceibas de Envigado, que tanto amó Fernando González y una cuyas descendientes, niña todavía, ha sido plantada ahora en la tierra que sintió sus pasos de viajero a pie.

He vuelto mentalmente, solitario, a Otraparte. Resbalo la palma de mi mano por la superficie de la mesa. Oigo silencios en la yema de los dedos. Y largas conversaciones pausadas, y risas y ternuras. Siento vivo al maestro. Cada caricia deslizada por esta madera es como una mariposa tenue que insinúa vuelos de Intimidad. Y después llego hasta la ceiba recién plantada. Toco sus hojas, su tallo, sus tunas que apenas despuntan como pezones de adolescente. Huele a juventud. Huele a Eva creada por Jehová a los catorce años en Envigado, que decía Fernando González. Y mis manos, como las del Creador, han quedado untadas, impregnadas con aroma de muchacha, que dice también el filósofo envigadeño (Cartas a Estanislao, pág. 81 y ss. Ed. Bedout).

Otraparte ha vuelto a nacer y huele a juventud, a ceiba niña.

Fuente:

Periódico El Colombiano, columna de opinión «Bajo las ceibas», 13 de julio de 2002.