Simón salió de
viaje para Otraparte

Por Margaritainés Restrepo Santa María

  • A caballo anunciaron su partida, ayer, en la isla Providencia.
  • Positivismo y amor a la naturaleza, eran dos de sus poderosas armas.
  • Lo extrañan Bruno, Chicanero, Maíto, las estrellas y las montañas.

Si usted hubiera estado ayer en la mañana en Providencia, habría escuchado los gritos de ese nativo que recorría la isla a caballo y lanzaba al viento, en inglés, la noticia: «El señor Simón González Restrepo murió en Medellín, este lunes, 22 de septiembre, a las 5:10 de la tarde».

Un anuncio funerario a caballo, como es costumbre entre los raizales, para un hombre nacido en Antioquia pero, «isleño puro», según sus palabras.

Simón González Restrepo. Enamorado de la vida —«el mejor regalo»—. Buzo de soledades, silencios, verdades, cielos y mares. Hombre auténtico, celoso de su independencia, orgulloso de su intimidad. Naturalista que habló los idiomas de los hombres y, además, de la flora, la fauna, los minerales.

Simón. Con estudios de ingeniería, sociología y economía, en su equipaje. Y maestría sin diploma, en positivismo y en observar, conocer y hacer sentir importante a cada uno de los que lo rodeaban: persona, flor, piedra, pájaro.

Mientras el jinete recorría, con su pregón, Providencia a caballo, Simón González continuaba su viaje hacia Otraparte. El viaje (al interior de sí mismo y a Dios) para el cual comenzó a entrenarse, en una casa saturada de ternura; en compañía de sus hermanos Álvaro, Ramiro, Fernando y Pilar, y de su madre Margarita Restrepo; y de la mano de su padre, el filósofo Fernando González, ese que tanto sabía de viajes pasionales, mentales y espirituales.

Ellos lo extrañan

«El señor Simón González murió el lunes 22, a las 5:10 de la tarde…».

Ya lo extrañan… Además de los amigos, los familiares y los niños, a quienes siempre amó, la gente sencilla con la que conversaba, en Cartagena y en sus islas del alma (San Andrés y Providencia). Aquellos a quienes gobernó. Chicanero, su jeep; Rayo de Luna, su moto de trenzas de cuero (Rayo de Sol bautizó a la de su vecino y compañero de excursiones en moto, Antonio, Toño Correa); Bruno, su pavo real; Sol y Luna, sus cisnes; Moná y Cocó, sus guacamayos; Maíto y Seamoon, sus perros.

Lo extrañan los espacios que habitó, siempre con sombra y viento enredados. La Luna Verde y las montañas. Su pulsera de cobre —antibursitis—. El árbol que se erguía en la mitad de su casa de Los Campanos, en Turbaco. La silla costeña en la que se sentaba a leer, en el muelle que daba a la laguna aledaña. La barracuda que no quiso pescar con arpón, y las estrellas y los alcatraces.

Porque ese hombre que el jinete isleño recordaba ayer, no pasó en blanco ante ninguno y «ninguna de las cosas», que encontró a su paso, en sus casi 72 años. Con respecto a su entorno, fue un espíritu intensamente «conectado».

De bobos y enamorados

«El que no habla con la naturaleza está perdiendo la mitad de la vida… Uno siempre tiene que estar buscando metas… Ejercí el poder con pasión y amor, como un esclavo… El poeta verdadero es un constructor… Cuando uno cree tener la verdad es el animal más peligroso de la humanidad… Ser bobo es muy importante; se goza con el éxito de los otros… Cuando se acerca un extraño y uno le abre el corazón, es Dios; no puede haber extraño humano… La familia no es de uno. Fernando González no es de nadie; es un pensamiento universal con muchas raíces… Cuando uno es violento en el amor a la vida y a la naturaleza no puede ser malo…».

Así hablaba Simón, el viajero que creía en un destino eterno —el 18 de febrero del 2002, en una entrevista con El Colombiano—. El dos veces mandatario de San Andrés y Providencia, que cargó con alegría todo apodo que le acomodaron: Simón El Bobito, El Brujo, La Barracuda, Monchito, Brother Simón, El Loco Simón.

«Si va a venir la muerte, que venga, pero hay que manejarla. Que venga, pero con amor», recalcaba.

Y el jinete informó a los isleños de su llegada.

Ella llegó, y Simón emprendió otro viaje —ya lo habían devuelto una vez, según narraba—.

Salió de viaje. Sin dejar un reguero de plumas blancas, como lo hizo su canario Simón, el que misteriosamente desapareció de su oficina de la gerencia del Incolda, hace años. Pero dejó esparcido su amor por la vida, por todos lados.

«Siento una energía que todavía sigue viva», comentaba cuando pisaba la casa de su padre (Otraparte). No quería que nadie lo llorara. Deseaba —recuerda su amigo Carlos Archibold, de San Andrés— que lo despidieran con fiesta alrededor de sus cenizas, con mucha música de la isla, y con licor y baile. Y que sus cenizas fueran arrojadas al mar, en Cayo Cangrejo o, si había mucho viento, en la Cabeza de Morgan. El jinete anunciará cuándo.

Ese solitario que amó la vida y la vivió a su manera

«Vivía la vida a su manera. Muy solitario. Independiente. Era un poeta ambulante. Deja de herencia su honestidad y transparencia. Desaprobaba profundamente lo mediocre. Le gustaban las cosas claras. Positivo a morir. Permanentemente le daba gracias a Dios por ese bello regalo de la vida. Sabía que iba iniciar su viaje. Creía en Dios. Le gustaría que lo recordaran como un hombre que amó profundamente la naturaleza».

Antonio «Toño» Correa
Cartagena

«Destaco su capacidad de trabajo y de unir a la gente, su honestidad, su inteligencia y su positivismo. En las Islas dejó una gran cantidad de recuerdos personales por su calidad humana (fue dos veces Gobernador) y obras que están a la vista y en servicio de la comunidad. Le gustaría que lo recordaran por su sensibilidad, su amor a la vida y al trabajo y el respeto a la gente. Tenía unas ganas inmensas de vivir, todo el tiempo. Vivió como quiso y así terminó».

Carlos Archibold
San Andrés y Providencia

Fuente:

El Colombiano, sección «Arte y Cultura», miércoles 24 de septiembre de 2003.