Simón regresa al silencio

Por Óscar Domínguez Giraldo

Vivir fue su verbo, y la vida, su sustantivo. Nada fue adjetivo en el periplo del Brujo Simón González, máster en silencios y soledades en la única universidad del mundo que confiere esos títulos: su isla de Old Providence, en cuya jurisdicción sus cenizas se confundirán el sábado en la tarde con el mar y el viento, al que había convertido en su gurú.

La cajita que contiene las cenizas es una pequeña obra de arte hecha por manos femeninas, fugaces colegas ebanistas de San José. La cajita tiene pintados en el frente una playa, el mar y tres palmeras. A la vuelta de la cajita hay más playa, mar y dos barquitas de pescadores. En el otro lado se repite la playa, otra vez el mar y una pequeña bahía. Por detrás, el interior de «la mar», como le decía, y en primer plano la barracuda llorando lágrimas azules. En la cajita, las cenizas no han podido estar en mejor compañía mientras son esparcidas el sábado sobre las aguas de Crab Cay donde tendrán la inmensidad por hábitat perpetuo.

Como Dios puede borrar de su agenda la reencarnación, «Moncho» —así le decía su padre para honrar al Libertador Bolívar— decidió vivir ésta y varias vidas futuras de una vez. Murió de vida e intenso amor. No sigan haciéndole el amor a la muerte, háganle el amor a la vida; la vida es un orgasmo de amor, pregonaba el aprendiz de alquimista que convertía en positiva toda energía negativa.

Con su hermano Fernando estudió bachillerato con maestro particular en Otraparte, en Envigado. «Si en Otraparte aprendí a volar, en Providencia encontré el nido», diría. El tiempo de la escuela prefería gastarlo en viajes a pie. Su padre, Fernando González, quería que aprendieran —aprendiéramos— a pensar, no a memorizar daticos para descrestar a las primas y aprobar el año.

Consejo para nuestros líderes: «Gobernar no es ser doctor, no es ser importante. No es usar Mercedes Benz. No es usar corbata. Gobernar es ser amante. Eso no es poesía, es ser prácticos. Gobernar es hacer sentir a los gobernados que están gobernando ellos». Era parte de su insólito credo de manzanillo espiritual.

Algo se le quedó entre el tintero al conductor de una Harley Davidson: reencarnado en Gandhi con mochila arhuaca, se empeñó en convertir el mar de los siete colores de Providencia en un Caguán o zona de despeje con olas. A su juicio, para empezar a solucionar el tierrero que nos tocó hay que empezar por entender el lenguaje del otro. Como no pelechó su idea de echar bla-bla-bla en vez de pum-pum-pum teniendo el mar como testigo, siguió viviendo su propia paz.

Cuando inventó el Congreso Mundial de Brujería como exótica vía para llegar a Dios, en Incolda, donde mandó durante 15 años, su superior, don Hernán Echavarría Olózoga, se atortoló. Solo le pararon bolas los canarios políglotas con los que compartía oficina. Los pájaros traducían el aura humana y le informaban cuándo un visitante traía mala energía.

Para liberarlo de la excomunión, el arzobispo Muñoz Duque, datiado por el Espíritu Santo, le pidió que le cambiara de «nombre a eso» y que hablara de congreso sobre «poderes extrasensoriales», como dicen en Harvard. Como las mujeres díficiles, González, datiado por su propio espíritu, dijo no. Sacrificó la chanfa para pulir su búsqueda de Dios.

Y coronó el Congreso de Brujería para hacernos perder el miedo a lo desconocido. Nos hizo brujos a la brava. Nos invitó a dejar salir el pájaro mágico que todos llevamos dentro. Abramos las puertas mágicas de la jaula interior, fue su mensaje.

Ahora, desde su sueño eterno, tiene un insomnio: sacar adelante la Corporación Otraparte donde darán licenciatura en ternura, silencios, soledades. Quienes deseen saber con qué se come esta trinidad pueden visitar Otraparte.org. Es otra forma de hacer viajes a pie. Y de entender que Sin amor todos somos asesinos, título del único libro que escribió quien no murió, sino que lo recogió el Silencio, para decirlo con la metáfora gonzaliana.

Fuente:

El Colombiano, columna de opinión «Columna Desvertebrada», jueves 9 de octubre de 2003.