Un hombre de película

Por Óscar Domínguez Giraldo

Esa noche de principios de enero, Eladio Cañas Restrepo, motor de una propuesta de vida llamada Cine Andariego, salió a leer el paisaje nocturno. Como en la película La rosa púrpura del Cairo, solía salirse del libreto para vivir su propio guion de caminante.

Un frío parte policial dio cuenta de su muerte en alguna calle de Sabaneta. Otro crimen para engordar las estadísticas de la impunidad. Murió en un descuido lamentable de María Auxiliadora que ignoraba que Eladio era el hombre que construía futuro a partir del cine no comercial en el centro cultural envigadeño «La nave de los locos», en Otraparte, en El Callejón, de Fabio Arango, el hermano de Chucho, el de la chatarrería, en el Parque de los Pies Descalzos, en el Mirador de EPM, en el Teatro Lido.

Su vida giraba alrededor del cine que se proyecta en 35 y 16 milímetros. Ese cine que no produce dólares sino dolores y satisfacciones a quijotes como Eladio, quien le dijo adiós a sus estudios universitarios para seguir la directriz de su padre de hacer y triunfar sólo en aquello que le gustara.

Llevó su virtuosismo a saberlo todo acerca del cine. Conocía desde el alma de un proyector de Lumière hasta las intimidades de las cámaras digitales. Fue coguionista de argumentales, camarógrafo y extra en un cortometraje. En Cine Andariego, era técnico, conferencista, el de las reseñas y los contactos, recordó Uver Valencia, en crónica para El Tiempo. El todero Eladio cobraba el córner y hacía el gol de cabeza.

«No sabemos y no sabremos quién mató a Eladio. No merece tener un nombre ni ocupar un sitio en la memoria de los hombres el que interrumpe con la muerte los pasos del caminante», escribieron sus colegas del Festival de Cine de Santa Fe de Antioquia.

Sus familiares y amigos, su novia Martica Mejía Calle, se resisten a creer que no volverán a verlo entrar a las salas con un cigarrillo en una mano y unas bobinas de cine en la otra.

«A nosotros Eladio se nos quedó prendido en el alma para siempre. Fue un gran personaje de una historia maravillosa en un escenario equivocado. Pensaba, proyectaba, soñaba y respiraba en el lenguaje del cine. Vivió toda su vida a 24 cuadros por segundo. Al irse a dormir, no soñaba sino que veía los créditos de la película que había vivido ese día», comentó Sergio Restrepo, capitán de «La nave de los locos».

Para su hermano Juan José, Eladio «soñaba con proyectar cine en las cantinas de Envigado, en los parques, en el barrio». Otro hermano suyo, Mauricio, comentó que «siempre fue un “casasola”. Era un sentimental pero también un rebelde».

José Fernando Saldarriaga, decano de la Facultad de Sociología de la U. Autónoma Latinoamericana, quien le enseñó el abc de la proyección, escribió: «En una de las tantas proyecciones programadas en las calles de Envigado, a Eladio se lo llevó una película. De pronto miramos hacia atrás y la cinta rodaba y rodaba continuamente. La intolerancia y la impunidad de este país se llevaron un sueño más».

Gustavo Restrepo, director de la Corporación Otraparte, que divulga el legado de Fernando González, comentó que Eladio era «un regalo de Dios. De risa fácil, siempre con barba a media caña, de gafas y bluyines. Amable, tranquilo, controlado, buen conversador. Eladio era Cine Andariego y proyectaba en todas partes. Un bacán completo».

Anoche, en Otraparte, sus camaradas le rindieron homenaje al hombre que era una película, proyectando El tambor de hojalata, una cinta alemana, como la película en la que aprendió a proyectar, El miedo devora las almas, de Fassbinder. En la velada en Otraparte, también recordaron a otro cinéfilo, Jairo Eduardo Montoya Moncada, asesinado en octubre de 2003. Su partida, otra impunidad en marcha.

En Otraparte se barajaron fórmulas para perpetuar la tarea de Eladio. Según Gustavo Restrepo, «nuestra “venganza” consistirá en no rendirnos, en convertir en realidad este sueño cultural, filosófico y espiritual que es el Parque Cultural Otraparte para que los jóvenes colombianos no anden matando gente por ahí». Como pasó con Eladio. Gabriel Lopera sintetizó así el dolor colectivo: «Con su muerte, de alguna forma nos mataron a todos».

Fuente:

El Colombiano, columna de opinión «Columna Desvertebrada», jueves 29 de enero de 2004.