Filósofo ignorado

Por Alberto Restrepo González

La obra de Fernando González, expresión inteligente, bella y viva de su instintividad, su pasionalidad, su pensamiento y su beatitud, es filosofía de la intuición que, más allá del pensamiento: «No pienso luego existo», y de la conceptualidad: «Qué asco la filosofía conceptual», aprehende la realidad subyacente a los fenómenos: «¡Cuán bella es la vida para el metafísico! Es él quien percibe lo que hay debajo de los fenómenos».

Se fundamenta en un primer principio claro: «Saber es ser».

Luego de la crítica kantiana, se vertebra alrededor del problema de la posibilidad de la metafísica: «La metafísica es posible, pero no como conocimiento conceptual sino como vida. Kant acertó al negar a la razón el poder metafísico, pero no al negar su posibilidad como vivencia».

Se rige por la lógica vital, entendida como integración a la armonía cósmica: «idea de ritmo».

Realiza sus búsquedas según un método claro, coherente y útil: el método emocional, consistente en «unificarse con el ente».

De manera coherente y concreta, estructura la teoría de los viajes o de las presencias: haciendo los viajes pasional, mental y espiritual se llega a la conciliación de los contrarios, en el silencio de la beatitud.

Desarrolla la concepción de la moral como ascenso en virtud del remordimiento o padecimiento de la tentación: «A mayor remordimiento, mayor ascenso en la escala de los años espirituales».

Elabora la antropología del mestizo latinoamericano, «gran mulato adaptado, gloria del universo».

Propone una tarea cultural clara: la autoexpresión de la originalidad latinoamericana.

Culmina su búsqueda en la plenitud del silencio, amencia o vivencia de Dios: «Entiendo por amente al que vive en la Inteligencia y ya no tiene mente; ya no piensa sino que vive […]. Si hay algo que sea el Inefable, el Libre entre los fenómenos humanos […], es el Silencio».

El sino de nuestros mejores hombres y de nuestras más altas inteligencias ha sido el menosprecio y el rechazo.

A cuarenta años de su muerte, por obra de profesores y críticos que, incapaces de captar la calidad humana de su vida, la organicidad de su pensamiento, la sistematicidad de su búsqueda y el rigor conceptual de sus propuestas lo han reducido a la condición de humorista y repentista pasional, la validez filosófica de su obra sigue excluida de las facultades de filosofía y, con ello, de las mentes y las vidas de la juventud que quiere filosofar en Colombia y América.

Fuente:

El Colombiano, columna de opinión «Escuelita», viernes 13 de febrero de 2004, página 5A.