Otraparte:
El eterno presente
de Fernando González

Por Natalia Londoño R.

Su espíritu se siente en todo el lugar, invadiéndolo de tranquilidad, armonía y metafísica. Cada objeto significa su presencia y su existir, cada libro parece hacerlo revivir y contar historias como cualquier abuelo de su época. El tiempo le conmemora corriendo más lento, como si le prohibiera envejecer o morir en la mente de quienes aún lo recuerdan; su casa permanece intacta, sólo basta con dejarse llevar por los recuerdos, imaginados por la percepción de los sentidos, para conocer al gran filosofo de Otraparte.

Fernando González Ochoa: escritor, político, abogado y filósofo colombiano, es más conocido como el filósofo de Otraparte. Nació en Envigado en 1895 y murió en 1964 en la misma ciudad. Paisa de corazón, filósofo por pasión y rebelde con causa; influenciado por pensadores existencialistas como Schopenhauer y Sartre, pero sin perder nunca sus raíces en Carrasquilla. Su obra influyó notablemente en la creación de una nueva corriente ideológica llamada el nadaísmo. La Corporación Otraparte es la encargada de conservar su obra y memoria, es considerada patrimonio cultural del país (sic) y está ubicada en la que fue su casa durante sus últimos años de vida, logrando que el intelectual colombiano sea cada vez más recordado que olvidado en el baúl de los recuerdos de la mente. El Café de Otraparte se ubica detrás de la Casa Museo, en la casita que Fernando González utilizaba como biblioteca y para guardar sus herramientas.

Otraparte es el eterno presente. Una casa antigua, típica del campo antioqueño, permanece en medio del corazón de cemento de un municipio tan poblado como Envigado. Los carros de quienes no dejan morir a Fernando González se encuentran en el parqueadero de piedras grises y, reiteran que sus amigos lo visitan con frecuencia. La fachada de la casa está intacta. Las paredes de bahareque y los tonos tierra reciben al público ofreciéndole un corredor amplio, ventanales abiertos, aire fresco, un pequeño lago y algunas mesas donde tomarse un café, conversar, leer o filosofar; pues la parte exterior del lugar es ahora un pequeño y tranquilo café-bar, acompañado del compás de la naturaleza que mantiene vivo el espíritu del hogar.

En el atardecer de un lunes como cualquier otro, en medio del tráfico y la acelerada modernidad, Otraparte abre sus puertas al público: un segundo hogar, una salida hacia otra dimensión. No es un simple bar de viernes, es un lugar tan mágico que quienes lo frecuentan lo hacen cualquier día a cualquier hora, se convierte en una necesidad para el alma. El espíritu permanece: un hombre, mientras se dedica a mirar en su interior, observa detenidamente el lago con peces dorados que rompe la monotonía de la casa. Una pareja dialoga cerca de la cocina mientras se toma un café y unos amigos se divierten tomando cerveza en el corredor sin prestar mayor atención al lugar pero, sin darse cuenta, envueltos por el sentido de pertenencia y familiaridad que se respira en el hogar del filósofo colombiano.

Un poco más adentro se encuentra la cocina, abierta hacia el corredor, adecuada ahora para servir las bebidas que ofrece el bar. Seguramente el filósofo se sentiría feliz de prestar su hogar para servirle de anfitrión a quienes, más que sus clientes, son sus amigos, admiradores y lectores. Al corredor se une la gran biblioteca de Fernando González. Su amado salón de letras es un espacio único, un ambiente diferente, tal vez la parte más querida de la casa por quien fue su dueño hace 45 años; allí hasta las mesas del bar cambian su estilo para convertirse en sofás y mesas de madera que hacen mucho más ameno y característico el salón.

Cuando la magia de la noche envuelve el cielo del lunes, los visitantes de Otraparte empiezan a llegar con más frecuencia. Al cabo de una hora, el bar se encuentra con casi todas sus mesas ocupadas. La energía del filósofo se hace cada vez más fuerte en el ambiente, como si se alegrara por el espacio que le ha conservado la historia e hiciera todo lo posible por irradiarlo. Allí, la paz, la tranquilidad, el buen ambiente y la fraternidad se unen en armonía con la buena música para hacer de Otraparte un lugar único en la ciudad.

Los meseros visten delantal y boina roja, representando la personalidad bohemia de Fernando González y dándole un toque personal al café. Pero lo más característico del lugar es la carta de bebidas. Se puede confundir fácilmente con un libro o la biografía del filósofo, pues cada bebida tiene un nombre y una historia relacionados con su vida, sus anécdotas y sus escritos. La literatura abunda por doquier. Allí el público no se toma un café ópera o un brownie con helado; lo más probable es que pida un Tomás Carrasquilla, una Doña Berenguela o tal vez al propio Fernando González como bebida principal.

El interior de la casa permanece abierto al igual que el bar. Ninguna puerta o pared impide conocer la vida transparente del filósofo colombiano. Su alma permanece en disposición al público; un olor a flores y a objetos que el tiempo ha añejado se levanta desde la parte trasera de la casa, recordando que lo material perece pero lo intangible perdura. La que posiblemente fue su sala o alcoba es ahora un pequeño salón de cine donde se presentan videos, se realizan conferencias y debates, y es considerado un espacio cultural importante de la ciudad. Una bicicleta antigua, una vieja máquina reproductora de video y varios recuerdos hechos materia decoran la casa ratificando la antigüedad del lugar, pues los baños, ubicados en la parte trasera, han sido modificados bastante acorde con la vanguardia y el diseño de interiores actual y puede pensarse que el lugar fue construido recientemente.

En Otraparte el único requisito es ser libre y relajarse. Un lugar donde no existe el tiempo ni es necesario ver para conocer, solo imaginar. Una droga inocua, una liberación del espíritu. El lugar perfecto para pasar una tarde agradable, leer, tomarse un café o estar con los amigos acompañado del gran filosofo de Otraparte, Fernando González Ochoa.

Fuente:

Natylondor.blogspot.com