Las déboras que devoran

Por Ana Cristina Restrepo Jiménez

Ninguna ciencia tan exacta como la de profetizar en retrospectiva.

Hoy resulta fácil decir, con un libro de Historia en la mano, que Rachel Carson (autora de “Primavera silenciosa”) fue la madre del movimiento ecologista y no una “comunista” —como la tachaban sus opositores—; que Hipatia de Alejandría fue la primera gran científica de la Humanidad, y no una “pagana” que merecía morir lapidada por una horda de cristianos…; que Débora Arango fue una digna representante del realismo crítico en Colombia (ella se reconocía como “expresionista”) y no una “libertina”, según el juicio de la Medellín pacata de mediados del siglo pasado.

Entrevisté a Débora Arango Pérez una tarde de enero de 1996, en Casablanca, la mansión colonial donde habitaba desde hacía seis décadas. Para llegar al salón en el que la maestra me esperaba, crucé un patio de mangos guarnecido de orquídeas, mientras observaba los zócalos, impresionantes, que ella misma había pintado con figuras zoomorfas.

Con las manos juntas en el regazo, me recibió en medias, y columpiando sus diminutos pies en la mecedora. En aquel entonces, no se había vuelto a poner zapatos, la artritis la había alejado del calzado y del pincel.

Débora, que en sus años mozos cabalgó de slack y de frente, y no de falda y de lado “como las señoritas”, se había dedicado a interpretar al mundo en un lienzo, huyendo de la trampa de la naturaleza muerta que no habría representado para ella más que su propia muerte.

Ni excomunión ni maldición amenazaron su arte. “Siga pintando, mija, que le está quedando muy bonito”, le decía su papá. Con esa bendición bastaba.

Cada época tiene sus déboras en el arte, en la política, en la filosofía, en la ciencia…

En la actualidad, la sociedad las “despacha” en ofensivos foros virtuales; con cínicos y anónimos correos electrónicos que se van replicando sin consideración crítica; por medio de oprobios en blogs o en las redes sociales; y grafitis y titulares de prensa que se mofan de sus logros, de su pensamiento políticamente incorrecto… subversivo.

Cuando las déboras aparecen, la gente “de bien” se levanta de sus mesas en los restaurantes, las destituyen de sus cargos, las condenan al ostracismo… por nadar contra la corriente de su tiempo.

Mientras contemplo y me conmociono con la obra de Débora Arango, exhibida en el Museo de Arte Moderno de Medellín, me pregunto: ¿en cincuenta o cien años quiénes seremos considerados como idiotas cuando hayamos recibido las palizas que la Historia nunca se guarda? ¿Cuáles serán las déboras de hoy, que con sus actos nos harán ahogar de improperios, devorar con nuestra intolerancia?

En una ocasión, Fernando González le dijo a la maestra: “Débora, si de pronto me pintás, y me pintás empelota como son todos tus cuadros… ¡ahí sí nos echan a los dos de aquí!”.

La del filósofo de Otraparte sí que fue una profecía: son pocas las déboras, las que desnudan… pero menos aún son los que, indignados por la grandeza de una mujer, se atreven a aceptar su propia desnudez.

Fuente:

El Colombiano, miércoles 24 de noviembre de 2010, sección Opinión, página 4a.