Cien años atrás

Por Ernesto Ochoa Moreno

En 1911 tuvieron ocurrencia dos episodios en la vida del filósofo antioqueño Fernando González Ochoa que para algunos podrían parecer mínimos, pero que bien vale la pena recordar, porque en ellos están en germen la rebeldía y el talante del hereje de Otraparte.

Hago referencia a estos dos centenarios con base en el boletín divulgado en la página de la Corporación Otraparte por su director, Gustavo Restrepo Villa, en el que se hace mención tanto de la expulsión de Fernando del Colegio de San Ignacio, el 20 de agosto de 1911, como de la aparición en letras de imprenta del primer texto que se conoce del escritor envigadeño.

Recomiendo al lector acceder a dicho boletín del 22 de diciembre del año pasado (Otraparte.org), en el que además de la reproducción facsimilar del texto juvenil, publicado en el periódico liberal de Medellín “La Organización”, del 22 de diciembre de 1911, se reproduce el excelente artículo de Fáber Cuervo titulado “La prehistoria de Fernando González”, en el que se contextualiza y comenta el episodio rememorado y esos escarceos literarios del muchacho de Envigado.

Para quienes no tienen la posibilidad o la disposición de consultar en Internet el tema referenciado, me tomo la libertad de copiar aquí ese primer texto de González, titulado simplemente “Notas”. Dice así:

Lo perfecto, “en sí”, no existe, sólo existe con relación al hombre; así uno puede calificar de perfecta una obra, mientras que para otro, de superior inteligencia, no tendrá sino muy escaso mérito. No hay nada que choque tanto como ese empeño de algunos en hacer admirar ciertos libros porque a ellos les parecen sublimes. Existe una gradación inmensa en las inteligencias, y por consiguiente deben existir escritores que respondan a todas las necesidades. Los escritores malos son necesarios para hombres atrasados, de cultura rudimentaria. Sucede que cuando un pensador o artista se eleva demasiado, no es comprendido más que por algunas inteligencias excepcionales y privilegiadas que alcanzan más o menos la inteligencia del pensador o artista. Estos hombres nacieron en época anterior a la que les correspondía y vivieron en un medio que no era el suyo, y lucharon hasta morir en el aislamiento. Talvez por eso dijo Hegel: “No hay más que un hombre que me haya comprendido”; y creyendo eso exagerado corrigió: “y ni aun éste me ha comprendido”. El genio que es sabio como lo fue Spinoza aprende a esperar y guarda su dolor… Y si consideramos el artista cómico, que es superior a su público, y no es comprendido, ¿no resulta trágico y risible? Las inteligencias mediocres se encuentran mejor en el mundo, pues para ellas la vida es más liviana.

Fernando González tenía 16 años. Los jesuitas lo habían echado del colegio el 20 de agosto de ese año de 1911, mientras cursaba el quinto año de bachillerato.

“No cree absolutamente, afirma él a sus compañeros, en la divinidad de Jesucristo ni menos en la Iglesia Católica”, decía el rector del Colegio de San Ignacio en la carta en que notificó la expulsión a su papá, don Daniel González.

Habrá que volver, con más indagación y mayor documentación, a repasar estas experiencias vitales de Fernando González, acaecidas cien años atrás.

Por un lado, esa temprana anatematización, que lo volvió un “jesuita suelto”, le abrió horizontes místicos y le llevó a descubrir el camino de rebeldía que lo caracterizó: “Negué a Dios y el primer principio y desde ese día siento a Dios y me estoy librando de lo que han vivido los hombres” [Los negroides].

Por otro, su tímida incursión periodística es el atisbo inicial de su pensamiento filosófico y de su estilo literario.

Fuente:

El Colombiano, sábado 21 de enero de 2012, columna de opinión Bajo las ceibas.