Don Mirócletes

Por Ernesto Ochoa Moreno

El 19 de agosto pasado apareció en este diario (pág. 2) una información titulada “La demanda más cara de la historia”, del periodista Nelson Matta Colorado, que se destacó en la portada como “La insólita demanda de los $594 billones”. Hace referencia a la demanda al Estado, interpuesta desde hace más de medio siglo por los herederos de Mirócletes Durango Ruiz, fallecido en 1931. La familia reclama por terrenos ubicados en 11 municipios del Oriente antioqueño.

Pero el abogado Durango Ruiz, bien conocido en los estrados judiciales durante su existencia, no pasó a la historia por esta demanda todavía viva, sino porque su nombre se hizo famoso en la obra Don Mirócletes de Fernando González. En ella aparece como Mirócletes Fernández, papá de Manuelito, personaje central de la novela, pero repasando la libreta-diario del escritor envigadeño de ese año de 1931, queda claro, porque lo menciona con nombre y apellido, que la inspiración fue el abogado Mirócletes, cuya vida, agonía y muerte narra González, por esos días juez de circuito de Medellín.

La figura y la vida de Mirócletes Durango eran bien conocidas en el ámbito jurídico de Medellín. Y, por lo que se adivina, el escritor le era cercano: “Lo conocí rico, difamado por todos y buscado por todos. […] Decían que era ladrón, y le buscaban después; decían que era asesino, y le llamaban doctor y bajaban los ojos en su presencia”.

Cuenta el novelista que don Mirócletes nació en Sopetrán, fue llevado joven, pobre y enfermo a la ciudad de Antioquia, allí consiguió dinero, se enamoró de una señorita distinguida, el papá de ella se opuso y un día fue asesinado al frente del almacén del pretendiente, a quien acusaron del asesinato. Estuvo preso y fue absuelto. “Se graduó de abogado en la cárcel, que es el mejor colegio para esto, en lucha contra la sociedad toda”.

Es de antología el retrato de don Mirócletes: “Pequeño. Un metro con cincuenta. Grueso y sin cuello. La cara pegada a los hombros; caía sobre el pecho en varias secciones la papada o gordo de la barba, de modo que no había barba, sino una cara aplastada que ocupaba desde las mamilas hasta el sombrero de copa. El vientre, el pecho y la papada eran tiesos, y así, la cara era temblorosa de autoridad, dirigida siempre al frente, al horizonte. Para voltearse tenía que hacerlo con todo el cuerpo; para mirar abajo, agachar todo el cuerpo. No se distinguía cabeza, y esa cara ancha, grande, temblaba de autoridad, de persuasión, y las gafas solemnizaban unos ojos doctorales y enfáticos, pequeños y buscones”. Don Mirócletes fue publicado en 1932, hace exactamente 80 años, por la editorial Le Livre Libre, de París. “Como creación, es la obra mía que más me gusta”, dice Fernando González en el prólogo.

Fuente:

El Colombiano, sábado 1 de septiembre de 2012, columna de opinión Bajo las ceibas.