El otro Mirócletes

Por Ernesto Ochoa Moreno

En mi columna del pasado primero de septiembre afirmé que Fernando González se había inspirado en Mirócletes Durango Ortiz, fallecido en 1931, para escribir la novela Don Mirócletes, publicada en 1932, en la que el personaje que da título a la obra se llama Mirócletes Fernández, padre de Manuelito Fernández, heterónimo del escritor y personaje central de la novela. Trascribí, por lo demás, algunos apartes de dicha novela sobre la vida del mencionado Mirócletes, así como un retrato de éste que me pareció de interés literario.

Como no advertí expresamente la diferencia entre el Mirócletes de la fantasía, personaje creado por Fernando González, y el Mirócletes histórico, que fue bien conocido y respetado en la sociedad de su época, pudo haber quedado la sensación de que lo dicho en la novela tenía características biográficas. Lo que, por supuesto, no dije yo en mi columna ni se deduce del hecho de que en la libreta-diario de 1931 del autor envigadeño aparezcan apuntes sobre el doctor Durango, junto con observaciones, notas y párrafos del borrador de la novela que estaba escribiendo. Es bueno advertir que ese diario manuscrito del escritor envigadeño, así como todas las “libretas de carnicero”, como él decía, en las que prácticamente se encuentran los borradores de sus obras, son conservadas por su familia, y existe una trascripción de ellas, hecha por Alberto Restrepo González, que pude consultar en los archivos de la Corporación Otraparte, que dirige Gustavo Restrepo Villa.

Entiendo que los descendientes del doctor Durango, por la rama Durango Arango, que fueron los que me comunicaron su malestar, se hayan sentido ofendidos por lo que, al ser trascrito de la novela, se transvasó del personaje de ficción al ilustre ciudadano de quien llevan orgullosamente el apellido. Como expresamente me lo comentó su nieta, en respetuoso y amable encuentro en El Café de Otraparte, su abuelo era un hombre elegante, de finos modales, formado en Francia, conocedor del francés y del inglés, muy apreciado en la sociedad de Medellín a comienzos del siglo pasado y con reputación bien ganada en el mundo del derecho y de la abogacía. Muy distinto del Mirócletes de la novela.

Por lo visto, pues, me atrevería a concluir que lo que inspiró a González fue el nombre en sí mismo: Mirócletes. Un nombre único, irrepetible, sin tocayos. Así como después, en la misma novela, aparecerían otros personajes con nombres raros, como Abraham Urquijo y Epaminondas. También, mucho más tarde, Manjarrés, el maestro de escuela.

Fuente:

El Colombiano, sábado 29 de septiembre de 2012, columna de opinión Bajo las ceibas.