¡Oculta tu llaga!

Por Andrés Felipe Tobón Villada

Aconteció, pues, que pasando una ocasión un loco por junto al mendigo, éste le pidió una limosna.

—Mi limosna —dijo el loco— será un consejo: ¡Oculta tu llaga!

Fernando González
Pensamientos de un viejo

Esta bellísima cita que ahora me sirve de epígrafe para esta pobrísima columna, hace parte de una gran colección de aforismos del filósofo envigadeño, del pensador de Envigado, del de Otraparte, quien a sus veinte años de edad había alcanzado a escribir lo que muchos de nosotros apenas soñamos discurrir en nuestros más estúpidos sueños. Y es que este joven de veinte años, desde los comentarios de un viejo, discurría por la vida sin problema alguno sobre su naturaleza. Hablaba del tiempo como quien habla de un gran amigo, de la angustia como mencionando a algún antiguo y despiadado vecino, y del dolor como el único allegado que aún queda vivo.

Yo, por mi parte, desconozco la naturaleza que me es propia. So pena de juicios exagerados: reconozco el desconocimiento que los demás tienen sobre su propia naturaleza. Pensamos, acaso, que nuestra intencionalidad vivificadora es el status de la pura y gratificante juventud. Esta se nos presenta como bendición, jamás como pérdida; como cura, jamás como enfermedad. En el medio de la estupidez juvenil obviamos la finitud de su ser propio, nos es ajeno, nos perdemos en el mundo y consideramos esa pérdida como potenciadora de espíritus libres.

Sin embargo, pese a este bello positivismo que inunda nuestra fecunda alma (fecunda de problemas y ansias de poder sobre el mundo), nos habita un cierto grado de insatisfacción, que entendemos como potencia, y que nos lleva siempre a la búsqueda de más y más contenido para el vacío de nuestro espíritu. Nos sentamos en diversos puntos de la misma calle, pues nos desespera la pasividad pero no logramos superar los estadios determinados que creemos infinitos; estiramos la mano, bajamos la cabeza para que no se note la perspicacia de nuestra intención, y descubrimos la llaga que nuestros pies habita. Esa a la que González llamaba: Cementerio de las alegrías. Intentamos llagar el alma de quien se nos acerca, de tal manera que su ansiedad se aumente y el espíritu finito de la madurez se desprenda, pues solo así —creemos— nuestra propia finitud y ansia de potencia desaparece.

¿Consecuencias? ¡Llagamos el mundo procurando sanar la llaga!

No hay tentación en infectar el mundo con la inmadurez llagosa del espíritu. Y no la hay, precisamente, porque la juventud elimina su capacidad potenciadora y la convierte, inmediatamente y ajena a la temporalidad, en realidad taxativa.

La verdadera tentación, ante la que el espíritu juvenil no desea sucumbir, es a la locura de la madurez. Exponer la llaga no la cura. Extender la mano para la limosna, con la llaga expuesta, espanta a las almas caritativas quienes, para estar lejos de la llaga, se alejan del llagoso. Así pues, ¡llevad la llaga de la inmadurez juvenil sin orgullo alguno! ¡Ocultadla! ¡Esperad a que desaparezca! Solo así no llagaremos el mundo. Solo así los maduros nos darán limosna de sus bolsillos.

Fuente:

Blog “Bajo la manga”, junio 6 de 2013.