Memoria de dos sacerdotes

Por Ernesto Ochoa Moreno

El pasado 6 de septiembre se cumplió el primer aniversario de la muerte del sacerdote envigadeño Daniel Restrepo González y hoy, 8 de septiembre, nueve años de la muerte del padre Gustavo Vélez, el conocido padre Calixto de Tejas Arriba. Y traigo a colación su recuerdo en unos días en los que las noticias sobre el clero católico son francamente dolorosas y escandalosas para muchos.

Desde la noticia del retiro del conocido sacerdote eudista, padre Linero, que lleva a recordar, con idéntica sorpresa, el caso de otro renombrado apóstol de la televisión, el recordado carmelita Gonzalo Gallo, hasta la invasión en la prensa mundial de los repudiables hechos de pederastia en las filas del clero católico, amén de muchos otros pecados y conductas indignas hechas públicas, el prestigio del sacerdocio católico está pasando por uno de sus momentos más bajos en la historia de la Iglesia.

La crisis del clero es demasiado honda y grave y debe ser mirada y analizada sin condescendencias y sin el tapen-tapen que por años mantuvieron las jerarquías y los superiores religiosos. Eso ha empeorado las cosas y ha hecho realidad desastrosa entre los sacerdotes aquello que en latín (lenguaje eclesiástico) reza: “Corruptio optimi, pessima”, “la peor corrupción es la del mejor”. Si Dios nos da vida ya hablaremos de celibato, de los pecados de los curas, de seminarios y vocaciones, de santidades y miserias dentro del clero, de posibles remedios. Ya veremos.

Por hoy, como decía, quiero hacer memoria de dos sacerdotes que ya no están, que seguramente muchos aún recuerdan, y cuya memoria es (como la de tantos otros que he conocido) un antídoto contra la desesperanza, contra el desaliento de fe que lo que estamos comentando nos puede ocasionar a muchos católicos.

Si algo explica la vida, el quehacer y la razón de existir del padre Daniel Restrepo y del padre Gustavo Vélez, fue el amor y la fidelidad a su sacerdocio. Con sus virtudes y también con sus pecados, vivieron y murieron aferrados a su destino sacerdotal. Ambos, entre su profusa producción literaria, dedicaron páginas muy bellas al sacerdocio. Recomiendo, del padre Daniel, su “Homilía para mi entierro”, que fue leída en la misa de cuerpo presente de su sepelio. Puede verse en Otraparte.org.

Del padre Calixto es bello y muy actual su escrito “¿Por qué no me casé?” (Tejasarriba.org).

Y no más. Cierro los ojos y revivo (resucito) la ausente presencia de los dos sacerdotes fallecidos. Doy gracias por seguir creyendo. A pesar de todos los pesares, a la vuelta de todos los desencantos. Y susurro en mi interior lo último que dijo Santa Teresa al morir: “Al fin muero hija de la Iglesia”.

Fuente:

Ochoa Moreno, Ernesto. “Memoria de dos sacerdotes”. El Colombiano, sábado 8 de septiembre de 2018, columna de opinión Bajo las ceibas.