Réquiem por Ernesto Cardenal

Por Ernesto Ochoa Moreno

El primero de marzo murió el poeta nicaragüense Ernesto Cardenal a la edad de 95 años. Luto en la poesía de Nicaragua y de todo el continente; luto (aunque los sandinistas de Ortega profanaron burdamente su sepelio) en los liberacionistas del país centroamericano y de estos países hermanos sojuzgados desde la derecha y desde la izquierda; luto en la iglesia latinoamericana, por la muerte de un cura comprometido, a quien un día condenó Juan Pablo II y años después rehabilitó el papa Francisco.

No conocí a este tocayo mío a pesar de que en 2005, como admirador que fue de Fernando González, estuvo en Otraparte. Sacerdote de vocación tardía en su patria (también había sido monje trapense en Estados Unidos) luchó contra la dictadura de Somoza, aunque ahora estaba enfrentado al presidente Daniel Ortega por traicionar los ideales de la revolución sandinista.

Susurro sus poemas que cantan el amor a la mujer y la atracción por el sexo con el mismo fervor con que exultan en la búsqueda mística y el encuentro amoroso con Dios. Recuerdo sus epigramas, despojados de magnificencia, humildes, sencillos, bellos.

Ernesto Cardenal vivió un tiempo aquí, en Antioquia, en La Ceja, en el Seminario de Cristo Sacerdote. «Vida perdida» se titula el primer tomo de sus memorias, cuya lectura recomiendo. Se puede buscar en la página de Otraparte (Otraparte.org) el texto titulado «Un seminario en los Andes», que narra su experiencia en ese momento de su vida.

Para muestra, este párrafo, que trasluce el erotismo místico de que hizo gala en su vida, en su poesía: «Cuando yo miraba desde mi ventana la Cordillera Occidental de los Andes colombianos, sentía que con esa belleza se me manifestaba Dios, y que era a Él a quien yo había dado mi vida, y era por Él por quien yo ahora vestía una fea sotana negra. ¡Manda, y haré lo que digas! ¡Esta sed mía de belleza no se saciará con nada sino con Vos! Sentía que yo era una persona que especialmente estaba crucificada en el sexo. Yo, que parecía ser entre todas las personas de la tierra, el que estaba más destinado para el amor humano, el amor sexual, el que más que cualquier otro había nacido para eso, el más sensual de los poetas, precisamente yo: condenado a la castración del celibato (pero castración espiritual que no extingue el amor sexual), condenado a no probar mujer, a vivir de por vida una vida perdida».

Inauguró su eternidad tal vez con esta oración, que remata el texto citado: «Vos, el inventor del sexo, Amor Infinito, premiarás mi corazón. En este mundo, mi amor a la mujer ha quedado insaciado para siempre. Tendrás que saciarlo Vos cuando sea nuestra boda». Esa boda fue el primero de marzo.

Fuente:

Ochoa Moreno, Ernesto. «Réquiem por Ernesto Cardenal». El Colombiano, sábado 7 de marzo de 2020, columna de opinión Bajo las ceibas.