La tragicomedia del padre
Elías y Martina la velera

Fernando González

1962

Propiedad literaria registrada por el autor.
Los derechos de adaptación a las otras artes
imagineras se los reserva el autor.

* * *

Todo queda reservado
a la mano que obedece
al Intelecto:

¡La figura imaginera
de Martina la Velera
                   al dilecto
Horatius Longasmanos!

¡Y el padre Elías
sólo se hará presente
al conjunto irreverente
del Horatius Longasmanos!

¡Quietos, quietos, artesanos…!
¡No toque a Perraflaquita
sino la mano hermafrodita
del Horatius Longasmanos!

Nota.—Suprímase la portada de Longasmanos porque aún está ausente de él el padre Elías.

* * *

Trilogía agonística

Primer acto
El padre Elías amando

Segundo acto
El padre Elías novelando

Tercer acto
El padre Elías agonizando,
muriendo y viviendo

* * *

Dedicatoria

A
Fernando de Rojas de Montalbán
y a
Juan Pablo Sartre

Prólogo

Aquella mañana, Fabricio Sacristán, el ídem y acompañante de toda la vida del padre Elías, había ido a bañarse al Rincón, remanso que forma el río Cañafístol al recibir y ser empujado por la quebrada Circe, en el lugar en que el caminito de Entremontes desemboca también en la carretera que conduce a Medellín, por un lado, y a Cañafístol, por el otro.

En la tienda y fonda «La Fe y la Esperanza» le entregaron a Fabricio una carta muy vieja, venida de Salónica. Era de unos sabios judíos, sefarditas cristianos, entre los que vive hace tiempos Lucas de Ochoa, quien estuvo algún tiempo en Entremontes y conversó con Fabricio.

Entre otras cosas decía la carta:

«Se trata del certamen para premiar la mejor tragicomedia de La Vida. El premio será un viaje a vivir con los Padres Antiguos». «Incitamos a vuestra merced a participar, movidos por lo que aconteció con V. M. a uno de nosotros que habitó en Los Andes, en Entremontes, y nos informó de la escena vivida con vuestra merced el día en que lo llevara a la sacristía a mostrarle y enseñarle el Judas Iscariote tallado en guayacán por don Florín, teniendo por modelo al Juancho Palacio, prendero de Las Alfardas». «El premio no lo conocerá vuestra merced, si lo obtuviere, sino en Presencia, o sea, realmente. ¿Entiende? Por eso, el librito debe ser editado allá, y nosotros lo sabremos. El Lucas de Ochoa (1), que mora entre nosotros, dícenos que cuando eso de la sacristía, sospechó que vuestra merced era el que daría la versión andina de La Tragicomedia de Calixto y Melibea de que hoy tiene necesidad la gente. En fin, ¿entiende vuestra merced? Si no entendiere, vuestra Merced no es el mismo que enantes vivió en Montalbán».

Fabricio recordó instantáneamente que en la Biblia del padre Elías, escritas en las hojas en blanco que le hizo agregar al hacerla empastar de nuevo, y en las márgenes de ella, había muchas apostillas del cura, breves las unas, prolijas las otras, en que se repetía mucho este nombre: La Novela. Recordó o se le hizo patente también que esas apostillas eran su lectura y meditación constante y diligente y que estaba segurísimo de que el padre Elías era el hombre que sabía más de La Novela, tanto, que su gran anhelo era el acabar con las novelas, para que cada uno estuviese atento a La Novela que en él se representa y vive, pero, ¡ay, con vida inconsciente y vergonzante! Vio clarísimamente que su apego al padre Elías y su asombro ante él acababan de centuplicarse al leer la carta de los sefarditas.

—Eso, si logro realizarlo, puede que, o es seguro que se gane el premio de ir a vivir con los Padres Antiguos…

Y siguió así:

—Pero esta es la tentación de vender al que es como mi verdadero padre; esto es como los treinta denarios de la tentación… Pero, no; será regalo divino para todos; hará conocer en el mundo a este tesoro entremontesino… ¿No es deber cristiano el colocar la vela en el candelabro…? Además, en la Curia no ven con buenos ojos ese vivir patente del pobre padre Elías, y no están a gusto con sus pláticas y, si a él pasare algo, yo soy el que lo sostendrá… y ¡eso de realizar mi traslado del nudo andino a la patria de Los Padres!

* * *

Así fue como nació este librito. Fabricio escogió de entre las anotaciones de la vieja Biblia, para darle comienzo al movido drama, precisamente las hechas el mismo día en que le escribieron desde Salónica, que son las que tratan del encuentro del padre Elías con la muerte de su primo, el abogado de Entremontes, Palillo Elías, y el encuentro con las manos de Martina la Velera, momento propicio entre todos para el movimiento, como lo son esos viaductos parabólicos que tienen las carreteras, que despiertan en los automovilistas la conciencia del movimiento y evitan que se enerven.

—Así, decíase Fabricio, la novela se irá patentizando y no seré yo el que la imagine. ¡Viva! Lo otro son novelas. Tengo fe en la novela que es el padre Elías.

* * *

Diremos de Fabricio Sacristán que es entremontesino, nacido el mismo año que el padre Elías, 1895, abril 24, mes y día en que nacieron Shakespeare y Cervantes, de cuyos horóscopos hubo indudablemente su amor a la novela, pues de la genialidad corresponde a los de Salónica el decidirlo. Entró al seminario de la Arquidiócesis de Medellín el mismo día que el padre Elías y recibió las órdenes menores; pero el arzobispo Cayzedo y Cuero y el rector Ulpiano resolvieron que no continuara a mayores, porque era cojo de nacimiento, feo también, por la poliomielitis que tuvo su madre cuando estuvo gestándolo.

—No me gusta, padre Ulpiano, el dar órdenes mayores a cojos… que de pronto vaya y se caigan en la Elevación… Ni a los mulatos gordos… ¡Óigalo bien…!, pues son como marranitos satos, y en la Elevación quedan como formando con los brazos una O, por el gordo que tienen en las axilas… Quiero y mando, padre Ulpiano, que el rito en mi Arquidiócesis sea bizantino en las actitudes. Sacerdotes delgados y altos, góticos… Oiga, padre Ulpiano, ¡nada de cojos ni chaparros…!

Fabricio no se amilanó por este incidente, pues el padre Elías le dijo:

—Fabricio, esto te sucede porque tú serás y has sido mi alter-ego. Tú serás mi sacristán y mi inseparable aquí, allá y acullá; lo mío es tuyo y lo tuyo, mío; tu cruz es mi cruz y la mía es tu cruz, y uno solo seremos en la vida eterna: Fabricio-Elías; prosigue con tus presencias helénica, romana y de Montalbán. Lo último fue porque Fabricio, en el seminario, se esmeró apasionadamente por «aquellos dioses» y «sus moradas» (idiomas), y por ciertas reminiscencias del sefardita Fernando de Rojas…

En Entremontes y en la clerecía le dan ese apellido de Sacristán que llegó a ser el suyo, al fin; de nacimiento fue Elías-Casavieja. El padre Restrepón (Joel Restrepo) siempre lo nombra en latín, Fabritius, y así, él, al firmar, usa esa forma, por cierta nostalgia. Es un deleite oírle recitar a Ovidio desterrado, y, sobre todo, a Sapho. Pero hay pocos escuchas en Entremontes.

Es curioso, dirán, que sean como uno solo el padre Elías y Fabricio: el uno, presencia pagana; el otro, presencia de la cruz. El padre Elías explica así: Vías al mismo lugar; las presencias conducen siempre al Cristo. Praesentiæ semper ad Christum.

En un poema a Lesbos, dice Fabricio:

Isla hermafrodita,
estrella reluciente entre las olas.

* * *

De Safo dice:

Sus olivos ojos y nepentes manos…

* * *

Y refiriéndose a su nacimiento en Entremontes:

La coja noche retorció mis pasos
y arrojó mi cuna
al circeo bosque de encumbrados Andes.

¡Pero sufficit! Ya vendrá la edición heilderbergiana de Fabritii biographia operaque omnia.

Sólo diremos, para evitar murmuraciones, que el padre Restrepón acalló las de Entremontes al decir: «Fabritius es la castidad de los dioses paganos conversos».

Este padre Joel Restrepo, coadjutor y sucesor del padre Elías, no padece el complejo de inferioridad del resto del clero. Para él, los dioses son conversos; para el padre Elías, vías conductoras a Cristo.

En la última visita pastoral a Entremontes, luego de oír los rumores de todo esto, muerto ya el padre Elías, el arzobispo Marco Tulio dijo al padre Restrepón, el nuevo cura:

—Usted está tan loco, padre Joel, como lo estuvo el difunto; pero a usted no le quitaré la parroquia, como no debí suspenderlo a él, pues este poblado es el manicomio. ¿Por qué no le mudan el nombre?

—¡La locura de la Cruz, Excelencia! ¡La locura de la Cruz!

Y, para terminar, explicaré cómo hube estos manuscritos y personaje del drama: así como hay que atisbar en el silencio de las noches para ver las estrellas viajeras, yo me he dado a atisbar en soledad, y he recibido en casa la visita de misteriosos viajeros. No hay tal soledad; lo que así llaman es precisamente la compañía, y viceversa.

Otraparte, octubre 23 de 1961.

Fernando González

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(1) Las notas de las llamadas véanse al final del libro primero.

— o o o —

Libro Primero

Acto i

El padre Elías amando…

Escena i

El padre Elías, cura de Entremontes, se encuentra con la muerte, con las manos de Martina y lo que irá sucediendo lo verá el lector.

Muerte de Palillo Elías

«Murió anoche Palillo Elías», díjome esta mañanita la vieja Pepa.

Esto hizo reaccionar mis coordenadas (mi yo) como mortales. A esto calificamos así: «Me hizo presente la muerte mía».

Aparece la mano de Martina

¡Qué mano grande, larga y poderosa! Iba hoy para misa y me encontré con la muchacha que me gustara hace dos años y a quien no seguí viendo: no existió en mí durante este tiempo…; iba a seguir, sin realizarla, y ella se detuvo y me dijo del ñame que le había regalado: que lo sembró, creció, floreció y echó frutos; que le dijeron que eso no era ñame… Su cara estaba encendida…

—¡Que sí era un ñame…!; que a eso lo llaman los yanquis papa aérea (air potato)…

Prometí ir mañana… Me dio la mano…, ¡esa mano…!

Reaccionaron mis coordenadas vitales y soy impaciencia por ir… ¡Vea, pues! Impaciencia por ir a sufrir, a desear, a bregar… Sí…; todo esto indica que mi cruz es mi cruz, que lo mío sucederá… Iré, pero sin finalidad, porque sí, porque soy esa mano. Esa mano es mi presencia y me abrazaré a mi presencia. No mentir es la sabiduría humana y entender es… el Inefable.

El morir de Palillo Elías

Antes de la misa, entré donde don Pío a informarme de la muerte de Palillo. Me tranquilicé algo al decirme que creía que no padeció angustia. «No se resistía» fue la frase; que fue una constricción circulatoria… «Pálido como un cadáver»…

—¿Angustia…?

—No… Se dejaba ir… Creo que ni dolor ni angustia… Lo llevamos a Medellín, a una clínica; le pusieron oxígeno, y murió… Tenía mal la mente…; grande el corazón…; presión arterial altísima, hígado inmenso, mal los pulmones, y la sangre era alcohol… Apresuró su fin…

Su concepto de «sabio» fue que apresuró su fin. Pero ¿quién apresuró el fin de quién?

Mi yo ahora

¡Qué hermosas! ¡Qué vitalidad y amplitud la de esa mano que hoy es mi yo! Ancha y larga y tibia: poderío en sus proporciones y elasticidad y tibieza. ¡Mano verídica; mano de la vida! Es una ignorada hasta de sí misma. ¡Mano salutífera! ¡Mano verdadera! Pero todo esto son nombres de lo que viví y vivo, de este modo: ella extendió hacia mí su mano abierta; en la palma había un pequeño rosario; hasta entonces, mi yo era la muerte de Palillo en mí, y al ver sin ver y coger sin coger esa mano, ella fue mi yo y el mundo; mi mundo fue ella, sin por qué, ni cómo ni para qué. ¡Morí y fui la mano! ¿Será así «la muerte»?

Lo más poseedor que he vivido en mi cruz es esa mano. Pero está perdida por aquí, en Martina y en todas partes. Eso que llama está perdido por aquí. ¿Será eso «el morir»…? Posee y muere uno, así como ella me dio la mano y la mano fui yo…

— o o o —

Escena ii

Trata de cómo el padre Elías, esa misma mañana del encuentro con Martina y con la muerte de Palillo, es visitado por «el Dios que alegra mi juventud».

Hoy, cuando recitábamos las oraciones preparatorias al pie del altar, de pies él, y arrodillado yo, su sacristán, sucedió que al decir: Entraré al altar de Dios…, al Dios que alegra mi juventud, el padre Elías se quedó alelado cinco minutos y la misa fue muy larga. Como lo conozco al dedillo, supe que alguna crisis ocurría en su almario, que es su palenque, y que lo patentizaría, si esperaba sin urgirlo… Y ya en la sacristía, apenas se despojó de los ornamentos sagrados:

«¿Paladeaste lo que recitamos diariamente: “Entraré al altar de Dios…, al Dios que alegra mi juventud?”. Sólo hoy lo dije todo yo; hoy no lo dije sino que lo fui: “el Dios que alegra mi juventud”, pues viví que así es su visita, haciéndonos Él en la nada que somos; porque no somos sino la cruz o el yo, tú, nosotros, vosotros… ¿Y cómo, si no, los ancianos de setenta y noventa años podríamos decir: al que alegra mi juventud?

Has de saber que desde esta mañanita soy unas manos de muchacha, tibias, y soy también el que se descompone con su primo Palillo en el ataúd. Y al celebrar la Misa, y al venir a ella por las calles, le ofrecía esas manos de muchacha y ese cadáver al entendiendo, o sea, al Espíritu Santo en nosotros, orando de este modo: Aquí estoy todo yo; soy estas manos de mujer, tentadoras, y este cadáver; esto es mi cruz; aquí estoy yendo en pos de ti, que eres Dios en mí, mi Eterna Juventud, el entendiendo… Glorifica, pues, a esta muchacha Martina, que soy yo, y a este cadáver que también soy yo, así como te glorifico al no mentir, al llevar mi cruz y ofrecerte estas manos tibias quinceañeras: ¡dame esa muchacha y ese cadáver en inteligencia…!

Y cuando recitábamos Introibo ad Altare Dei…, Ad Deum Qui Laetificat Juventutem Meam, viví que el entendiendo es la juventud perpetua, y que a Saulo, que pedía ser librado de las muchachas, a las que llamaba “espina en su carne”, le fue dicho: “Conviene que la tengas”, porque muchachas, gloria, fama, riquezas, etc., son la cruz, pero realmente son El que es, El Dios oculto, oculto por la imaginación del bien y del mal; que, por eso, la Oración no dice que nos quite Él la tentación, sino el no caer en ella, idolatrando en el velo que oculta Al que alegra mi juventud.

Esa fue la tardanza, Fabricio, y te confieso ahora que, luego de ese cielito que fui, “el demonio me abofetea”. ¡Qué manos, Fabricio! A los setenta años, esclerótico y desdentado, esas manos acarician mi cadáver, así como a ti, cojo y viejo también, “los olivos ojos y las nepentes manos”. ¡Ánimo, Fabricio! ¡Esto no es “feo” ni “malo”, yendo tras la Eterna Juventud!».

— o o o —

Escena iii

Grandes y nunca vistos sucesos en el almario del padre Elías: novelas. El padre Elías llevando naranjas a Martina. Descripción de la familia de Martina. Conversación con don Agapito, el tendero de la tienda que tiene arrume de leña y que huele a aguardiente y bananos. Aventuras en el rincón de la habitación, en donde se sienta en la oscuridad de la noche a llevar su cruz.

Aquí, en este rincón en la noche, voy entendiendo, padeciendo y entendiendo.

El asombro delicioso con «esa mano» es mi condicionamiento vital, mi yo, mis coordenadas, conviviendo con unas manos; antes era otro yo, otra reacción. Así, el diablo es uno mismo.

¿Es «malo» esto? Lo malo sería huir de mí, no padecerme atentamente, entendiendo… Dios es en uno mismo.

Lo «malo» sería no ir entendiendo la relatividad que va siendo este delicioso asombro, y elevar «esa mano», la relatividad que soy, a Ser. La reacción no dice que la mano Sea: mi reacción, mano salutífera, es un hecho y ese es mi yo. ¿Una mano sola, sin mí? Es como este ladrillo en que piso. Esta vida en la Tierra es la que tiene valores. Por estos se conoce a un hombre.

Esta atracción por «esa mano» de que tengo conciencia en su tibieza, magnitud, elasticidad…, no es ni la idea de mi cuerpo ni la idea de la mano, sino que es la reacción de mis coordenadas a esa mano, y en el lenguaje se atribuyen a la mano los calificativos y determinativos: bella, tibia, poderosa, verídica, amparadora, de artista. El yo es la reacción de la convivencia de los entes. Fuimos puestos en la Tierra (Adán) en forma granulada, o de individuos o predisposiciones, para que estos convivieran, representaran la perturbación original y entendieran… ¡Esa es La Novela…!

Ahora soy cierto bienestar que atribuyo a «esa mano». Estuve amable con «mi rebaño». ¿Por qué? ¿Por esa mano? ¿Por ese entendiendo?

Cierto bienestar. —La mano presente vital. —La muerte de Palillo Elías. —Cierto morir yo en Palillo. —Cierto miedo y un cierto goce conmigo mismo, que se realiza en calificativos, en «actos bondadosos». Este soy «yo» en este rincón, viviendo también beatíficamente mi noche negra cargada de silencio.

Sí. Estoy abrazado a mi cruz, a esta mano de Martina, tibia y presente, y voy entendiendo: ¡qué dulce y ligera es tu Cruz, Inteligencia!

Padezco, pero entiendo, y el Inefable va siendo, va siendo, va a Ser, ¡pero es infinito…! Nunca es en mi cruz; va siendo… «Nadie que viva puede ver mi rostro» y «le vi las espaldas».

Vivir esta vida es vivirla entendiendo la nada que es el yo, para que sea la Luz Inefable: glorificar el cuerpo.

Si oramos (nos abrimos como puerta sin alas al silencio), sin medir con la nada que somos, el Inefable aparece en la puerta que se vive como nada: eso es la glorificación del cuerpo.

Si nos conocemos y vivimos como medidores (la cruz), como hueco o nada que mide y que se va entendiendo como tal, va apareciendo el Inefable en «esas manos», en «esos honores», en «esas verdades». Pero si somos el deseo de ser o ver al Inefable, y hacemos tales cosas para ello, entonces es el «yo», o diablo, que desea ser el Inefable, y recomenzaremos La Novela

«Si lo deseamos»… ¿Quién lo desea? Nosotros, el «yo», las coordenadas que somos… Siempre la Perturbación Original, cuando por ella, Adán se convirtió en predispuestos puestos en la Tierra (se nace con «pecado original») para representar La Novela que Adán formó para sí: ¡conocedor del bien y del mal!

Pero el entendiendo (Dios en nosotros) glorifica La Novela, La Cruz. Y cuando terminare La Novela, «donde estuviere el cadáver estarán las águilas»: en el cuerpo glorificado es Dios.

¿Qué es esta obsesión con la mano encontrada? Aún ahora, a la una de la mañana, soy esa imagen, esa vivencia que la impregna del tiempo y de la muerte y de la glorificación. En todo caso, yo no soy sino eso… ¡y voy con mi cruz! ¡No mentiré! ¡Eso soy!

Hace dos años encontré por primera vez esas manos y dos años hace que estaban ausentes…, y me esperaban ahí, cerca de la tienda de don Agapito…

¡El tiempo, y las presencias, y la cruz y la muerte! Voy tras Él, que está en mí; La Inteligencia, atento, sin mentir, sin huir.

Todo mi yo se cumplirá: lo mío nadie puede arrebatármelo y lo ajeno no será nunca mío.

Por eso, «me esperaban ahí, cerca de la tienda de don Agapito, que tiene arrume de astillas de leña y aroma de aguardiente y de racimo de plátanos bananos».

El cuerpo de ese Palillo Elías, mi primo, abogado ambicioso, siempre a la carrera, a la carrera, tragando saliva, como perro galgo corredor, ya hace veinte horas que se pudre en la bóveda… Esto también lo padezco. El todo o «yo» es así: unas manos vitales: el calor de la juventud: ellas y éste regeneran mi alma decrépita y mi cuerpo queratoso, esclerosado…: «y buscaron la muchacha más hermosa de Israel para que se acostara al lado del viejo rey David, para calentarlo, y éste no la conoció». El tiempo como conciencia resultante del sucederse de mis presencias o pecado original. El cuerpo de Palillo descomponiéndose, inerte dicen, pero se descompone en mí; ese muerto pudriéndose son mis coordenadas en Palillo, mi primo, mi juventud… A mi relatividad con Palillo se la come el entendiendo, paralelamente con el banquete que se dan los gusanos (Palillo) con el cuerpo de Palillo.

La inteligencia glorifica la cruz.

Las novelas

Aquí sentado en mi rincón en esta mañanita invernal, humidísima, nerviosa, me sorprendí, al relajarme el sueño, haciendo novelas con ese ente juvenil que tiene «esas manos»: muy bondadoso; generoso con ella: escenas en que hago el papel de enfermero… Ella, yacente ahí, y yo «bondadoso» con ella…

Ahí voy con mi «yo», siendo mi «yo», pero no mintiendo, no fugitivo de mi cruz; a los setenta años soñando juegos juveniles, acariciando «esas manos enfermas»… Es mi abuelo, Macario Elías; son sus coordenadas en mí; tuvo cinco mujeres y muchos hijos en otras allá en lo que llaman La Casa Vieja, en el boscaje a orillas de la quebrada Circe; los legítimos somos Elías, y los otros, porque decían las gentes: «Ese muchacho es un Elías de la Casa Vieja…», usan como apellido el de Elías Casavieja.

Entiendo que soy esas coordenadas que se disfrazan de «bondad», de «paterna castidad»…, para perpetuarse. El entendiendo observará atenta y amorosamente esas «creaciones nobles», «novelas altas» que voy siendo yo, mi cruz. No mentiré; me patentizaré y así no idolatraré en una presencia. Si huyera aterrado, abandonaría mi cruz e idolatraría en otra, imaginada, y lo que imaginaré seré yo mismo, un yo mismo que creo más noble.

Las fantasías ésas con enfermedades, ropas interiores «hermosas» para la doliente, es porque ella es de familia pobre y, por eso, sueño en vestirla como a dueña de «esas manos» y en ser «bueno con ella», cuidándola desinteresadamente en su enfermedad, «como a un ángel»… Es el deseo de posesión, de conocerla, la perpetuación de Elías, de mi yo no consumido, el que así crea estos mundos imaginarios. «Comieron del fruto del bien y del mal para soñarse como el Inefable».

La Novela

¿Novelas? El entendiendo, Dios en mí, quiere La Novela. Las novelas son precisamente las que tienen que terminar para que nazca el que tendrá ojo redondo. Lo que se ha llamado novelas son «altas situaciones» o «bajas situaciones», «sentimientos elevados» o «sentimientos bajos». Lo que deseo patentizar es Mi Novela de La Novela, la que chorrea todo lo que es humano, todo humano, siempre humano…, pero con el Crucificado ahí, glorificándolo, que es lo que llaman «resucitó en cuerpo glorioso».

El padre Elías llevando naranjas

El padre Elías está aquí en la tienda de don Agapito, con un paquete de naranjas para llevarle a la de las manos salutíferas. Leyó «El Colombiano»: opinó con Agapito acerca de la muerte de Palillo: Agapito calificó de fácil la muerte de Palillo…

Yo, Elías, dije: No le tenga miedo a la muerte, Agapito; la muerte es una «liberación»: cuando usted muera no tendrá que abrir esto para atender borrachos escupidores del interlocutor opinante. Luego opinamos acerca del naufragio en Buenaventura, un naufragio colombiano, que no se sabe cómo sucedió ni cuántos murieron: primero, que cuatrocientos; luego, trescientos, y ahora dicen que diez. Es, don Agapito, como la nota necrológica del periódico sobre «la temprana desaparición» de Palillo Elías, que «fue honor del catolicismo, de la sociedad», etc.…, y que «tuvo bellísima ofrenda floral digna apenas de ese gran elemento de nuestro partido»… También opinó ayer en Belgrado el Tito, bandido que hace veinticinco años es «el mariscal Tito que come con la reina Isabel», etc. ¡Todo es coordenadas!

El hombre, Agapito, es eternidad que vuelve a la eternidad, luego de consumir las coordenadas que se creó allá en donde no había mente. Hay que vivirlas y entender. «Trabajarás la tierra y ganarás el pan con el sudor de tu frente hasta que devuelvas a la Tierra el barro de que fuiste formado, y el espíritu, al Creador». Poco más o menos. En todo vivimos, realizamos o consumimos el pecado original o decisión de conocer el bien y el mal. Lo que «muere», hijo don Agapito, lo que nace y muere son las coordenadas, porque son nada, imaginación. Por eso: «Dejad a los muertos que entierren a sus muertos». Lo que ni nace ni muere es El Inteligible y La Inteligencia, que en nosotros se sucede en entendiendo: naciendo – muriendo – naciendo…

«Esta vida», «este mundo» es todo tentación y el que no lo viva entendiendo, o sea, tras las pisadas de Cristo, prolonga «este mundo». Aquí es como si funcionaran paralelamente el tiempo-espacio y el Atemporal. Vea este paquete, don Agapito: son «las más hermosas naranjas y las bellísimas granadas abiertas ya como bocas rojas quinceañeras» que yo, «el padre Elías», llevo de regalo a «las manos salutíferas» de una mujer. Y eso es ficción, eso de bellísimas naranjas, etc., y «manos salutíferas», porque es sencillamente el deseo de eternizar en el tiempo mi yo en una muchacha, y este llevar este paquete es ya acto de perpetuación de mi carne vieja… Es un hecho, un suceso, sobre el cual los condicionamientos raciales, sociales y de mis reacciones personales anteriores ponen calificativos y nombres: bueno, malo, sucio, mancha, pecado, virtud. La inteligencia no califica: es pasión entendida.

Y no diga ahora, don Agapito, que esto son filosofías. ¡Qué asco las filosofías! Todo esto soy sencillamente «yo» que me voy llevando un paquete muy pesado de naranjas a una mujer que se presentó con «ciertas manos», y es otro «yo» el que califica y mide con su medida al anterior portador de naranjas, y otro que niega las medidas y al medidor, etc. Yo soy el padre Elías, nieto de Macario Elías el engendrador, que engendra entendiendo, entendiendo…

Un canto mientras iba
para la casa de Martina

¡Ven, Vida de ojos negros! ¡Vida tibia, presente, inocente, ni buena ni mala! ¡Vida sin dobleces, amente, sin urgencias! ¡Tocas, y te das! Te das toda: ¡no quitas!

Otro monólogo cuando
se acercaba a la casa

Huir de esta vida, huir de la tentación que es esta vida o presencia es huir de la cruz deleitosa en que está escondido el Íntimo. Es huir de Dios, en quien somos. Es arrojar la enjalma, huir de nosotros mismos. Porque somos esta vida y la glorificación de esta vida, o sea, «dioses sois».

Desde que viví que el Cristo es la Inteligencia y que está crucificado en nosotros, vivo libertándome de «bien y de mal». «La verdad os hará libres». En estos momentos «el padre Elías» («yo») entro con mi carga de naranjas y me dirijo a la tentación de las manos, atento, gustando, observando, dirigiendo y atendiendo al «animal callidíssimum» (astutísimo: «el yo»).

Viviendo «esas manos salutíferas»

El padre Elías estuvo allá… ¡Qué familia «buena»! El padre, Ildefonso, es velero; tiene en la casita su fábrica de velas a mano; mil quinientas diariamente, y le ayuda Martina, la de «esas manos». Martina tiene cara larga, nariz larga, dientes largos y feos; manos, ¡oh, las manos…! Tiene cicatrices de vacunas y heridas en los hombros… Poco a poco fui viendo la realidad de la casita, de la mamá, pálida y flaca, de ella; y las manos, mi presencia o yo, o reacción que fui ayer y anoche y hoy, iba muriendo-renaciendo. Ildefonso tiene cara abierta, eje cigomático largo. Vine con la tentación glorificada. La tentación es la mentira o vida imaginaria de nuestro «yo», que pretende eternidad, y oculta así Lo Inefable.

He vivido, pues, que no se puede huir de uno mismo. ¿Para dónde? Ni se puede mentir, resistiendo a uno mismo (a la tentación que somos), sino que hay que vivir entendiéndonos, llevar su cruz en que está crucificado El Entender, crucificado para que entienda; vivir la tentación que es esta vida, en adoración al Padre, oculto por la perturbación original.

El padre de Martina tenía allá mi folletico, «La Comunión», que hace años le regalé, y me dijo que lo había leído tres veces. ¡Hombre bueno, hijo del Altísimo!

Le pregunté a Martina si le gustaba pintar, y me mostraron las acuarelas infantiles que hizo… ¡Intuí, pues, el destino revelado por sus manos moribundas ya…! Pero todavía díjeles que hablaría en la Escuela de Bellas Artes de Cañafístol para que pudiera estudiar. ¡Qué beatitud (pensé al decirlo) que la Inteligencia guiara así La Novela mía!

El padre Elías entendiendo,
cazándose, libertándose, glorificando
el «yo» en su rincón, en la noche

Cuando viví eso de «Ildefonso, hijo del Altísimo», «¡hombre bueno!», comenzaron a agonizar «las manos» que eran mi «yo» de la perduración de la carne, o, por eso, lo viví, porque ya agonizaban; y ese calificativo de «bueno» a Ildefonso no es sino el remordimiento por la novela con la muchacha su hija; y esa compasión a «padre y madre flacos», obreros, y a «esa muchacha que tiene que usar sus manos en hundir los pabilos colgantes de las rodajas de madera en la olla de parafina derretida en el fogón de la cocina sin comida…», no es sino que ya las manos habían muerto, y con esas proposiciones «virtuosas», el padre Elías, ante sí mismo cantaba sus «virtudes», como gallo que canta al pie de su rival muerto un canto a sí mismo… ¿Y qué decir de la bellaquería de ese «hijo del Altísimo», aplicado a Ildefonso, porque él guardaba mi vanidad titulada «La Comunión?». Es porque, mientras estemos vivos, siempre tendremos un centro de apoyo, un «yo»… ¡Qué bellaquería, repito, pues leyó por tres veces mi folleto, mientras yo soñaba novelas con las manos de su hija! ¿Hasta cuándo humillará el hombre a la Tierra?

El padre Elías acicateado
por el entendiendo

¡Detente! ¿Qué de «bellaquerías» y de «humillar la Tierra»? ¿Quién es el que juzga así a la cruz, que precisamente es él? Es tu mismo «yo», disfrazado de «virtud», orgulloso de «su virtud», de su no haber idolatrado en «esas manos», el que te tienta para que no pro-si-gas… No hubo «bellaquería», ni esto de ahora es «virtud»; todo lo humano es coordenadas. Escucha estos enigmas, y trágalos y hazte ellos:

1.—El gusano medidor, de una pulgada, llamó grande al tronco de cien pulgadas; el medidor, ya de diez pulgadas, llamólo mediano, y el medidor de doscientas pulgadas preguntó: ¿Qué tronco? ¿Qué árbol? ¡Por aquí no hay medianos ni grandes!

2.—Y Jesucristo le dijo al joven que lo llamaba «maestro bueno»: ¿Por qué me llamas así? ¿Ignoras que sólo Dios es bueno?

Tatúa en tu cuerpo esto:

Soy cruz o coordenadas que voy glorificando.

¿Quién la glorifica? El Entendiendo, que es el Espíritu Santo en nosotros.

Padezco, pero medito.

Y como Jesucristo siempre cumplía la voluntad del Padre, «El Padre y yo somos uno solo».

Por eso, es El Hijo de Dios.

— o o o —

Escena iv

Casa y vino de don Agapito. Regalos. Dar y Recibir. La dialéctica humana. No huir de la tentación. El Hijo Pródigo.

Cuando salí de donde Martina, don Agapito llevóme a ver la casa que hizo. Me obsequió con un buen vaso de vino de Tarragona. Lo paladeé alegre, como guerrero que no dio las espaldas al enemigo de la tibia carne juvenil.

La mañanita resultó, pues, como siempre, del beato entendiendo y un cumplirse aquella sentencia de Cristo encarnado: «Mi cruz es dulce y liviana».

Y vine a mi huerto y les envié, con el hermano de Martina, un tercio de naranjas y otro de limones y guayabas. ¡Qué diferente regalo del anterior! La inteligencia es siempre nueva; todo es nuevo en la cruz entendida. Este regalo de ahora fue porque sí, para nada, porque soy donación. El otro fue porque yo era las manos incitantes y tibias de la fea Martina.

Ya estoy cansado. Mi día se consumió «comulgando». Doce horas de actividad de dios arrastrador beato de cadenas.

Nuestro origen está en la Perturbación Original. Ella creó esto del «yo» y «nosotros»…, y, como sólo tenemos conocimientos de experiencias posteriores, experiencias en las cadenas…, pues todos nacemos predispuestos, nuestros conocimientos son de las reacciones de nuestra predisposición al convivir con otros predispuestos… Sabemos, pues, de la Perturbación Original, pero no conocemos nada de ella. La vivimos, pero no la conocemos. Tal es la diferencia entre sabiduría y ciencia.

Dar y recibir

Hoy entendí (entender es lo mismo que ser) que dar es mejor que recibir. De aquél a quien se da verdaderamente, no se teme daño ninguno; de aquél a quien se le vende o de quien se recibe se esperan males. Porque casi siempre se da pensando en el objeto tácitamente comprado con el regalo: agradecimiento, amor, la libertad del regalado. Los que aparentemente dan y que tácitamente compran son presencias duras y bizcas escondidas en las palabras, porque éstas son habitaciones. Los hindúes tienen como mandamiento el no recibir regalos sino de quien sea regalo, identificados regalador, regalo y regalado; y el cristianismo se predica, no con sermones y mandatos, sino glorificando paladinamente su cruz en las cruces de los prójimos, y las cruces de los otros en la nuestra; co-glorificando en acción comunal, porque todas las cruces son realmente una sola, La Predisposición que Adán se hizo en el Paraíso. ¿Sermones? «¡Sean buenos!», «¡No pequen!», «¡No se emborrachen y no forniquen, y huyan de la tentación!». No, el sermón es la patentización de la tentación que es mi vida, de las caídas que son mi vida y de la glorificación de todo ello por la oración, que es el abrirse a La Inteligencia, al Espíritu Santo, en el silencio de la nada que somos.

Para regalar hay que ser El Inefable. Oficio divino de que vamos participando al ir entendiendo o convirtiéndonos en regalo, en uno solo, en amor al prójimo como a uno mismo.

Mientras los prójimos no sean uno mismo no se les puede amar sino desear y «regalarles», para comprarlos y poseerlos.

Sermones de «amen al prójimo», «¡no sean tan malos!». ¿Y cómo hago para amar al prójimo, si no amo al prójimo? ¿Dándole limosnas? Si le diera la limosna, sin vivir que él es yo, pues «la limosna» es por miedo al castigo implícito en el mandato, o para comprar al prójimo. Sólo el ser cruz-entendiendo es el Evangelio de Jesucristo, y socialmente se realiza llevando la cruz de los prójimos, en acción comunal, porque La Cruz es realmente una sola. Es Adán, el Hombre, quien vuelve al Paraíso.

¡Qué humano eso de dar para un fin, el dar mirando al futuro, a la persona del que recibe, a sus bienes y sus libertades, o a los bienes de un personaje objetivado a quien damos el nombre de Dios, para compraventar «bienes»! ¡El cielo a cambio de las manos de Martina!

¡Ay, qué dura y nudosa es la cruz en ese tiempo en que damos y somos bizcos! En ese infierno-cielo estuve cuando iba con el paquete de naranjas para el cuerpo de Martina, vivificado ya por el Espíritu Santo. Entender es glorificar las manos de Martina, y cuerpo glorificado es cuerpo entendido.

Ahora vivo que al estar siguiendo, abierto al Espíritu Santo, mi mundo pasional y mental, nacido de mis coordenadas con que nací, siendo paladeadamente esos mundos, pero atento al que entiende en mí, al que alegra mi juventud, al que entiende los mundos que mis coordenadas son, llevo mi cruz al Calvario, siguiendo al Cristo en mí, al que los cristianos llamamos Salvador… El nombre no importa; los nombres son habitaciones; llamémosle Inteligencia. Lo importante es entender, no el nombre. Entender es ser, y el Ser es lo que uno entiende de uno mismo. «Al reino de Dios buscadlo en vosotros mismos».

Dialéctica

Esta dialéctica de las coordenadas, con ese imponderable del entendiendo (en nosotros, espacio-temporales, la Inteligencia está en gerundio, en pro-gre-de-re), es comprensiva, no anti, de la «materialista de la historia», así como el máximo círculo comprende a los círculos concéntricos. Por ella es glorificado el cuerpo y glorificada la Tierra y todos los mundos. Cuerpo glorioso es coordenadas vividas y entendidas. Por eso, al tratar del día de su segunda venida o fin de este mundo, Él dijo: «Donde esté el cadáver (cruz consumida en inteligencia) estarán las águilas».

Este vivir entendiendo tiene inmanente el vivir amando, ese amor que sólo conoce el que entiende; también tiene implícito cierto pregusto del Atemporal, pues se va siendo presencias tan llenas que se pueden calificar de un vivir sub specie æternitatis, porque el cielo no es premio de la «virtud», sino que es la «virtud misma», como lo expresó aquel hijo de Dios, Benedicto Spinoza.

Amagos de amor o amando

Amo todo, y todo lo que me sucede y sucede a mis semejantes es digno de suceder, y todo lo que es digno de suceder es digno de conocimiento. Aquellas manos urgentes son y eran el que Es, señales hechas desde la puerta abierta de par en par como puerta sin alas. Esa puerta eran «esas manos», y realmente fui a poseer las manos, y, al vivirlas entendiendo, yo poseí «esas manos», pero eran ya El Inteligible y La Inteligencia. Poseí «esas manos», pero no caí en la tentación, no idolatré las señales, sino que adoré al que señalaba. Eso es vivir esta vida: glorificarla o inteligenciarla.

Si las manos de Martina nos llaman es porque El Escondido, que no es manos, desciende a llamarnos con las manos de Martina; nos habla en el idioma en que vamos entendiendo… El Atemporal nos dio el «aliento» suyo en el muñeco de barro; por eso, entender es ir siendo el Atemporal. Todo lo demás es lo que va sucediendo, hueco que es rellenado, nada que va siendo. Por eso, Él dijo: «Tomad la cruz y seguidme; dejad a los muertos que entierren a sus muertos».

Oración de Sócrates,
ese otro hijo de Dios

«¡A cambio de todo, dame que entienda!».

Oración para los
entremontesinos, compuesta hoy

¡Convierte en vivencia del Atemporal toda mi Cruz o dialéctica de mis coordenadas! ¡Beata cruz, entonces, y beata muerte, entonces! Que la Inteligencia, llamada también Espíritu Santo, no permita que huyamos de la tentación. La vida humana es tentación: díjolo el santo Job… Este mundo no será glorificado (no se acabará) hasta que todo se cumpla. Lo dijo Él. Y Él también, como la evidencia de que era el Hijo de Dios, uno con Él: «El Padre y yo somos uno mismo porque siempre hago la voluntad de mi Padre. ¿Quién puede argüirme de “pecado”, o de haber abandonado mi Cruz? Quien me ve, ve al Padre. El Padre y yo somos una misma cosa».

Inventario hecho en esa noche

Estas notas contienen lo Atemporal que recogí o me fui haciendo hoy y ayer al llegar a ser mi cruz. «Suave y dulce es mi Cruz», dijo Él.

Un himno extático

Soy hijo de Dios, hijo pródigo que, llagado y raído, al parecer de los entremontesinos, voy de retorno a la casa paterna, al juicio de identidad. Dijo Él: «El que tenga oídos para oír que oiga».

— o o o —

Escena v

Trata del encuentro que tuvo el padre Elías con la Vieja Anunciadora y se da principio a la aventura con Perraflaquita, que es La Tentación de la Inocencia. Dos regalos. El paraíso soviético y los suramericanos. Janio Cuadros. Cuba.

Al terminar el viaje nocturno por el palenque, cuando ya amagaba la luz, se le apareció al Padre la vieja Anunciadora de Calamidades, y con su voz de leña rajada le predijo dolores de parto, así: «¡No te vayas a caer de ahí, padre Elías! ¡Murciélago revoloteador! ¡Curita cocineril, velero, corruptor de menores! Porque eso eres; eso fue tu abuelo Macario Elías; eso es tu alter-ego Fabricio, el hijo de Lesbos, el cojineto sacristán que nació en La Casa Vieja; todo eso es tu cruz y la tendrás que tragar y patentizar… ¿Qué es esto que has hecho hace tiempo, sino conceptuar, recordar, paladear, alindar? Has estado “eternizando” tu yo porque no te acostaste con Martina la Velera. ¡Ya caíste en tu letrina y la llamas Dios, cantor de ti mismo! Ahora sabrás, ya vas a saber lo que eres: corruptor de menores. ¿O pretendes que haya alguna “inmundicia humana” que no seas tú?».

Se da comienzo a la
aventura de la Perraflaquita

Esta mañana, ayer noche y ahora, el padre Elías ha sido sorprendido en sus ensoñaciones de condenado a su mundo que le apareció cuando fue puesto en la Tierra con «herencia» o individualidad, o sea, predispuesto. Una predisposición única formada por todo el pasado. Fue puesto en la Tierra, en su pueblecito, predispuesto, o sea, nacido a tal hora y en tal día; en tal calle y en tal casa, y en tal cama y de tales padres… Puesto único, cruz única. ¿Quién otro nació a la misma hora, en el mismo instante, de los mismos padres, en ese lugar, etc.? ¿Mi hermano gemelo, si fuese gemelo? Él nació primero y yo después, y si hubiese salido todo el huevo, yo estaba a la derecha y él a la izquierda. El lugar en el útero era el mío y de nadie más… Yo soy único. Soy una cruz única. Puesto yo entre los otros yoes, puesto mi mundo único y mi cruz única, así como trazada una «recta» en el «espacio» nace la geometría toda… Los mundos son infinitos, porque infinitos predispuestos somos. Pero esa predisposición, sola, no sería consciente ni dramática. Los predispuestos todos fuimos puestos en la Tierra como convivientes, para que reaccionáramos, para que reaccionara cada predisposición única ante las otras predisposiciones y se efectuara así el drama o vuelta al Paraíso. De suerte que mi «yo» aparece como conciencia de mis reacciones ante otros predispuestos.

Cruz única la de cada uno. Por eso: No Mientas, o sea, no quieras ser otro ni finjas ser otro. Tu haber es tu predisposición única. ¡No huyas de tu mundo o tentaciones! Eso, no mentir, es toda la sabiduría.

Pero tú, nosotros, el padre Elías y todos somos el que entiende. Este no es el «yo», pero todos somos el que entiende. Por eso, Él dijo: «Toma tu cruz y sígueme». Por eso, el que «teme» a la muerte es en cuanto está muerto o no ha entendido, y así lo dijo Él: «Dejad a los muertos que entierren a sus muertos».

Voy entendiendo, pues, que las ensoñaciones en que me he sorprendido cuando vino Perraflaquita son mi muerto, que, si estoy abierto (en oración en El Silencio), glorificaré. Esas ensoñaciones con la Perraflaquita fueron carne que atrae carne; inocencia maliciosa, teticas iniciales como botones de flor que amaga por abrirse, inocencia que perpetúa el querer conocer el bien y el mal.

La tentación casi infinita, precisamente la que hubo en el Paraíso, La Tentación de la Inocencia: ¡desgarrar el botón que no es bien ni mal, pero en cuyo desgarramiento estará el conocimiento, este mundo…!

Antier, la Perraflaquita vino a pedirme frutas con su cuerpo delgado, dientes parejos de perrita de pobre, teticas nacientes en un son no son todavía y con eso malicioso de la inocencia humana, que es la tentación irresistible…

La dialéctica y los
mandamientos o dictadores

Ahí, entreverado en este mundo durísimo de mi cruz, que es la Perraflaquita, nudo que me anunció la Vieja, al llamarme «corruptor de menores», he vivido que los dictadores como Lenin y como el arzobispo Marco Tulio, pueden, con el dominio y violencia, con el manipuleo de la subestructura, que dicen ellos: Lenin, la expropiación de la tierra e instrumentos de producción; y el manipuleo de la imaginación con el miedo y la esperanza de cielo para los yoes, el otro; hacer a sus gobernados o esclavos cada vez más a sus antojos: enseñándolos a reaccionar habitualmente ante el miedo o la esperanza, entes de la imaginación, pueden cambiar apenas la forma de los sueños, de las «perraflaquitas»; pueden laborar en el muñeco, endureciéndolo más y más, hasta que casi no se perciba al Espíritu Santo en él. Eso se hace con los ejercicios que llaman religiosos, practicando la autosugestión; lo hacen con modos de vivir, habituaciones que tapan la Luz.

Pueden ambos dictadores hacer funcionar la dialéctica ciega de las coordenadas, pero ¿la verdadera dialéctica, La Vida, con su imponderable del entendiendo?

Ambos dictadores son la violencia en dos formas. Son la guerra bruta; crean al asesino y al asesinado, que son uno solo, el de las coordenadas de Adán nada más. ¿Y el Cristo…?

Autorretrato del padre Elías

Yo soy, pues, estas reacciones, y éste que las padece y las va entendiendo en las hojas de esta Biblia también está en mí, pero no es mi «yo». Mi yo es únicamente las reacciones del hombre en el tiempo todo anterior a mi nacimiento, lo cual llamo mi predisposición; «yo» es también mis reacciones tenidas desde que nací, al convivir, y las reacciones al estar conviviendo ahora con la Perraflaquita. En resumen, soy ese complejo de reacciones confusas y de que sale una idea que deviene y que bautizo con ese nombre: «yo». Esa idea es la mente. La idea de un complejo de reacciones pasadas reaccionando ante los actuales convivientes míos, hoy la Perraflaquita; tal es ahora «el virtuoso padre Elías».

Lo que dirigen o pretenden dirigir los tiranos ciegos es a ese «yo»…

Lo otro…, lo otro que hay en mí, no es mío, pero está en mí. Yo soy «el pecado original», todo él, pero el Espíritu Santo está en mí. El padre Elías es «un corruptor de menores», pero el entendiendo, al abrirme a Él, no me deja caer en la tentación.

Porque veo que nada voy entendiendo que verdaderamente pueda decir que yo lo entiendo, ni tampoco que fue entendido completamente. No hay ideas completas… Si afirmo: yo soy la inteligencia, vivo que miento; si digo yo entiendo, ídem. Pero si digo: yo soy airado, yo soy sacerdote cocineril, velero; yo soy corruptor de menores; soy tristeza por esa muerte de Palillo, etc., siento que así es.

Le llevé a la familia de don Agapito una canasta de naranjas y de granadas de la casa cural.

¡Qué agradable es dar porque sí!

No pedir nada, pero siendo el que es no pedir; porque si es orden que uno se da, mandamiento, se vive para un ideal y así se huye de La Vida: si es porque sí, porque uno es donación, se trata de las Bienaventuranzas.

Cuando uno es pedir, pida; cuando no pedir, no pida; si es ira, séalo, porque el mandamiento único es:

No Mentir.

Somos el animal que padece y entiende.

Dice hoy Juscellino que Janio Cuadros es un loco que bebe; que hace doce años era maestro de escuela y que hoy es rico y viaja por Europa con seis personas.

Ambos son ideólogos: el uno, con ese juicio de: es un deshonor haber sido maestro de escuela; y el otro, por ser el bizco que reacciona ante el sueño del «paraíso soviético». Todavía le falta a la humanidad el ver y padecer el grandísimo espectáculo: cuando los suramericanos se den a fabricar «la sociedad», a enseñarle a La Vida a ser La Vida y al hombre a ser el hombre… Ya eso comenzó en Cuba; el mono dio ya principio a sus pruebas…

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Escena vi

Interrumpe el sacristán Fabricio con su monólogo del concurso y de La Novela.

Me voy a que la señorita Filomena me saque en limpio estas treinta páginas que llevo de La Novela que escribo para el certamen de Salónica. ¿Qué persigo? ¿Quién? Diremos que la avaricia… Pero no. Es mi nostalgia de aquella isla bendita, Lesbos…, ¡y el deseo de visitar a los Padres antiguos! ¿Ganaré el premio, si la escribo…? La gente llama novela a esto: arreglo imaginario de «una situación», con unas coordenadas o yoes abstraídos por la memoria-mente, colocándolos a reaccionar entre sí en conjunto, en lugar y tiempo también imaginados. Ponerlos a reaccionar «lógicamente», o sea, según reglas sacadas de experiencias pasadas. Eso es mera repetición artificial y todos, autor y lectores pierden el tiempo vivo, mientras la escriben y leen. Con eso se logra perpetuar el «yo» imaginariamente, repetir el pasado. Y con eso de «lógico» dicen realmente: que nada hay nuevo; que el yo es eterno; que pasado, presente y futuro son uno solo…

Ponga usted una mesa de billar abstracta: superficie horizontal absolutamente; superficie lisa absolutamente; bolas absolutamente esféricas, lisas, de idéntico peso, iguales; es decir, un billar abstracto, y suponga el tope de las bolas en determinado punto, con determinadas dirección y fuerza… y entonces usted puede predecir la dirección que tomarán, los ángulos que formarán, etc.…

Mientras que La Realidad es infinita y Unitotal, siempre nueva en su forma espacio-temporal. El pensador abstrae y con sus abstracciones piensa; por lo tanto, siempre repite. Pensar es perder la vida en vidas artificiales; pensar es huir de la Realidad.

Otra cosa, viva esa sí, es entender. En la Realidad no hay repetición, no hay Bien ni Mal; los hombres y sus mundos son la mesa de billar, y las bolas de billar, y los jugadores y el que va entendiendo.

La Vida no está sometida a vuestras lógicas; sino que las lógicas las abstraéis mentalmente de La Vida.

Y con vuestras lógicas pensáis mundos y pretendéis luego poner esos mundos a tapar La Vida, y perdéis vuestras vidas.

Y por eso exclamáis con hastío: no hay nada nuevo; todo es necesitado.

Pero en La Realidad todo es nuevo. Es infinita posibilidad y libertad.

Otro ejemplo: el hombre gatea primero y luego camina… Gatea porque es gateo, y camina luego porque ya es caminar. Pero los pensadores se dan a pensar sobre al gateo y el caminar, y escriben manuales para enseñar al gateo a gatear, al parto a parir, a La Vida a ser La Vida. Los bolcheviques le enseñan a La Historia a ser Historia… ¡Ja, ja, ja…!

Tenemos, pues, que todas esas novelas que han precedido a la mía son juegos de la vanidad. Con ellas no se ha dejado gustar de La Novela, la que principió cuando El Hombre fue echado a la Tierra, ombligado, granulado en individuos ombligados, para que hicieran la gran representación del Pecado Original, o sea, esta tragicomedia que estoy escribiendo, que es el padre Elías padeciendo, entendiendo, glorificando

El Hombre (Adán) fue echado en forma de yoes o individuos ombligados para que hicieran la Gran Representación que quiso ser: el Bien y el Mal.

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Escena vii

Continúa la novela con muchas apostillas en la Biblia vieja y con gravísimas aventuras o tentaciones.

Hoy trajo Fabricio a dos jóvenes de la Escuela de Minas que quieren llevarme a Medellín a que les dé conferencia a los estudiantes.

—¿Conferencia? ¿Qué vaya a abrir ante los jóvenes mi baúl o caja fuerte en donde guardo los extractos mentales de mis vivencias pasadas o de mis lecturas, y los deslumbre con tales oropeles, jugando con eso, haciendo ante ellos vidas de cartón, mandamientos de cartón, el deber ser y catecismos de Roma o Checoslovaquia? Porque eso es lo que llamáis vosotros y vuestros rectores Universidad… ¡No iré!

No puedo ir. Yo soy la amencia; quiero ser las Bienaventuranzas, el que no piensa, pero es las Bienaventuranzas; quiero ser eso despreciado en vuestra Universidad, porque se asemeja a la perfecta idiotez, las Bienaventuranzas. No hay nada sino La Vida, y nosotros somos La Vida sucediéndose.

¿Conferencias? Con-llevar la cruz. Eso significa en boca de los padres antiguos. Pongan, hijos, un alambre, y la corriente eléctrica que pase por él hace que se patentice la corriente de los otros alambres vecinos… ¡Inducir! Conferencia, es pues, ir patentizando su vivencia en palabras, que son las moradas de ella, por parte del conferenciante, e ir patentizando en sus conciencias, las suyas, por parte de los conferenciantes-escuchas… Si yo fuera, patentizaría ante los jóvenes la presencia que en esos instantes fuera siendo, y eso sería «escándalo»…

—¡Pues eso, eso nuevo es lo que deseamos los jóvenes…!

Hablé demasiado con esos muchachos, y siguió noche de intensos dolores. Soy adoloramiento, semejante al pollo que tenía avitaminosis, todo ingerido. Soy in-ge-ri-do.

No daré la conferencia. No hablaré así, como roto. Sería allá, en la ciudad traficante, profanar los nombres del Inefable. Ahora no soy conferencia.

1.—No recordé ayer a Martina. Ya está moribunda. Pasa como ave que aleteó cerca de mi rostro y se aleja. Su presencia es alejamiento. A esto lo llaman recuerdo.

Al que mucho entiende, mucho se le perdona.

Al que ama mucho, mucho le es perdonado, entendiendo por amor no el deseo sino la comunión con la presencia, y por perdón, la transformación de la presencia al ir entendiendo.

2.—Realmente, si mañana fuese a dar conferencia sería por vanidad, pues no se puede estar patentizando-inteligenciando la presencia que uno va siendo, en una tribuna ante hombres que van para… ilustrarse, divertirse, etc. ¡No soy ya esa conferencia!

La prueba de que buscan técnicas para agrandar la rigidez, la avaricia, la lascivia que son, es que al comunicarles eso de la amencia me preguntaron:

—¿Padre, cómo llaman los místicos a… (no recuerdo qué)? Pero supe lo que estaban viviendo: que todo eso que les decía era irreal, místico, de loco…, y al tiempo de despedirme, confirmaron qué es su Medellín y su Universidad, diciendo:

—Y entonces ¿cómo se gana uno la vida, padre?

3.—¡Ganarse la vida! Son, pues, muertos que se ganan la vida. Viven para…, para ganar, para satisfacer su pasión y su mente. Y dijeron luego mucho acerca de «morirse de hambre»…, etc.

Están en la edad y en el medio de estudiar para ganarse la vida, vivir para, todo con esas causas finales pasio-mentales. La edad granulada y voraz, y tal es su presencia. No los censuro. Son un hecho.

4.—¿Qué es esto de ahora? Quieto, quieto el ánimo y agradable adoloramiento fisiológico quieto. Y el sol invernal da contra la puerta cochera roja de los benedictinos, allá en la falda oriental, en la finca del difunto hombre rico, en quietud…

«Jamque quiescebant voces hominumque canumque…».

(Ovidio)

¡Suspenso, quieto!

5.—¿Y qué de las manos aquellas? Murieron o fueron glorificadas. Los muertos entierran a sus muertos. ¿Qué es lo que vemos morir? Las reacciones producidas en el yo, que es complejo de anteriores reacciones que se erigió en Ser. Lo que vemos morir eran muertos, hijos de muerto. Por eso dijo Cristo: «Dejad a los muertos que entierren a sus muertos».

Y ese «yo» desaparecerá como la quietud del sol al dar en la puerta cochera. Y ya no habrá el soñar, el imaginar, el abstraer, el pensar y llamar a eso acción.

¡Vénganos Tu Reino y que no obre yo sino la Inteligencia en mí!

6.—Ahora me sorprendí en el confesonario diciéndole a un amancebado que la inteligencia, el señorío, etc.… Y a poquito, a las tres y media, me cacé a mí mismo sentado aquí en el patio de la casa cural, haciendo imaginarias novelas carnales con la Perraflaquita, disfrazadas de «virtudes de sacristía»… ¡Eso soy, y tengo vergüenza de serlo, pues me disfrazo de inteligencia para eternizar lo que es mi yo…!

Decididamente soy reacciones del pasado biológico todo, unificadas en esto abstracto: yo. Y éste busca eternizarse en la Perraflaquita glorificada.

Soy nada o reacciones conscientes abstraídas mentalmente en yo. Y soy lo que no quiero ser, mortal. ¿Y por qué tengo miedo de acabar, de la mortalidad? Porque precisamente soy eso, y una reacción no tiene en sí otra cosa que la afirmación suya, y si le dicen que termina, porque no era sino reacción, se desvanece de ausencia. ¿Y quién le dice que termina? Se lo dice a cada instante el sucederse, la experiencia. ¿Y a quién se lo dice? Al entendiendo… Y el entendiendo no soy yo. Es la Inteligencia en mí.

La vida emotiva y mental del hombre son reacciones en complejo mental-pasional llamado «yo», y la Inteligencia en nosotros, en forma de gerundio, las glorifica. Ese es el misterio de «resucitar en cuerpo glorificado».

7.—Ayer vino a confesarse el rico don Bedús, que está moribundo (cardíaco), con esa cara y caminar angustiados de tales enfermos, que viven que se acaban ya; toda la confesión y conversación fue que se acababa el que posee tantos bienes, compañías, casas, automóviles, avionetas, y en sus ojos y actitud vi que venía a que lo convenciera de que no se acababa, que era inmortal ese yo; que hay otro mundo en que seguirá eternamente el rico don Bedús…

Hice un gran esfuerzo para no caer en la tentación de mentirle, de adormecerlo, y le dije:

—¿Qué? ¿Y qué, don Bedús? El padre Elías, que es la Perraflaquita, y don Bedús, que es sus amargas posesiones, dejan de ser sus cargas; usted sus riquezas, y yo, mi tentación. Será entonces…, digamos, El Cielo, pues ¡ya no habrá el padre Elías ni don Bedús! Ego te absolvo in nomine…

Se fue…, y caminaba, al alejarse, como asno descargado.

8.—La cuestión es vivir lo que somos, entendiéndonos, sin valorarnos de buenos o malos. Ni alabanza ni censura. Si tenemos ese sentimiento de bien y de mal, caemos en el idealismo; ya no nos viviremos, sino que huiremos de nosotros mismos, queriendo ser otros.

¿No se dijo desde antiguo que fuimos creados de la nada? ¿Reacciones que reaccionan, nadas con el soplo divino? Ese soplo no afirma ni niega la nada que uno es, sino que la va entendiendo. Cuando principiamos a entendernos como nada, principia también la glorificación del cuerpo y del mundo; nueva Tierra y nuevo Cielo. A La Inteligencia se le ha dado el nombre de Dios, de Realidad, de Ser, de Espíritu Santo, y es lo que todos somos en gerundio. Eso está en todo y todos y en cada uno; y eso comenzó a ser don Bedús, cuando se fue como descargado.

9.—Lo que ni nace ni muere en un ente o criatura es El Cielo. Sólo El Cielo es. El Inteligible y la Inteligencia y la Acción. Y el yo es la cruz, lo espacio-temporal, lo que tiene que ser glorificado.

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Escena viii

El padre Elías en Medellín. Cómo digiere allí el mundo mental. La Mesa Redonda del Abad de Zúñiga. Nunca vista aventura con el profesor Luis López de Mesa. La Universidad. Grandes padecimientos.

Estoy en la ciudad de lo mío y lo tuyo, Medellín, habitada por los descendientes de Judith y Olofernes. Vine traído por los dos jóvenes ingenieros que desean «algo nuevo».

Anoche me llevaron en automóvil a la Mesa Redonda del Abad de Zúñiga, en el Museo de Antropología. Yo no oía absolutamente nada. Allí supe que soy sordo. Me obligaron a hablar y, como se trataba de qué cosa sea Universidad, viví en voz alta al gran pisquín (albizzia carbonaria) que hay en mi huerto, diciendo que esa Universidad, casa de aves, de musgos, epífitas y parásitas, insectos y ardillas y reptiles, si expresara en nuestro lenguaje su vivencia venerable, diría algo así como asciendo a mis raíces; no diría desciendo, como nosotros, los que no somos universidad. Díjeles que el imán, al girar, hace que todos los habitantes de su ámbito se electricen, y que es Universidad. Que Universidad es todo hombre que está entendiendo, padeciendo y entendiendo, trabajando y entendiendo, amando y entendiendo; que universidad es todos nosotros, porque uno mismo es todo y todos; que el Rector de la Universidad es La Inteligencia en acción, y que así, la Universidad era lo sagrado en la Tierra, porque glorifica al cuerpo humano y a la Tierra; que por eso dijo Pablo de Tarso que animales, plantas y la Tierra toda esperaban angustiados la segunda venida del Hijo del Hombre, el que tendrá el Ojo Redondo.

Ahora bien: Colombia todavía no es; existe como ente de artificio, creación imaginaria, estatua o pintura imaginada apenas. ¿Universidad colombiana? No.

Universidad: lugar, tiempo y hombres en donde sucede el entendiendo, y el entendiendo inducido (enseñanza), y el pensar (vivir el mundo mental) y el reaccionar personal (mundo estético). La esencia de Universidad, sin lo cual no la hay, y lo demás no es vivo, es el entendiendo, o Inteligencia en espacio-tiempo.

Hombres que sean patentizándose y entendiendo (maestros) ante otros que, inducidos, se patentizan y van entendiendo; luego, técnicos que piensan y ejecutan al hombre mental, pues toda creación técnica o mental es inventada (encontrada) en el hombre; éste se representa; es el origen y medida de todo este mundo: el hombre se patentiza en este mundo, o mejor, su mundo es su patentización espacio-temporal.

Tenemos, pues: que el Hombre es creatura divina en coordenadas; conoce o «recuerda» al Ser cuyo es y el cual es en coordenadas espacio-tiempo; es el heredero de Dios, porque es dios en latencia. Patentiza su latencia divina, entendiendo, y glorifica sus coordenadas por procesos mentales (artes, ciencias). La leyenda en la portada de la Universidad es: Glorifico todo, entendiendo.

Las coordenadas glorificadas es el Hijo que amamanta la Universidad, y que tendrá mirada de águila, de arriba para abajo, ojos redondos.

(Miré, y todo volvía a mí; los rostros eran como paredes de calicanto, inhospitalarios; estaban pensando en millones regalados por nuestros primos yanquis para fabricar «ciudad universitaria»).

Y terminé así: ¡En Co-lom-bia no hay u-ni-ver-si-dad! Ni la habrá que la veamos nosotros.

Por último, habló el doctor Luis López de Mesa, y les dijo que escucharan al padre Elías, que era esto y aquello (cosas deleitosas para mi vanidad); que pertenecía a una antiquísima escuela, muy desconocida hoy, la Escuela de los Sofistas Presocráticos, para quienes el Ser y el aparecer…, que de Suecia preguntaban por él…, etc.

Primero, sentí lo que sentiría una tomatera a la que un «sabio» dijera que pertenecía a la familia de las solanáceas. Después, me alegré mucho…

Ahora, en la noche, en esta cama lujosa en casa de don Vicente, tengo náuseas y dolor en pecho, vientre y muslos… Esta ciudad es durísima… No es dura, sino blandengue, como esas carnes fofas en que no penetra la aguja hipodérmica: ceden y ceden y la aguja se dobla… Ciudad de lo mío y lo tuyo… ¡Y me induce! A cada instante se nace y se muere, pero en la ciudad maldita soy miedo a muerte y a pobreza. Vivo en mi Entremontes muriendo y renaciendo, glorificando mi cruz o yo… Y aquí me convertí en vana alegría por las alabanzas del «profesor».

«El Pensador»: ¿Qué es eso que piensa? El Yo, el ente mental, que es un complejo abstraído, recordado de reacciones pasadas; un muerto que se erige en Ser, clasifica, propone y tapa La Vida con sus elucubraciones. López de Mesa es rey ahí, superior a los medellinenses, que sólo viven lo mío y lo tuyo.

¡Y vea usted qué poderosa es la mente! Yo, Elías, dizque pertenezco a la Escuela Presocrática de los Sofistas; y el yo de Elías se puso contentísimo y dio las gracias al Profesor

Esa soberbia del Yo, al erigirse en Ser, en la Inteligencia, fue el pecado original de La Novela, y es el culpable de que las novelas no valgan ni un comino, porque en ellas aparece el yo, el eterno medidor. ¿Novela en que aparezca el yo? ¡Vade retro!

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Escena ix

Trata de la visita que hizo el padre Elías al Mundo Mental, en donde es rey el profesor Luis López de Mesa, y de cómo el Cristo lo sacó de allí.

Antenoche, ayer y anoche fui el vastísimo mundo mental que es Luis López de Mesa. Es rey de bellísimo mundo que tiene muchas puertas que no cierran y cuyo vestíbulo es la hospitalidad.

Y su mar es sereno, sin odios. Pasean por él, risueños, contentos de sí mismos, los reyes de todos los reinos mentales dialogando dulcemente, con la dulzura del que cree bastarse a sí mismo. Ese mar no tiene prisiones, ni mandamientos, ni amor ni odio, pues cada rey se deleita consigo mismo y sonríe a todos; es la beata escéptica hospitalidad. Cada uno vive esto: todo es yo; y, por eso, la hospitalidad; es infinita condescendencia… ¡Y qué lucidos los ropajes y qué vistosas las insignias de esos reyes! Reyes, reyezuelos, señores feudales, rimbombantes, pero generosos de sus tesoros, cada uno beato en la vistosidad de su barca que ningún viento contrario combate en ese mar de las delicias mentales.

«¡Todos los reyes, venid a navegar en el mar que soy!», es el canto que vive cantándose a la entrada del Profesor y rey.

Yo, Elí Elías, a la sirga por mi riachuelo, en mi tronco desnudo de la Cruz, llegué allí al anochecer. Salió a recibirme el del Mar Hospitalario, abrazóme y díjome: «¡Ya sé quién eres! Viajas de incógnito, pero a mí no me engañas; viajas en traje de pescador… Tú eres aquel rey de aquella encantadora y agradable nave antiquísima… Tú eres el Rey de los sofistas presocráticos… Lo que murmurabas ha poco al acercarte, te delata: “El hombre es la medida del Universo”. Aquí está tu barca… ¡Sube a ella, y navega y juguetea en dulcísima argumentación serena con tus iguales…! Desde aquí asistiré a vuestros beatos coloquios».

Así lo hice…, pero al momento, un como ventarrón me llevó a una rinconada, con un caño, desde donde olí el Océano a donde el mar y los reyes llegarán y despertarán.

Y luego de una noche y una mañana en el puertecito, viví que yo era amor y homenaje a Luis López de Mesa, y me senté a pensar en cómo patentizar lo que estaba siendo, homenaje, y cogí mis naranjas y pamplemusas traídas de mi pueblo, cogidas de los árboles que sembré, desyerbé y cuidé; las metí limpia y sencillamente en cajita de cartón; las tapé con papel de regalo y las llevé al Dr. Luis López de Mesa a su casita de la Calle del Codo. ¡Qué infinito amor el que soy por Luis López de Mesa, porque verdaderamente todos los mundos mentales habitan y son atendidos amorosamente en esa biblioteca que es su casita de la Calle del Codo! Lo demás que he visto en Medellín tiene perfil de atanor.

Y bajéme de la lucida barca griega antigua y me monté en mi tronco viejo en forma de cruz, y arrastrándolo, ensangrentado por las zarzas, voy llegando a las islas bienaventuradas, y… voy siendo amor, homenaje; voy siendo bendición, urgencia por patentizar lo que soy, el tronco viejo en forma de cruz, y el tronco es este caño, y bendigo, bendigo; un tronco que es bendiciones al homicida y al homicidado, al mío y al tuyo…

Y repentinamente llegué ahora, estoy llegando, a una playa un millón de millones de veces más valiosa que el caño, que se llama Calvario, y salióme a recibir un dios, El Inefable en modo de dios, y me recibió como recibe El Inefable, identificándome con Él, y así me convertí en aquello de No les imputes, porque no saben lo que hacen. Era el Cristo encarnado, el Hijo del Carpintero, y un sofista presocrático le clavaba una de las manos al tronco en forma de cruz en que yo llegué, y otro le desnudaba de la túnica ensangrentada por las zarzas, y otro…, y todos reían beatamente, como en delicioso juego. Y vi, de pronto, que los soldados eran los reyes del mar hospitalario mental.

— o o o —

Escena x

El padre Elías en la Escuela de Minas. Es aventura tan nueva y deleitosa que se dan dos versiones, la del mismo Elías y la de su cronista y sacristán.

i
Versión y comentarios post-facto,
del padre Elías

Hablé durante dos horas, entendiendo, y ahora siento que ellos no entendieron nada, nada; no induje el entender. Los rostros, los ojos, las actitudes, todo era como de paredes, y todo volvía a mí… Ni siquiera me trajeron a casa; me trajeron en su automóvil los jóvenes Yepes y Bernal cuando vieron que ellos no me traerían.

Pero gozaron con la descripción pasional de mis tentaciones, lo que ellos llaman «vulgaridades de ese curita». Tienen nada más que cuerpo pasional, y, como el non plus ultra, algunos indicios de mundo mental.

Gozaron con mi cruz de sacerdote campesino, pero no pueden ver al Crucificado.

¡Qué duros los medellinenses! No convivieron con nada, sino con la tentación carnal, porque la carne es su cielo, y, para tenerlo, estudian.

Pero ¿quién más incomprensivo, el que habla como roto durante dos horas, se desnuda y se da, o el que no entiende?

En todo caso, hoy tengo aguzado y presente el aguijón de «la muerte».

¿Y qué patenticé allá? Bregué por hacerles vivir lo que es presencia, cruz, vivir, entender, pensar y coordenadas. Algo que, entendido, produce «temblor y terror» (beatitud), y fue sólo un monólogo; todo volvía a mí, estéril.

Resumen de mi brega allá: conócete y sabrás que eres carga negativa que gira (se representa) alrededor de un centro positivo (La Inteligencia); que eres nada en el Todo.

Hoy me enviaron los jóvenes esos un comentario de la conferencia, y dicen allí que dizque soy un Camus (ignoro quién sea); romántico místico, etc.

Este comentario son reacciones de una presencia muy común entre los jóvenes de hoy, y es la de los catecismos rusos que vienen de Checoeslovaquia.

Recibí otro comentario, bien construido también en las coordenadas escolásticas, de eso que llaman principio de identidad y principio de causalidad.

De suerte que en estas Américas, los habitantes son apenas sintiendo-imaginando, recordando-abstrayendo-pensando. En otras partes hay alturas en que viven muchos que ya son viviendo-entendiendo-glorificando: Martín Heidegger, Juan Pablo Sartre…

ii
Reconstrucción de la conferencia,
hecha por Fabritius

Los dos estudiantes amigos vinieron por él a la casa de don Vicente, en donde estamos hospedados.

—¿Ya es la hora? Hablaré allá de lo que esté viviendo en ese momento. No esperen que les dé conocimientos: yo soy y quiero ser amente. ¡Vamos, pues!

El edificio es de varias plantas, con su frente en segmento de arco muy amplio sobre un altozano al que se sube por gradería. Gran vestíbulo, para penetrar al auditórium.

Salieron a recibirlo varios jóvenes, y

—Tenéis ojos hermosos, muy abiertos, receptores y risueños. En esta edad mía parecen bellos los jóvenes también. Es porque la Inteligencia es femenina, y con las inteligencias se convive. Ustedes son también, y quizá más que las muchachas, la tentación de la inocencia, y conocer es perder la inocencia…; en los libros antiguos se dice: «Isaac conoció a su mujer», etc., y la gran tentación de la inocencia fue en el Paraíso: conocer el bien y el mal. Sócrates vivió este misterio, y así fue como se llamaba a sí mismo el enamorado de la juventud, el partero, el amante. Como esta vivencia se perdió con él y con la desaparición de la escuela sofista, el ciudadano pasional de hace tiempo y de hoy calumnia a Sócrates: el tercer sexo… Pero, entremos, que allá nos esperan…

Una vez en el estrado, el padre Elías se echó sobre la alfombra entre sentado y acostado, y dijo:

Ya le avisé al joven Vasco que viviría aquí la presencia que yo fuese siendo, y, al llegar y ver vuestros hermosos ojos ávidos y alertas, fue Sócrates, precisamente en ese momento culminante en que afirma que el deber, la beatitud y la inmortalidad son obedecer a la presencia o daimón.

¡Miradlo…! Grueso, cabezón, cara ancha, calvo, chato y los ojos muy separados, «de toro», dice Jenofonte. Para los que no ven por el ojo simple, era feo, pero, nos lo dice Jenofonte, era hermoso.

Está echado, algo soliviado, en la camita de la prisión, estrecha; vestido con… el pijama de entonces…, algo semejante a los calzoncillos de hace setenta años aquí…, y se rasca despacio y gustosamente la pierna izquierda, desde la corva hasta el pie, porque esa noche, cuando llegó la nave de Delfos, le quitaron las cadenas. Mientras estuviera en el viaje sagrado, no se podía dar la cicuta a los condenados. En mesita trípode, al lado de la cama, tiene un trocito de papiro con versos…

En tal momento, al rayar el alba, entraron los jóvenes de la escuela trashumante; eran de la misma edad que vosotros; el mayor, Critón, era el rico, el que pagaba todo; era parecido y de la edad de éste que está sentado en la tercera banca, a la izquierda. Critón era la autoridad ejecutiva; en ese día recibió las dos sagradas y últimas órdenes, a saber:

—¡Critón, retira a estas mujeres que lloran…!

—¡Critón, debemos un gallo a Esculapio…!

Platón, no; tenía quince años y ese día no estuvo…

Entraron unos trece, con los semblantes solemnes, tristes, feos, de quienes llevan noticia fúnebre: la llegada de la Nave…

El viejo los miró alegremente y les dijo:

—Anoche vino el daimón mío, en figura de mujer vestida de blanco, y me anunció: «Hoy estarás con nosotros». Y me ordenó luego: «¡Ocúpate antes, de música!». Y por eso, para cumplir con todo, he estado poniendo en versos una fábula de Esopo.

¿Entendéis ya, jóvenes, qué sea presencia o daimón? Sócrates muriendo fue la presencia de la música. Se convirtió en ella, porque así es el modo como se recibe a los dioses, haciéndose uno el dios, y murió musicalmente, enseñando que la eternidad es la Presencia: muerte que no fue muerte, ni dolor, ni gritos.

—¡Critón, retira a las mujeres!

—¡Critón, debemos un gallo a Esculapio!

El modo o mito con que esto se comunica, a saber: «Mi daimón vino anoche en forma de mujer vestida de blanco», etc., es porque palabras e imágenes son la morada de los dioses. Alguien en el pueblo Las Alfardas escribió: «Todo es símbolo para mi espíritu trashumante».

* * *

Pero viviréis mejor, de un modo cuotidiano, lo que es presencia o daimón, en aquella escena que nos cuenta Jenofonte, el biógrafo verídico, pues el joven Platón, imaginero genial, cogió el recuerdo socrático para novelar su propia vida y aventuras mentales.

Rodeaban aquel día a Sócrates unos diez jóvenes. Entre ellos, Alcibíades, riquísimo, noble y profesional de Venus Placentera…, que dijo de pronto, interrumpiendo:

—¿Sabes, Sócrates, que hace días se encuentra en Atenas una joven chipriota, la más hermosa y de trato amable que haya conocido…?

—¡Vamos allá, Critón! Te agradecemos, Alcibíades, que nos hagas participantes de tus tesoros…

Porque, nos dice el buen Jenofonte, nadie como Sócrates admiraba y gozaba de los seres bellos, y nadie se alejaba tan fácilmente.

Diotima los recibió mientras sus esclavas le hacían el make-up. Sócrates la interrogaba admirativamente acerca de sus amantes y de las artes que empleaba para cautivarlos, sugiriéndole así las sagradas leyes del arte de amar, con ese método de ávido preguntador, que hace de partero de las almas; el interlocutor, así, se sabe a sí mismo como padre o madre del dios que va naciendo. Exponer y dar la verdad como regalo, como un don, como un traje exterior, hunde en la miseria y la noche a los discípulos. ¡Esa es nuestra pedagogía…!

Pasó una hora, y dos horas, en el fecundante dialogo…

—Critón, vayamos ahora al Pireo, en donde el anciano padre de Platón nos espera…

Diotima. —¡No te vayas, Sócrates…! ¿Volverás, Sócrates…?

Sócrates. —Volveré, porque en ti hay grandes tesoros…

Diotima. —¡Júrame, Sócrates, que volverás!

Sócrates. —Te juro, por el perro, que volveré, si no estuviere con alguien a quien ame más que a ti

¿Entendéis? ¡Si no estuviere con el Daimón, con otra morada de Dios, con otro dios!

¿Entendéis ya, hijos míos? ¿Entendéis, ahora sí, lo que es presencia o daimón…?

Si lo entendiéreis, cuando lo hayáis entendido, sucederá en vosotros el segundo nacimiento de que le habló Jesucristo a Nicodemus, y entonces vuestro vivir en este mundo será bajo la especie de eternidad.

¡Esto es el daimón socrático! No sé que esto le haya sido revelado a alguien hasta hoy.

Por eso, las órdenes del Daimón eran casi siempre negativas: la presencia ocupa, afírmase, y lo demás es negado: órdenes negativas. Todo esto quiere decir que No Mentirás es el único, el unitotal mandamiento. Obedecer, convertirse en el dios en que El Inefable se nos entrega. No dudo en deciros que es único mandamiento, porque en él están todos comprendidos. Sin vivir la presencia que cada uno es, no se puede amar al Inefable. Los dioses o daimones son los guías para el Inefable. Sin eso, seremos la presencia vana que crea la mente-imaginación, y tales son los desesperados.

La Universidad, hijos, es cada uno de vosotros. En cada uno está ella. La Universidad es ese diamante invaluable que es la presencia única en cada uno de vosotros…

* * *

Voy ahora a representarme con vosotros, entendiendo: vosotros ponéis el nombre de vuestras madres, de vuestras aldeas, de los días y horas del nacimiento, en donde yo exprese los míos, al dirigir la representación.

Domitila, mi madre, parióme en Entremontes el 24 de abril de 1895, en tal cama, en tal habitación de suelo de tal casita de la orilla del río Cañafístol, a las tres de la mañana, cuando llovía a chuzos…

¿Quién otro nació así? ¿Mi gemelo? No, él a la izquierda, si nos parieron en un solo huevo, o yo primero…

¿Entendéis? Nuestro daimón natalicio es único. Nuestro ombligo de cada uno es único.

Y ¿quién otro tiene mi nariz, ojos, boca, hígado, etc.? Semejantes, sí; pero, ¿idénticos? Semejantes son los entes que no se observan hasta su unicidad, quedándonos en «clase», «especie», «género», entes de la imaginación…

Mi presencia fisiológica o daimón fisiológico es único.

¿Y quién otro tiene los «complejos psíquicos» que fueron mis padres y abuelos, mi gente, mis convivientes y los que nacieron de mis personales experiencias únicas?

El daimón o presencia psíquica mía es única.

Pero el Inefable es Único y a Él nos conducen las presencias. A todos se nos da El Inefable o Inteligencia en los daimones, guías o caminos. Todos, al entender, somos uno solo; pero los dioses son tantos como presencias.

¿Entendéis? ¿Ahora sí estáis entendiendo lo que dijo Jesucristo?: Toma tu cruz y sígueme. Soy el camino, la verdad y la vida.

Así, pues, hijos míos, si os vais a Heildelberg, a la Sorbona, a Roma, buscando Universidad, sois desertores de la Universidad, desesperados fugitivos de vosotros mismos, dioses que huís de vuestra divinidad.

La Universidad es la presencia en cada uno. El camino es No Mentir. Todo lo demás es estudiar para…, para ganar dinero, fama, honores, etc.

No seáis discípulos, porque sólo hay un maestro, que está dentro de vosotros; no seáis hombres de Deber ser. No seáis hombres de catecismos de Moscú o de otra parte. Sed hombres entendiendo, o sea, hombres en La Inteligencia, en El Inefable.

Sólo hay un Maestro, que es vuestro daimón que os conduce al Espíritu Santo o Inteligencia.

Por eso dijo el Cristo: Cuando os recogiéreis en la Presencia (orar), El Padre, El Hijo y El Espíritu Santo moraremos en vosotros.

El Oráculo dijo que Sócrates era el más sabio de los hombres. Porque al saber que nada sabía su nada fue llenada por la Gracia de la Inteligencia. Gratia Plena

Y terminó el padre Elías arrobado, diciéndoles de sus tentaciones, del hijo que engendró en Niza, cuando su viaje a Jerusalén, ordenado ya de sacerdote…, y observé muy bien que los jóvenes no habían gozado sino con esa parte de la conferencia… El Padre se fue quedando en silencio, como saco vacío.

— o o o —

Escena xi

Profunda melancolía en Medellín. Invitación de don Vicente. Divertida y graciosa aventura que tuvo el padre Elías con una boñiga y con Aristófanes.

¡Quedó como saco vacío! Recuerdo que, al final, al ver los ojos ávidos de los jóvenes, cuando les hablaba de sus tentaciones carnales en Niza, tropezó en el estrado y casi cae de allí.

No quiso comer. Se encerró en su habitación, silencioso. Don Vicente, para sacarlo de sus cavilaciones y melancolías, nos llevó a almorzar al «Ranchito», y, allí, al final, se recuperó un poco.

Mi preocupación constante era por ese narrar sus pecados y tentaciones en tribuna tan vistosa como la Escuela de Minas, y sucedió lo que temía. Llegó una citación para que se presentara al señor arzobispo Marco Tulio. Esto no afectó en nada al Padre, como se verá por las anotaciones que hizo en su Imitación de Cristo, y que dicen:

Ahora venía por la carretera con Fabricio. Como es domingo, me había puesto la misma sotana que me hizo arreglar en Lavandería Moderna. Hablábamos muy exaltados de eso de daimones y de la frase del viejo Adenawer, cuando le preguntaron por qué no le dejaba el puesto de canciller al joven alcalde de Berlín: «Porque el único modo de no morir es vivir».

—Vea, Fabricio, decía yo, si uno se sale de sus coordenadas, si reniega de todas las coordenadas, pues ya no es ni tiene mundo, es decir, está muerto.

Decía y vivía eso cuando oí un chasquido y vi un brinco de Fabricio, que se quedó mirando mi sotana. Fue que pasó un ómnibus y rodó sobre una boñiga fresca, blanda, que había en la carretera, al lado de la portada de la villa, y me pringó: la sotana de la conferencia quedó emboñigada. ¡Afortunadamente que es verdosa!

Así fue como las coordenadas espacio-temporales, racionales y estéticas de Medellín y su gente me bajaron de las nubes.

Miré, y al lado estaba Aristófanes con su comedia Las nubes, en que describe al viejo Sócrates viviendo en canastas colgadas de las vigas de su rancho; y allí, Jantipa, la cónyuge, hace el papel de boñiga.

La Cruz hay que padecerla comunalmente; cada uno su cruz, pero la representación es comunal.

El pringado de boñiga y los jóvenes esos de la conferencia son mi patria, mi casa. Son Pablo y Felipe, que no viven aún eso de carretera asfaltada, avenida, sino que su vivencia es de «las afueras», de ejidos, y dejan sueltas sus vacas, pastando en carreteras y calles, y yo, cura anciano, maltratado por teologías y seminarios, padezco a Pablo y a Felipe, y ellos me padecen a mí. Somos uno solo, en forma de vacas en avenidas, avenidas importadas, y de filosofías que el crítico López de Mesa dice que son de la escuela presocrática. Así, en estos nidos y rinconadas andinos somos el animal curioso.

Y el arzobispo Marco Tulio, nieto de rico, es el Pastor, y su alma de tendero, que es la mía, me pastoreará con eso de «obedecer a la Jerarquía». ¡He caído de la canasta, pobre campesino andino, maltratado por revoloteos de murciélago!

— o o o —

Escena xii

Aventura del padre Elías con el arzobispo Marco Tulio. Suspendido como cura de Entremontes, y para predicar, enseñar la doctrina y misionar.

¡Las nueve y media! Marco Tulio está esperando a su oveja descarriada. ¡Vamos, pues, Fabricio!

Marco Tulio. —… …

Padre Elías. —Sí, Excelencia… Era, soy y voy siendo todo eso que brego por comunicar en las pláticas montañeras que su Excelencia dice… Es verdad todo eso de las tentaciones y pecados y conferencias-confesiones… ¿Cómo negar lo que voy siendo? Sería mentir y resistir a mi cruz o camino. Que vaya siéndolo tras el Cristo, es todo el Evangelio para mí. Negarme verbalmente porque se me ordena, o para parecer otro, sería renegar del Camino. Jesucristo nos dejó un mandamiento, No Mentir, pues dice: «Toma tu cruz y sígueme».

Marco Tulio. —Usted tiene que obedecer al Pastor…

Padre Elías. —Obedeceré. ¡Diga, Excelencia…!

Marco Tulio. —Que se retracte públicamente, porque públicamente pecó y escandalizó; que diga que hay que huir de las tentaciones; que el catecismo romano es la única expresión de las verdades cristianas…, y que pida perdón públicamente por haber escandalizado con la exposición teatral de sus pecados y malos pensamientos, con esa monserga de daimones…

Padre Elías. —¡Pero si eso es lo que dije y digo y diré! Que Cristo es el camino, la verdad y la vida; que Cristo glorifica todo lo creado; que glorificó su cuerpo y que vive en nosotros y glorificará la Tierra. Que la Inteligencia o Espíritu Santo vive en nosotros, que somos crucificados a la tentación, la cual es «esta vida», y que, al fin, como Él lo dijo, todos seremos uno solo en el Padre. Él dijo que esta vida es cruz o tentación, y que debemos abrazarnos a ella, y que entonces el Espíritu Santo o Inteligencia la glorificará; que no nos dejará caer en tentación, etc.…

Marco Tulio. —¡No continúe! ¡Esas son blasfemias! ¡Novelerías! Usted está enloquecido por la lectura no digerida de obras prohibidas o sospechosas que avivaron su orgullo, ese orgullo de lejano vástago de judío converso, fariseo. Pronto recibirá la notificación de que queda suspendido de su curato de almas…

Padre Elías. —¡Obedezco al Jerarca! Desde hoy seré el padre Elías suspenso. Usted está viviendo que soy judío converso, fariseo. Lo respeto ahora igual a ayer. Si usted no obedeciera a su cruz y no me suspendiera por consideraciones como las que hizo al principio de «¿cómo se ganará la vida?», etc., usted mentiría y no sería el Pastor. Ahora, al suspenderme, usted es mi Pastor. Pero permítame decirle, Excelencia, que de Cristo y su Cruz no me apartarán ni los ángeles, ni los serafines, ni las potestades, ni las dominaciones, ni el cielo, ni el infierno, como lo dijo el otro vástago judío, de los fariseos que afirman la resurrección de la carne, San Pablo. Y… ¿Jesucristo no es un vástago judío, Excelencia?

Marco Tulio. —¡Váyase! ¡Usted es un loco! ¡Oraré por usted!

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Escena xiii

Retorno a Entremontes.

El retorno de Medellín a Entremontes fue en el Ford 1926 de Julio Buche, único vehículo automotor de esa Arcadia. En él viajaban a la capital los sacerdotes, el alcalde, el juez y «los ricos», pues aun entre los pobres hay ricos. La otra gente era llevada y traída en «el camión de pasajeros» de Sapablanca, uno de Las Alfardas.

Entre el automóvil estábamos el padre Elías y yo. Julio Buche iba casi dormido, porque en cada tienda bebía su trago doble de aguardiente, y todos sabíamos que siempre conducía dormido, en un entresueño, automáticamente: de tanto trajinar el camino, lo tenía en sus reflejos.

Lo único que se dijo en todo el viaje fue esto que murmuró el Padre: «Julito es la carretera; no haya temor, Fabricio».

Al apearnos en el Huerto del padre Elías, dije: «¡Pobre Martina, si se casare con Julito!», y me pareció que el Padre se estremecía, como sorprendido, pero no hizo comentarios.

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Escena xiv

Sacerdocio. Apego a su huerto. Domus Dei. Anécdota del viejo roto.

Desde entonces principié a notar que el padre Elías había trascendido o estaba para trascender el mundo pasional y el mental. Medellín fue el palenque para la lucha con esos dos gigantes. Leamos sus apostillas de esos días:

Aquí estoy en mi huerto, con los citros que sembré, cuido, deshierbo, abono y fumigo, ya sin la carga de una iglesia parroquial, con la única carga de mí mismo.

¿Sacerdote? Veamos:

Tomemos un imán en herradura, y dentro de su campo hagamos girar un carrete embobinado. ¡Electromagnetismo! ¡Electricidad inducida! Pues si patentizo en las coordenadas que soy mi presencia, aparece su doble, que es el entendiendo, y el entendiendo sucede también en mis semejantes que estén en mi campo, en mi iglesia.

Con enseñanza oral y memorística de principios, conceptos, mandamientos, filosofía razonada, no. Así se ejerce la dictadura, y los fieles se hacen esclavos del temor y de la esperanza. La verdad os hará libres. ¡Dos mil años de cristianismo formal y mental!

Hoy, en que no tengo que predicar, orar vocalmente, enseñar o mostrar mandatos, repetir fórmulas, ejecutar ritos, me vivo a mí mismo como sacerdote de Cristo o de la Voluntad del Padre… Antes ejercía un sacerdocio formal; hoy practico el cristianismo, que es No Mentir, llevar su cruz en pos de La Inteligencia.

Y para nutrir el cuerpo, este huerto es suficiente: hectárea y media de buena tierra de migajón, formada por los sedimentos de la Circe, sembrada de plátanos, yuca, arracacha, citros, guayabos, aguacates, y huerta de legumbres; suficiente para los hábitos de beber café y bregar por fumar poco; suficiente para el peón Luis Ángel, la vieja Pepa, Fabricio y yo. Ahora sí podré ir siendo sacerdote de Cristo, sacerdote que amamanta al que vendrá, al de ojos redondos. No seré el atrevido para criticar a la Iglesia, pero sí veo que es voluntad de Dios el que ahora esté en esta borrasca, trabajando por el reinado de Cristo en este mundo: «¡Viva Cristo Rey!»; anda ahora en esa fatigante competencia con los bolcheviques, a ver cuál ofrece mejores posesiones y comidas a los pobres…

¡Siento un apego grande a este huerto! ¡Es mi casa! «Entren, señores, que aquí también habita Él», les dijo aquel viejo roto a los reyes que fueron a conocerlo, animados por la fama que de él había llegado a sus oídos, y que se volvían a sus tierras al verlo tan viejo y tan pobre. Domus Dei. ¡Cave canem seu domus dominum!

— o o o —

Escena xv

De la nunca jamás vista aventura de la muerte de la Perraflaquita. Es aventura esotérica, que simboliza la muerte del mundo pasional, o su glorificación. La entenderán los viejos caminantes. A los novicios puede serles piedra de escándalo.

Acaba de venir la vieja Perraflaca a llamarme: ¡que su hijita se muere!

Pero ¡qué pequeña! Tiene los ojos fijos, dilatadas las pupilas. La impresión es de que mira abismada, aterrada, asombrada, más allá del espacio-tiempo, y que atisba a lo que no se ve cuando se sale del posible dilatarse de las pupilas. Pálida y sudor frío. Me senté al borde de su cama, cogí una de sus manos y me acerqué a esos ojos, atisbando a la Realidad, viviendo a la Perraflaquita… Habían retirado de sus narices la máscara del oxígeno. Leucemia aguda. La carita parecía más llena, por los ganglios… La miré hondo, y nada; eran abismales, en la nada. La bendije, o me bendije, y me aparté.

Una hora en silencio, silenciándome como ella se silenciaba, navegando con ella por el valle de la muerte. A la hora, repentinamente, pretendió levantar la cabeza en busca de oxígeno… Le presionaron más la bala del gas y la mamá apretó la máscara a las fosas nasales… Otra hora, y la máscara comenzó a dilatarse y comprimirse más lentamente…, ¡y absoluta quietud! Miré sus ojos, y volvían la luz y devolvían la mirada; ya no convivía. Estaba en donde no hay Bien ni Mal, ni estar ni no estar… Había terminado el yo de la Perraflaquita.

¡Qué pequeño su cadáver! ¡Qué bello ese botón sin abrir, La Inocencia!

¡La Inocencia! Aquello en que no hay bien ni mal, pero que contiene o es la infinita posibilidad de placer, dolor, bien y mal, bello y feo; es la gran tentación y a ella sucumbimos en el Paraíso y sucumbiremos en este mundo.

¡Nada iguala en posibilidad de placeres y dolores a la Inocencia! ¡Nada la iguala en tentación!

Y eso fue para mí la Perraflaquita. Hoy, muerta, la amo como a mí mismo, la tengo glorificada, pues por ella, por la tentación glorificada que fue para mí, soy el que vive el misterio de la gran tentación, origen de estas coordenadas que son este mundo, así como el trazar una recta en el espacio es el origen de la geometría: nacen el ángulo, y el arriba, y el abajo, los rectos, el triángulo, el polígono, el círculo; un mundo, y ese mundo no es, pero existe.

Existen tantos mundos como coordenadas, y la posibilidad de coordenadas es infinita…

Abrid la inocencia y tendréis «este mundo». Llamad uno a la presencia, y llamadlo dos, y tendréis el mundo aritmético, mundo mental. Pero la Tentación de la Inocencia fue la originaria de los mundos pasionales y mentales; de ella proceden todos: los emotivos o estéticos, los mentales y el entendiendo o humano-divino, o retorno a la Inocencia, viaje del Crucificado.

Una flor abierta es bella porque nos recuerda el capullo, la infinita posibilidad o latencia del capullo.

Un botón y una niña inocente que se asoma a la nubilidad son las apariencias más avasalladoras: ¡la tentación de conocer el bien y el mal!

«Al que escandalizare a uno de estos pequeños, más le valiera que le atasen una piedra al cuello y lo arrojasen al mar; pero siempre habrá escándalo entre vosotros».

Porque esta vida es tentación; es la tentación de la inocencia en el Paraíso, y la caída en la tentación, hasta que todo se haya cumplido. Entonces, terminará.

Jesucristo fue la glorificación de todo eso, porque vino a las coordenadas humanas, no por la caída en la tentación de la inocencia, sino por gracia del Espíritu Santo.

Su enseñanza dramática fue: que esa tentación y caída es el origen y sostén de «este mundo», y que el padecer y glorificar eso, es la puerta para el retorno. El camino y la puerta son el calvario, la cruz y la muerte en la cruz, abrazado a ella.

Este mundo terminará cuando se haya padecido y entendido el fruto del Árbol del Bien y del Mal.

Dejad acercar los niños a mí, porque ellos son la inocencia y quiero padecer la angustia, vivir esa tentación de cuando sucedió el brinco desde la Libertad (infinita posibilidad) a la necesidad (Bien y Mal).

Una niña de trece años, delgada, con ese aire hermafrodito de la edad lindero entre la indeterminación y la determinación, con esos jugueteos y miradas inocente-maliciosos, prometedores de Bien-Mal; una niña instigada por El Tentador, pero que «no sabe»… ¿Qué hay, oh Vida, semejante en… poder de… belleza…, de dolor…, de placer…, de infinita cantidad de conocimiento? Por esa tentación fuimos vencidos en el Paraíso y somos vencidos diariamente «hasta que todo se cumpla». Pero la Perraflaquita fue glorificada por la Inteligencia en mi nada, no por mí, sino por el Espíritu Santo en mí.

Y como Cristo era, es y será, ya en los misterios sáficos se iniciaba a los poetas en el misterio del Hermafroditismo, o sea, del Paraíso. Fabricio, mi sacristán, fue uno de los iniciados…

Mi epitafio a la Perraflaquita reza:

Yace aquí la Perraflaquita,
que en esa edad y figura hermafroditas
de los trece años, fue mi tentación
de la Inocencia.

Y por Cristo murió glorificada
y vive como diosa de las flores
que no se abren
pero que son.

Sabio y eterno es el que es,
no el que aparece y conoce.
En la tentación de la inocencia
inmane la Muerte.

¡Yo soy la Perraflaquita!

Adán (el Hombre) era todo, porque su presencia era Dios; su presencia era El Inefable. Era, pues, sabiduría-amencia-inmortalidad. Quiso aparecer, abrir la inocencia, para ser presencia del Bien-Mal, dios de su mundo, y lo fue, fue el Bien y el Mal, la estética, la mente, los contrarios gemelos, macho y hembra, y la Muerte. De suyo era nada, pues era la presencia del Inefable, y esa nada quiso aparecer (ser aparente) y lo fue: ramera pintarrajeada…

¡Yo soy la Perraflaquita, la amencia, el padre Elías suspendido!

— o o o —

Escena xvi

Aventura con Ubaldino, el del pleito de la servidumbre. Aventura con la Mónica. Son aventuras tristes para los que esperaban una novela y no La Novela.

Vino a confesarse Ubaldino, con su historia del pleito de la servidumbre de tránsito con su hermana: que lo perdió; que lo condenaron a pagar las costas. La demanda se la hizo el cagatintas de Las Alfardas, y, para corregirla y seguir, buscó a otro barato de Cañafístol. Lo perdió la avaricia. Anda aterrado y contrito con eso de «costos y costas».

Y aquí estoy sentado sobre mí mismo, sobre mi cementerio, en el corredor de Progredere. El burro come el pienso de su canoa.

Porque luego percibí que por allá venía «una señora elegante». Pensé: es flor abierta. Y me di a mirarla atentamente, y, al acercarse, vi que era «ese pedazo de carne de la Mónica»…

¡Esa tentación y caída es de continuo! Todo le sirve de tentación al hombre; lo tienta a conocer (los antiguos usaban conocer por poseer carnalmente). Toda la realidad se nos presenta falsificada por el engaño del Paraíso (imaginación). Resulta así que toda la Realidad se convierte en tentación, para que el hombre, al padecer y conocer, entienda lo miserable de su mundo que se dio a sí mismo.

El Tentador está en nosotros; es la ignorante vanidad heredada y cultivada que nos impide ver La Realidad, y nos vemos a nosotros mismos.

¿Y qué sería de esa mujer de «esas manos»? Pues que está ocupada en la velería; que ella fue y es ajena a mis sueños y vivencias. Parece que en el drama cada uno no se ocupa sino de los otros, pero cada uno se ocupa sólo de sí mismo. El drama parece social, pero, como es el de uno solo, Adán, en tal sentido es el drama de cada uno y de todos el que se represente en cada uno…

¡Qué bueno escribir un librito o vivir una vida que no huela a yo, al medidor! Esa fue mi ambición desde niño. Un librito que huela a Gracia del Espíritu Santo.

— o o o —

Escena xvii

Aventura con la sobrina y con la vieja Pepa. Agonizan los yoes pasional y mental del padre Elías.

Ahora llamé telefónicamente donde mi sobrina Petronila, a Cañafístol, porque antier sentí agrado y tibieza cuando me contestó una voz acariciadora y dulce, y era la «dentroderita»…

Dijo entonces que se llamaba Matilde. Cuando me contestó, yo no sabía nada de ella, pero, apenas me dio los informes del niño enfermo, me sentí sano y contento; el calor humano nutrió mis coordenadas fisiológicas; entendí que nos alimentamos o envenenamos con las voces, las actitudes, las mímicas. La voz de la «dentrodera» Matilde me reconfortó; con los ojos cerrados, me fui ascendiendo a mis raíces y supe que esa voz me sabía a leche materna, a la voz de la hermana que me arrullaba, como aquellas manos llenas, poderosas de una mañanita en que iba a celebrar la Misa.

Pero si alguien leyere esto, dirá que es… ¡una dentroderita!; que se trata de «un cura crapuloso, cocineril», etc. Y a mí, a este yo de ahora, me da temor por haberlo escrito, porque, cuando muera, lo leerán y dirán eso…

¿Quién o qué es ese yo que teme que califiquen de «fea» a la vivencia de la voz nutricia de Matilde que me supo a leche materna? Es, hijos míos, «el virtuoso padre Elí Elías»… ¡Ja, ja, ja…! Y en esta carcajada, ¿cuál yo se disfraza? Es el disfraz de inocencia…

Pero realmente no hay sino esto: que el sonido de esa voz vitalizó mi cuerpo y mi complejo emotivo que se están debilitando. No hay sino esto, y esperemos y veremos que no habrá «inmundicias», pues se dijo: «El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo moraremos en quien orare en recogimiento».

Acaba de llamar mi sobrina Petronila, y, en su voz de señora, y en su frase: «… es porque usted, Padre, llama siempre cuando no estamos aquí…», hubo el reproche de que por tres veces, su tío, «el reverendo padre Elías», haya preguntado por el niño Silverio a la dentroderita… Y la vieja Pepa también, ayer, cuando a las seis llamé a preguntar por el niño, escuchaba de pies, al lado de la mesa del comedor, y su actitud y gesto eran de amargo reproche.

¿Quién me reprocha en ellas? Mi sobrina, con el reproche, afirma y reclama «a su virtuoso tío el padre Elías»; «la virtud», la «santidad» del tío nutren su yo social; y la vieja Pepa, con sus escrúpulos, se afirma como «la fiel sirvienta del beato padre Elías». Con mis llamadas, ¡estoy matando sus yoes sociales…!

— o o o —

Escena xviii

Aventura extraordinaria de las catorce muchachas.

Vinieron catorce muchachitas, la mayor de catorce años; vinieron por frutas, dizque para la Escuela Pío xii, y las recibí «con bondad». Parecían felices, correteando, y, cuando salían con las frutas que les regalé, vi que habían robado de otros árboles, arrojando montones de frutos al alambrado que me separa del camino.

Siempre que se reciben muchachas, y se las reciba con «bondad», a pesar de que estéis controlados, sin hacer, pensar ni decir nada, ahí estará presente el pecado de la inocencia. Esperad a quedar solos, para que se manifiesten los ecos, las voces u ondas interiores: os sorprenderéis en novelas en compañía de ellas. Tal me sucedió a mí, «el virtuoso padre Elías», con esas muchachitas ladronas, atendidas «casta y paternalmente» y que me robaron los frutos del huerto…

Ese soy yo. Ese eres. Ese somos.

— o o o —

Escena xix

Que trata de la singular aventura con la Perraflaquita durante esta agonía pasional, que es misterio semejante al del asno de Sancho, que se lo llevó maese Pedro en la Sierra Morena y sin embargo al otro día Sancho montó en él. Tan era Sancho su asno y la Perraflaquita el padre Elías, que ni el asno pudo ser robado ni muerta la Perraflaquita.

Aquí estoy con mi vida, que se va presentando sin que yo intervenga.

Se presentó la Perraflaquita, viva, con sus dientes bellísimos, parejos, de perrita sana, y con sus teticas como botones de zinia o zapato de obispo. Lo más incitante, o, en palabras de mi reacción, lo más tentador, bellísimo, es que esos pequeños amagos de tetas dejan sus formas en la tela delgada de su blusa desteñida y se dibujan y resaltan con el sucio de la blusa allí, al sobijo del meneo…; y me habló así, interiormente, con esa voz de los deseos insatisfechos:

—¿Por qué me novelas? ¿Por qué me hiciste morir y me pusiste epitafio? Ese que murió así fue tu hijo Ramiro; ése cuyos ojos mirabas, buscándote…; ese ir espaciándose el dilatarse y encogerse la máscara del gas, es tu hijo Ramiro… Esa cabeza dolicocéfala, poderosa; esa boca, y esos dientes y esas manos largas, de artista; ese quedar pequeño, marmóreo, manual, «infinito de amor», como el Hermafrodita dormido del Museo Nacional de Roma… ¡es tu hijo! ¿Por qué novelas? ¿Por qué deformas la Novela para fabricar infundios o novelas? Y dijiste bien en el epitafio a mí: «Yo soy la Perraflaquita», pues tu hijo Ramiro no murió, sino que moriste tú en él. Pero yo soy la Perraflaquita, y aquí estoy siendo tu tentación de la inocencia, de la que sólo se liberta el que muere y sea la Presencia de la Inteligencia o Espíritu Santo. Lee a Agustín, en sus confesiones; recuerda a Pablo, que era abofeteado por mí, y recuerda a los ancianos de ochenta y más años, ¡tus penitentes…! ¡Al pordiosero Polito, noventa años, exfregador de pisos!:

—Gracias a Dios, padrecito Elías, que yo no he robado ni cortado a naide

Se detuvo, mirando y sobando la madera del confesionario, y, al cabo de mucho rato, soltando esa risita fingida, que quiere ser de burla, dijo:

—¿No es cierto, padre Elías, que el alma ni se muere ni se duerme…?

—¿Y por qué dices eso?

—Es que a yo…, cuando me duermo…, el alma se me va púai… a rocheliar con las muchachas… ¡Qué sueño tan pendejo, padre, el que tuvianochii…!: ¡que estaba rocheliando con la Teresa, la viejita que se murió hace tantos años…!; y la Teresa estaba mesmamente como la noche del casorio…; ¡je… je… je…! ¡Ave María, padre Elías…!: el alma no se muere ni se duerme…, y se larga a rocheliar púai, por los rastrojos… ¡je… je… je…!

— o o o —

Escena xx

Que trata de la Inteligencia glorificando el hermoso mundo pasional.

¿Y Martina? ¿Aquellas manos? Ayer la encontré… Miré atentamente… Flacas, nudosas por la desnutrición; llevaba el rosario en ellas… Fea, y díjome que las naranjas estaban «muy buenas», y agregó, al prometerle otras:

—Sí…; ¡de las mandarinas…!

¿Qué vas a hacer con «esas manos», y con ella, fabricante de novelas? En La Novela, ellas son ahora la Velería, la miseria, la desnutrición, la brega por ganar el pan…, y ¿querrá el novelista eternizarlas en cuanto ideal de «amores», de «sentimientos distinguidos»?

¿Cómo va, pues, La Novela, la única?

Pues la Perraflaquita es la muchachita pobre, astuta, que halló en «el virtuoso padre Elías» un huerto de naranjas, y, así como va al guayabal del río Cañafístol a coger guayabas, así viene donde el padre Elías a coger naranjas; y, así como se sirve de una caña con garabato para coger las guayabas, así mismo, sin pensarlo, por ese inconsciente ajustarse de todas las apariencias a la realidad, sabiamente, sin «paras», sin construcciones mentales, coge las naranjas del padre Elías, haciendo graciosas representaciones con su cuerpecito de hermafrodita que se hace el dormido, el que no sabe

¡Dichosa y única escena! ¡Cuadro para ojos redondos ése de una muchachita hermafrodita cogiendo los frutos de un viejo maltratado por literaturas y filosofías! Esa es La Novela y lo demás son cuentos para señoritas distinguidas, mecanógrafas, mi sobrina Petronila y la vieja Pepa…

¡Aquellas manos son hoy las manos nudosas de Martina la Velera, que cogen las mandarinas del árbol viejo!

¡Qué triste va La Novela para los que esperaban una novela! Tengo hoy, eso sí, unos como versos que me dictó el daimón, al Pisquín que todavía se yergue al frente, herido por el rayo:

¡Bendice, Señor, al viejo tronco
en que cantan los cucaracheros
y se asolean los gallinazos
con las alas abiertas!

¡En las ramas sin hojas,
osamentas clamantes
tiradas en arenal,
con las alas abiertas
se asolean hambrientos
los que saben volar!

Como son dictados por el daimón, que se expresa en griego anterior al griego antiguo que hablaban los sofistas presocráticos, y yo entiendo ese idioma, pero ni lo hablo ni escribo, sino que es por… la música…, no puedo expresar eso en el pobre idioma mío de Entremontes.

— o o o —

Escena xxi

El veinticinco de diciembre, cuando el padre Elías salió al amanecer a pasear por su huerto, abrí su vieja Biblia y hallé el epitafio, por decirlo así, que había puesto a su mundo pasional, a las doce en punto de la noche en que nació Jesucristo. Prematuramente, pues ya lo verán en la segunda y tercera parte, que Perraflaquita, «las manos» y las escuelas mentales nos persiguen hasta la muerte. Rezaba así:

Las manos de Martina murieron:
Todas mis presencias las niegan.
Murió también Perraflaquita;
También murió «el virtuoso cura de Entremontes»
de mi sobrina y de la vieja Pepa.

«¡Toma tu cruz y sígueme!».

— o o o —

Epílogo de la
Primera Parte

La señorita Filomena, notaria en Cañafístol, y muy hábil dactilógrafa que sacó en limpio los manuscritos, al terminar, compuso este comentario:

«El Libro del Buen Amor»
podríamoslo llamar,
y Buen Arcipreste de Hita
al cojo Fabricio nombrar,
mas eso de Perraflaquita
quita toda devoción.

Libro a mi entender sagra…
como lo es la Celesti…,
pero el santo amor divi…
se asusta con Perrafla…

Nota: Los segundo y tercer actos de la Tragicomedia quedan en prensa. No podréis juzgar la obra hasta que aparezcan, así como el camino se juzga por el lugar de llegada; pero podéis, mientras tanto, gozar del camino.

Fin del primer acto.

— o o o —

Nota

Este Lucas de Ochoa es una de las presencias o de las personas que suelen visitar al autor. Los libros Mi Simón Bolívar y el de Los Viajes o Presencias fueron redactados y publicados durante visitas suyas al autor, y puede decirse en tal sentido que él es el autor.

Apenas el Lucas de Ochoa partió para el cercano oriente, el autor fue visitado por el padre Elías y Fabricio, los cuales (apenas ahora principia a entreverlo) fueron enviados por aquél.

Por eso es por lo que se dicen esas cosas en el prólogo acerca de la compañía que nos llega cuando nos abrimos en soledad y ese enigma de que La Soledad es La Compañía y la compañía es la soledad.

No son uno solo el autor, Lucas de Ochoa, el padre Elías y Fabricio en el sentido de «una persona», pero en el lenguaje del entendiendo se dice que los cuatro son representaciones de un inteligible; en «la ciencia» dicen «múltiple desdoblamiento o descomposición del yo».

Todo lo anterior muestra que todos somos un inteligible, al que llaman los padres antiguos Adán.

Con esta nota se pretende dar desde ahora una idea aproximada de la finalidad de la Tragicomedia, que es revelar que «esta vida» es oportunidad única y trascendentalísima en que toda veracidad, vigilancia y atención es poca para desempeñarse en ella humanamente; que eso de considerar a los demás como «otros» es apenas el punto de partida de «esta vida»… ¿Hay varias vidas? No. Es unitotal, pero en sucediendo o siendo infinito.

El autor no espera que esto lo entiendan, pero sí que lo entenderán después, y ya hay muchos que lo entienden, pero no se ven. Cuando uno principia a entender esto, se hace invisible para «este mundo», que es a lo que llaman «morir».

Hay que advertir que hay descomposiciones del yo patológicas, que suceden por lesiones en la apariencia fisiológica.

«Prueba evidente», como dicen en «la filosofía perenne», de que Fabritius, el padre Elías y Lucas de Ochoa no son el autor, es que éste quiso y quiso enviar la Tragicomedia a un concurso y aquéllos no se lo permitieron, convenciéndolo de que, si la enviaba, se perdería en el camino, o la perdería el Jurado, o, en último caso, dirían: «No se tiene en cuenta por imbécil», y ya le parecería imbécil al autor, que es precisamente el castigo de no obedecer a los dioses: en presencia negativa, así como el premio es en presencia positiva. Pero ellos y yo somos uno solo, pues viven aquí y hablan por mí. El que no sepa esto, no sabe quién sea… Y yo no sé que hoy lo sepa alguien sino los que lo están siendo. Así, Martín Heidegger no sabe aún qué sea arte; va muy bien, por su camino, pero hasta que viva el misterio del segundo nacimiento nada sabrá; ¿Juan xxiii? Parece, pero lo tienen «encerrado en el Vaticano». Sartre está en… ¡la nada! Bellísimos análisis, pero no ve la salida: no quiere ver La Puerta; la niega, que es el modo de cerrarla, porque no está en el mundo mental; el que pretende abrirla con llave que no es, la cierra del todo. La Puerta es uno mismo. Cristo es uno mismo vacío. Dioses somos.

— o o o —

Libro Segundo

Propiedad literaria registrada por el autor.
Los derechos de adaptación a las otras artes
imagineras se los reserva el autor.

* * *

Todo queda reservado
a la mano que obedece
al Intelecto:

El beato Nicodemus
en su urnita,
para los mágicos dedos
de la mano hermafrodita
del Horatius Longasmanos.

El rincón del cementerio
de Entremontes,
capital del gran imperio
invisible,
para el ojo inconfundible
del Horatius Longasmanos.

La segunda edición se dará en dos modos de comunicación de las presencias: la palabra y el dibujo.

* * *

Trilogía agonística

Primer acto
El padre Elías amando

Segundo acto
El padre Elías novelando

Tercer acto
El padre Elías agonizando,
muriendo y viviendo

* * *

Dedicatoria

a

Martin Heidegger

Prólogo

En el primer acto de La Tragicomedia del padre Elías y Martina la Velera vimos con luz meridiana cómo el padre Elías (nos inclinamos reverentes, porque en nosotros no ha muerto sino que vive), cómo el padre Elías, repetimos, comenzó a entender su mundo pasional, al vivir atento y sumiso las tentaciones y presencias mentales que era; vimos que el drama fue con unas manos, una voz, con figuraciones hermafroditas de la inocencia tentadora. Nos fue dado asistir al modo dramático como todo eso, las personae de la Tragicomedia, eran las reacciones suyas, de su lote del Pecado Original, al presentársele los convivientes; y vimos que, una vez cumplida la finalidad de la representación, que es padecer y entender el pecado original o yo, «las manos», «la voz», «la Perraflaquita», «las muchachas ladronas», «Luis López de Mesa», «El Abad de Zúñiga», «los estudiantes», «Marco Tulio», «el virtuoso padre Elías», etc., quedan o van quedando impregnados por la Gracia de la Inteligencia y no son ya buenos ni malos, sino eternos: cuerpos gloriosos. En ese primer acto se va entendiendo que la Tragicomedia es el retorno al Paraíso.

En este segundo acto asistiremos al drama de «lo mío» y «lo tuyo», el cual ya se inició en el primero con ese apego del Padre por su huerto Progredere. Aquí se entiende o glorifica todo el mundo mental.

En el tercero y último acto veremos cómo se desvanece el núcleo del yo, lo durísimo, lo roqueño, la pretensión de hacer de «este mundo», el Paraíso: es el intervencionismo mental, el bregar por hacer «buenos» a los hombres «con nuestra acción». Esta es, como veremos, la penúltima presencia…, triunfando de la cual, y de la última, que es el deseo de ser, se entra al Reino de los Cielos, y que, por eso, se dijo: «Buscadlo dentro de vosotros mismos». Es el hermoso y deleitoso camino del suicidio cristiano… Pero…, no presentar las viandas juntas y anticipadamente, sino espaciarlas con vinos generosos es la ley del symposium.

— o o o —

Interludio

Para que el sacristán Fabricio no se entremeta en las escenas, con su manía del «certamen sefardita de La Novela», le aconsejamos que se derramase todo de una vez, en un como interludio o monólogo, y lo hizo del siguiente modo:

Revivamos dos de las novelas perdurables, y entenderemos que lo bueno de ellas no está en el «yo» sino en la gracia que derrama el entendiendo sobre los míseros yoes de los autores. La Gracia del Espíritu Santo en nosotros.

El Lazarillo de Tormes

Nació bajo el puente del río de Salamanca, en un molino de trigo, arruinado, hijo de uno que se llevaron a galeras y de una a quien hambre y celo ajuntaron con un negro ladrón, del que se empreñó y le dio al Lazarillo un hermano negro. Y la hambre y la madre, madre del negrito también, y manceba del negrazo, lo vendió al Ciego, que lo educó así: Al salir con él de Salamanca, en el puente del río, que tiene un león, me dijo que poniendo el oído cerca de la boca del animal, se aprendía toda la sabiduría de la vida, y «¡pruébalo y la tendrás!». Acerquéme, crédulo, y puse el oído a la boca del león maestro, y caí ensangrentado, pero sabio, pues el Ciego, apenas me tuvo escuchante, me empujó y me dio tal porrazo, que caí, mientras él recitaba: Has de saber, Lazarillo, que la sabiduría con sangre entra…

Por eso, porque todo el librito trata de un auténtico «yo» glorificado por el entendiendo, el Lazarillo de Tormes es obra del Lazarillo de Tormes y de la Inteligencia en él. No puede ser de esos letrados a quienes se atribuye, pues en ninguno de ellos hubo la gracia del Espíritu Santo. Esos letrados escribían con la mente, el yo mental, y sus obras huelen a Yo; y ninguno de ellos, sino el que fue lazarillo, podía inventar las escenas del librito. Y en éste no hay mensuras o juicios mentales; el yo medidor no aparece nunca; se trata del pecado original en forma de auténtico Lazarillo glorificado por la Inteligencia.

¡Qué inmundicia todas esas miles y millones de obras que escribe el «yo»! ¡Lejos de nosotros! El yo es el pecado original que debemos empapar en la Gracia de la Inteligencia.

Don Quijote

Y un tal Miguel de Cervantes, «el caballero», «el gran soldado manco» que fue colector de impuestos por La Mancha; que estuvo en la cárcel por no cuadrar el dinero con los apuntes; a quien mantuvo su hermana que ejercía el oficio de ventera del amor, pero por encantamiento, pues tenía olor de gran drama…; este «yo» de Cervantes es Don Quijote de la Mancha, apaleado, pero el del brazo invencible; con bacía de barbero, pero era el yelmo de Mambrino; viviendo con Carlomagno y los doce Pares, que eran unos marranos que llevaban a la feria del pueblo vecino; pobre, pero eructando pavo; y has de saber, Sancho, aquí muy entre nos, que yo nunca vi a Dulcinea, pues si la hubiese visto no sería gracia, y has de saber que eso que llaman necesidad no perdona ni a los encantados, y fue el parecer del médico que sinsabores y quebrantos acabaron con él.

Todo ese libro sagrado es el yo digerido por la gracia de la Inteligencia. Los otros libros de don Miguel de Cervantes, excepto El Diálogo de los Perros, huelen a «yo»; allí, el yo opina, piensa, construye, proyecta…

¿Cómo salirse uno de La Novela? ¿Para dónde se sale uno de uno mismo? ¿Quién se sale? ¿De dónde se sale? De uno. Uno se sale de uno… ¿Qué es eso? Sencillamente, que la Inteligencia no es el yo; ella está en nosotros en gerundio, en entendiendo. El que entiende es la Inteligencia, que no es el yo. Éste es la leña del horno. ¡Qué asco los libros y obras del yo mental, del yo pasional! Dondequiera que el yo se erige en juez, en actor…, ¡qué asco! ¡Y hasta quiere ser eterno; pide vida eterna para él!

¿Cuántos libritos hay escritos por la Inteligencia y no por los yoes? Uno, dos, tres, cuatro, El Libro del Buen Amor, La Celestina, los de Shakespeare, diez, veinte, ¡y no más…! En todos los otros está el nauseabundo olor del yo, el medidor, «el astutísimo animal».

* * *

Mi presencia hoy es que esos sabios sefarditas de Salónica dirán que esto mío no es La Novela y que ni la leerán hasta el final. La he repasado, y veo que sólo yo, que la viví, puedo entenderla a duras penas y mal: porque es la novela del entendiendo, y la mente no funciona ahí. Una habitación de la vida, cuando la vida se va de ella, dándose, dándose en otra, pierde la gracia y quedan sólo formas; se convierte en conceptos

Una parábola ayudará a la vivencia de este misterio: el niño se pincha un dedo; da un gritico… Este es vivo, es el mismo pinchazo en otra forma: el chuzón, el dolor y el grito son tres modos de eso que es La Vida. Si después el niño recuerda y narra lo sucedido al robar una rosa del rosal, simula pinchazo, dolor y grito, y todo es muerto y enervante, y a eso es a lo que llaman «arte» y «novelas». Así mismo, la mía, leída por otro (y al repasarla yo, también soy ya otro) es la casa de la vida sin la vida, huellas de la vida fugitiva (espacio-temporal); armazón en que los lectores ponen a habitar su vida conceptual.

Un alguno me preguntará: «¿Y es que usted, Fabricio, cree que el padre Elías es La Vida?».

¡No! Pero es el cura viejo, nieto de Macario Elías, judío converso que tuvo cuatro mujeres y muchos hijos en ellas y en otras; es la tentación de las manos de Martina la Velera, de Perraflaquita y de las catorce muchachas ladronas, que vivió en Entremontes, en donde los cucaracheros organan cerca de los agujales de las tapias y los gallinazos se secan las alas en el viejo tronco mútilo del Pisquín herido por el rayo. Es él, así como El Lazarillo es él.

— o o o —

Acto ii

El padre Elías novelando

Escena i

Que trata de la visión que tuvo el padre Elías, recién suspendido.

Si estamos atentos, amentes, recipientes, serenos entendiendo-siendo.

Así, ayer, y anoche y ahora estoy viendo que de la tierra árida, desde el Danubio hasta el Pacífico, se levanta un animalón al que le ha sido dado el poder sobre la Tierra hasta que se cumpla su poder… Los otros animales que habían recibido a su tiempo la vitalidad van enflaqueciendo, y el terror es su vida, marchitándose y secándose como hierba cortada.

¿Quién atajará el cumplimiento de lo que está escrito en el libro sellado que es El Hombre?

Ahora veo al animal en su pubertad, y va apareciendo poco a poco como el dios en la presencia de todos los habitantes de la Tierra: porque el animal es hijo de todos los hombres, los cuales son el libro cerrado que tiene que cumplirse. Y oí esta frase:

«Hasta que se cumplan los días que son el animal, dominará la Tierra».

* * *

Veo que todos los actos de los hombres que afirman no ser ellos el animal, no tener parte con el animal, son conducta de temerosos y aduladores del animal. La vida humana se realiza hoy en función de él.

Estoy viviendo tan nítidamente esto, que tiemblo de pavor… En mí no hallo sino horror ante el animal sin enemigos; los que así se llaman a sí mismos no son sino empavorecidos. No hay sino miedo, presencia del miedo en quienes no lo aman, porque aman sus posesiones, sus yoes.

¿Dónde hay alguno que reciba vitalidad? ¡Ay, ay, ay, todo es oscuridad y la Bestia!

Pensar y razonar… Eso es lo que hacen los fugitivos: ¿cómo matar el animal? ¿Cómo engañar al animal? Probar que se trata de un animal, etc. Pero el animalón vive, y vive en ellos, los pensadores y los orantes para que muera la Bestia…

Porque orar no es eso. Orar es no pensar: abrirse como nada al Inefable. Orar y vigilar, no desear o razonar su «yo», es lo que hace el crucificado, para no caer en tentación o voluntad propia. Esto lo leí ahora escrito en el libro sellado que es El Hombre.

Como inconmovible leí allí esto: que Él es; que esta vida es la representación de lo que Adán quiso ser y fue y que se cumplirá hasta que termine.

Seguí leyendo: el que piensa para salvar su yo, para salvar el yo de otros, ése perderá su tiempo, su vida. El que orare, y, si cayere en tentación, siguiere orando luego de caído, será en el Inefable al consumirse esta vida.

Llegará el día luciente en que no habrá casas lujosas en que digan los hombres que allí se adora al Señor, sino que todos serán altares portátiles. Esto lo vi ahora como se ve una realidad.

Hasta ahora, los sacerdotes fueron como reyes de este mundo, venerados como La Bestia, en grandes y ricas catedrales; hasta hoy, el «sacerdote» fue como el dios de este mundo.

Y entonces vi un animalito hermoso, pero lejano aún, o sea, muy pequeño, «invisible» todavía; era como nubecilla invisible que iba creciendo, a medida que se le iba consumiendo la vitalidad a la Gran Bestia. Ese animalillo es el hombre escuchador, la puerta sin alas, escuchador en silencio de la voz de La Vida

—¿Viviré para verlo?, pregunté, y se me dijo:

—Amamántalo y no pienses.

Así, hoy y por días seremos los amamantadores del que vendrá… El hombre, desde el Paraíso, tiene mirada de batracio, de abajo para arriba, y así ve «el bien» y «el mal» y lo vive y tiene que vivirlo… El que vendrá tendrá mirada comprensiva, de arriba para abajo y entenderá o verá que El Animal, en su crueldad, ceguedad, caminar de aplanadora y perfil de atanor, era el medio o modo para que apareciera el que tiene mirada de águila; que todo existe para que el Águila sea, porque en ese día «donde esté el cadáver estarán las águilas». El cadáver es La Cruz, el animalón, la Muerte. «Toma tu cruz y sígueme al Calvario». El Águila es el de mirada redonda.

¿O quieres triunfar tú? Pelea entonces, para matar o para que te maten. «El que a espada mata, a espada morirá». Porque aquello que uno mata es sagrado, porque sin cumplirse todo, no aparecerá El Águila.

Así, pues, aquí, en mi Huerto, sin curato, sin altar lujoso, sin grey, sin «reverendo padre Elías», seré el del altar portátil, el adorador en espíritu y en verdad, el amamantador del que tendrá mirada de arriba para abajo.

¡Ánimo, Elí Elías, no te apachurres en el camino! Sigue tu novela hasta que paras en eso que llaman lecho mortuorio.

— o o o —

Escena ii

En este segundo acto, el padre Elías se encuentra de nuevo con Luis López de Mesa, el caballero encantado por el mundo racional, la maga Eco.

«Al presbítero don Elí Elías.
Progredere.

Luis López de Mesa saluda con efusivo recuerdo de su noble amistad a don Elí Elías y le comunica grande alborozo por la pericia de cultivador que sus deliciosas naranjas atestiguan».

—¡Contemple, Fabricio, la ese mayúscula, que es un grande y hermoso caracol que nos vuelve todas las voces del mar encantado de Eco! Contemple la e minúscula, como la joya de la antigua tipografía en madera; la de y la ese minúsculas, como velas en la mar, prognatas al pasado, las espaldas vueltas a su destino, y en ese de Mesa que se agiganta sobre el pequeño y bello Luis López está la egoencia del razonamiento, presencia de reinado.

Estas letras, Fabricio, tan definidas con aristas, tan como lindas cajitas de arte antiguo, son para contener cuerpos pesados, como el uranio. Esas letras son patentización del caballero encantado en el ecoico piélago de los conceptos, las definiciones, los primeros principios, las escuelas, las ciencias, las musas, todos los entes mentales y espacio-temporales… Allí no hay eternidad, sino la eternidad en busto.

¡Larguísima vida será la de nuestro amigo en el mundo mental! La fórmula del espacio es masa por el cuadrado de la velocidad de la luz; por su masa, fue el uranio el escogido para convertirlo en espacio, el estallido que nos amenaza… Piense, Fabricio, ¡qué dilatado espacio es este rey de los conceptos e individuaciones! Y si el tiempo es la conciencia del sucederse con otros entes de diferente suceder, hasta unificarse todos…, ¡qué infinito tiempo es nuestro buen amigo!

Pero su casi eterna estancia en el mundo mental, proviene, Fabricio, de que vive en todos los cubitos de uranio, y me parece que el entendiendo o desnudador de Isis está encantado en él, lo tiene en profundo sueño la maga Eco. Piensa, se deleita, juguetea en el mar de los amores estériles y sin remordimiento…

Él es lo más definido y limpio de por aquí: tiene la egoencia del razonamiento (orgullo del mundo mental). Los demás son el animal que se revuelca.

A Platón y Aristóteles se les deben estos más de dos mil años de construcciones mentales, de creación de otros mundos, por esa definición del hombre: animal racional… Jesucristo enseñó prácticamente que el hombre es animal padeciendo entendiendo. Pero Jesucristo es el desconocido. Somos el animal que tiene en gerundio La Inteligencia o Espíritu Santo. ¿Quién es cristiano hoy? Que yo sepa, sólo Martín Heidegger…

— o o o —

Escena iii

El coro, que aquí es el sacristán Fabricio, nos presenta al nuevo cura, Restrepón.

El padre Elías acababa de ponerse el amito, revistiéndose para la misa por el usurero Gallito Bedús, cuando entró Restrepón, el coadjutor, de la misma edad y condiscípulo de nosotros, blandiendo en su mano carateja un sobre y gritando con su vozarrón:

—¡El baculazo! ¡Fray Elías! Aquí están las letras; yo soy el nuevo ordeñador de estas ovejas entremontesinas…, pero, siga revistiéndose, que luego nos desayunaremos con las cartas de Marco Tulio… ¡Cicerón!

El padre Joel Restrepo es y ha sido siempre bordón de hombre viejo para el padre Elías… Dueño por herencia de extensa y bellísima finca en la cordillera oriental, que es el lindero de Entremontes con Las Alfardas. Precisamente los montes que son entremontesinos y alfardasanos pertenecen a él. Reina allí la muy nuestra y esotérica familia de las melastomáceas: nigüitos, mortiños, sietecueros y amarraboyos. Inmensos higuerones, cauchos y matapalos; palosantos y ceibas, y el manzanillo venenoso… Tres riachuelos; muchos nacimientos entre musgos. Olor a cespedón. Y semejante es el almario de Restrepón, que también tiene del manzanillo verrugoso. Cuida allí de un hato de vacas paturras, y el producto de toda la hacienda es para la escuela del beato Zaqueo. En la portada, con letras del gran escultor alfardasano don Florín, se lee: «Toro padre paturro. Cuarenta pesos, quede o no quede; se deje o no se deje. Favor no traerle vacas escrupulosas».

Se llama El Paturral. Y, para terminar este aguafuerte: nació allí hace setenta años; él dice que su madre andaba visitando la finca cuando la cogieron los dolores y que, agarrada de dos palosantos que están en la cima, lo dejó caer al musgo, en la misma raya divisoria de los dos pueblos rivales, con un pie para acá, el otro para allá y el corazón partido por la raya divisoria.

A los días, supo el padre Elías que durante la visita pastoral hubo entre el Arzobispo y Restrepón este diálogo:

Marco Tulio. —¿Qué hay de nuestro loquito?

Restrepón. —Ahora es cuando está más loco, y no lo harán cuerdo ni con la mitra…

A los días:

Padre Elías. —¿Qué ahora estoy más loco…? Yo digo y sé que usted es «el loco disfrazado de cuerdo»…

Restrepón. —Hemos dicho y sabido lo mismo, porque somos dos cruces del mismo crucificado…

P. Elías. —¿Y el arzobispo Marco Tulio…?

Restrepón. —¿Ese…? Es el superior jerárquico, el báculo, y… ¿cómo podría no ser así en la Iglesia militante…? ¿Quién ordeñaría las ovejas…? ¡A los «cuerdos» también los hizo Dios, padre Elías! ¡Nada falta en su viña! Cuando hay ovejas, y mientras haya ovejas, hay y habrá buenos ordeñadores. Usted, por ejemplo, dejaría que las ovejas se mamaran… Créame, que soy viejo ordeñador y sé muy bien que el Señor quiere que mientras la gente sea «oveja» haya ordeñador. Marco Tulio, manizaleño, nieto de hacendados y tenderos, sabe que yo ordeño de una montada, y, por eso, ahora soy el cura de Entremontes, y usted es «el loco suspenso»… Y, por eso mismo, el manso de Juan xxiii, inspirado por el Espíritu Santo, nombró cardenal al feo Concha, por ser hijo del expresidente Concha, y no «al loquito», porque en Bogotá y en todo el mundo se dejan ordeñar sin manea por «el hijo de un Presidente»… Sea razonable y le enseñaré a usted a «ganarse la vida», que fue la única preocupación de Marco Tulio cuando el baculazo: «¿De qué va a vivir ese loco?».

Padre Elías. —Usted repite lo que el Señor le dijo a Pedro, cuando, ya resucitado, llevólo aparte para nombrarlo Pastor, que se fue detrás de ellos Juan…

Pedro. —¿Y a éste qué, Señor…?

Jesucristo. —¿Qué te importa si quiero que se quede así, loco, hasta que yo vuelva?

Restrepón. —¡Venga esa mano, padre Elías! Hoy le enviaré una vaca paturra parida para que ordeñe y «se gane la vida»…

Desde entonces hubo en el huerto Progredere «La Paturra», que el padre Elías ordeñaba personalmente a las seis de la mañana, y así comenzó «lo mío» y «lo tuyo» en él.

— o o o —

Crisis en la Tragicomedia,
en dos escenas

Escena A

Explicación de la crisis. Monólogo fabriciano. Reyerta con el ponedor en escena (metteur en scéne).

(Llegada a este punto La Tragicomedia, Fabricio, contra la voluntad del editor y ponedor en escena, salió al escenario dizque «a preparar a los espectadores para los cuadros siguientes, que tienen hondos significados esotéricos»).

Así, pues, sale a escena Fabritius y monologa así:

—Vais a asistir al padecimiento del mundo de «lo mío» y «lo tuyo», así como del mundo racional o conceptual.

El hombre es desde el Pecado Original un amasijo de mundos creados por esa Perturbación.

Y no se «glorifican o entienden» uno por uno, sino en conjunto, pues están condicionados los unos por los otros; en realidad son uno solo, el «yo», o «mente» o «individuación»…

Ya veréis cómo «aquellas manos» de Martina la Velera, las Perraflaquitas, siguen viviendo ahora en forma de «mi huerto», «hacer el bien», «evitar el mal», y vais a asistir, por la primera vez en el teatro, a la astucia del «yo», que disfrazándose de «virtud» y de Paraíso, hace caer al padre Elías, por astutísimos caminos, precisamente en las manos de Martina… Aquí asistiréis, en «historia pequeña» en Entremontes, al mismo doloroso drama que se cumple hoy en grande en toda la humanidad, a saber:

Que cambiando violenta o artificialmente la subestructura económica de la vida humana, se vuelve al Paraíso, en donde no hay tuyo y mío, etc.

Así llegaréis a entender, si podéis, esta dialéctica del Entendiendo, que comprende dentro la dialéctica mental, llamada hoy materialista de la historia.

Los cuerpos o mundos estéticos y mentales son en realidad uno solo, el «yo» o cruz de ese inteligible que habitó el Paraíso y que fue puesto en la Tierra en forma de individuos ombligados, a gustarlos, padecerlos, y entenderlos o glorificarlos.

Esto es lo que significa resucitar en cuerpo glorioso y esa es la lección dramática que vino a mostrarnos el Cristo al encarnar: padeció, murió y resucitó en cuerpo glorioso, y está en el Padre, siendo uno solo con Él, el Inteligible y la Inteligencia.

Por eso se llamaba a sí mismo El Hijo del Hombre y también El Hijo de Dios.

Estas que vienen son las más largas y trascendentales de las escenas. El padre Elías encerrado en Progredere, digiriendo, padeciendo y entendiendo todo su yo: el pasional (que él creía glorificado ya), el racional, la mente, la negrísima mente, y allí comete la caída o pecado de orgullo de querer conquistar El Reino, pagando como precio su huerto Progredere. Es importantísima escena, y sólo el que la entienda estará en camino a la Edad de Oro o El Paraíso, a los sacros misterios del hermafroditismo, la virginidad y el ojo simple.

Hasta hoy, sólo cuatro han sido iniciados en los Grandes Misterios, a saber:

Primero.—Fernando de Rojas, cuando, inspirado por la Gracia, nos describió a la buena vieja Celestina, que rehacía los virgos en Montalbán, pues el hombre es el enamorado y destructor de la virginidad, y, a un mismo tiempo, es una elegía a la virginidad perdida.

Segundo.—Sapho, que seiscientos años antes de Jesucristo, fundó la gran escuela de Mytilene, para bañar en nostalgia por la virginidad perdida todo el mar Egeo; ella inventó la estrofa adónica para cantar a la virginidad perdida y al hermafroditismo de la Edad de Oro…

Don Quijote.—Que en aquel discurso sobre la Edad de Oro, en la Fonda de eterna memoria, nos reveló que conocía el Paraíso. Discurso el único que debe perdurar hasta que todo se cumpla. Y

El padre Elías. —Que en pueblecito andino fue iniciado en los tres grandes misterios y, cosa novísima, en el misterio del Camino, La Puerta, La Verdad y La Vida, en esa su manera del entendiendo.

¿Lógica? No esperéis lógica, ese menjurje mental con que construís vuestros artificios occidentales a los que llamáis «obras de arte». Esta a que asistís es La Vida. Vuestra «lógica» la construís con «un primer principio evidente por sí mismo», o sea, con una proposición que sencillamente es la enunciación de las coordenadas espacio-temporales humanas, así: «Una cosa no puede ser y no ser a un mismo tiempo». ¡Qué infundio! Veamos:

Sabemos ya —creo que ya sabéis por lo que habéis visto de la Tragicomedia— que «tiempo» es la patentización del ente; es éste mismo, patentizado. Suceso o escena es la patentización. Apenas nos patentizamos, acabamos. Eso es morir. Algo como cumplirse o descargarse. Y cuando Adán (todos los individuos) se haya patentizado en su Tragicomedia, «se habrán cumplido todas las cosas». Así resulta que «el tiempo» y «una cosa» son idénticos. El tiempo es la cosa patentizada, y el primer principio de vuestra lógica desaparece, y desaparece ella. Es ciencia del mundo mental nada más, o sea, el mundo resultante de las coordenadas de los primeros principios. Pero… ¿La Tragicomedia? ¿Qué hacéis con la Unitotal? La perdéis.

Las apariencias o escenas son nuestro tiempo. Nos vamos presentando; vamos siendo lo que somos y eso es nuestra dimensión espacio-temporal: pasado, presente, futuro, aquí, allí… Y eso no es la Inteligencia; eso somos nosotros en presencias o en cruz, sucesivos, conociendo el bien y el mal. ¿Y la Inteligencia o Espíritu Santo, que es el meollo de la Tragicomedia? No es presente, ni pasado, ni futuro. ¿Qué es? Sólo conocemos la Inteligencia como entendiendo, en gerundio. Por eso, no la conocemos ni es cognoscible; es vivible; es lo más íntimo nuestro, lo más cercano, como si fuéramos en Ella, como si fuera nuestra madre que nos gesta.

Las presencias en coordenadas nunca son La Madre, la que creó de la nada las coordenadas todas y sus mundos, y estos son, en tal sentido, en Ella, por Ella y Ella. Todos los mundos existen al darse sus respectivas coordenadas, pero ningún mundo, ni el de la luz, es La Madre.

Las leyes de la lógica humana son «verdaderas» en el sentido de que al observar mentalmente un pensamiento o razonamiento o curso vital ya sucedido, las observamos allí… Pero todo eso que se observa, ya está muerto cuando se le observa… Pero antes de suceder, en lo vivo, está el entendiendo, el orando, que en lo muerto no se hallan, pues son vivos, no mueren con los muertos.

Aparecer lo que somos: coordenadas con sus mundos; esos mundos con sus respectivas leyes somos; pero somos también el entendiendo, el Espíritu Santo en nosotros. En tal sentido, si no fuera tan estúpido eso de el deber ser, diríamos que el único mandamiento es: No mentir y seguir a la Inteligencia hasta la final patentización, la glorificación de los mundos todos en la Cruz

Tal es el único mandamiento: ir siendo lo que somos. Por eso, los cristianos no tenemos ley, porque La Madre está en nosotros en entendiendo…

(Entra el editor o ponedor en
escena y se enfrenta a Fabricio).

El pseudo-ponedor en escena.—¡No más, Fabritius, por favor! ¡Es demasiado! Te estás robando la Tragicomedia del padre Elías. Pierde su unidad; ¡se desvanecen los toques dramáticos y será un desastre teatral y de librería!

Fabricio.—¿Y a usted, Fernando González, quién lo llamó? ¿Está usted creyendo que el padre Elías es «una pieza de arte», de esa inmundicia que el mundo llama «arte»? Sepa usted de una vez que esta es mi Tragicomedia del padre Elías y que no tiene ningún para. ¿O cree usted que la mujer sonríe y besa para… parir, y que pare para… la patria? Esa tal es la puta… Y los espectadores que usted incitó a venir a divertirse, que se vayan, que les vuelvan el dinero… Fue usted, metteur en scéne, el que dañó todo, por ambición de premios, ganancias y glorias; fue usted el que pretendió convertir la Tragicomedia en teatro. ¡Váyanse todos, usted y los espectadores, que el premio es en Presencia! ¡Cómanse sus dineros, premios y aplausos, perfiles de atanor!

(Silbidos y gritos. Sombreros, chaquetas y sotanas arrojados como proyectiles, destrucción del escenario. El Rector Magnífico le tira a Fabricio con el tratado de Lógica que escribió antes de que lo nombraran, y el sacristán cae atolondrado. Los estudiantes de la Pontificia Bolivariana gritan: «¡Acábelo, Monseñor…! ¡Dele en las güevas (*) con la Filosofía Perenne!»…).

———
(*) Ad traductores:

Testes güevas appellantur Antiochia. Mulieres antiochenses utuntur hoc verbo in suis, nequaquam foris. «Vulgarissimum sed sapidissimum nomen» dicunt bonae societatis mulieres. Apud antiochenses saepe auditur e. g.: «Praesides Santos Llerasque duos ex güevonibus maximis». Editor voluit praecindere sive delere hoc; Fabritius noluit et noluit: Fabritius negandi sicut resistens mula… Quod ego faciat? Perfungi voluntate domini: sed, pro pudore, lingua latina materna volo de hoc tractare, quia Tragicomedia, liber itineris ad sapientiam, locus alienus est rebus quae in lecto, in clauso opportunitatem habent. Fabritius non audit voces consonantiae praesentiarum. Nequeo conjugare güevas Rectore Magnifico sicut non possum conjugare acquam oleo; hoc ab exitu pecuniario aliena librum sanctum Tragicomediæ. Post Tragicomediam hanc («La Perraflaquita» nominatur apud antiochenses) scribam de güevis iucundissimum libellum pro mulieribus senatorium bogotensium. Origo huic verbi latino ovo est.

Valete

F. G.

— o o o —

Escena B

Al día siguiente, Fabritius, solo, a las seis y media de la tarde, descendiendo la falda suave que conduce del Paturral a Entremontes, en atardecer veraniego, cielo de colores feéricos evanescentes, monologa así:

—¿Todavía ignora ése (señala con el pulgar derecho hacia occidente) que ya murió lo artificial? Es verdad que perdura en sus «academias», «universidades» y lenocinios económico-comerciales…; pero ya hay varios mamelones terrenales en donde moran uno, dos, tres… que poseen el entendiendo… ¿No habitan en Éfeso, en Salónica, en los Himalayas, los eternamente jóvenes, y aun en su Occidente, no vive en su cabaña de la Selva, Martín Heidegger…? ¡Un cristiano este Martín…! Ése (y señala con el pulgar doblado hacia La Ayurá…) ignora aún que cuando el hombre vivía el espacio y el tiempo como cajitas en que duraba y aparecía, podíase fabricar «arte», porque entonces los modos de la comunicación eran ilativos, arrastrados, pesadísimos: una jadeante brega por exponer el continente y la sucesión de la patentización humana… Entonces la literatura era así: «En ese momento»; «por consiguiente»; «y sucedió que», etc.…

Hoy somos algunos que entendemos que cada ente y cada drama es su espacio-tiempo patentizado, y nuestro «arte» o modo de comunicar da el sucederse con apariencias nada más, pues la subestructura del sucederse vive en el lector o espectador que sea digno de tales nombres, así como el océano se nos da por crestas de olas, espumas, alguna lejana vela minúscula, gaviotas, arenas en la playa… Ya no hay eso ilativo, explicativo, jadeante, con que antaño bregaban por comunicar la unicidad de lo que aparece…; por lo menos, somos unos tres, que es mucho…

Esta juventud, edad madura y vejez del Occidente blasfemamente llamado «cristiano» pierde estas puestas de sol, estas fiestas permanentes y nuevas siempre de La Vida, del Inefable, por ir a cine, a teatro, a leer o escuchar conferencias, lecciones, discursos, ¡propaganda ideológica…! ¡Viven una vida artificial o de muertos… ¡En este glorioso teatro del Cosmos, hacer «teatro»!

Cuando se lleva a alguien al campo, a la soledad, apenas atardece o anochece siente miedo y quiere volver a la luz eléctrica de las ciudades, a los cafés nocturnos, a los «teatros»… Pero a los cuatro o cinco meses de estar allí, no cambia por nada ese curso admirable del día y la noche, esas puestas de sol, el cubrirse poco a poco de sombra y oscuridad la Tierra, el dormirse poco a poco aves y plantas, el silencio requetepoblado del ámbito, el aire perfumado, el sonido del agua, y ese estado inefable de adoración que es la Negra Medianoche, al cerrarse las cortinas de la luz para que los vivientes gusten del cansancio de la acción y del embriagador descanso en el vacuo vientre de la Vida… ¿Qué se asemeja en algo al reposo que sigue a la verdadera acción, que es la patentización de uno mismo, aquélla que es uno mismo, que se ejecuta porque sí, por ella misma, en camino con el Cristo o Sucediendo infinito…?

* * *

¡Oh, Vida! ¡Nada deseo, porque te tengo! ¡Soy Vida! Contigo siempre, siempre… Lo que Tú no eres no es; ¡el deseador es imbécil! ¡Imbécil, que posee un tesoro y se angustia por un centavo falso! ¡Hideputas ideólogos, conferenciantes, escritores, filósofos, teólogos! ¡Sólo Tú, sólo existes Tú y todo eres Tú, amor mío, que eres yo mismo! ¡Te tengo tan cerca! ¡Aquí te tengo! ¡Estoy reposando en Ti, sobre Ti, dentro de Ti! ¡Eres yo mismo, amor mío…!

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Escena iv

En esta escena y en la siguiente, hasta el final del segundo acto, están cuatro años del padre Elías en su huerto Progredere, viviendo, padeciendo, preparando inconscientemente los «quantos» de la Inteligencia que lo harán el amente que se verá en el tercer acto. Escribió entonces mucho en las márgenes de su vieja Biblia, todo lo cual trata de su durísima brega consigo mismo. Se escogen las apostillas más apropiadas para dar la subestructura del padre Elías de esa época agónica en los mundos mental y de lo mío y lo tuyo.

1.—¡Nada! ¡No atenderé a lo que no esté presente! A la realidad no hay que buscarla. Se la busca lejos infructuosamente, logrando apenas convertir lo imaginario-mental en vana realidad.

La presencia ahora es este delicioso olor que despide el chagualito, al sobarlo con el cepillo metálico. La Realidad es este olfatear el aroma del chagualito… Cultivaré y conviviré con mis árboles y con La Paturra. Nunca seré pajoso coleccionista de ideas, conocimientos y razonamientos.

2.—Son las tres, y he estado sin vanos sueños. Limpiamos dos guayabos y un guamo. Barnizamos las heridas de otros, y barrí el prado motilado de enfrente de la casa. Nada de que huya de mí, sino que me observaré, amente, entendiendo. La presencia soy yo, que me presento como cruz que va glorificando el entendiendo; los otros entes conviven conmigo, y está ahí mi presencia y la de ellos… Pero a ese proyectar con el pasado hecho proposiciones; soñar y pervertir la Vida con los conceptos, el deber ser, el huir de las presencias…, ¡entenderlo también!

3.—Que Luis Ángel recoja la basura de la limpia, y lo que sean parásitas lo arroje fuera, al fuego eterno.

4.—La mente inquieta porque no sucedió lo que ella quería: que se limpiaran muchos árboles; hacerse ella realidad. Está inquieta porque imaginaba que Luis Ángel limpiaría muchos árboles en una jornada, y Luis Ángel es «inocente», está consigo mismo en absoluto; se extasía sacando con sus uñas cositas de entre la corteza de los árboles y habla «solo», en conversación beata.

La mente dice: «No tengo trabajador», y agrega: «Mis deseos no se cumplen; en Entremontes no saben trabajar». Pero tampoco huiré de mi mente, sino que la entenderé en su actividad astutísima…

5.—Hoy se limpiaron cuatro guayabos. Pienso: «El padre Elías ganará con qué vivir aquí, en su huerto, que es su iglesia, y Luis Ángel, el inocente, es su grey». Entiendo que en esas frases de mi mente hay pugnacidad con el arzobispo Marco Tulio. ¡Qué astutísimo animal es la mente!

6.—Pensé hoy: «Hacer lavar con manguera y gantes el madroño. Despedir a Luis Ángel y buscar otro, ágil y experto, para limpiar la Universidad que son el Pisquín, el Algarrobo, el anciano Guamo y los herméticos sauces. Hacer de Progredere mi iglesia en donde amamante al que vendrá, al del ojo redondo». El entendiendo me dice que todo eso son reacciones mentales imaginarias contra el Arzobispo; que estoy siendo tentado por la suspensión.

7.—Hoy sembré seis colinos de plátano dominico y reñí a Luis Ángel. Sigue la causalidad de la presencia vegetal en que se disfraza mi yo; y mi vieja mente continúa pasionalmente, como el fuego bajo cenizas, en la forma y sueño de La Perraflaquita. Compré otros dos cepillos metálicos, para carbonero somnífero y naranjos.

8.—¿Quién soy en este atardecer? El Perraflaquita y el cónico madroño de verde sedante.

9.—¡Las once y media, y Luis Ángel no ha limpiado siquiera ese limonero! Allá está; araña amorosamente el tronco, y conversa… ¿Con quién? Cada uno conversa con su presencia, que es su cruz. ¡Ánimo!

El oficio de «poeta», tal como lo ejercen en el Occidente cristiano, es edificar con paja.

Poeta es el que convive con su presencia, como Luis Ángel y como Job, pues la presencia es lo que somos, es la patentización de lo que quisimos ser en el Paraíso; y es lo que somos antes de nacer, todas las presencias, representación infinita en el tiempo, unitotal o el tiempo-espacio.

10.—Para conversar con
plantas, animales y minerales.

a) Estar pasivo, pero atentísimo, atención pasiva, agradable, sin esperanza de ésa que nace del deseo o avaricia; sin el aguijón diabólico que se llama «mucho que hacer». Que no quede de uno sino la generosa apertura. Estar hospitalariamente vacío.

O sea, hacerse como marco de puerta, puerta sin alas, habitación del ente cuya presencia nos visita o nos va a visitar, cuya presencia ya somos, al abrirnos, y que seremos plenamente cuando nos converse.

No ese tiranizar los entes convivientes, ese maltratarlos, que llaman clasificación, mensuras, ensayos, etc. Eso es la tiranía de la mente, y por eso todos los seres están tristes, esperando la segunda venida de la Inteligencia, como lo dijo Saulo de Tarso. Nada de eso que llaman «método experimental», que no es más que imponerles nuestra mente. No, la convivencia va sucediendo, pero amistosamente, por entrega del ente: unificarse con el ente.

b) No tener «yo» para el ente visitante, sino ser su casa, su conviviente, su hermano…

c) Darle todo nuestro ámbito al ente visitante con quien conversamos, para que se patentice. El castigo del «tirano» está en su absoluta soledad, en que tiene que pagar o prostituir a los hermanos para que no huyan. Por eso, la muerte de «un tirano», u «opinante» o «yo» es gran fiesta para la serena Naturaleza perturbada por el «pecado».

¿Que no hay «pecado»? ¿Pero no experimentáis íntimamente que el «yo» es el «pecado»? ¿Que toda la Naturaleza está asustada y huye ante un «yo»? ¿No sabéis que «los grandes árboles», «los grandes bosques» son habitaciones de los entes, que allí todos hablan, cada uno en su idioma? Sólo a este pecado con calzones o faldas, con vértebras hipertrofiadas y que camina en dos patas, al hombre, se le ocurre «averiguar si los monos hablan», pues todos los demás entes viven que cada conviviente habla su idioma, que no hay ninguno que no se manifieste…

Lo que hay es que fue echado a la Tierra un ente diabólico, avergonzado, «sabio», «rey», que no entiende sino el ruido vano y mentiroso de sus «palabras» y que inventó en su vértebra hipertrofiada por la vanidad eso de El Deber Ser.

El Deber Ser, o sea, que el universo mundo, que todos los entes están a su servicio, al servicio de sus vicios, su imaginación, sus deseos formulados en forma de principios, de verdades… Llámase a sí mismo rey de la creación y establécese a sí mismo como «bien» y a todo lo demás como «mal»; a sí mismo como bello, perfecto, y a todo lo demás como malo e imperfecto; a sus ruidos articulados como «idioma», como «hablar», y a todos los otros como «brutos» y «mudos inconscientes».

d) Y cuando seas digno de la amencia, todos los entes conversarán contigo y todo será inmortal. Serás el Atemporal.

Para conversar con
entes no humanos

1.—Tiene que ser en las coordenadas o mundo de ellos: el animal, el vegetal, el mineral y el elemental.

2.—Es uno el que tiene que proporcionarse, así como los dioses descienden a nosotros. Aquellos entes carecen del mundo mental y del entendiendo humanos.

La gran pregunta: ¿cómo se hace uno animal, o vegetal, o mineral o elemental?

El hombre es esos mundos, junto con el suyo humano. Y se procede así:

a) Conquistar la amencia, en primer lugar. Podéis graduaros de teólogos, de médicos, etc., pagando las mensualidades de vuestra «universidad» o «seminario» y repitiendo la lección hasta que la sepáis de memoria. Pero la amencia no se puede comprar ni aprender (prender de la memoria). ¿Creéis que pagando las mensualidades y obedeciendo al rector se ve a Dios? ¿Dios en veinte lecciones?

No mientas nunca; no te escondas nunca y tendrás la amencia. ¡Tan largo y duro camino cuanto preciosa es La Amencia!

b) Convivir amorosamente con el ente visitado, en su medio, maneras y demás.

c) Nada de «mucho que hacer», de urgencia, nada desesperado, y poco a poco se vibra al unísono con el ente visitado, se le posee; se conversa con él, en su lenguaje.

d) Vivir comulgando con todos (practicar).

e) La comunicación irá aumentando, hasta hacerse identificación o entrega total, o perfecto amor.

(Ojo: No permitir nunca que se entremeta la mente, que es el diablo).

f) No formar hipótesis mentales, sino animales, vegetales o elementales, las cuales difieren en expresión y forma de las humanas.

Ojo: Recordar siempre el primer principio de toda sabiduría: saber es ser. Cuando uno llega a ser una yerbita, por ejemplo, ya lo entiende todo de ella. ¿Cómo es el idioma? Es vegetal, animal, mineral o elemental. Si lo formuláramos aquí, no otra cosa sería que imaginaciones mentales humanas, pedanterías. Recordad siempre: la sabiduría no se puede enseñar. Por eso dice el Cristo: «El Cielo se conquista, padece violencia».

Cómo es la vida post-mortem del
que no ha conquistado la amencia

Ayer llovió, lagrimando, todo el día. Por la noche, con los ojos cerrados, en mi rincón presueño, vi mi rostro en la bóveda: los labios y los párpados eran como de carne acartonada, acortados; ojos secos, como de cuerno viejo, y se veían en las encías asquerosas los tres portillos: el de arriba, al frente, pequeño, negruzco, y larguísimo el diente canino; el lado izquierdo sin molares, encía noción de lo vacuo e insípido; el portillo de abajo, inmenso; por él salía la nada, la vacía nada, nada eternamente…

—¿Dónde está mi «yo»?, pregunté.

—«Yo», respondió algo dentro de mí, soy la presencia de eso…

¿Será esta la vida post-mortem de aquellos que al expirar son todavía «yo» (mente y deseos)? ¿La muerte del «yo» erecto aún en medidor? ¡Estoy tiritando, Cristo, Señor de Cielos, y Tierra y Cadáveres! ¡Dame la amencia!

Los gusanos (Palillo Elías) se dan un banquete en el cadáver de Palillo (Palillo Elías).

Los infiernos son, pues, la presencia de uno mismo, o sea, de la nada. Presencia de la nada, que es la esencia del desespero.

— o o o —

Escena v

Aparece el infierno de «lo mío» y «lo tuyo». Jovino Ruiz y el cerco ambulante. El punto de apoyo del «yo» o la «persona». El padre Elías se convierte en «mi huerto». El inspector Lleras y el abogado Sinsonte.

Avisó Fabricio que Jovino Ruiz estaba tapando el frente de mi huerto a la quebrada Circe, dizque al enderezar su cerco de alambre de púas. Tuve que ir al inspector de Entremontes, en donde me dieron dos agentes de policía para que suspendieran el trabajo y citaran a Jovino para el lunes en la Personería, pues alega que el personero le dio permiso para la obra.

Venderé a Progredere: cada día se hace más difícil el terminar aquí la vida…

No dormí, porque yo era esto: «Jovino me roba tierra, al correr el cerco».

Punto de apoyo de la dialéctica, o de
la variedad de las personas, pero
de cómo el drama es uno solo

Un cirujano joven, siete hijos, humilde y tímido, hace poco que padeció hepatitis y estuvo recluido varios meses. Un día, delicado aún, dirigiéndose a «su instrumentadora»:

—¡Le prohíbo que instrumente para otros cirujanos!

—Oiga, doctor: usted es pobre y yo soy pobre; ambos tenemos hijos; usted no puede sostenerme; ¡permítame instrumentar para otros!

—¡Instruméntele al que quiera…!

Al fin se levantó el cirujano a trabajar, y una mañana en que otros cirujanos operaban y nuestra instrumentadora les asistía, entró el doctor a la sala, vestido de calle, cogió por el pelo a la instrumentadora y la insultó de puta y puta. Suspendido por el Cuerpo de Cirujanos por cierto tiempo, cumplió sin protestas el castigo disciplinario.

A los pocos días fue visto en la puerta del hospital, paseándose con una mano en el bolsillo. Salió la instrumentadora y se fue en bus para su casa; él la siguió en un taxímetro; cuando penetraba a su habitación, le hizo un disparo, sin herirla, pues nunca había cogido un revólver.

Examinado por los psiquiatras…, sólo al tocarle el punto de la instrumentadora se patentizaba, repitiendo: «Ella me es infiel, al instrumentar para otros».

¡Al manicomio! Cuando lo sacaban de la casa, su cónyuge se lamentó así: «¿Y ahora, quién me llevará al colegio a los siete hijos?».

Tal es la historia. Nada de sexo.

Pues sencillamente que el punto de apoyo del yo del doctor es la instrumentadora, así como el mío, hoy, es «Jovino me roba la salida a la quebrada Circe». O mejor, de ese punto de apoyo está hecho el yo del Doctor, con su «moral», «estética», etc.

Si damos el nombre de «loco» a aquél cuyo punto de apoyo difiere del tipo común a la generalidad de la gente en determinado tiempo-lugar, es «loco» el doctor… Pero, para el doctor, los demás son locos.

«Loco» es aquél cuyo punto de apoyo para la representación difiere del aceptado o corriente.

«Anormal» es mejor vocablo para este fenómeno social, pues indica que no tiene el punto de apoyo común.

Pero la representación se efectúa regida por las mismas leyes: el normal odia al amante de su mujer; el anormal, a la instrumentadora infiel. El uno mata y el otro mata. No hay diferencia sino en el punto de apoyo del yo. Todos somos «locos» para «los otros»; en sí, nadie es «loco»… Es expresión del medidor que mide consigo mismo como medida.

«Individuo» se es en cuanto se tiene un punto de apoyo propio, del cual nazca su representación o mundo del bien y del mal propio. Y todos somos «individuos», pero la vanidad nos lleva a imitar, a ser grey. Ese punto de apoyo es el tuétano de la cruz de cada cual. Pedagogo es el que ayuda a los niños a encontrarse, no el que los hace obedientes, gregarios, «buenos»… Cada hombre, pues, segrega su mundo del bien y del mal, como la ostra su casa, y por eso fuimos echados en La Tierra, ombligados, para padecernos y entender. Cuando un hombre muere, se acaba el mundo. ¿Entendéis?

¿Cuándo se acabará este mundo? Es pregunta diaria, y se la hicieron también a Jesucristo. El mundo se acaba apenas muere cada hombre; por eso es el miedo a la muerte, el miedo de aquéllos que no cumplen su individualidad o punto de apoyo. ¡Miedo de morir sin haber consumido su mundo!

Decir, como lo dicen, que el amor, el sexo, el deseo de dominio, etc., son el origen de todo, es no entender nada. ¡Es el punto de apoyo! ¡Es el ego! El ego es el lote que a cada hombre le correspondió en la Perturbación original. Y se materializa en cualquier cosa o ente: en una mujer; en La Instrumentadora; en la noción honradez o en la de robo; en destruir o en construir.

Por eso, «aquello» que se apoya en el ego es un «inteligible» (el entendiendo), algo que no puede ser visto, oído, tocado, razonado, etc. Es «una realidad» que fue puesta en la Tierra, en ombligados o yoes, para que viera, oyera, oliera, tocara, amara, odiara y cumpliera la digestión del fruto del árbol del Bien y del Mal que comió en el Paraíso; se «apoya» y conoce y tiene su mundo suyo en que es dios. Se llega a la Amencia si cumplimos nuestro punto de apoyo, si somos lo que somos, sin mentir. El punto de apoyo no vale nada en sí, sino como apoyo, y es: el sexo, la instrumentadora, el alambrado de púas, el tesoro escondido, las plantas, los animales, la física, la química, colección de estampillas o de recortes de uñas… El Inteligible (El Hombre, no los hombres) es el que vuelve al Paraíso cuando «todo el mundo se haya cumplido»; cuando todo el mundo haya sido entendido o glorificado; cuando hiciere la digestión de su deseo de ser como Dios. El que muere sin haber glorificado su cuerpo, su mundo…, pues los gusanos (él) hacen la digestión del cadáver (él)… ¡Ese es el Infierno!

El que tenga oídos, oirá. Y, ¿por qué ese Inteligible aparece en la Tierra granulado y ombligado, o sea, en yoes, en apoyos? Porque era en el Inteligible y la Inteligencia, y miró a las presencias, a mundos suyos. Apartó sus ojos de La Inteligencia y miró al Bien y al Mal.

Toda vida humana es trágica. Es la digestión del orgullo luzbélico; padecemos la carga del Pecado Original y acabamos en la puerta defendida por el ángel llamado Muerte. ¡Entonces se acaba el mundo y la posibilidad de entender!

El padre Elías es «mi huerto»

¡Serenidad! ¡Qué tormento, que mi presencia es la furia de «lo mío», desde ahora, cuando Fabricio me avisó que el Jovino hizo ya el alambrado tal como lo intentaba, sin esperar a la cita de hoy! Ayer, domingo, vino a rogarme que le permitiera ejecutar la obra, y respondíle que no, y prometió que hoy volvería los estacones a donde estaban… ¡Y era para cumplir su deseo a solas…!

Mi angustia es por la burla. Ya el inspector Lleras no hará nada; dirá que se trata de un hecho cumplido; que debo presentarme por escrito… Si así sucediere, venderé este huerto y me iré… ¿Será por «la burla»? ¿Qué grave hay en todo esto…? ¿«La burla»? ¿Así de enamorado estoy de este mi «yo», de mi huerto-yo…? Sí; es un hecho. ¡El berroqueño yo! Mi punto de apoyo es «mi huerto».

* * *

Madrugué donde el inspector Lleras. Díjome que había dado orden de citar a Jovino para mostrarle la Ley…

—¿Y quién juzgará ya, realizada su obra, si corre el cerco y destapa la salida de «mi huerto»?

—No vamos a permitir que se viole la Ley, reverendo Padre… Citaremos a Jovino y le mostraremos la Ley… En cuanto a que nosotros rehagamos el alambrado, sería violentar la Ley… Usted necesita un abogado que le forme un expediente en que aparezca de cuerpo entero la Ley. Pruebas, testigos, peritos, alegatos… Colombia es el reino de la Ley… Mientras yo sea inspector, no habrá sino homenaje a la Ley… Santander, que es nuestro padre, es llamado con razón El Hombre de las Leyes. No puedo legalmente atender a Su Reverencia, de palabra…

—¡Pero si allá están los huecos de los estacones viejos…!

—Perdone, reverendo Padre…, pero usted no es abogado; usted ignora que el único indicio necesario en nuestra Ley es «Solus cum sola, nudus cum nuda et in eodem lecto»… (y hacía al mismo tiempo un signo pornográfico con el pulgar metido entre el índice y el cordial flejados, que los colombianos llaman «pistola»…).

—¿Quiere un «tinto», reverendo Padre…?

* * *

Salido de esa Presidencia, fui a Cañafístol, en busca de un abogado… En una calle larga, como «la calle de la putería» en Marsella, que conocí cuando mi viaje a Tierra Santa, me recomendaron, de entre dos mil abogados, a uno llamado Sinsonte.

Alto, piernas muy largas y delgadas, corbatín y chaqueta cruzada.

—………………..

Sinsonte.—¡Ya, ya, ya, ya! (y hacía a cada ya un silbidito por entre los dientes montados los unos sobre los otros, como cantando, y por eso lo llaman Sinsonte. También, a cada palabra, sacaba la lengua larguita y estrecha y se relamía dientes y labios, como si las cosas del derecho le supieran muy deliciosas). ¡Ya, ya, ya…! Ya estoy empapado de su litigio… No se preocupe, Padre, que la Ley está con usted; con sus alas ampara el cerco… Es como si la viera, a la Ley, amparando la cerca con sus alas de paloma… ¡Mal año para Jovino, aunque buscara a Manodearaña…! (y hacía signos maliciosos con el índice a la oficina judicial de al lado)… Usted, Padre, va ahora a la notaría y le dice a la señorita Filomena que nos saque copia registrada de las escrituras todas por las cuales se ha trasmitido el dominio de Progredere hasta usted, y copias de todas las piezas del juicio de deslinde que ellos le promovieron a usted y que usted les ganó…, y, luego, con eso, yo le entablo a Jovino y a la loca un interdicto posesorio… ¡Ah! ¡No lo olvide! Que le saquen también copia de las hijuelas de ellos en el juicio testamentario de los tíos… ¡y que todo ello venga con la constancia de los registros…! Y, Padre, me deja ahora, para gastos de papel sellado, estampillas, compra de testigos de visu y exaudito, peritos, etc., quinientos pesos…, y trescientos, como primer contado de los honorarios, pues, como dijo San Pablo, me parece que fue San Pablo, «el buey que ara, come»…

—¿Y cuánto tardará el pleito, doctor?

—¡Oh, Su Reverencia…! Hacer triunfar la Ley es obra de romanos y nada puede asegurarse… Para lograr poseer en la Tierra a la Ley hay que atizar mucho… Pero…, pongamos dos años para la primera instancia…; dos años, para la segunda…; dos, para el recurso en casación, y dos para que la rama ejecutiva cumpla la sentencia de la rama jurisdiccional del Poder Público, que, en su caso, es el juez Congote, o el juez Lagartija, por la una parte, y el inspector Lleras, por la otra… ¡Todo el tiempo es nada, Padre, para tener a la Ley recostada contra el alambrado! ¡La abogacía es un sacerdocio! Hay tres sacerdocios: el de Celestina, la abogacía y el presbiterado. ¡Tres medianeros…! ¡No hay necesidad de recontar! ¡Son paquetes sacados del Banco de la República…! ¡Gracias! ¡Ya la veo, a la Ley, acostada en el alambrado de Progredere!

— o o o —

Escena vi

El padre Elías viviendo su pleito. Jovino y la loca. Marceliano y Rosita. «El pobre». Los espectros. Fidel Castro y Jovino.

Ayer estaba limpiando un naranjo al frente de la casa, cuando me llamaron, y era Faustino, el Personero, que venía en el Ford de Julio Buche para llevarme al lindero en donde esperaban Jovino, el juez Lagartija, los peritos, los testigos, etc., para que yo indicara y probara en dónde estaban antes los estacones de comino.

Llegamos, y Jovino, «humilde», con odio contenido, ojazos de reprimidos sentimientos enemigos, con esa humildad dolorosa y explosiva, llena de venganza, de «los pobres», díjome:

—¡Cómo no! ¡Usted, Padre, lo que pide es que corra estos tres estaconcitos…! ¡Bueno! ¡Yo los corro! ¡Era que yo creía que usted no se disgustaría por eso…! ¡Yo los correré, para que no molestemos a tantos señores por esta miseria…!

Pasé la noche viviendo que el alma de Jovino, que se crió al lado de Marceliano y Rosita, sus tíos, bajo el puente de la quebrada Circe, corriendo poco a poco, uno por uno, los estacones del cerco, es un volcán contenido por mí, y que «me arrojará», pues toda presencia destruye los obstáculos que pretenden taparla. Jovino es los mismos Marceliano y Rosita rumiando su casa y solar hechos por ellos con sus vidas, bajo el puente de la Circe. ¡Qué peligroso el ser valla para esa energía especializada, ancestral! ¡Lo mejor será vender este huerto!

* * *

Progredere es ya Jovino, Sinsonte, alambrados, el juez Lagartija y Manosdearaña…, que ayer me guiñaba el ojo vacuo de la catarata, como haciéndome saber que estaba de mi parte…

* * *

Los ojos de Jovino son grandísimos y alargados. En ellos está su alma, como resorte de acero, energía enroscada, contenida por «la pobreza». La astucia infinita del campesino: enmascara su ambición de crecer su finca bajo el puente de la Circe, con palabras y actitudes «humildes»; es odio a todo lo que se ha opuesto y opone a la ambulancia del alambrado. Todo él, envoltura y contenido, es venenoso para mí.

¡Qué terrible y horrible es «el pobre»! El que se siente «aplastado» es elevamiento en potencia; ¡el que se siente «humillado» es humillador! ¿Cómo es que no ven que la fuente de todos los actos oscuros (hurtos, mentiras, asesinatos) son «la pobreza» y «la riqueza», gemelos inseparables? Estos dos gemelos constituyen en mucho El Espectro, al que llamaremos «yo», «tú», «nosotros», «vosotros».

* * *

«Yo» me siento a mí mismo porque el aire me limita, las cosas me limitan, tú me limitas. El yo es el sentimiento de la limitación en el ilimitado que era El Hombre.

* * *

¿Sigo soñando en hacer de Progredere la Iglesia en que se amamante el que vendrá? Pero…, ¡si soy ahora únicamente el dueño del huerto! ¿Amamantar a quién? ¡Soy el que amamanta al doctor Sinsonte!

* * *

La Jovina, la loquita sobrina de Marceliano y Rosita, me gritaba el día en que me opuse a que corrieran la cerca. «Viejo cura ladrón, suspendido».

* * *

Los Jovinos, en sus yoes, son esa finquita con sus piedras, sus árboles y alambrados ambulantes: su cruz se hace patente con esos amor y odio, así: pasan a mayor sentimiento de sí mismos (amor) al crecer la finquita; y a menor (odio) con el estacionarse o disminuir su finquita. Aman lo que favorece la ambulancia del alambrado, y su odio es el padre Elías que lo detiene o hace retroceder. Me odian como el diablo a la cruz. ¡Debo irme a vivir a Las Alfardas!

* * *

Los cuerpos pasionales de Marceliano y Rosita habitan en los cercos, en la arboleda y en los sobrinos. Todo «el mal» que puedan hacer al padre Elías, lo ejecutarán. ¿Qué los detiene? El «mal» que pueda sucederles por ello, nada más. Así como, a «escondidas», arrancan los estacones, echan tierra en los hoyos y pisan fuertemente, para borrar las huellas, así mismo me destruirán a «escondidas»… Las frases y actitudes humildes, de «pobre perseguido», son el borrar las huellas… ¡Ágil y fuerte, delgado y musculado, ojos abismos, voz de leña rajada, tal es Jovino Ruiz!

* * *

Esto todo, que vivo como vivo mi cuerpo, me decide a vender a Progredere. ¡Líbrame, Inteligencia, de los espectros de Marceliano y Rosita, que habitan ahora en los sobrinos! ¡No volveré por esos lados! Del destino que aún no se ha manifestado hay que librarse entendiendo, orando por los espectros, que somos nosotros mismos, espectros todos del drama paradisíaco.

* * *

Repito: el Espectro, eso que llaman «mente» y «pasiones», se realiza con punto de apoyo en cualquier epifenómeno, ya sea colección de estampillas, mujeres, colección de colillas de tabacos, de llaves, de recortes de uñas, de plantas y animales (Mutis, Linneo), de filosofías, de anécdotas, de cirugías, de caridades, de músicas, de poesías, de átomos…; y el amor y el odio, el bien y el mal, los valores, se realizan y forman el drama con idénticas leyes, y matices y colores; sólo cambia el punto de apoyo que se tiene para realizar el pecado original. Así, los celos del cirujano tienen el mismo proceso y desarrollo que los celos de Otelo, sólo que éste celaba a «su mujer» y el cirujano cela a «su Instrumentadora» como tal, y el coleccionista cela al costalado de colillas, y «el sabio» cela «su sabiduría». Pero todos ellos tienen enemigo y amigo, odian y aman, acarician y matan, gozan, y padecen y mueren… Otelo llamaba «puta» a «su mujer», porque la imaginaba acostada con otro, y el cirujano llama así a la Instrumentadora que instrumenta a otro cirujano… ¿Entendido? ¡Y qué poco entiende «la ciencia»! ¡Llama «loco» al cirujano y llama cuerdo al que cela su colección de plantas! Así, Fidel Castro, hoy, odia a todo yanqui, porque los imagina o tiene presentes como a los que no le dejan ser dueño de su finca, Cuba, y Jovino Ruiz me odia, desea que el padre Elías desaparezca, porque el no crecimiento de su finquita lo vive como inseparable de la imagen del padre Elías, «un viejo cura suspendido y ladrón…».

— o o o —

Escena vii

Los espectros. La doble vista. El ombligo. La muerte.

Esa mañana, nubes como verticales, informes, que se prolongaban a la tierra en vapor húmedo y lagrimante; quietud, y, a ratos, vientecillos helados; oscuro, a pesar de que eran las once a.m.; silencioso, sentado allí, el padre Elías, con su lupa, sus plantas colectadas y libros botánicos, monologó de este modo:

Adquirir el don de ver los espectros y la solidaridad de los espectros, y el drama terrible que representan desde que el hombre fue puesto en la Tierra a existir, multiplicado en individualidades: eso es cristianismo. Ese don es una segunda vista, y le es dado al que cultiva el silencio y el vivir atisbando, sin atisbar, el propio espanto o larvas que uno es…; y poco a poco, como uno es eso por los otros y por todos, aparece la doble vista, y el mundo se puebla con el Gran Espectro, que se oculta tras las palabras, las mímicas, las actitudes y «actividades»: es El Hombre, ése que llamamos «el hombre» y que aparece como hombres… Tal es el Gran Espectro, y ya se principia a entender el gran peso del Pecado Original, la gran Cruz compuesta de cruces… Nacen los hombres como arrancados, y quedan con la cicatriz del ombligo, y existen…, riéndose, llorando, festejando, cantando…; están aterrados; y se tapan, se tapan, pero van, van yendo, sin excepción, a ser degollados o asfixiados… Eso es «morir»… ¿Quién ha visto a alguien que no vaya viviendo su muerte, la suya propia, desde que nace? Nacimos para ir realizando la tragedia individual, la muerte individual que nos corresponde de La Muerte o cumplimiento del destino del Hombre. Adán fue puesto en la Tierra para que «muriera». Para que existiera, pues ir existiendo es ir muriendo o cumpliéndose eso que quiso El Hombre: tener un mundo; conocer el bien y el mal; ser dios de su mundo… ¿Y has visto a alguien que muera de otro modo que acogotado, subyugado, ahogado, degollado, destripado, anonadado? ¿Has visto a alguien que no se muera todo, todo íntegro, pudor, honor, amor, odio, memoria, mente, voluntad, respiración, etc.? El nacimiento, el vivir, la literatura, la brega toda, y, en resumen, el ca-dá-ver, son evidencias de que El Hombre fue puesto en la Tierra para que gustara y se saciara de ser un dios pretencioso, avergonzado, cagado y cadáver cubierto de hediondas flores vanas.

— o o o —

Escena viii

Introspección

Estoy reviviendo mi vida. Eso es recordar… Todo lo hecho o no hecho ha sido patentización de mi yo; éste ha creado los sucesos; parecidos a mí, como mis hijos. Y si yo estuviese detrás de mí, como guía, no los hubiera ejecutado… Pero, si ellos son mi yo patentizado, ¿por qué dije antes que «si yo estuviese detrás de mí»…? Ese dualismo, ese muñequito dentro del cuerpo es lo que no ha dejado adelantar a las que se llaman iglesias cristianas. El cristianismo es desconocido. Porque no soy «yo» el que no aprueba mi vida recordada: es la Inteligencia en mí, en forma de entendiendo, en dialéctica, en forma espacio-temporal. «Toma tu cruz y sígueme». Los actos, el desarrollo de la acción es pasional-mental. Uno se dice: «En adelante no obraré, cuando sea tentado». Pero obrará. Es necesitada la tentación y la caída. «Tentación es la vida del hombre en la Tierra» (Job). El secreto cristiano es padecerla y entenderla… ¡Claro! La acción es reacción, porque nacimos ombligados, y uno reacciona como uno es: se patentiza. Pero, si medita, la Inteligencia o trascendedora irá glorificando al ombligo y el ombligo irá siendo «otro», y «otra» su acción o reacción por venir… Del orar (meditar) resulta un cambio del sujeto pasión-mente. Si no hay el estar atento y orar (entendiendo) la reacción es en cadena (dialéctica materialista).

— o o o —

Escena ix

El Silencio

Cuerpos mentales y pasionales. «Vigilad y orad».

Si hay algo que sea El Inefable, El Libre entre los «fenómenos humanos» (pero advirtiendo que hay silencios que son pasionales-mentales), es El Silencio. El verdadero, el lleno de eternidad, ése que ni es triste ni alegre, el que llega cuando ya ni reímos ni sonreímos, ni lloramos ni llamamos, porque la risa ha de ser llanto, y el llanto es risa de mañana, y el que llama, necesita. Apenas nacemos de nuevo, el silencio, ese silencio se convierte en «nosotros», como el Reino de los Cielos prometido a los crucificados o suicidas voluntarios.

Una vez que conquistamos el silencio, nos libertamos del destino. «Eso que llaman necesidad, Sancho amigo, no perdona ni a los encantados», pero los silenciosos no padecen necesidad… No padecen, pues ahora estoy entreviendo que el Jovino ama esas pulgadas de tierra de mi huerto, y que las perseguirá, y suprimirá los obstáculos, y que si el padre Elías es obstáculo con su amor a su tierrita, lo suprimirá; y que si el padre Elías conquista el silencio, no será persona del drama, o sea, este o aquel objeto, y que ya no será obstáculo para el Jovino, sino espectador del drama de Jovino. Así, el Cristo no impuso mandamientos. No ordenó dar todo el traje a quien pide la camisa, sino que expresó cómo obra el que tiene conquistado el Reino de los Cielos. Si uno diere todo el traje, sin ser el que da todo el traje, ¿qué…?

—¡Dichoso el padrecito Elías, me dice el Cristo, si conquista el no ser gallo que saquen a reñir con el Jovino en la gallera de la necesidad!

El conquistador del silencio es el que pone la otra mejilla al abofeteador, no por cobardía ni por valor, sino porque entendió y se fue de allí, de los fatales bofetones. Entendiendo es libertándose (siempre en gerundio, cuando tratamos del hombre)… El silencioso, el cristiano, es un saliéndose de la gallera sin abandonar la gallera; un estar en la gallera con otra vivencia de la gallera.

¿Dónde mora el Silencioso? Con los inteligibles, pero asistiendo al drama de los espectros humanos en entendiendo.

Por eso, tiene que morir o es mortal el cuerpo de carne, pasión, mente: porque es la forma, la individuación del Espectro.

Cuerpos mentales y pasionales

Los espectros son los cuerpos pasionales y mentales. Y los que mueren prematuramente, sin que hayan entendido esos cuerpos, habitan en sus respectivos mundos espectrales y viven hasta que el entendiendo los glorifique o consuma.

Así viven Marceliano y Rosita, muertos ya: actúan, espantan en ese lindero de la alambrada ambulante, en esos cafetales y arboleda húmeda que está al sur de Progredere. Jovino y la loquita son como títeres de sus tíos difuntos carnalmente… Y Fidel Castro está contento hoy, muy alegre, porque aplastó a los cubanos que le invadieron su finca (Cuba). Ese contento será el llanto de mañana, porque el Espectro es sucederse, y el sucederse es camino, y el camino acaba siempre en la nada, cuando no ha sido glorificado.

¡Bendito el Silencio, lo único inmortal que le es dado en este mundo al hombre, cuando nace de nuevo! ¡Pregusto de la beatitud! El que logra saborear por un instante el silencio, ya es novicio del Reino de los Cielos…

«¡Vigilad y orad!»

¡Vigilad constantemente los que gustasteis del silencio, no sea que caigáis en la tentación, en tristeza y alegría! ¡Vigilad, porque «este mundo» odia y huye del Silencio, «lugar», precisamente, en donde no hay cosas espectrales, alimento y aire de los espectros! ¡Vigilad, porque el que está vivo aún, todavía es espectro! ¡Orad, para llegar a ser cadáver completamente consumido, inexpresivo, sin causalidad! Porque todo lo expresivo tiene causalidad en cuanto tal; todo lo vivo es causalidad, y «lo vivo» es lo muerto: «Dejad a los muertos que entierren a sus muertos». ¡Trabajad de continuo, para no ser espanto, cadáver espanto, espectro habitador de alambradas, de hijos y de nietos, odio y amor, energía «vital», de eso que llaman «vital» en «este mundo»!

¿Cuánto vive un muerto? ¿Cómo nace un muerto? ¿Qué padece un muerto? ¿Cómo mueren los muertos? ¿Y quién es vivo, o inteligible, o silencioso? ¿No es atemporal el Silencio? ¡Ni nace ni muere el Silencioso! ¿Dónde mora? ¿Hay dónde en el Silencio? ¡Vigilad los que gustasteis del manjar divino, el silencio de La Inteligencia!

— o o o —

Escena x

Jovino y los rusos. La Iglesia compite con los rusos en «este mundo».

Acaba de entrar, de botas de caucho, Jovino Ruiz, a decirme sonreído: «Vengo, Padre, a decirle que apenas haga un solecito haré la obra del cerco; ¡no se preocupe!». Respondíle que no estaba preocupado, porque él ya lo había prometido. Preguntéle qué trabajaba y respondió: «Yo compré un camión y trabajo en los sacaderos de arena en la quebrada Circe, para las edificaciones en Cañafístol…».

Me produce desagrado este hombrecito.

Los rusos

Jovino y los rusos me producen desagrado. Los rusos tienen humillados a sus partidarios y a los pueblos en donde se puede vivir pobres, pero no obligados por tormentos y amenazas a vivir para… Todo va a caer en esa dominación oscura estatal de un comité político-religioso-artístico-todero: el animal del hormiguero. Y lo grave es que el hombre es esencialmente anárquico y también es gregario, pues está gobernado por la Inteligencia y por la mente. Los hombres crean gobiernos en cuanto son ignorancia y mente y en proporción a ella… El entendiendo no es sujeto de gobierno. Es el que gobierna. En cuanto pasional y mental, el hombre patentiza un dictador; en cuanto es entendiendo, se liberta de la dictadura… El gobierno es la forma objetiva de la ignorancia del hombre. Y como la gente, hoy, en general, es netamente pasional-mental…, la dictadura de la Gran Bestia pasional-mental de Moscú triunfará y destruirá muchos hombres. Los europeos, norteamericanos y nosotros decimos que somos «pueblos libres»… ¡Qué libres! Somos esclavos de «lo mío» y «lo tuyo»; del cine ese, cabaretes, prostíbulos, comercio de propaganda. El libertinaje llama a gritos a la dictadura. La dictadura moscovita nos llegará, porque está en nosotros: la patentizaremos. ¿Libres? El libre es más raro que el ave fénix. La Gran Bestia pasional-mental gobernará por derecho a las bestias, a «este mundo». ¿Y es «malo?» No. Es un hecho y todo lo que sucede es lo mismo que aquél a quien le sucedió.

El joven Kennedy, presidente de Occidente. Discursos y discursos. El que es derrota, o el que se siente débil, conflictoso, irresoluto, habla, con el fin de encontrar un razonamiento o construcción mental que le dé «seguridad». Es como el hombre triste, el que es «problemas irresolubles», que se embriaga para encontrar en la euforia alcohólica la seguridad y la afirmación vitales… Los hombres fuertes son obras; no hablan; actúan o se patentizan. Por eso, Jehová llamaba «mi hijo» a Nabucodonosor. Atila era «hijo de Jehová» también. Y lo es el Khrushchev. La acción es la que hace historia; las palabras, no. Tales hombres crean formas, acontecimientos, y luego vienen poetas, oradores, etc., que trenzan coronas para sus obras o para el monstruo que fue su obra. Sólo el acto crea acto; la palabra crea palabras, pero nunca una especie crea otras, a menos que las palabras sean tan vivas como los actos, como sucedió con Homero, que creó a todos los Aquiles que ha habido; el Aquiles su modelo era un inocentón guerrillero. Pero es porque en ciertos casos las palabras son la desnudez de la energía vital. Kennedy, con sus discursos y telegramas a los presidentes africanos y suramericanos, sólo producirá editoriales, comentarios, etc. Mientras que los rusos hace tiempo que tenían ocupada a Cuba con peritos en toda actividad, tanques y aviones. Los rusos no dijeron una sola palabra, y en dos días aplastaron a Hungría. La palabrería fue de «los pueblos libres», terrible narración de asesinatos, y los rusos nada respondieron, sino que presentaron un gobierno húngaro suyo, que dijo: «Yo fui; fui el que aplastó a los cochinos reaccionarios», y hoy es el statu-quo «sagrado». Europa, Asia, África, Oceanía y nosotros vivimos oprimidos por nuestras pasiones, libertinos; por lo tanto, el régimen soviético de esclavitud, de máquina, es el que somos o segregamos como segrega el molusco su habitación. Somos esclavos y aparecemos como esclavos. Este es el resumen: el gobierno o forma coactiva estará en proporción a la oscuridad interior de la gente. El gobierno será, pues, la tiranía del partido bolchevique.

Seguirán gobiernos cubanos en exilio; comités encuevados por ahí en Sierra del Escambray, discursos, y el resultado: hechos de Khrushchev, fusilamientos, aviones Mig, cohetes, dinero para guerrillas en Suramérica; el triunfo aplastante de la Gran Bestia, que es el fruto del árbol de la totalidad de las bestezuelas humanas… ¿O ese cine y esas actrices y actores, ese comercio, esos negocios, esas mentiras y propaganda, esa prostitución, es libertad?

Y tampoco es libertad ese fabricar iglesias con limosnas sonsacadas: «Al que diere diez, el Señor le volverá 1.000». Ni es predicar que hay que «darle» algo al pobre; ese entrar en competencia con los bolcheviques por el reino de este mundo; ese organizar la economía de este mundo. Han llegado algunos sacerdotes hasta afirmar que para ser cristiano hay que tener un mínimo de propiedad; que el reino de Dios es lograr que la pobreza tenga un límite por lo bajo: el salario familiar; que comido y bebido, y sólo comido y bebido se puede ser cristiano. Las iglesias católica y protestantes ya casi establecieron como dogma que se amará a Dios, pero siempre que «el rico sea menos rico y el pobre menos pobre»… No. El Evangelio nada tiene que ver con el gobierno de este mundo: «Nada tengo que ver con esa zorra», y «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» y su vivir fue aceptar la Cruz, padecerla y glorificarla en el Calvario, porque el hombre fue puesto en la Tierra para vivir lo que quiso, «el bien» y «el mal». ¿Quiénes son estos que dicen que Cristo encarnó para gobernar la Tierra? Son los guerrilleros del rey de este mundo disfrazados de pastores.

— o o o —

Escena xi

Experiencia del ojo simple.

Desde hace varios días, con esto del Jovino, para entrar en el silencio y desplazarme de este «huerto mío», miro por el ojo único, el que no es doble («bien y mal», «mío y tuyo», «risa y llanto»). ¡Cómo se reposa entonces! Sólo el que aprende a ser Silencio es beato. ¿Se podrá hacer eso al terminar, «morir» en silencio? ¿Entrar al Silencio en ese silencio?

¡Estacones, alambrado, Jovino…! Si algo es amable, lejos de tesoros y riquezas, amores y escenas, es El Silencio. Es la misma Inteligencia y el Inteligible. No hablar cuando uno es habladurías, no es virtud, sino represa de lo que uno es, por una imaginación. No hablar porque se es silencio, no sólo es virtud sino beatitud. ¡Es el Reino de Dios!

Allá dizque está Jovino con sus amigos rehaciendo el cerco. No he querido ir a zangolotear allí mi alma, la vida pasional del mío, tuyo y del municipio.

* * *

Vino el Jovino a llevarme a que viera que había corrido el estacón con que me había tapado la salida a la callecita, y fuimos, y así lo hizo, pero los estacones con que estrechó la calle los afirmó, desyerbó en sus alrededores y tapó muy bien los huecos anteriores que habían quedado como prueba de su doblez… Lo miré fijamente, y en sus ojos oscuros leí una novela angustiosa…

Le dije: «¡Todo esto sucede como es!».

— o o o —

Escena xii

Escena nunca vista que le dio el nombre a este acto.

«El padre Elías o
el estacón de comino»

(Novela histórica o
realidad aparente)

* * *

La novela histórica del padre Elías o del Estacón de comino (pues ya veremos cómo las apariencias o personas dichas son una sola junto con Jovino Ruiz y las dos finquitas raíces bajo el puente viejo de la quebrada Circe…); la novela histórica, repito, es el desarrollo o cumplimiento de la perturbación original en virtud de la cual El Hombre apareció predispuesto en individuos ombligados en la Tierra, para coexistir y morir.

* * *

Cada individuo representa un papel en el drama; cada persona parece un actor, pero el drama es uno, el trágico de la vida del hombre en la Tierra…

* * *

A lo que se esconde tras el rol de las personas lo llamaré El Espectro, y así diré que cada actor padece su espectro y que todos juntos padecen y cumplen el Gran Espectro; que todos padecen solidariamente, pero que en apariencia cada uno parece tener su papel, su destino propio. Pero realmente, cuando se entiende que se trata de que El Hombre quiso ser dios, tener mundo, «su bien y su mal», y que lo tuvo, porque era libre, hecho a imagen del Libre…, entonces se entiende claramente que no hay papeles individuales, sino que parece que los hubiera, porque este mundo es espacio-temporal, o sea, granulado, dialéctico, dramático. La Novela es la del Hombre; la padecen y representan los hombres.

* * *

Me fue dado asistir a un drama en que esto que insinúo y que es tan difícil expresar conceptualmente, porque está impregnado de eso otro que se vive y que parece que sólo se sospecha o recuerda como lejanísimo, que es informal o inefable, fue como si lo tocara, oliera, palpara y gustara en agonía dolorosa… Quiero decir que a causa de cierta tendencia mía innata a vigilar y atisbar, con ese atisbar que uno no puede decir qué, pero tan ahincadamente como busca un anillo de diamante el que lo perdió y que lo apreciaba como su tesoro, me encontré con este hombre llamado padre Elías y con esta su novela trágica del estacón de comino…

* * *

Cuando culminó o se consumió todo, en Cartago, en un confesionario, en uno de esos amaneceres en que el sonido de las campanas de allá es como si el cielo límpido, y seco e imponderable fuera la campana, y el badajo que la golpea fuera de allá, de donde el Hombre salió a su tragedia que quiso, entendí todo…

Y resolví comunicarlo a los prójimos, que realmente son yo mismo, en forma novelada, en cuanto al «rol», pero con absoluta inocencia. Por eso, la llamo novela histórica o apariencia de la verdad.

* * *

Y no comentaré más, pues la palabra no puede ni siquiera ayudar a la comunicación de la desnudez del suceso trágico que es la vida del Hombre en la Tierra. Al contrario, la palabra sirve para esconderse; es una defensa contra esto terrorífico, esto inefable que es nuestra vida en la Tierra… Pero al Gran Espectro lo verán todos, aun los habladores, los que se ocultaron en ambiciones, sabidurías, placeres, acción, etc., pues quinientos veinte agonizantes a cuyo final he asistido, a lo último fueron sometidos al silencio, con el cabello de punta, ojos dilatados, mirando al Espectro… Ni uno solo de estos a quienes llamamos hombres ha terminado su viaje sin ver y unificarse con el Espectro. Hasta el Hijo de Dios e Hijo del Hombre lanzó dos gritos y expiró. A esos que creen que esta vida es para hacer cosquillas, para… esto y aquello, para tantas cosas como…, dedico esta historia fiel, infiel sólo en haber dado nombre a los prójimos, es decir, a mí mismo. ¿O no vivís que el prójimo es yo, tú, nosotros, vosotros? Si los prójimos no fueran uno mismo, ¿cómo iba a ordenar Él que se amara al prójimo como a uno mismo? En fin, no seguiré insinuando de… eso que todos saben, pero que no quieren saberlo, y que tanto no lo quieren saber, que se tapan y se tapan con «el arte», «la filosofía», «la acción», etc., y logran un cierto no saberlo, tan espeso que llega a ser un ignorarlo, un tenerlo como despreciable metafísica…

* * *

Pero yo sé que les doy un tesoro, a saber: que cuando nos enfrentamos con el Gran Espectro, que es uno mismo, y lo desafiamos a un abrazo de ajusticiado con su ajusticiador, y reconocemos la verdad viva, así: «Yo soy el Gran Espectro; yo soy lo que quise ser…», ahí mismo la Angustia y la Cobardía desaparecen. Jesucristo lo dijo paladinamente a Nicodemus: «Tienes que nacer de nuevo». Nicodemus quería entrar, sin perder el Sanhedrín… Pero… la Muerte defiende la entrada con espada flamígera. Tenéis todos, hermanos, que morir en silencio, acogotados, mirando al Gran Espectro, a menos que todo vuestro vivir sea un morir, un abrazo de ajusticiados con el ajusticiador, pues entonces no tendréis que verlo de sopetón, a la hora menos pensada, en el lecho o suelo mortuorio, con el pelo parado…

Libros sagrados

¿Qué son las historias que verdaderamente son La Historia, sino eso, la narración del Espectro que se cumplió allá, allí o aquí? Las tenemos con nombres particularizados, como Job, Edipo, Prometeo, El Rey Lear, Macbeth, Hamlet, Don Quijote… La más viva, florida y esotérica es la Tragicomedia de Calixto y Melibea, que trata de cosas recónditas con apariencias de aquí palpitantes. Por eso, el juicio de Miguel de Cervantes es certero y a un mismo tiempo blasfemo: «Libro a mi entender divino si ocultara más lo humano». Certero, porque entendió que allí había de lo inefable, y blasfemo, porque aquí no se halla lo divino sino como en ciertos amargos, que se sospecha lo dulce. Quien desde aquí trate de eso…, del Inefable, como si fuera lo patente, lo racional y del espacio-tiempo, no sabe lo que dice, ni dice nada y está manoseando lo de esta vida y… esto o aquello, o lo inenarrable.

* * *

Esos libros, que el hombre lleva siempre consigo, dondequiera que habite y cuandoquiera que exista, son su historia, su autobiografía. En las clasificaciones hechas para «enseñar», les dan nombres diversos: novelas, mitos, dramas, historias, pero ellos son la eternidad humana.

* * *

Es cierto que hay novelas, cuentos, dramas, tratados, etc., que tratan de… la bulla o ruido, de la vida mental con sus leyes, de todo eso con que el hombre «cree» matar el silencio y el Gran Espectro, y tales libros son «lo actual», lo que recibe los aplausos de hoy de los asustados dueños de «este mundo», pues los hombres del día darían todo, incluso sus millonadas, por imaginación que los entretuviera, que matara el silencio y que les hiciera olvidar… al Espectro, a la absoluta e infinita soledad que es la del desterrado del… Inefable. Sí. Los premios y las palmas son cada día para los amores o bregas o andanzas movidas y «entretenidas» de él y ella y su gente, hasta las bodas o la prisión y arrepentimiento; si alguien muere durante la acción, muere «dulcemente», se queda «como dormido», o le cortan la cabeza de un tajo; y si no se casaren, se casan con otro u otra, o se entran al monasterio o a la espesura de la selva, y dicen que es novela triste. Pero estas pseudo-historias mueren, jamás acompañan al hombre por todo su camino, como las otras, que siempre van en los bolsillos secretos de los fardos del equipaje de los que tienden el oído a las voces… inefables.

* * *

La novela eterna será, pues, esto de Jovino, tal como lo vivo y desde la posición de hoy en el alambrado ambulante, en que leí en sus ojos de ciénaga la tragedia del estacón de comino, que soy yo y es él. La llevaré lógicamente hasta su fin.

A la mañana siguiente,
después de meditar…

No. Las novelas no tienen sentido sino en la dialéctica pasional-mental, y tal dialéctica es verdadera y se cumple en la vida cuando no se vive orando o entendiendo, que es lo mismo. Porque si en ese punto que dije, que llaman «la situación» los profesionales novelistas, en ese punto de mi «yo» en el alambrado de púas, con el «yo» de Jovino, los objetivo mentalmente y los prolongo en acción (espacio-tiempo), llegaré «lógicamente» hasta la escena que ya imaginé en Cartago del asesinato del padre Elías por Jovino Ruiz y su hermana loquita con una estaca hecha precisamente con el estacón de comino con que habían tapado la salida de mi huerto a la calle de la quebrada Circe…, y el drama sería de lógica cerrada…; pero si en tal punto o situación, la de ahora, vigilo y oro… y resuelvo no echarle leña a ese horno que veo tal como es, y regalo a Jovino esa vara de tierra, pues, al vigilar y orar, tal vara de tierra ya no es mi «yo», y aun dos varas…, pues se realiza eso de «a quien te pidiere la capa, dale todo el traje», y no será ya lógico y no sucederá el asesinato en Cartago… Porque tal asesinato no es sino el deseo que es Jovino de crecer su predio heredado de Rosita, y Jovino es Rosita Ruiz, y todos son la quebrada Circe, la brega con la quebrada; contenida o represada por mí, que soy una brega conmigo en un huerto de la orilla de la quebrada; con la cual se va represando, represando el deseo y, un poco más, y arrastra la tupia o sucede el asesinato en Cartago, y así se satisface o cumple el «yo» que es Jovino junto con la loquita… Eso nada más es novelas, «dialéctica materialista», la cual es verdadera, pero está comprendida por la dialéctica cristiana, así como un círculo comprende a los concéntricos que están dentro de él; no los niega, los comprende. Por eso, todo anti hay que arrojarlo; el cristianismo o entendiendo no es antimarxista sino que lo comprende; la dialéctica o Cruz cristiana no es antimarxista, sino que comprende y glorifica al marxismo, así:

Es imposible idear el futuro; por aparentemente lógico que se construya el futuro de un espectro observado fielmente, será siempre falso, pues cada suceso de la dialéctica de un espectro es una serie de complejos incitados a manifestarse en el siguiente «paso», o «apariencia», o «escena», y no vale tener en cuenta los complejos de un solo actor del drama, o de dos, o de ciento, por primeros actores que parezcan, porque el siguiente «paso», o «apariencia», o «suceso» del espectro o espectros actores es la resultante de todos los complejos o espectros humanos de ayer y hoy; todos los hombres, como solidarios, producen en su encuentro ese segundo o tercer paso o «clic» de la dialéctica o representación humana. Tomando, en general, lo que yo estoy viviendo con Jovino, en esa situación vivida de hoy, puede afirmarse, así, en globo y genéricamente, que las apariencias sucesivas serán de «males», «venganzas», «dolores» producidos por el encuentro de un «yo», que es «agrandar el predio», con otro «yo», que es «impedir que se empequeñezca su predio»; pero predecir y describir las escenas individualizadas y unidas en su futuro vital es imposible y es un entretenimiento mental imaginativo, así como esa novela lógica que imaginó o idealizó Marx, con un paraíso en la Tierra, sin clases, equivalente al asesinato del padre Elías que yo imaginé, y luego darse a maltratar a los hombres, a encerrarlos, a lavarles el cerebro para que suceda «esa felicidad en el futuro». Por eso, los grandes Profetas nunca predecían las escenas en concreto, sino que anunciaban males o bienes en abstracto, lo cual sí es propio del entendiendo, de la Inteligencia en nosotros.

¿Y qué decir del procedimiento de tomar una situación final, vista, oída, o leída, por ejemplo, un suicidio de tal joven casada, que se arroja desde el balcón a la calle con su hijita, y reconstruir el nacimiento y desarrollo de ese suicidio? A primera vista parece menos imposible, y este método lo usó el difunto Dostoyevski, pero es tarea meramente mental y emotiva, pues la vida es unitotal; no hay de donde enfocarla. ¿A dónde se sale uno para enfocarla? ¿Cómo se sale uno de uno mismo? Por consiguiente, la novela o engañosa imitación de la vida es tarea tentadora en extremo para la mente, pero siempre será imaginación. La Novela es la vida misma, el Hombre en la Tierra, puesto con ombligo en ella.

Tercera escena
de mi novela

Vino a visitarme Matías Hernández, el poeta y proyectista que hace días me visitó para leerme los 40 puntos de su programa para hacer felices a los hombres, tales como un «día sacrificial» en que cada uno iría a quemar dineros, muebles y frutos de la tierra en el «ara de la libertad». Hoy trájome el cartel que piensa publicar en las carteleras, en que desafía a duelo a muerte a Fidel Castro, duelo que se efectuará en «la ciudad dividida», Berlín, y cuyos testigos serán Lenin, Bolívar y Washington, etc.

—Pero Matías, ¿por qué va a matar a Castro…? Medite y verá que es para que usted, Matías, reine o realice su programa de los 40 puntos, pues usted y su programa son uno mismo. Y si Castro lo matare a Ud. en el paredón, será para que Castro, el paje de los rusos, reine y no reinen Matías, ni los sacerdotes, ni los azucareros yanqui-españoles, etc. Siempre que discutimos, peleamos o matamos, es para que no nos quiten el reino o para conseguirlo. Toda la actividad idealista humana es para que reine alguien disfrazado de cuarenta puntos. ¡Y eso es mortal, el «yo»!

Cuarta y última
escena de mi novela

Sigue mi novela así: que no me he asomado al lindero, a ver si Jovino corrió a su antiguo puesto los estacones ambulantes, por miedo… Como el Personero dio la orden de citarlo para obligarle a ello, y como yo estaba viendo en sus ojos ese espectro y novelándolo con lógica conceptual, hasta aquella escena en Cartago, temí; me figuré la diabólica «realidad» y temí… Anoche me miré la hernia epigástrica y sentí el dolor de la desgarradura al hundir y revolver por allí el chuzo labrado del estacón de comino que le obligué a correr. Desde anoche odio este huerto y odio las novelas… Y ahora, con la visita de este «loco Matías», con su cartel de «cósmico desafío a muerte a Fidel Castro» y su decisión homicida de quebrada crecida en invierno crudo…, aquí me tenéis preguntándome: ¿qué diferencia entre Jovino, ese lindero, y yo, dueño de Progredere, y Matías y Fidel Castro? Decido ya: regalar el Huerto a Martina. Sé que ésta ama a Jovino; Jovino no la ama, sino que se entretiene con ella; Julio, el chofer, la ama; es borracho perdido. Si regalo a Martina el usufructo, que se consolidará con la nuda propiedad el día en que se casare…, Jovino se casará con ella, y, así, evitaré «males» y haré «bienes» a mucha gente…

— o o o —

Escena xiii

El padre Elías regala el Huerto a Martina. Explicación del nombre y de la leyenda que había en la puerta del huerto. Martina y Jovino se casan. Traslado a la Casa Vieja. La parábola de las hojas de aesclepias curazavica (lombricera).

Al día siguiente fuimos en el automóvil de Julio Buche a Cañafístol, al Notario…, y:

«… hago donación a la señorita Martina Solórzano del usufructo de un huerto, con su tierra, casa y mejoras, alindado: por el frente con el camino de Entremontes a la Fe y Esperanza; por el sur, con callecita orillas de la quebrada Circe; por occidente y norte con caminos vecinales. La nuda propiedad queda del suscrito donante, pero se consolidará con el usufructo en cabeza de la usufructuaria el día en que se casare, y por el hecho de casarse», etc. Los testigos fuimos Jovino, el padre de Martina y yo, Fabricio.

* * *

A los dos días de la escritura fui a ayudar al padre Elías a arrancar la puertecita vieja del Huerto, que fue lo único que se llevó para mi casa, a donde se trasladó él con la puerta dicha, y la Biblia vieja, y la Imitación de Cristo, antigua…, y la camita…

Apenas arrancamos la portezuela, al mediodía, sentados en la gran raíz del Pisquín (albizzia carbonaria), a su sombra, me explicó el enigma del nombre y de la leyenda. El nombre era Progredere, y al lado la leyenda, que fue y es un enigma en Entremontes: Cave canem seu domus dominum!, que traducido es: «¡Cuidado con el perro, o sea, con el dueño de la casa!». Díjele que le había hecho falta un perro para justificar esa leyenda que en letras tan hermosas en madera le hizo don Florín… Contestóme:

«El perro soy yo mismo». Y el «¡cuidado con el perro!» es una advertencia a mí mismo; por eso dice: «¡Cuidado con el perro, o sea, con el dueño de la casa!». Tengo que vigilar al perro que soy. Ya lo dijo Job, que tentación es la vida en la Tierra, y el señor Jesucristo enseñó así: Vigilad y orad para no caer en la tentación. El nombre Proseguir es para recordar que vivir es irse yendo o ir apreciando el presenciarse la Realidad en presencias o vivencias. La vida o el viviendo es don gratuito de la Inteligencia, para que seamos Ella. Por eso: las palabras son las moradas de las presencias. Y Jesucristo dijo: En quien orare (abrirse el Ser), el Padre, El Espíritu Santo (Inteligencia) y yo haremos nuestra morada… Todo esto se puede traducir así, Fabricio: Proseguir con la Cruz es vivir. ¡Ten cuidado contigo mismo! Si no vigilas y oras, te morderás (caerás en tentación). Hay algunos, Fabricio, que dicen que insulto en mi persona a los sacerdotes; que al llamarme perro, quiero indicar que tengan cuidado con los sacerdotes, que son perros… No. Quise decir que cuando a uno lo consagran de sacerdote, debe estar solícito en vigilar al perro que todos somos, pues… para vigilar «al rebaño» hay que vigilarse a sí mismos.

Una hoja arrancada, y otra caída

Dicho lo anterior, el padre Elías estuvo quieto y silencioso, como mirando, y al rato se levantó, se acercó a una planta lechosa, de esas que llaman asclepiadáceas, porque las dedicaron a Esculapio; me hizo señas de que me acercara; arrancó una hoja y me señaló la herida, que manaba gotas lechosas; luego movió apenas una de las hojas que estaban secas, que cayó, y me indicó cómo allí no manaba el jugo lechoso… y, al rato, me dijo:

«¡Estoy en oscuridad y herido, Fabricio…! Estoy sintiendo que “lo mío” y “lo tuyo” viven ahora más que siempre. Goteo propiedad y mente (que son el Diablo), como la herida de esa hoja arrancada. Este huerto no estaba muerto en mí; era mi cruz, y la arrojé violentamente, por haberme puesto a imaginar y conceptuar, a fabricar novelas, con “miedos”, “esperanzas” y “virtudes”. Vivo ahora que seré una carga para ti, que viviré arrimado a ti. ¿Entiendes? “El mío” y “lo tuyo” soy yo, y con esta donación pretendí comprar la beatitud, por haber filosofado… Ya está hecho; ya revivifiqué mi cruz con la mente… Vámonos con la puertecita y con los dos libros; ahora enviaremos por la camita que “es muy mía”, el palenque en que tendré que luchar y entender todo, porque escrito está que todo, todo se cumplirá antes del fin de “este mundo”».

Se casan Martina y Jovino

A los dos meses, tal como lo había previsto el padre Elías, se casaron Jovino y Martina. Porque Martina deseaba a Jovino y Jovino deseaba agrandar su finca, que ya era Martina. Y Julio Buche amaba a Martina y conducía borracho, siempre borracho…; y el padre Elías había soñado con las manos de Martina, persiguiendo «la beatitud». Al «hacer feliz» a Martina, comprando «la felicidad» de ella con «el Huerto», éste fue el precio de la «felicidad de aquellas manos», o sea, de la satisfacción de su yo… Así fue como entendí la escena que me hizo el Padre con la hoja verde arrancada y con la hoja seca caída.

Fin del segundo acto.

— o o o —

Acto iii

El padre Elías agonizando,
muriendo y viviendo muerto

Dedicatoria

A Juan xxiii,

porque entiende que el Cristo vive en todos, y porque padece a los que creen que el Cristo son ellos. ¡Oh, Inteligencia, ayuda a tu siervo, el Buen Viejo, a vencer a los encantadores que lo tienen preso en el Vaticano, como a rey de este mundo!

Prólogo

En este tercero y último acto, muchos arrojarán el libro, porque se trata de apariencias que aún no han aparecido en «esta vida», pero que ya amagan.

Se trata en él de la fenoménica de la glorificación del núcleo del «yo», que es la vivencia de «lo mío» y «lo tuyo», la cual lleva implícito «el deseo de vivir eternamente», que, por ser la raíz misma del «yo» (el diablo), sólo se glorifica con intensa y constante oración (oración es abrirse en forma de nada a… lo Inefable).

«El deseo de ser», de «eternidad del “yo”», es el Rey de los demonios mudos de que nos habla La Verdad, El Camino y La Vida. Es… ¡Luzbel!

Fabritius Sacristán

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Escena i

Meses de oscuridad. Sucesos oscuros. Nace Nicodemus, el hijo de Martina. Jovino en garras de sí mismo. Julio Buche poseso de la demencia alcohólica. El padre Elías en la oscuridad de la mente.

Esta parte la escribo casi totalmente yo, Fabritius, porque hay muy pocas apostillas del padre Elías, en sus libros. Entre las pocas, hay ésta, cuando le avisé que el hijo de Martina nació con las piernas secas y torcidas, y una estrechez en la aorta; idiota…:

Apostilla sobre el hijo de Martina

«¡Hay tiempos simplones…! Este mío de hace meses es como una sopa de agua tibia, sucia, en que flota un trocito de carne vieja, seca, sin jugo…

Sí. Este mi tiempo es vacuo y sin horizonte… No hay sino una cama en Progredere, en El Cafetal, como dicen ahora, en donde chilla el feto de “lo mío” y “lo tuyo”, Nicodemus, porque tendrá que nacer de nuevo, más allá, más allá, porque es el hijo de “la propiedad”: y soy yo, que quise comprar… ¡lo Inefable!

Tiempo vacuo, ilímite, y flota en él el hijo de Martina, de “aquellas manos”, ¡el hijo mío…!

Pero atisbando, atisbando, el tiempo vacuo es Khrushchev, gordo, apoplético, que se afirma como La Historia. Y Elías se afirmó como “la virtud”…

En la sopa turbia y simplona flotan los dos fetos del mundo mental: Nicodemus y el Sputnik, hijos de “lo mío” y de “lo tuyo”…».

* * *

Con esta apostilla y con las pocas que se verán, yo puedo redactar a lo vivo y responsablemente esta tercera parte…

* * *

Fueron meses de infierno… Le arreglé al padre Elías su camita de toda la vida en el cuarto al lado del salón de la entrada, que fue en donde nació; y, como no duerme casi, sino que pasa las noches sentado en una silla vieja, ancha, de vaqueta, con las piernas en un taburete al frente, en el salón, luego de la puerta de su cuarto, le arreglé muy bien la silla, taburete y una manta pequeña. Porque yo nací en el cuarto del fondo, cerca del patio, pues yo soy Elías Casavieja… La vieja Pepa nos cocinaba y cuidaba; dormía en el cuarto del patio, que da al arbolado.

* * *

—¡No es el mismo, Fabricio…! Ya no lo conozco, yo que vivo con él desde hace 55 años, cuando se ordenó… ¡Ponerse a regalar su casa! Él tiene sus manías: ¡sin árboles, sin naranjas y sin muchachas que vengan a pedirle frutas…! Estos señores Elías son desquiciados, todos; ¡el difunto, el viejo Elías…! ¡Y no come ni duerme…! ¡Pero, Fabricito, si él podía ser canónigo y hasta obispo de Sonsón! Vea que yo conocí, donde los señores Marulandas, al que es obispo de Sonsón, que es sobrino de ellos… Como era gordito, muy puestecito, con los ojos elevados, pues se hizo querer del Cardenal, ¡pero el padre Elías con esas sotanas «cogepuerco», zapatos «boquiabiertos» y ese mantenerse hablando mal de sí mismo…! Ya lo ve, Fabricito (señalando con el dedo en la dirección del rincón del padre Elías), allá se pasa los días y las noches, sin comer ni hablar, entelerido como un pordiosero… (Se limpia las lágrimas con el dorso de la mano). Lo que soy yo, Fabricito, si sigue así, me largo para Cañafístol, donde la sobrina… ¡Si no fuera porque me da lástima…! Pero, hágame el favor de decírselo, que si no come y duerme, me largaré de esta casa…, etc.

Malas noticias

¡Y qué noticias las que se recogían en la plaza del pueblo! Que Jovino apaleó a Martina, porque no entró el café que estaba secando en costales al frente de la casa, cuando el aguacero que tumbó las grandes ramas del pisquín herido por el rayo. Y que, al golpearla, le gritaba: «¡Velera tuntunienta del cura!». Que Julio Buche bebía de día y de noche, en inconsciencia absoluta… El día en que se supo la muerte del marido de la sobrina del padre Elías, fui a buscar a Julio, para que nos condujera a Cañafístol, y me contestó:

—¡En mi Ford no montan curas suspendidos y regaladores de fincas!

* * *

Cuando el padre Elías supo esto, que hubo que contarle al no poder llevarlo a casa de su sobrina, se estremeció y dijo:

—Así es, como lo dice Julio.

* * *

Y así pasaron quince meses. No hablaba ni comía casi nada. Ni leía ni escribía. Hay apenas unas pocas apostillas dolorosas, iguales al aire, agua y cielo de ese tiempo angustioso. Dicen, las que vienen al caso:

«Un dolor sordo, como un soplete que me quemara allá en el centro de hígado, pulmón derecho, riñón derecho, apenas me acuesto, y que, dormido, se confunde conmigo y soy esto totalmente que expreso así: “¿Cómo salir? ¿No hay para dónde?”. Es como si fuera dolor, más dolor, más dolor, etc., y no hay fin ni salida. Y la vida se me presenta como un dolor sin salida, quieto, creciendo, creciendo…».

* * *

«Anoche yo era dolor. No podía decir “me duele”, sino “soy dolor”, y desperté y me oí que decía y repetía: “¡Mamacita, mamacita, papacito, papacito!” y estiraba las manos, invocando, pero en vano».

* * *

«Anoche, dormido, viví que yo era simoníaco, que había querido comprar y hacer el Reino de Cristo con bienes de este mundo; comprar las bienaventuranzas con Progredere».

— o o o —

Escena ii

El padre Elías noctámbulo. Benedo, el carnicero, y su hijo Doslenguas, lo llevan a casa, al amanecer, como si fuera una res destripada. Don Pío, su médico, lo cura y nos conforta. Julio Buche detenido, y confesión del padre Elías al Inspector.

En la última quincena del mes de diciembre, cuando principia ese verano andino sin par en otras latitudes y longitudes, en que cielo y aire son diáfanos y la vegetación comulga con los animales en el afán vital, el padre Elías se hizo noctámbulo, y Pepa y yo vivimos noches angustiosas. Apenas pardeaba, el padre Elías, con su vieja y corta sotana (sotana cogepuerco dicen en el pueblo), el sombrero eclesiástico de anchas alas tiesas, que fue peludo hace cuarenta años y que ahora es color de ratón pelado, se iba de la casa, no se sabe para dónde y regresaba con el día… A mis súplicas, contestó:

—¡No te entremetas, Fabricio, en el vivir de otros, como yo, que me entremetí en la vida de Jovino, Martina y Julio Buche, por orgullo mental, «para hacer el bien con un pedazo de tierra», para «hacer el reino de Cristo en este mundo con un pedazo de tierra “mía”»…! ¡Lograrás hacer con ello tu propio reino y nada más…! Nosotros, los hombres de la Iglesia, hoy, pretendemos «hacer la paz», la paz en la Tierra, el Cielo en la Tierra; y así, hoy, estamos en competencia con los que pretenden lo mismo: el Paraíso en la Tierra… Parece que eso está escrito en el Libro: que se padezca también y principalmente ese orgullo satánico (del «yo» o «mente») de que en la Tierra puede haber «paz justa», como si vivir no fuera drama esencialmente. El Paraíso, repartiendo los frutos «con justicia». El mundo mental de Carlos Marx lo padeceremos todos: allá y aquí, en la barca de San Pedro y en el Kremlin; esa fue la Perturbación Original: la Mente, la astutísima Mente, animal callidissimum, con dos bellísimos ojos: El Bien y El Mal. Recuerda lo que Él dijo: «No he venido a traer paz entre los hombres, sino guerra; he venido a que “este mundo” arda, y estoy ansioso porque arda pronto»… ¡Ocúpate, Fabricio, de tu cruz, y con ello te ocuparás de la mía!

* * *

Era muy duro con los demás en ese tiempo. Siempre lo fue, pero envuelto en humildad, antes del regalo de su huerto. Durante esos quince meses que precedieron al incidente que se leerá, era durísimo en el trato consigo mismo y con los demás.

* * *

Y el veinticuatro de diciembre, luna creciente, casi llena, cohetes y festejos en campos y veredas, en pueblo y montañas, y humanos, bestias y vegetales subyugados por la eternización de esta vida, no retornó ni a la media noche, ni a las dos, ni a las cinco, con llanto y lamentos de la vieja Pepa, angustia oscurísima en mí y en Restrepón, a quien avisé, y… a las seis fueron entrando por el puentecito de palos que hay sobre la quebrada Circe, y que es la entrada a Casavieja, Benedo, el carnicero, y su hijo púber Doslenguas, con el cuerpo ensangrentado del padre Elías: Benedo, gordo, grasoso, vestido el tronco con franela ensangrentada y sin mangas, y Doslenguas de calzones nada más; aquél lo traía cogido por los sobacos, y éste, por las cañas, arriba de los tobillos, y el cuerpo formaba así un como arco cóncavo; la sotana barría el suelo y venía pesada de sangre, polvo y suciedades. Doslenguas traía puesto el sombrero eclesiástico del Padre…

* * *

En un abrir y cerrar de ojos traje a don Pío, su médico, que nos confortó diciendo:

—¡Vive! El fémur derecho roto aquí, pero no desastillado; contusiones en espalda, cabeza y piernas; muchos hematomas y raspones por todas partes, y… ¡la sangre, que es escandalosa…!

* * *

Lo entablilló, sobó, lavó, curó y acarició despacio, despacio, como a un niño. El Padre estaba inconsciente, almadiado…

* * *

—Vamos ahora juntos, Fabricio, y trae la poción, para que le dé cucharadas cada media hora, hasta que vuelva…

* * *

El padre Restrepón insistía mucho en eso de llevarlo a Medellín, a la clínica, pero don Pío lo atajó diciendo:

—¡Recuerde, Padre, a Palillo Elías…! Yo lo tenía sostenido, durando, consumiéndose, que es el destino de todo viviente, y ése del Centro de Salud se lo llevó a Medellín… y quince inyecciones arreas de químicos dilatadores arteriales, una sangría, narigueras con oxígeno, y se quedó… «como dormido» dicen esos doctores. La Medicina mental, como la llama el Padre, es «poderosísima»: veni, vidi et dormivit… Espérese a que vuelva el Padrecito y le pregunta si quiere ir a Medellín, a la Clínica Ventosa…

* * *

Don Pío amasó, batió, coló, despacio, despacio, una mezcla de cabezas de adormidera, cogollos de melisa y algunas plantas crucíferas diuréticas; el todo, con miel de rosas, y, mientras iba vaciando el fármaco en el hermoso frasco, me decía:

—¡Dele cucharaditas…! Esta es la poción para el viejito… Déselas, Fabricio, y no se preocupe, que todos nos vamos muriendo…, ¡pero que no sea con ese escándalo de acogotar a uno con la hipodérmica y con la ventosa de la cuenta…! Esto es por cuenta mía… ¿o le quito la sotanita vieja…? Él se está apagando como un cabito de vela, dulcemente… Cuando se acabe el sebo, se apaga… Échele sebo, en la Clínica, y se pone a chisporrotear y se ahoga, como el perro del maestro de escuela, que boqueaba y chapaleaba y fue un escándalo… ¡Cuídelo como a un niñito, Fabricio…!

* * *

Y todavía, cuando iba lejos, en la esquina de don Lino, me gritaba desde el quicio de la botica:

—¡Como a un niñito, Fabricio…! ¡Y mucho ojo al padre Restrepón, que sueña con Dihidroclorotiazida…! ¡Estos (y señalaba con el pulgar hacia el Centro Departamental de Salud e Higiene) son los pajes de la Industria LUA…!

* * *

Pronto comenzó a volver el padre Elías, como delirando feliz con algo y alguien muy amados, pues repetía de seguido: «¡El Caballero Clavero…! ¡Esas manos! ¡Tú eres las manos, Clavero!», etc. A la media noche, al preguntarle la vieja Pepa qué le dolía, dijo que nada, que eso era antes, cuando le dolía todo. ¡Ahora nada, nada!, y se quedó profundamente dormido…

Julio Buche preso

Al día siguiente supimos en casa que Julio Buche estaba preso «porque había atropellado al Padre con su automóvil». Así dizque lo declararon unos jovencitos venidos de Medellín a pescar en los charcos del río Cañafístol, que durmieron en La Fe y que desde lejos vieron la escena, cuando madrugaron para su pesquería.

Al saber esto, el padre Elías recobró toda su lucidez y energía y me ordenó que fuera por el Inspector inmediatamente.

* * *

—Yo estuve durante esa Nochebuena paseando por los arbolados y veredas del río Cañafístol, como en mi niñez, solo, gozando de la noche apacible y que, con la luna creciente, parecía un día dormido. Ya tarde, a las cuatro de la mañana, de retorno a casa de Fabricio, que es mi casa, me senté a descansar en una piedra plana que está cerca del paredón que nos recuerda la casa vieja de los Solórzanos, en esa curva casi cerrada que hace allí el camino. Cuando comenzaron a apagarse las estrellas, me levanté, y cuando apareció el automóvil de Julio en la curva, ya me había atravesado en su camino. Yo fui el que me atravesé. Julito no me vio ni podía verme, y, como soy muy flaco y él conduce todo ensimismado, no hubo vibraciones… Así, señor Inspector, fui yo el que me atravesé al Ford de Julito. La culpa es de este zurumbático padre Elías. ¿Preso Julito? Eso es pagar justos por pecadores… ¡Es el padre Elías, que siempre ha vivido soñando con ese mundo desconocido del suicidio…!

* * *

A Julito lo soltaron, y el Inspector y Santamaría, el secretario, regaron por Entremontes y Las Alfardas lo que todavía se repite de «ese loquito Padre, el suicida».

— o o o —

Escena iii

Días de vida apacible y muy feliz. Apostilla del «suicidio». Paseo a Betania, la finca del señor rico de Medellín. Dioselina y los perros. Apostilla de la Amencia y la Demencia.

Siguieron meses de vida apacible, la mejor desde que nací; la casa y la arboleda, la quebrada, el cielo y el aire eran como «encantados»; la vieja Pepa canturreaba en sus quehaceres y preparaba sopas y lamedores para el Padre, que los recibía deleitado. Era como si no supiese nada y todo fuera deleite; como si no hubiera diferencias: si llovía y si no llovía, cara de gloria; si dolía o si no dolía, lo mismo. Creo que ni sabía que era sacerdote, ni que era hombre y no mujer… Pero de vez en vez, luego de algún incidente, recuperaba su estado anterior, y en esos instantes era cuando escribía las apostillas, las pocas que dejó de ese tiempo de su beatitud. Luego recaía en ese estado como atemporal que he dicho. Precisamente cuando se retiró el Inspector, luego de su confesión, fue cuando escribió lo que he llamado «apostilla del suicidio» y que dice:

El suicidio

Aquí está el florido vergel que se llama Suicidio. Es un mundo esférico, que encima es el vergel, y debajo es sombrío, tenebroso, de silenciosas lamentaciones y gritos; arriba es el suicidio por la Inteligencia, y abajo, por limitación-afirmación-distinción; arriba, la cruz glorificada o entendida, y abajo, presentismo-amor-odio.

Suicidarse en el vergel es ir entendiéndose como relatividad; como afirmaciones-negaciones necesitadas de lo que uno es: coordenadas; entendiendo en coordenadas; o de lo que uno va siendo: desplazamiento o trasmutación de coordenadas por cuantos de entendiendo, y el Suicidio es la vivencia de que somos viajeros caducos en la vida, hojas secas del árbol de la Vida…; y el suicidio de abajo es presencia del mundo de nuestras coordenadas pasionales-mentales, presencia sin posibilidad; callejón sin salida, presencia objetivada como el Ser (Dios)… Y ambos son el mundo del suicidio: La Inocencia, que es la vivencia o comprensión de todo en uno: bien y mal; feo y bello; homicida y homicidado… Es la santa idiotez…, la beatitud…; y allí, abajo, está el suicidio violento, el enemigo, la afirmación y la negación, el lindero, el odio y el amor, y, por último, el destruirse a sí mismo con una bala, un cuchillo, un veneno para así afirmarse a sí mismo como Dios. No mentí al Inspector: desde que me conozco, habito en el mundo del suicidio que tiene en su centro, en un montículo, como a su Rey, al Crucificado.

Ahí tenemos este bello mundo esférico, que llaman los que viven El Mundo del Suicidio.

Paseo a Betania, donde el rico

—¡Hay que sacarlo a paseos, Fabricio, como a un niño! Esa circulación está perezosa, cada vez más perezosa…; por instantes, brinca el corazón, represado por esas arterias escleróticas, y por eso los dolores y ese quejarse de que algo le brinca ahí, en la aorta descendente; luego, con las pociones, volvemos la calma; se compensan corazón y arterias, pero cada vez a un nivel más bajo, más cercano de a donde todos vamos… Llévelo a paseo, Fabricio, despacio, sin tumultos ni emociones fuertes…

* * *

Para cumplir con los consejos de don Pío, un día en que lo visitaba don Vicente, su amigo rico de Medellín que lo invitó al Ranchito cuando la conferencia socrática, convinimos en llevarlo a conocer una de esas haciendas hermosísimas que tienen en La Ceja y en Rionegro los millonarios de Medellín.

No recibiré el paseo, pues mi objeto es el de llegar a la apostilla que escribió esa noche, al regresar, acerca de La Amencia, pues en esta apostilla está narrado lo esencial de ese día.

La Amencia

Entiendo por demente al que tiene mente, o sea, los primeros principios nacidos de las coordenadas humanas, pero de coordenadas humanas en desarreglo.

Entiendo por amente al que vive en la Inteligencia y ya no tiene mente; ya no piensa sino que vive; es el Inteligible y la Inteligencia. A eso lo llamo también Sabiduría y Beatitud.

¿Que la sabiduría-beatitud no se parece mucho a la idiotez, y que la «ciencia» o sabiduría mental no se parece al choque angustioso de dos ejércitos enemigos?

Pues observad a la señorita Dioselina, la muchacha silenciosa que fue con nosotros al paseo a la hacienda del millonario… Los astutos de este mundo la llaman «tímida». No habló. Miraba como sin mirar, cuando el señor le explicaba el ordeño y manejos con la leche, los yerbales raros y de virtudes mágicas; le explicaba las herencias y cruces de razas… Y llegados al patio-jardín de la perrera, la muchacha, con los ojos iluminados de felicidad, se fue acercando a las jaulas de las fieras, con pasos, ojos, figura y movimientos de vida libre, de la libertad de la Inteligencia. Y el perrazo que estaba fuera, encadenado, ladraba amenazante hacia nosotros. El señor rico gritaba:

—¡Cuidado, señorita! ¡Son unas furias! ¡Ese cuatrojos que está encerrado ha matado a dos peones de los yerbales…!

Dioselina siguió acercándose, hablándoles amores, con las manos extendidas, como hacen los que hallan a sus seres queridos después de mucho tiempo… Y el perro se echó a sus pies; ella le acariciaba la cabeza…

—¡Ése sí no, señorita! ¡Ese cuatrojos la mata! ¡Cuidado!

Era porque la muchacha introducía las manos por la jaula, llamando a Cuatrojos… Éste se fue levantando y se acercó…

—¡Cuidado…!

—¡Pero si no es bravo! ¡Vea cómo menea el rabito…! ¡Querido, querido Cuatrojos…!

Y ahí están acariciándose los seres inocentes, los que son ya la Sabiduría y la Beatitud…

Y el millonario, hombre de mente poderosa, capitán de todas las industrias, el rey de «lo mío» y de «lo tuyo», pretendió, humillado por Dioselina, acercarse a sus perros, a su propiedad, para cuidar a su visitante… Los perros se pararon firmemente patiabiertos y gruñían, mostrando sus bellísimas dentaduras enemigas. El señor retrocedió, y la muchacha del silencio acarició y conversó amores con los perros, es decir, consigo misma, es decir, con el Universo mundo.

Los perros dizque eran los perros del señor rico, y eran los perritos lindos, queridos, de Dioselina.

¿Cúyo es el Universo mundo? ¿Quién es sabio? ¿Quién, la Beatitud?

Ahí tenéis el bello mundo de la Amencia, meta gloriosa de los crucificados, reino de los cielos a que nos lleva la Inteligencia en la cruz. Suicidio y Amencia, puertas del Paraíso, si no el Paraíso mismo.

— o o o —

Escena iv

Entrevista nocturna con Julio Buche. Éste se convierte en otro, el Caballero Clavero. Apostilla acerca de «Cristo arrojaba los demonios».

Desde la noche en que volvió en sí, fue una cantaleta de que le llevaran a «Julito», y aun en su delirio de antes de recuperar su conciencia normal (si eso puede llamarse normal), lo llamaba apodándolo Caballero Clavero, sin que supiésemos entonces de qué se trataba. No una, sino cien veces, le rogué a Julio que visitara al Padre, que lo llamaba con insistencia. Él se limitaba a levantar los hombros, ese gesto desdeñoso con que se expresa algo así como: ¡Qué tonterías! ¿A mí, qué? ¿Qué me va?

Y una noche, ya avanzada la oscuridad, una de esas noches lloviznadas, llovizna tenaz e inacabable, que eterniza la simpleza y como suciedad turbia del ambiente todo; nublados andinos, nubes echadas como aves incubando, que empapan los llanos y se acuestan en laderas, fue entrando como a su casa, al cuarto del padre Elías, el Julio Buche, sin mirarnos siquiera a la vieja Pepa y a mí, que rezábamos en el salón alumbrado por un cabo de vela.

Esto ocurrió a los veinte días del atropello, dos meses antes del paseo a la finca del hombre rico de Medellín, de que trata el capítulo anterior, pero muy adrede lo dejé para después, cuando los lectores estuvieran más al tanto de esa «conciencia normal» del Padre. Pues se trata de novela de aventuras novísimas, en que la gracia de las aventuras está en el eco que produce el suceso aparente en el caballero andante, que en este caso es el entendiendo, o Inteligencia en nosotros, y, así, como este capítulo es dificilísimo, lo dejé para ahora, cuando el lector puede estar preparado por lo que precede de La Amencia y de los perros bravos. Si no estuviere preparado con eso, léala o déjela, será como lo de aquel villano que «aprendió a leer», y encontró un escrito en latín, y lo ponía al derecho, de lado y al revés, y exclamó: «¡Hideputa vida, que ya se me olvidó leer!».

Fue entrando, digo, como Pedro por su casa, a donde estaba reclinado el padre Elías, y a poco se entornó la puerta y adiviné que estaban viviendo comunalmente la aventura del atropello.

Como pasara una larga hora y la vieja Pepa principiara desde hacía rato a rebullirse inquieta y a hacerme señales de intervenir, y como él no tenía ni secretos de confesión, abrí la puerta y me entré: Julito estaba sentado al borde de la cama, con mirada alegre y viva; el Padre recostado en la baranda de la cama, tenía su pierna quebrada encima de los muslos de Julito, que se la acariciaba.

—¡Vea, Fabricio, que este Julito creía que me había atropellado de propósito! Pero ya le conté muy por menudo que fui yo, que me atravesé en su vida y en su camino con eso de regalar el huerto a Martina, pues fue para que se casara con Jovino y no con él…, y que, en realidad, lo regalé porque yo también deseé las manos de Martina… Que así fue como la pérdida de su Martina fue su dolor grande, que él veía representando, como es la verdad, en la figura mía, y que, como él conduce el Ford, dormido, porque el camino, de tanto irlo y venirlo es él mismo, y de tan gran dolor como fue para este Julito el matrimonio de Martina, mi figura también era como atravesada en su camino… Julito se confesó conmigo, Fabritius: me dijo que él me había atropellado; y yo le expliqué que no, que fui yo, el sacerdote, su pastor, el que al causarle ese dolor, por orgullo mental, por creerme muy sabio, y por egoísmo pasional, me arrojé contra él y su automóvil. Pues, mire, Julito: si me encontrara ahora, ¿me arrojaría el Ford…? ¡No! ¿Ve? El que me echó encima el Ford no eres tú. Fue otro. Y por eso se dice que estás lavado, que eres otro. Ahora, Julito, tú eres para mí, y lo serás para todos, el Caballero Clavero, el que me abrió la puerta de esta alegría en que vivo desde esa noche. Desde el regalo del huerto, yo era un callejón sin salida, y apenas me topé con tu Ford, me abriste la puerta de la Inteligencia y te bauticé Clavero. Julio Clavero. Así te llamarás siempre desde hoy…

Y cuando abriste la puerta y entraste, Fabricio indiscreto, Julito acababa de bendecirme en señal de que no soy yo el que casó a Martina, sino que fue uno de esos que en la pobre barca de Pedro quieren hacer el Reino del Cielo en este mundo con repartos de limosnas y con regímenes económico-sociales, y yo bendije a Julito con mis manos y con la pierna quebrada en señal de que él no fue, sino que es el Caballero de la Llave…, que me sacó del infierno.

* * *

Y el Padre, como poseído de alborozo, tocaba a Julito en la cabeza con su pierna quebrada. Terminó la escena, diciendo:

«Como soy tan viejo y gastado, te regalo, Julito, este lapicero de toda mi vida, con que firmé la donación, para que, apenas vuelva a la tierra, señales con mi nombre el lugarcito, para que no lo olviden el Fabricio y la vieja Pepa».

* * *

Salimos, y el Julito era otro: toda la noche estuvo corriendo y brincando por la arboleda, y entraba al salón, canturreando cosas sin sentido, y nos abrazaba a Pepa y a mí. Temerosos de su locura, le avisamos al Padre; nos dijo: «¡Dejadlo! Dejadlo solo, que él está muy bien y muy sano, renacido, y mañana todo habrá pasado… Es porque Julito era ciego de nacimiento, y ve, y eso lo alboroza».

* * *

Así fue. Al día siguiente, un Julio nuevo se fue de Casavieja. Lo único anormal en él fue que al entrar a despedirse del Padre, le besó la quebradura, y observé como que recibiera un choque eléctrico.

—¡Vaya, Julito Clavero con su Ford y no nos abandone ni un día, que va y lo necesitamos!

Diariamente, desde entonces, estaba casi de continuo en Casavieja, con su automóvil, listo para todo.

Las presencias y la Presencia
Cristo arroja a los demonios

Tal era el título que tenía la apostilla escrita esa noche y que hallé al revisar la Biblia en un momento en que el padre Elías estaba en su rincón. Y rezaba:

Lo divino en Jesucristo es que su Presencia desplazaba a los demonios o presencias negativas y glorificaba a las positivas: «Arrojaba los demonios», «su presencia libraba a los endemoniados», «curaba a los enfermos», «daba vista a los ciegos», «los demonios mudos (presencias de absoluta negación) sólo Él podía arrojarlos». Eso es la acción inmanente del Cristo desde el comienzo hasta la consumación del espacio-tiempo.

El auge de La Mente (lo que Adán quiso ser y fue), que principió en el siglo xvii, La Ciencia, ese producto mental, ha opacado tanto al ojo simple en el hombre de hoy, que hasta Su Iglesia padece vergüenza por eso de «endemoniados, posesos, legión de demonios», «ordenar a las potencias infernales». Hoy son escasas las exégesis de esos pasajes evangélicos, que son muy esencia de La Buena Nueva. La filosofía mental escolástica, ese soberbio abuso y uso de la mente, adoptado por la Iglesia como oficial, con el nombre de Filosofía Perenne, y con Tomás de Aquino como Rey de ella, a lo sumo, como una concesión, se limita a que «eso» es «figurado», «es terminología oriental», etc. Y si Jesucristo no es el arrojador de los demonios, acto que es patentización de su presencia unitotal, el «toma tu cruz y sígueme» carece de todo sentido, y el hombre está solo, solo, en callejón sin salida. Y realmente, en la literatura cristiana de los siglos xviii y xix se huele cierto vergonzoso pudor por «arrojar demonios»; se percibe un cierto esfuerzo angustioso por lograr poner esos pasajes del Evangelio «al orden del día de la ciencia»; un cierto deseo de no tratar de «esos inocentes pasajes».

¿No ven que todo vivir la cruz siguiendo a Jesucristo no es sino un ser arrojados los oscuros demonios por la Presencia que nos guía? Es arrojar espíritus y glorificar espíritus, porque glorificar su cruz es glorificar todo lo que es (dioses o presencias) en Cristo, y es arrojar todo lo que no es, oscura ignorancia erigida en presencia (demonios). Pero no ven, porque el ojo simple, el que funciona cuando se ha conquistado la Amencia, está enceguecido por los dos ojos, del «bien» y del «mal», que fue lo que quiso Adán. Adán volteó su rostro de la presencia del Señor. Allí estaba, y miró al árbol del Bien y del Mal.

No ven, porque cultivan los ojos mentales, los que ven dos, un mundo doble: Bien y Mal, Ser y Nada.

¿Y con tales ojos pretender ver La Presencia, al que Es, al Único? No lo verán sino con el ojo simple, y el Ojo Simple es el Ser y el Entender, el Inteligible y la Inteligencia. Porque el hombre es nada, es hecho de la nada; si quiere ser y ver tiene que anonadarse para ver con el Ojo Simple y ve Al que Es. «Dioses sois». No lo verá ni vivirá sino El Amente, el de ojo de águila, el que se haga a sí mismo nada, porque «donde esté el cadáver estarán las águilas».

Tomás de Aquino lo dijo paladinamente, así: fue en su juventud el rey absoluto de la mente, y todavía joven abdicó su imperio: no quiso escribir más. Los dominicos hicieron que un hermano lego, inseparable del Maestro, le suplicara que volviera al palenque de su incontrastable argumentar, y él respondió: «Desde que vi un algo cuando celebraba el Sacrificio de la Misa, resolví no volver a pensar y escribir imaginaciones». Poco más o menos… Limitóse a expresar en poemas la música beata de su ojo simple.

Para bregar porque entiendas eso de «arrojar demonios», Fabricio indiscreto (pues sé que manoseas mis libros, buscando mis anotaciones), cambiemos el nombre demonios por el de presencias. Porque somos lo que esté presente en nosotros. El alma es la idea de la presencia. El hombre ve lo que es su presencia; imagina y objetiva su presencia en las cosas; oye su presencia en las vibraciones acústicas, y expresa su presencia: ésta es la que da sentido a las palabras, que de suyo son vibraciones nada más; ama su presencia y a lo que afirma su presencia, y odia a lo que niega o disminuye su presencia; y con ese amor-odio hace construcciones mentales que llama filosofías, las cuales son segregación mental de la presencia de cada uno, con la pretensión vana de afirmarse como eterna. El mundo pasional-mental fue el que quiso y se hizo Adán en el Paraíso, y la Historia es la tragicomedia de tal mundo.

Ahora bien, las presencias resultan por ausencia de La Presencia; por eso son espacio-temporales y se ven con los dos ojos: el Bien y el Mal. Las delimita la ausencia. Todo se ve entonces doble, en gemelos: el ser y la nada; lo bueno y lo malo, etc.

Ahora: de la presencia que uno sea en determinado momento nace la doble noción consciente, así: mal, diablo, lo que limita o niega a la presencia que uno es; bien, viceversa. Entonces llamamos dioses a las presencias que creemos que poseen más realidad, y llamamos demonios a las que son para nosotros como ausencias de dios; por eso hay dioses y demonios en el mundo mental (observa bien, Fabricio, en el mundo mental).

Supongamos ahora al padre Elías siendo la presencia de unas manos de muchacha y un miedo a podrirse (a la nada) en la tumba, con el cadáver de su primo Palillo Elías (que me parece que es desde donde tú, Fabricio, comenzaste a manosear mis anotaciones, para fines económico-artísticos).

El tinglado, pues, tiene al padre Elías, a las manos y a la angustia de la nada, que son su presencia. En ese contraste entre «las manos», con su emoción de «belleza», «acogedoras» y el cadáver, con su emoción de «nada», ves tú muy claramente que aparece La Inteligencia (el medidor) en forma de entendiendo. Y tienes, Fabricio, la dialéctica cristiana: padezco, pero entiendo; llevo mi cruz tras El Crucificado. El Crucificado es La Presencia, pues «encarnó por obra y gracia del Espíritu Santo».

Y sucede el drama así: el padre Elías toma su cruz; no huye de ella, pero se abre al Crucificado (ora o medita, está atento y atisbándolo). Y así, en la Presencia, o ante Jesucristo, huye su demonio; el diablo es arrojado y la presencia es glorificada. En este mundo podemos así glorificar el cuerpo, resucitar en cuerpo glorioso, como Él. En el Cristo y por el Cristo huyeron los calificativos a las manos de Martina y al cadáver de Palillo y quedaron glorificadas las manos de la Martina y el cadáver de Palillo. Ni buenos ni malos. No es sino La Presencia.

Eso es el arrojar a los demonios. Eso es toda la Buena Nueva del «hijo del Carpintero»; eso es «toma tu cruz y sígueme»; eso es «el cuerpo místico de Cristo».

Tales, Fabricio, son los dioses y los demonios; aquéllos son las presencias glorificadas poco a poco por Él en nosotros; y estos son las presencias sin el entendiendo, elevadas por nosotros a Divinidad. Así, el único «pecado» que no se lava es el contra El Espíritu Santo o Inteligencia, porque entonces penetra uno en el oscuro reino de la Ausencia o Presencia Vana.

Hoy, ahora, hace poco, Fabricio, el Cristo arrojó una legión de demonios de estas nadas que llamas Julio Buche y padre Elías; te digo que los dos lo vimos y lo supimos: al tocar a Julio Buche con mi pierna quebrada, vivimos eso y Julito quedó otro, y yo vi con el ojo simple.

Pero, ¿cómo comunicarte esto, si lo que se comunica con proposiciones enhiladas son las cosas de los dos ojos, del mundo mental, induciendo y deduciendo de los gemelos?

* * *

Como lo veis, queridos lectores de La Novela, esta apostilla es de Otraparte y se presta para escándalo y burlas de «los sabios»; por eso la demoré y la coloqué en sitio en que supongo que los lectores, al menos los clerici, están ya algo preparados para esta locura de la Cruz.

A «los sabios de la deducción e inducción» lo único que puedo responderles a sus burlas es esto, plagiado de una frase que leí en un librito de aventuras policíacas:

Vosotros creéis que los cristianos somos locos, pero los cristianos sabemos que vosotros sois locos.

— o o o —

Escena v

Últimos días. Últimas escenas, y lo que verá el lector.

¡Ya no escribió más! Para tentarlo, como le había regalado el lapicero a Julito, le coloqué otro en la mesita de noche y una pluma fuente en su estadero del rincón. Ni se dio cuenta; vivía abstraído; comía, si la vieja Pepa o yo le poníamos la cuchara en la boca. Observé que en ese tiempo, desde el atropello, carecía de la noción de «lo ajeno». Cogía las cosas como suyas; mi casa era su casa y mi ropa, su ropa. Así se explica que un día me enviara a Medellín, a que le dijera a Don Vicente, su amigo rico que nos invitó a comer al Ranchito y en cuya casa nos hospedamos cuando la conferencia socrática en la Escuela de Minas, «que le mandara mil pesos para el matrimonio de Julito». Pero tengo que volver atrás, para que se entienda: sucedió que Julio y Dioselina, la muchacha a la que no mordían los perros bravos, iban a casa diariamente «a estar con el Padre» y jugaban como tres niñitos a un juego en que se les iba el tiempo como si nada, y era irse al arbolado a que Dioselina cogiera y pusiese a pasear por sus brazos y piernas a esos gusanos muy venenosos que por aquí llaman «de pollo» y «barbarindios»; y no la picaban; o bien, a que pusiera manos y pies en los hormigueros, y nada le hacían; también ella abría y le hacía la policía de cucarachas y parásitos a la colmena ligúrica, sin guantes ni máscara. «¡Mire Julito a la llena de gracia, la Dioselina, que vive la Realidad, que no tiene los ojos dobles del Bien y el Mal!».

Y así fue como Julio se casó con la Dioselina, y el padre Elías fue el casamentero. Y así fue como cierto día me dijo: «Vaya, Fabricio, a Medellín, y dígale a Vicente que me mande los mil pesos para el matrimonio de Julito y Dioselina». Por respeto y amor fui, pero mi ir vergonzoso fue como el del frailecito al que Francisco mandó al pueblo a predicar desnudo. Y don Vicente respondió: «¡No son mil, sino dos mil! Tome, llévelos y dígale que allá estaré ese día».

Matrimonio de Julio y Dioselina

Fue «la fiesta más alegre de mi vida», dice la vieja Pepa… El Padre, en su rincón, acariciaba a todos. A Jovino y a Martina los hizo venir con su hijito Nicodemus; hizo poner a éste en el regazo de su sotana para acariciarlo, diciéndole: «Pero vean al Nicodemus, qué feliz, que pronto, pronto regresará, y estén muy alegres ustedes, porque les vino Nicodemus…, ¡un don gratuito…!, y tú, Martina, tendrás otro hijo que llevará tu nombre y que será el rey de los cafetales de Entremontes…: Martín Ruiz».

Don Vicente Echandía no sólo estuvo allí, sino que les dio como regalo de boda una camioneta Chevrolet, último modelo, para pasajeros y para carga.

La bienaventuranza

Julio y Dioselina, luego de casados, no se le despintaban, sentados a su lado, porque ya casi no jugaban; cada vez estaba más ido. «Nosotros venimos es a estar con él», decían.

* * *

Y el jueves santo llegaron muy de mañana. Él estaba en su rincón, con el gorro de lana que le había tejido Dioselina y que parecía algo como una media. Todo el día estuvieron allí, en el rincón; durante dos momentos en que recuperó la conciencia normal, jugaron con las hormigas que por allí merodeaban, pues el Padre tenía un plato de azúcar, para darles… También les echaron moscas a las dos arañas del rincón. Vino también Luis Ángel, el peón alelado que ya se describió. Se sentó en el suelo y miraba turulato a Dioselina, riendo inopinadamente apenas ésta volvía alguna hormiga a las cercanías del plato con azúcar… Se fueron muy tarde, a las once de la noche…

* * *

A las doce, fui a bregar porque se dejara acostar. «No, Fabricio, aquí estoy muy bueno, como en sus manos… Ya cesó la gana de dormir o de velar…». Le miré a los ojos, y estaba ido, repitiendo esta cantinela:

Gallinacito, vení, vení…
por un viejito que tengo aquí…

Fui a acostarme, y hasta que me dormí oí el canturreo.

A las cinco y media, lo hallé muerto, con la cabeza caída en el plato del azúcar de las hormigas.

Restrepón llegó a las seis y veinte minutos, y se quedó mucho rato mirando al cadáver, que ya habíamos colocado y arreglado en la camita.

—¡Mire qué pequeño quedó, Fabritius…! Parece un viejito y parece una viejita… Un viejito-viejita, la Inocencia Hermafrodita… ¡La tentación de la inocencia hermafrodita no es sino esto, al revés…!

* * *

«¿Y ahora, qué, Fabritius…? A cualquier otro presbítero, a mí, por ejemplo, se le haría un entierro solemnísimo: cadáver expuesto, muchos ritos y cantos… Pero al padrecito Elías le haremos un entierro de pobre, de tercera o de décima… Irá a la iglesia en el Ford de Julio Buche; lo enteraremos tú, la vieja Pepa, Martina y Jovino, Julio Buche y Dioselina, y yo, su cura… Rezaremos algo en la iglesia, a causa de la grey, y luego lo esconderemos de los ojos de este mundo en un huequecito en un rincón del cementerio».

* * *

Así fue. Cuando terminó el albañil de tapar la bóveda, Restrepón le hizo señas a Julio Buche, que se acercó y con mano temblorosa quiso escribir El Padre Elías y le quedó El Pobre Elías. Iba a enmendar la plana, confuso, pero Restrepón lo retiró bruscamente, diciendo:

Quod scripsis, scriptum,
et erat eritque…

* * *

Así fue la muerte y el entierro.

— o o o —

Escena vi

Vida post mortem del padre Elías. Muerte y entierro de Nicodemus. El Apartado u Otraparte.

El padre Restrepón parecía otro. Ese mismo día del entierro hizo un apartado del rincón del cementerio, con una verja latina en madera que estaba en la sacristía, hecha por don Florín, el escultor de Las Alfardas que tanto nombre le ha dado a este pueblo con «el busto de don Valeriano, el que regaló la Custodia». A la verja le colocó la puertecita de Progredere con la leyenda de Cave canem seu domus dominum!; colocó dos bancas antiguas por ahí y sembró un nigüito y un sietecueros traídos ya grandes del Paturral; sembró también muchas convolvuláceas diurnas, azules, y nocturnas blancas, y prohibió que se hicieran nuevos entierros ahí. El lugar quedó triangular, la base mirando al occidente, y la tumba del Padre a la salida del sol. Le cambió a la puertecita el Progredere por Otraparte. Por eso, los entremontesinos y alfardasanos responden a los turistas que vienen de Cañafístol y del extranjero, cuando preguntan por el padre Elías: «Él está en Otraparte con Nicodemus». ¡Ah, pero falta eso del Nicodemus!

El Nicodemus

Aconteció que a los tres días de la muerte de Elí Elías, se fue también el Nicodemus, «el hijo de Martina y de lo mío y lo tuyo», como solía llamarlo él cuando se hizo amente o beato.

La muerte, si eso fuere muerte, consistió en que Jovino y Martina lo encontraron «muerto» al amanecer.

Apenas Restrepón lo supo, dijo que él se encargaba de todo y me mandó a Las Alfardas a llamar a don Florín.

—¡Ya, pero ya, don Florín, hágame dos urnitas dignas del Nicodemus! ¡Mírelo aquí…! La una, mueble, para poner su cuerpecito, y la otra, raíz, para guardar la primera per semper; y que sea encima del padre Elías, como si le hubiese nacido sin intervención humana. ¡No olvide eso…! Del que hizo «el busto de don Valeriano, el que regaló la Custodia» creo que se pueda esperar la revelación formal de que Nicodemus y el padre Elías son padre e hijo, una sola realidad. ¿Entiende?

—No sólo lo entiendo, sino que desde ayer las tengo hechas en mí…

* * *

¡Y qué bien quedó! A uno, que nos visitó, no sé venido de dónde, le pareció obra mejor que «el busto de don Valeriano».

* * *

Y (siento orgullo beato al contarlo) el padre Joel Restrepo me llamó a mostrarme las urnas y me ordenó:

—¡Haz, pues, Fabritius, el epitafio de Nicodemus!

Ahí mismo, como si me dictaran por encima del hombro, lo hice, y don Florín lo grabó en una piedra plana de la quebrada Circe, con letras como cajitas antiguas, imitando las de Luis López de Mesa. El todo quedó como nunca se ha visto ni se volverá a ver:

Nicodemus Roizus
N. 28 A. 1958
Obiit 30 A. 1959

Ya lo sabías tú:

«¡Hay que volver a nacer!».
¡Y corto fue tu otro tiempo
en el mundo de los muertos
ilustre Nicodemus!

— o o o —

Escena vii

Mi epitafio al padre Elías, grabado por don Florín, también en piedra plana, pero del río Cañafístol, dice:

¡Cielo eres, pobre Elías!
¡Cielo del ojo simple!
¡Cielo hermafrodita!
Ni Bien ni Mal:
¡El sueño sáfico!

— o o o —

Escena viii

Conceptos sobre el Padre. En mi abandono, me di a recoger todo lo que se piensa y conceptúa acerca del que fue mi verdadero yo… El pro y el contra; ¡todo!

Concepto del Dr. Elisabad, del Centro
de Salud de Entremontes y que
estuvo en Praga, con Nikita:

«El padre Elías fue sexo, poderoso macho, y la represión sexual que impone el sacerdocio católico lo enloqueció. El sexo refoulé, querido Sacristán, como dicen los psicoanalistas, se manifestó en delirios místicos y en fobias. ¡Pobre víctima inocente del celibato eclesiástico!

¡Eso dice la Ciencia, caro Fabricio! Y, ¿quién sabe más que la Ciencia? Lo otro son delirios… ¡La Ciencia! ¡La Ciencia! Este es el himno que cantábamos en Moscú, con Nikita… La Ciencia, que, al colocar dos lunitas alrededor de la Tierra, compite con el viejo y rengo Jehová. ¡Así lo expresó en bellísimo soneto, creo que es soneto, el Quasimodo premio Nobel 1958! Lo que Nikita se complacía tanto en recordarnos a los jóvenes: “¡La Ciencia, la Ciencia…!”. Si el padre Elías hubiese tenido esto (y señalaba a una cama en la oficina de la enfermera-secretaria) en lugar de su viejo confesonario, hubiese sido un científico soviético. ¡Ese mueble es el confesonario marxista! En él nos libramos de la tentación, de la “poesía”, de todos los sueños. Porque, querido sacristán, “la poesía” no puede admitirse sino como servicio al Partido. Ustedes, gente de la Iglesia y del “arte”, son antipartidos. ¡Hay que amolarse en la cama y no en el confesonario!».

* * *

De Restrepón, cura de Entremontes

Al solicitar su concepto a Restrepón, cometí el disparate de leerle lo expresado por Elisabad, y así fue como me dijo, airado:

«¡A ese sacapaotras soy muy capaz de romperle la jeta! Y tú, Fabritius, mama tranquilo en tu sacristía, que mientras yo sea cura de Entremontes ahí estarás. ¡Pero ay de ti si fuere verdad lo que sospecho, que pretendes ganar unos pesos en un concurso, con el padre Elías! El que nace para chimbo no llega a real; tú no ganarás concursos ni nada; tú serás sacristán hasta la muerte, a menos que trafiques con tu padre: serás entonces menos que nada. ¡Tú no irás a ninguna Mytilene! No des patadas contra el aguijón. Y te doy mi concepto que buscas, así:

El padre Elías fue una grandísima inmundicia glorificada por la Inteligencia. Y tú, y yo, y el arzobispo Marco Tulio somos las dignidades que ocultan a las grandísimas inmundicias: tenemos las dignidades de nuestras investiduras. Tú eres la amante de Safo escondida detrás del incensario de Cristo; y yo, el gran avaro escondido detrás de la leche de las paturras para la Escuela del beato Zaqueo, y el Arzobispo es todo este mundo con su gloriola y palacios debajo del solideo torcido… ¡Vete, cojineto, que tengo ganas de voltearte la jeta con esta caratosa…! (y me amenazaba con el puño caratejo)».

* * *

Tengo que poner muy en claro que Restrepón no está iniciado en el misterio del hermafrodismo y de la virginidad. Todos los clerici, con rara excepción, están creyendo que Safo fue una cualquiera y que la virginidad no fue apreciada sino desde la Llena de Gracia. No. Safo, seiscientos años antes de Cristo, empapó los tibios aires milagrosos del mar Egeo en nostalgia por la virginidad perdida, siendo así el gran nuncio de la Llena de Gracia. Porque Cristo es eterno, y eternos son los cristianos. Pero Restrepón, como casi todos los clerici de hoy, no pasó de las cartas de Cicerón y de coger, en la memoria nada más, una de las Catilinarias, para caer luego en el latín de «la filosofía perenne»; en cuanto a griego, el alfabeto y dos o tres palabras madres; del sánscrito, nihil, y del hebreo, la letra Tau. ¡Que Sapho fue eso! ¡Que Lesbos, isla sagrada, fue eso! ¡Que la estrofa adónica fue eso! ¡Sólo a este Occidente cinematográfico y periodístico puede ocurrírsele darle a su vicio el nombre sagrado de Lesbos! No me resentí con Restrepón, así como no se resiente uno porque un asno no beba un buen vaso de vino de Tarragona o de Cenicero. Restrepón, por su cercanía al padre Elías, se elevó, pero como los globos, que se elevan al calentar el aire que contienen, pero que, ido el calor que los dilató, descienden.

De don Pío, el boticario

Don Pío, el médico de Entremontes, pues Elisabad es apenas el de la nómina en «el Centro de Salud», me dijo, conmovido debajo de su ruana pastusa de sesenta años, color de rata, mientras manipulaba el oblario y el pilulario que heredó del doctor Fausto:

«El padre Elías, Fabricito, era en Entremontes la luz en el candelabro… El padre Elías, Fabricito, era como estos fármacos que se dan en obleas y en píldoras azucaradas, porque son la vida, pero amargos».

De Faustina Arcila Alzate, maestra
de la Escuela del Beato Zaqueo

«Varón de Dios que glorificó a Entremontes».

De Boterito, que está para salir
doctor partero en Medellín

«Desde Elías, los niños entremontesinos y alfardasanos nacerán con su presencia».

Del Arzobispo

En la visita pastoral, después de muerto el padre Elías, sucedió esto:

Marco Tulio. —¡Padre Restrepo, deseo visitar el cementerio…!

Julio Buche los llevó en su Ford 1929. El Arzobispo recorrió todo y, al final, como sin quererlo, penetró al Apartado: sentóse en una de las bancas; luego examinó todo minuciosamente, nigüito, sietecueros, batatillas, verja, puertecita, y leyó todo, leyendas y epitafios; estuvo quieto al frente del monumento de Elías y Nicodemus como un cuarto de hora, y nada dijo, ni una palabra. Dos días que duró aún su visita, estuvo en silencio, y ya, para irse, dijo a Restrepón:

—Usted está más loco que él… Pero no le quitaré a usted la parroquia, así como también me pesa habérsela quitado a él… ¡Qué emanaciones las de esta bendita Circe…! ¡Piense usted, padre Restrepo, que desde esa visita a la tumba de él, siento un cierto disgusto por estas tantas nuevas parroquias que creé y en donde está mi clero haciendo iglesias y residencias sociales con fritangas de empanadas, rifas, cantarillas, «huevos de San Marcos y huevos de las benditas ánimas»…! Allá en ese «apartado», como ustedes lo llaman, me susurraba por dentro una voz: «¿Por qué no poner al hijo de Joaquín Agudelo de Jerarca…? Para “repartir mercados”, para pasar de aquí para allí las papas, ¡el Jerarca debe ser Agudelo Villa…!». Y, padre Restrepo, si estos aires de la Circe prevalecieran… ¿qué de la Iglesia? ¿Con qué…?

Así, pues, padre Restrepón, no lo suspenderé a usted, aunque está requetepasado, pero a este manicomio no volveré…: enviaré al Obispo Coadjutor…

Restrepón. —¡No, Excelencia…! ¡Más vale malo conocido que bueno por conocer! En Entremontes y Las Alfardas estamos amañados con S. E. El Obispo Coadjutor es forastero. S. E. es manizaleño, que son antioqueños agradables. Si nos envía al otro Pastor, ya me verá S. E. retratado con él, copa en mano, el día en que vayamos a entronizar el Corazón de Jesús en «el nuevo ordeño moderno» de don Bedús e Hijos.

Marco Tulio. —¡Qué cipote de vulgaridad es usted, padre Restrepo! ¡No me veréis en Entremontes! Si volviera, acabaría perdiendo la dignidad de la investidura en vuestra compañía. En todo antioqueño hay un arriero; debo ser cauto, para que no se despierte el mío… Pero…, oiga, padre Restrepo, aquí inter-nos: ¡lo felicito por ese rinconcito delicioso del padre Elías y del Nicodemus…! ¡Adiós!

Restrepón. —¡Adiós, Excelencia! ¡En todo antioqueño hay un arriero o pastor…!

De Don Florín

«El padre Elías, Fabricio, vino a honrarme varias veces. La primera, dizque a conocer el busto de don Valeriano: lo estuvo mirando largamente, y, ya para irse, en el portón, me dijo:

—Florincito, eso es “una realidad”. Esté muy contento con la vida que tiene, porque lo visitó una realidad… Ese busto, Florincito, es el montañés leñatero que se enriquece en ochenta años, labrando la tierra con las uñas, moviendo piedras, “ignorante”, “cerrado”, “avaro” y que de pronto florece o es el que regala la Custodia para la Inteligencia. ¿Te das cuenta, Florincito, de quién te visitó…?

Luego se quedó en silencio mucho rato, como paladeando algo; después me cogió de la mano y se acercó a este caño lodoso e inmundo que pasa frente a casa, y, señalando a un loto que estaba allí florecido, me dijo:

—¡Mira, Florincito, el busto! La charca inmunda que se va levantando, levantando, echa las bellas hojas orbiculares, para elevarse sobre la charca y presentar al cosmos la flor de mil pétalos que inmane siempre en el lodo. Tú, Florincito, tradujiste a busto el Evangelio del Cristo encarnado, que es: resucitar en cuerpo glorioso.

Este mundo no ve sino el lodo, pero el ojo hermafrodita ve “al que regaló la Custodia”.

El Arte, Florincito, no es copia de apariencias sino revelador de realidades.

Las Alfardas serán tú, Florincito, pero actualmente son Las Alfardas.

Las realidades no son actuales. Lo es la paloma de la paz que Picasso pintó para los bolcheviques… Para…, para… Todo el Picasso es para. ¿Pero después, cuando cese la utilidad…? Óyeme bien: todo el que se vaya convirtiendo en “regalo” vendrá a verse en tu busto. Picasso es rico, porque pinta para eso: le pagan su utilidad. Por eso dijo el Cristo que a quien le pagan en un mundo no le pagan en el otro. El artista, en su vida actual, es un muriéndose de pobre. No es sirviente y no puede servir, aunque lo quiera. El día en que comiencen a pagarte para que les hagas obras, las realidades que te visitan se irán avergonzadas y serás un don Bedús.

Vea, Fabricio, todo lo que me dijo se me quedó al pie de la letra, y me admiró mucho el que me tuteara, pues nunca más lo hizo ni lo había hecho. Él era como un vientecillo de la loma…».

* * *

«La segunda vez que me visitó me dijo que para él lo mejor de mis cosas era “esa verjita, porque es mismamente la realidad de una Otraparte… ¡Qué bueno encerrar una Otraparte con esa verjita, don Florín!”.

Y se la regalé, y él la tenía en la sacristía muy guardadita, ¡y vea usted, Fabricio, cómo el padre Restrepo hizo con ella, sin saberlo, esa Otraparte del rincón del cementerio!

Por eso le digo, Fabricio, que el padre Elías veía realidades. Mis cositas no valen nada. Pero él veía en ellas dizque “ciertos inteligibles”, y por eso es por lo que están hablando de mí ahora. ¡Yo soy un leñatero! Don Valeriano era mi tío. Mi padre hacía taburetes, y trompos para los niños; por eso me dediqué a la madera. No vaya a poner mi nombre, si va a escribir acerca del padre Elías, porque ya están comenzando a venir a encargarme obras y yo no sé hacer sino lo que veo hecho en mí. Si me encargan una cosa, la tengo que proyectar y es como si me manearan».

— o o o —

Epílogo

¡Leve cadáver en la cama vieja,
ojos redondos en el arso leño!

* * *

¿Quién distinguir podría
al Cristo de su Cruz glorificada?

* * *

¡Quieto cadáver en insomne vida,
ojos redondos en el arso leño!

* * *

¡Solo, solo, solo en Entremontes
tu sacristán Fabricio!
¡Y la vieja Pepa,
como vaca que perdió al ternero!

* * *

En la crisis de la Tragicomedia, Fabricio me insulta. Voy a explicar, porque la gente preguntará por qué no estoy enojado.

Ya sabemos, por La Tragicomedia, que los dioses nos visitan proporcionándose a nosotros, cuando nos abrimos a ellos de par en par; y sabemos que los dioses arrojan a los demonios que eran nuestra presencia el día de sus visitas. Teniendo en cuenta esto, pregunto a los lectores: ¿puede quedar enojado el que libertan de un demonio? No; queda beato, con la presencia del libertador.

* * *

Cuando fui a Entremontes, realmente yo, el editor Fernando González, era un endemoniado, pues ¿no le sugerí a Fabricio que se podrían ganar honores y dineros con la Vida del padre Elías? ¿No llegué hasta hacerle la inmunda sugerencia de que podría enviarse la Tragicomedia a un concurso colombiano? Eso fue exactamente cuando él separaba las cortinas para salir al monólogo; miróme de arriba para abajo, pero no tuvo tiempo de pronunciar palabra; y por eso estalló luego en el escenario, al verme entrar, y fue cuando el Rector Magnífico le tiró con la Filosofía Perenne.

* * *

—¿Y es un dios, por ventura, el Fabricio?

—¡Claro que sí! Dios es toda presencia que nos visita y ante la que huyan las oscuras sombras que somos.

Por eso dice el Prólogo que hube este librito de ciertos magos que me visitaron, porque la soledad es la compañía y La Compañía es la Soledad.

—¡Bueno! ¿Y qué mal hay en eso del concurso literario colombiano?

—¡Veo que no entendisteis La Tragicomedia!

Cuando Fabricio se repuso de los tolondrones, díjome:

—Pero… ¿cómo no entiendes que el premio es en presencia? ¿Eso de comer, beber y opinar, es premio? Tú debes entender que nací sacristán y que me son suficientes los recortes del hostiario y los sobrados de las vinajeras. Un sacristán come, vive y muere sacristanamente; y así es un dios. ¿Entiendes? Me temo que tardes mucho en ese nudo en que se es corriendo, corriendo con la lengua fuera, detrás de la liebre de la ilusión mental: honor, dinero, fama, ganancia, pérdida, ciencia, etc.

Y, muerto el padre Elías, en prensa ya este libro, sentados Fabricio y yo en el boscaje orillas de la Circe, corrigiendo las pruebas, díjome suavemente, al suplicarle que borráramos eso que gritó el estudiante de la Universidad Bolivariana:

—«¡Qué bueno, González, que entendieras lo que eres, para que la noche de vientre vacuo no cuelgue tu cuna otra vez en esta “República de Colombia”»!

—¿Por qué dices eso, Fabricio?

—Porque eres deseo de honores y dineros; lo que has dicho de la edición, formato, ilustraciones, ventas, te patentiza… Patentiza que para ti sería «muy bueno» que el libro les gustara a estos, que vinieran estos a Entremontes a conocer las tumbas del padre Elías y de Nicodemus, y que el arzobispo Marco Tulio, tendero electoral, me nombrara a mí sacristán de La Candelaria… Dime: ¿sí o no?

—¡Así es!

Como entonces viví plenamente la presencia Fabriciana y huyó el diablo de premios y honores, el cojo se puso alegre, y aproveché la oportunidad para que me permitiera poner al final del librito una traducción de él al idioma mío envigadeño, y aquí está y reza:

Interpretación envigadeña
de La Tragicomedia
Ediciones Otraparte

La vida del padre Elías es la descripción de su apariencia; es la narración del espacio-tiempo llamado padre Elías; son las escenas que eran él y que se patentizaron, a saber:

1.°—Instinto de reproducción, con sus circunstancias antecedentes, concomitantes y subsiguientes;

2.°—Instinto de propiedad: «lo mío y lo tuyo»;

3.°—Instinto de dominio: «hacer buenos a los otros»;

4.°—Instinto de vivir: «es el que nos hace huir de todo lo que puede destruirnos. En él está toda la perturbación original; constituye el núcleo del yo y es como raíz de los anteriores».

* * *

En el primer acto, el padre Elías padece atento y vigilante sus tentaciones estéticas, y en monólogos al respecto entiende y va libertándose de la carne organizada; un poco nada más, pues siendo todos los instantes uno solo (el deseo de perdurar), La Tragicomedia no termina sino con la «muerte».

Vencida esta tentación y expuestos los resultados en música ambiental, se encuentra el padre Elías, que se creía vencedor ya, con una muchacha en la pubertad y padece la tentación de la inocencia, sin vencer la cual nadie entra al Reino de Dios; y se asiste allí a todo eso hasta su terminación, que no lo es sino en apariencia, en un ocultarse en otra presencia, de que trata el Acto Segundo.

* * *

Este narra el padecer y entender «lo mío» y «lo tuyo». Se efectúa con un ataque a la propiedad del huerto del sacerdote, con las querellas ante la policía, hasta que el padecer y entender hacen que tal presencia de la propiedad se transforme en la de «regalar el huerto a Martina, para que se case con Jovino y no con Julio Buche, el chofer borracho…». Y entonces regala el Huerto a Martina «para que no se case con un borracho, y sea feliz con Jovino, y éste trascienda su durísima presencia de “lo mío”».

* * *

En el Tercer Acto, el Julio Buche, resentido por la intervención del padre Elías, que fue causa de que Martina lo dejara y se casase con Jovino, lo atropelló una noche en el caminito que conduce a La Fe y Esperanza, fonda y café en un cruce del camino. Ese atropello sucedió cuando el padre Elías estaba luchando agónicamente con el deseo de vivir, al sentirse en callejón sin salida y en enfermedades progresivas circulatorias que cada vez eran más y más dolor… Entonces vive ese mundo que es el suicido violento y el suicidio voluntario o cristiano… Y la noche en que salió en angustia de «¿cómo se sale de este callejón sin salida que es la vida?», repentinamente se le vino encima el Ford viejo de Julio Buche y lo dejó casi muerto, sin causarle dolores. En ese instante vio el padre Elías que Julio Buche era su Caballero Clavero, el ángel libertador, el de la espada flamígera que guarda la entrada al Paraíso, y vio que su presencia de la muchacha deseada del principio se había transformado, primero en instinto de «lo mío», y luego en instinto de hacer buenos y felices a los otros, renunciando a «lo mío», y que esto causó el hacer homicida a Julio Buche, y así, vio meridianamente que el chofer y el recibir de él la muerte era el recibirla de las manos de Martina la Velera, convertida en Julio Buche, en el resentimiento de Julio Buche; que ésta su muerte estaba inscrita en su nacimiento, o sea, que nació con la muerte a manos de Martina la Velera. Y más: que estaba inscrita en la Perturbación original…

Y todo esto es la historia que se cumple desde la salida del Paraíso, y es la esencia de la tragedia entre los griegos, tan única e insuperable hasta ahora: Edipo era el darle muerte a su padre, el casarse con su madre y el apagarse con sus propias manos sus propios ojos; todo implícito en su nacimiento, en su ombligo, y, a pesar de los casi imposibles que hicieron sus padres para evitar el oráculo, como fue el arrojar el niño al monte para que lo devoraran los lobos, se cumplió. Porque así es: Jesucristo nos lo dijo, que este mundo (y cada uno es este mundo) no terminará hasta que todo se haya cumplido. ¿Qué es ese «todo» de Cristo? Todo lo que está en la predisposición con que salieron Adán y Eva del Paraíso.

* * *

Así, este librito de Fabricio es La Tragicomedia, superior a las griegas, porque los griegos no supieron sino de los dioses y de la necesidad, y al padre Elías le tocó vivir cuando el Cristo ya había patentizado en su vida encarnada que la Libertad está en la Inteligencia (Espíritu Santo) y que Ella mora en nosotros en entendiendo-libertando. Aquélla, la griega, era visión aguda y certera, pero desde un montículo, de abajo para arriba. Ésta, La Tragicomedia del padre Elías y de Martina la velera, es desde altura andina y tiene de eso que da el Espíritu Santo: ojos redondos.

Esta Tragicomedia será, eso sí, entendida solamente en los lugares humanos sagrados en donde se amamanta al que vendrá: al Águila, al de Ojos Redondos.

* * *

¡Y qué personajes sostenidos y vivos los de esta Tragicomedia! ¡Venid y los veréis y oiréis! Son vivos y nada es fantasía. Y, sin embargo, si viniereis a Entremontes, no podré mostraros al padre Elías, Fabricio, Martina, la Perraflaquita…, pero diréis: La Tragicomedia es Entremontes, y los personajes es lo que se manifiesta en estos pueblos y gentes, pero como los dobles, que los obligan a vivir y a trabajar y que los ojos terrenos no pueden ver; ellos son los reales, y estos entremontesinos son las apariencias.

Por eso es la segunda versión de La Tragicomedia de Calixto y Melibea.

Carta de los sefarditas
de Salónica a Fabricio

Le dicen que al Lucas de Ochoa que mora entre ellos lo iban a enviar en figuración, pero que se negó rotundamente, diciendo que perduraba en él el sinsabor de las anteriores misiones por el nudo andino y que de la última, principalmente, sufría aún; que en los dos viajes había sido tratado como objeto comercial, es decir, a la colombiana; que durante el último fue tan maltratado que perduraba el sabor de las babas de las Américas; en fin, que se negó rotundamente…

«Por eso le escribimos a V. M., para comunicarle que ha ganado el Premio; que su sacristanazgo en Entremontes está para terminar y que la nueva representación será en las cuevas de los Himalayas»… Y continúa la carta así:

«Viva gozosamente V. M. estos pocos días que le restan a orillas de la quebrada Circe, alimentándose con las sobras de los hostiarios y de las vinajeras, que el calor no está en las sábanas… Hemos apreciado la escena con el Fernando González, principalmente el Lucas de Ochoa, pues dice que es el mismísimo que tuvo la idea de negocios, honores, éxitos, ediciones, etc., con él, cuando sus dos viajes por allá; que es el mismísimo, a saber: el que tiene mucha gana de ser “bueno” y de “verlo de vista” y que, por ser pequeñísimo, se trepa a los árboles para verlo pasar y, cuando lo ve, el demonio le susurra: “¡Qué negociazo!”. ¿Entiende V. M.? ¡Es Zaqueo! Por eso, no podemos menos que soportarlo pacientemente… Por doquiera que pasamos se nos ajunta, y dondequiera que se nos ajunta salta la liebre del “éxito editorial” o “el premio”. Él fue precisamente el editor del libro llamado “Mi Simón Bolívar”, cuando se le ajuntó al Lucas de Ochoa, y el editor del Libro de las Presencias, cuando se le ajuntó la última vez en Envigado, en el café de don Jorge.

Háganos presentes al escultor Florín de las Alfardas, a doña Perraflaquita, a la señora Martina, a las muchachas ladronas y al reverendo Marco Tulio».

— o o o —

Itinerario

1.—El mundo mental es granulado, de ideas: «yo», «no yo», «uno», «dos»…, magnitud, extensión, pensamiento, tú, nosotros, vosotros, etc. En este mundo se dice: índice, catálogo, elenco.

2.—En el mundo del entendiendo se comunican viajes en que el viajero y el viaje son uno mismo en gerundio: no haciendo viajes, sino siendo los viajes. Padeciendo-entendiendo-siendo. En este mundo se debe decir: itinerario.

3.—El primer mundo es ideológico. A él pertenece lo que llaman Filosofía en Occidente, desde Aristóteles hasta ahora.

4.—Al segundo mundo corresponde la Sabiduría, la Religión, Retorno al Paraíso o Inocencia.

5.—Arte es todo modo de comunicar la desnudez de las presencias. El lenguaje es arte; todo signo es arte; el mundo formal es arte. Por lo tanto, itinerario.

6.—Del mundo Mental son todas las ciencias que se elaboran con ideas; son ideologías. Su material es el verbo mental. La mente es el mundo mental, y éste es la misma mente.

7.—Del mundo del entendiendo son La Verdad, La Vida y El Camino, pero en siendo, padeciendo y entendiendo. «Llegará un día, mujer, en que se adore al Padre, no en Jerusalén ni en este Pozo, sino en espíritu y en verdad». Es el mundo o Reino de Dios. «Mi Reino no es de este mundo».

8.—Los tres Señores que estuvieron en Belén eran viajeros o magos y dentro de ellos estaban La Estrella, El Camino y el Divino Niño. Éste nace en uno, cuando uno se hace nada o cuna o pesebre de La Presencia.

9.—Quiere decir que La Inteligencia está crucificada en uno, en forma de entendiendo, y que, siempre, en todo instante, está naciendo, siendo crucificada, resucitando o glorificando.

10.—El cuerpo, el mundo pasional, el mental, las formas todas, o signos, mitos o mundos son moradas del Inefable, y existen porque el hombre es presencia en ausencia, dialéctico o viandante.

11.—Los infinitos mundos existen, pues, por la ausencia: son Presencia en ausencia.

12.—Los existentes, al ser Presencia en Ausencia, tienen como categorías El Bien y El Mal, La Nada y El Ser, Dios y El Diablo. Todos los infinitos mundos son eso, en viaje.

13.—El Inefable o Padre es; no existe; existe sólo en los entes, en presencia-ausencia. Por eso dicen: por esencia, presencia y potencia está Él en todos los mundos, a lo cual, en sus implicaciones, se llama Providencia.

14.—El deber del existente es existir su existencia: No Mentir.

15.—Existiendo en la diafanidad del Padre, o sea, No Mintiendo, siendo la nada que somos, vamos en viaje infinito participando de la Presencia, siendo menos ausencia, cada vez menos, y menos; siendo las Bienaventuranzas.

16.—Durante esta Tragicomedia fuimos La Virginidad, o Inocencia o Hermafroditismo, y fuimos el Árbol del fruto de La Vida, o El Cristo: el entendiendo o Espíritu Santo en nosotros.

17.—El Libro de los Viajes o de las Presencias fue para hacer viajeros; es propedéutico, y allí se anunció que seguirían los viajes propiamente dichos.

18.—Tal libro fue para hacerse, porque sabiendo es siendo; viajando es siendo.

Este de la Tragicomedia es siendo las Bienaventuranzas. Es un viajecito al Cristo. Y vivimos esto en él:

a) Que hay mundo encantador, formal: manos, turgencias, carne organizada y prognata, luz, sombras, formas, formas, formas, la categoría estética del hombre.

b) Que impregnando las formas, endomundo respecto de ellas, por decirlo en imágenes, hay otro mundo de dioses y demonios, de ideas y construcciones mentales; mundo intencional, mundo de Adán salido de la Inocencia.

c) Y, para decirlo de algún modo, que en endomundo, crucificado allí, hay el entendiendo, en gerundio, porque está glorificando a los espacio-temporales y a los del mundo mental.

d) Y que ése que está en entendiendo es el que fue creado de la nada (sin mundo anterior), a su imagen y semejanza, por el Inefable.

e) Los viajes del entendiendo es por infinito número de mundos, hasta que todo se cumpla (La Perturbación Paradisíaca).

f) Se viaja haciéndose uno el viaje y el viajero: siendo. De otro modo, nada se cumpliría.

g) Y se viaja haciéndose los dioses o presencias, o bien, haciéndose los demonios, o ausencias de la Presencia.

h) Porque categoría del Inefable o Padre es Ser, y categoría nuestra es la existencia: participación del Ser y de La Nada (ausencia del Ser).

i) La nada hace parte o es esencial de la criatura.

j) La dialéctica proviene del contraste entre Ser y nada, que son esencia humana. El Mediador o Viajero es la Inteligencia o Espíritu Santo en nosotros: en entendiendo.

k) El Mediador es en nosotros en entendiendo.

l) Así, pues, en nosotros está el Ser en siendo; la Inteligencia en entendiendo y el Inteligible en existiendo.

m) Somos, pues, dioses, hijos del Inefable.

n) Nada «muere». ¿Habéis visto «muertos»? El que haya visto «muertos» es porque es «muerto»: no vive aún el entendiendo en él; no ha nacido de nuevo; es nada, pues la nada es la que muere en el Ser.

ñ) El «miedo a la muerte» es en proporción a lo muertos que seamos, a nuestra nada.

o) El primero y beatífico fruto de la Sabiduría es el triunfo sobre la presencia de «la muerte», la cual es precisamente La Ausencia como presencia.

p) Los infiernos son las presencias de la ausencia.

q) Los demonios no pueden «morir», porque son presencia de la muerte.

r) Cuando cesa la presencia de «la muerte» en nosotros, nacemos de nuevo: ya no vivimos en nosotros sino que vive La Inteligencia (o Cristo) en nosotros.

rr) Cuando uno se hace ese mundo de La Presencia, y las presencias o dioses en La Presencia, y los demonios como ausencia, se es las Bienaventuranzas, o El Ojo Simple, o El Misterio del Hermafroditismo o El Ser: ni bien ni mal, ni alto ni bajo.

s) Y entonces puede el beato viajar por donde quiera, por los infinitos mundos del Padre. ¡Esa sí es acción! ¡Esa sí es Libertad!

t) Pues realmente no se viaja entonces sino que se es. Vía y ser quedan conciliados.

u) Vía…, viajero. ¿A dónde va el hombre? A siendo-entendiendo lo que es… ¿Y qué es? El entendiendo y lo entendido. ¿Y cuándo llegará? Eternamente el entendiendo glorificará al entendido, o sea, es un glorificar eterno al cuerpo o entendido; es eterna beatitud en El Inefable.

v) ¿Quién es El Inefable? No tiene nombre, porque los nombres son de su ausencia en presencia; no tiene signos, porque son su ausencia; ni inteligibles, porque son ausencia suya en presencias.

19.—El Nudo desde donde vierten las vivencias que hemos tenido en esta Tragicomedia se llama Perturbación Original. Porque así como llaman Nudo de Colombia a ese lugar altísimo, al Sur, en que Los Andes se dividen en tres ramales desde donde vierten los ríos que nutren a Colombia, sin la Perturbación Original no se concebiría el espacio-tiempo ni la mente. La dialéctica o historia no existiría sin aquel Paraíso en que están los Árboles de la Vida y del Bien y del Mal.

En esta Tragicomedia es leive-motive la Perturbación y el Paraíso.

Que sepamos, estos son los que han vislumbrado, vivido o sido más o menos el Paraíso y la Perturbación, a saber:

a) Moisés, Saulo de Tarso, Søren Kierkegaard y el padre Elías. Ellos lo fueron más o menos.

b) Kant, Fichte, viajeros mentales, filósofos conceptuales, casi olieron el Paraíso, pero como en brumas, las brumas de la mente.

c) Y hablaremos también de Benedicto Spinoza…, el hombre más bien dotado para La Sabiduría, pero… adelante se verá.

Moisés

Fue el primero que vivió el Paraíso y narró el origen del mundo mental como la pérdida de la Presencia por haber comido el hombre del fruto dialéctico: El Bien y El Mal; la nada y el ser; los contrarios, los conceptos.

San Pablo

Que vivió el Paraíso y oyó palabras inefables que no podían ser comunicadas sino en esta frase: «No vivo yo, sino que vive Cristo en mí».

Kierkegaard

Intuyó la vida paradisíaca y la Perturbación; que El Hombre era allí «libre», era Libertad, y era Posibilidad o Tentación de la Inocencia; posibilidad del brinco a la dialéctica o esclavitud. Vivió los inteligibles llamados Angustia y Tentación.

La gran contribución de Kierkegaard fue el haber vivido en el Paraíso que El Pecado fue en ese Edén: el salto de La Presencia a las presencias: Bien y Mal, a los contrarios gemelos, a la visión bisoja. Así quedó explicado vivamente que vivir en pecado es vivir la Ignorancia, vivir la Ausencia, pero que la ignorancia no es el pecado. Hasta Kierkegaard, la filosofía mental confundía pecado con ignorancia. Tal, la gran originalidad del nuevo Hamlet.

Manuel Kant

Fue la culminación del mundo mental. Mentalmente hizo crítica de la Mente y concluyó con esta tautología, pero que en su tiempo fue genial deposición del orgullo satánico: el mundo mental es humano; la Mente no conoce sino La Mente; no están a su alcance o en su jurisdicción El Ser, La Libertad ni La Eternidad.

Para los que hayan vivido La Tragicomedia, la Crítica de la Razón Pura trata de evidencias; dice:

Nada puede saberse mentalmente del Paraíso y de la Perturbación Original y del Cristo, porque el mundo mental fue precisamente la salida del Paraíso; la Perturbación nos hizo Mente.

Eso, y sólo eso es la Crítica de la Razón Pura de Kant. Expuesta en términos del entendiendo, es así:

El mundo de la Mente es la Mente. Ésta vive o es su mundo: no vive ni es El Ser, El Libre.

Kant, que no vivió sino la Mente, lo expuso así:

La Mente es viable en lo fenoménico; es infalible en los mundos estético y racional; no vale en el mundo del Ser; nada sabemos mentalmente del Ser, ni podemos saberlo, porque la Mente son categorías espacio-temporales y racionales.

Fichte

Continuador de Kant que creyó encontrar explicación en el salto del Ser al Aparecer y concluyó con la soberbia ignorancia hindú de Yo igual a Ser; Yo soy Él. Cuando, precisamente, el yo es la ausencia de La Presencia, ausencia en presencia. Pero Fichte olió el entendiendo, el Mediador en nosotros. Estuvo cerca: podría decírsele, como en el juego del escondite de los niños: «¡Por ahí humea!».

Baruj Spinoza

Los que no les ha sido dada la gracia de viajar o ser el Paraíso y la Perturbación Original, se quedan en el vacío… Ejemplo el más protuberante es Benedicto Spinoza, que subió al Inefable, y que murió prematuramente, desgastado por el esfuerzo de hallarle explicación «lógica», «racional» a lo que él llamaba Natura Naturata, o sea, a los mundos estético y mental (Natura Naturans manifestada). No fue, no pudo hacerse la Perturbación Original, y así quedó en el vacío el hombre más bien dotado para la Sabiduría que haya existido en la Tierra.

20.—Sin la Perturbación Original en el Paraíso no es posible concebir estos existentes:

Nada.

Vergüenza.

Remordimiento, etc., etc. Todos los entes del mundo mental.

¡Y existen! Existen, pero no son. Existen la Nada, la Vergüenza y el Remordimiento en todo ente, más o menos.

«Este mundo» es avergonzado; «este mundo» tiene angustia. El hombre tiene vergüenza de su cuerpo. No sabe comer, ni beber, ni llorar, ni reír. Es un perturbado-perturbador. Está desnudo, vestido, cohabita, come, bebe, mata y es matado escondiéndose hasta de sí mismo. Inventó (encontró en sí mismo) la de-co-ra-ción; el arte decorativo, todas las artes (ocultarse avergonzado).

El Paraíso y la perturbación en el Paraíso explican todo, todo, todo: sin ellos, todos los mundos quedan en el vacío.

En esta nuestra Tragicomedia fuimos La Perturbación Original. Lo hubimos por Gracia del Espíritu Santo:

«¡Gracias, Padre, porque escondisteis estas cosas a “los sabios de este mundo” y se las comunicasteis a los humildes!».

21.—Somos siendo (existiendo) en El Ser;

Somos entendiendo en El Entender;

Somos siendo-entendiendo (amando) en El Amor o Beatitud.

22.—Por eso, el hombre es un resucitando en cuerpo glorioso: entendiendo, siendo, amando.

Hasta aquí llegamos… Pero, El Señor (Jesucristo), que Es, nos dijo:

«Seréis uno solo conmigo; y, cuando todo esto se haya cumplido, entregaré todo al Padre, y seremos uno solo en Él y Él en nosotros».

Y nos dijo:

«Donde esté el cadáver estarán las águilas».

«Un poco más, y no me veréis; otro poco más y me veréis».

23.—Y, finalmente, la única lección de esta Tragicomedia es:

No lo busques ni en este librito ni en ningún otro. Lo hallarás en ti mismo. Él es lo más cercano de ti, lector; es más cercano que tu yo; pero es lo más lejano de ti, a causa de tu yo. Búscalo muriendo:

¡Leve cadáver en insomne vida!

Fin del itinerario.

Fabricio Sacristán

Fuente:

La Tragicomedia del Padre Elías y Martina la Velera. Medellín, Ediciones “Otraparte”, marzo de 1962, dos volúmenes.

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La Tragicomedia del Padre Elías y Martina la Velera - 1962

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Última revisión el 7 de febrero de 2024.