Revista Antioquia

Fernando González

1936 – 1945

Antioquia 3 / 1936

Don Benjamín,
jesuita predicador [II]

(Continuación)

Capítulo IX
Don  Benjamín en Bucaramanga. El padre Barreto. Una mujer asesinada y un novio suicida. La hacienda «San José». El padre Félix Restrepo. Una cosa muy preñada no sirve. El padre Gorostiza. Un borracho olayista.

Dos años vivió allí. Tres aventuras tuvo, a saber: la mujer asesina y el suicida; cacería con el padre Félix Restrepo y cacería con el padre Gorostiza.

La mujer asesinada y el suicida

El padre Barreto, nuestro profesor de latín, el que ponía los pulgares doblados sobre las palmas de las manos, y con éstas, los otros dedos estirados, haciéndolas girar de derecha a izquierda y viceversa, accionaba y reñía…, era una furia de padre. Por allá estaba en Bucaramanga en 1914.

Sucedióle en su juventud, ya ordenado y ya muy bravo, que el diablo lo tentó: apenas hizo votos solemnes, dijo que se retiraba de La Compañía. Le rogaron, insistieron con él, lo amonestaron y nada: quería ser clérigo suelto. Salió de la casa, y al mes cayóle la venda de los ojos, la venda que lo cegaba como a Saulo: comprendió su error y corrió donde el Superior; arrodillóse y, con lágrimas en los ojos, dijo que lo admitieran aunque fuera para cocinero…

«Usted ha cometido un gravísimo error, dijo su reverencia, pero veremos qué resuelve Dios…». Dios eran el Provincial y el jefe, en Roma, y resolvieron admitirlo con la condición de que siempre, hasta la muerte, enseñaría a párvulos… Por eso fue que nos tocó que este hombre airado y bueno nos pellizcara durante un año, cuando equivocábamos el musa, musae, musae, musam… Aceptó la condición, para desgracia nuestra, y allá estaba, muy bravo, en Bucaramanga, en 1914.

Este padre amó a don Benjamín en cuanto un religioso viejo puede amar: los místicos adquirimos indiferencia de minerales para los epifenómenos. Lo amaba porque lo acompañaba a pasear a pie. Todos los jesuitas son andarines.

—Mire, padre Correa, prepárese que mañana iremos a Palonegro.

Efectivamente, habló con el padre ministro para la autorización de pedir el fiambre al despensero; le gustaban bocadillos, queso y pan.

Salieron a las seis; marcharon alegremente por «el camellón» hacia el parque Romero.

Iban alegremente, cuando de pronto llegó corriendo una mujer asustada, postróse de rodillas y dijo:

«¡Padrecitos, por Dios, corran, que allí asesinaron a una y se muere sin confesión!».

Don Benjamín sintió el fuego de la caridad. Barreto permaneció frío y contrariado.

«¡Corramos, reverendo padre, díjole don Benjamín, que se trata de salvar un alma!».

«Poco a poco, contestó el viejo, vamos caminando, que ella esperará…».

Dieron vueltas por callejuelas, detrás de la mujer; encontraron un grupo de policías y de gente; llegaron a un caserón viejo; entraron; lleno estaba de mujeres que se movían allá, en las habitaciones penumbrosas… Don Benjamín bajaba la vista, para no ver mujeres; pensaba que sería casa de perdición…

«¿Dónde está la enferma?», preguntó Barreto, accionando con sus manos, como ya dijimos, y con esa voz de viejo jesuita.

«No es enferma, mi padre, contestó una mujer; fue que le dieron un balazo».

Las mujeres continuaban moviéndose allá entre la penumbra de las habitaciones, como larvas, así como se mueven y secretean siempre que alguien agoniza.

«Pero ¿dónde está la enferma?», gritó Barreto, incomodado ya…

«Mire, padre, en aquel cuarto», le contestaron…

—Bueno, padre Correa, usted me espera aquí…

Don Benjamín quedóse en la puerta, las manos enlazadas sobre el vientre, posición beata, y los ojos bajos pero absorbentes…

Sólo pudo ver que Barreto penetraba en la habitación penumbrosa, repitiendo: «¡A ver, la enferma! ¡A ver…!». Luego percibió que se había sentado al lado de la herida; allí permaneció diez minutos… Salió.

—¿Está grave?

—¡Qué grave! ¡Es que las mujeres son muy escandalosas!

«¡A ver, las mujeres! ¡Salgan las mujeres…!», gritó Barreto.

Fueron saliendo de las habitaciones y apenas reunidas les dijo, accionando como lo manifestamos:

«¡El temor de Dios! Hay que temer a Dios, mis hijas… Si como la bala le pasó de refilón por una cadera, la hubiese atravesado, el castigo divino pesaría ya sobre esa alma… ¿Cómo dejan entrar aquí a esos hombres perdidos, borrachos, sin temor de Dios…? Así pues, hijas mías, temed a Dios y sed recatadas…».

En éstas iba, cuando llegó un policía y le dijo:

«¡Que corra, padre, que aquel hombre se muere…!».

—¿Y por qué no lo habían dicho antes? ¿También está herido?

—No, padre, fue que se suicidó; llegó a su casa después de herir a ésta, y se suicidó…

Barreto salió detrás del policía, refunfuñando: «¡El temor de Dios, mis hijas…! ¡El temor de Dios…!».

Era en una casucha, poco distante. Estaba llena de mujeres y policías; aquéllas, con velas benditas encendidas, gimiendo…

Sobre un lecho, las piernas en el suelo, el busto y cabeza caídos sobre la cama, boca abajo; un brazo pendiente, con el revólver empuñado aún, y el otro rodeando la cabeza: así estaba el suicida. Inspiraba, y al expirar hacía ruido de res degollada y levantaba borbollones de sangre espumosa.

¡Allí fue la brega! El primer impulso del novicio fue arrebatarle el revólver «para que no se disparara más».

«¡Cuidado, padrecito, díjole un policía, eso es muy grave; no se puede hacer antes de que venga la utoridá: lo joden!».

Don Benjamín le volvió a colocar el arma, pero ya no la asía… Quedó asustado nuestro héroe…

El padre Barreto no; era machucho; sentóse inmutable y en voz en que se percibía la ira por el paseo frustrado, le gritaba al suicida así:

«¡Hijoo…! ¡Hijooo…! ¿Quie-res con-fe-sar-te…? ¡Hijoooo! Si quieres ser absuelto, a-prié-ta-me la ma-no… ¡Hijoooo! A-prié-ta-me un de-do…».

A la media hora de esta brega, levantóse y dijo:

«¡La impenitencia…! ¡La impenitencia…!».

Las mujeres se le arrojaron a los pies clamando que lo absolviera.

«¡La impenitencia, hijaaas…! No puedo absolverlo porque no se arrepiente; tiene vida y no responde…; no me aprieta la mano…; ni el más ligero movimiento de su mano en la mía… ¡Arrepentíos, hijaas! ¡La impenitencia…! ¡La impenitencia…!», y se fueron saliendo de la casucha.

* * *

Un policía les contó que el suicida era novio de la herida; que fue borracho a su casa; entró; buscóla en su dormitorio; echósele encima; ella rechazólo y lo hizo caer; levantóse y pun, pun, pun, tres balazos, de los cuales sólo uno hizo blanco, de refilón, en una nalga; salió entonces, fue a su casa y pun…

«¡No ve, padre Correa; mire en lo que paró el paseo a Palonegro…! ¡La impenitencia! ¡El marrano deshonesto…! Lo mejor es volvernos “a casa”».

Primera cacería

La hacienda de La Compañía, en Bucaramanga, llamada «San José», situada en la montaña que domina a la ciudad, es joya preciosa. ¡Allí de los bosques, de los risueños prados, de las solitarias cañadas y de las fuentes cantarinas! Y todo ello es para el descanso de «los padres», durante sus vacaciones.

De mañanita salieron el padre Correa, es decir, don Benjamín, y el padre Félix Restrepo a pasear y a cazar palomas. Ambos en esa edad feliz de la tonicidad, cuando las articulaciones, los tejidos y, sobre todo, los ojos están lubricados, vitalizados por las secreciones internas. Eran la juventud casta; no esa otra, barrosa, sudorosa, que forma «la gran familia liberal».

Llevaban una escopeta… Llegaron a un rastrojo y vieron muchas palomas en un arracachal

El padre Félix dijo que para matar muchas —pues desde entonces era ambicioso, como toda esa familia de Restrepos— debían sacarle las municiones a la cápsula, rellenarla toda de pólvora, preñar luego el cañón de municiones, hasta la mitad, poner tacos de cabuya en seguida y disparar… «Yo creo, dijo, que de tal manera las municiones se riegan y matarás muchas palomas».

Aquí de la sencillez, la difícil sencillez, contra la cual peca siempre la exuberante juventud. Un padre grave hubiera dicho, respondiendo, así: «El secreto está en apuntar». Pero don Benjamín asintió, diciendo: «Sí; pero usted hace el tiro…».

Unos sostienen que el padre Correa dijo tal cosa, no por temor o prudencia, sino por no quedar mal, pues no era diestro en puntería; que su especialidad era convertir mujeres y no el matar palomas. Otros afirman que fue por prudencia y apoyan tal opinión en su conducta cuando la Loma del Tirabuzón, que no se quiso apear…

En todo caso, hicieron la operación del relleno… Adelantóse el padre Félix hacia el tronco del árbol, a gatas, por entre el rastrojo; buscó lugar propicio para hincar la rodilla; alzóse la sotana; apuntó por entre la chamizas, buscando la rama del árbol que tuviera más palomas, y…

Don Benjamín estaba quieto, observando a prudente distancia…

Sonó el disparo, retumbando por aquellas benditas arrugas andinas, y el padre Correa vio a su compañero que levantaba piernas y sotana, rodando por el matorral… Acercóse; se medio levantó el otro, atontado. Sangraba; pero no murió, pues luego ha hecho mucho ruido en la Academia de la Lengua, en «la capital». Fue apenas una leve escoriación en la frente.

¿Dónde está la escopeta? La escopeta está lejos, floreando el cañón y ni una paloma muerta.

En primer lugar, meditan los dos padres, una cosa muy preñada no sirve. Por eso no sirvieron los señores Caro, Suárez y Valencia, grávidos de gramática, política y poesía. «Oiga, padre, dijo el Félix, los colombianos están rellenados de bobadas hasta la mitad del cañón o de la barriga. De todo debe sacarse alguna lección y de este disparo saco yo la resolución de entregarme a la gramática…». «Y yo me dedicaré a la predicación…», contestó el padre Correa. Ahí tenemos, queridos lectores, que fue en una cañada de Bucaramanga en donde el padre Félix quedó grávido de la hermosa obra El castellano en los clásicos y don Benjamín de las maravillosas obras que ejecutó en Villeta y que ya casi vamos a contar, a saber: ajuntamiento de dos matrimonios desavenidos y conversión del alcalde, general Roca…

En segundo lugar ¿qué hacer con el arma floreada, para que el padre rector no les prohibiera el uso de la escopeta durante las vacaciones? ¡Limarla! ¡Cortar la parte rota del cañón…! ¿Qué importa que quede corta? Dirán que alguien, no queriendo andar por ahí con ella tan larga, la recortó… Este menester lo llevó al cabo don Benjamín, pues, según dijimos, allí resolvieron que se dedicaría a rehacer almas, y la limada del cañón tenía afinidades con ello.

Cacería con el padre Gorostiza

Gorostiza era ya un padre grave. Él y don Benjamín salieron de cacería. Iban conversando de la salvación de las almas, acerca de lo cual sostenía Gorostiza que tenía semejanza con la cacería de palomas, por lo cual era ésta el entretenimiento más lícito para un misionero, cuando, al acercarse a boscaje apacible, vieron muchas palomas…

Detuviéronse en el caminar y en el platicar y don Benjamín adentróse gateando para ver si al pie del árbol había lugar propicio para disparar a su amaño. Pero he aquí que oyó un ruido como de animal u hombre que removía la hojarasca… Volvióse.

«Ahí se oye, dijo, ruido como de seres humanos sobre la hojarasca…».

Gorostiza se metió, a gatas, por entre el rastrojo, y el padre Correa lo seguía a prudente distancia. A poco gatear vieron a un hombre echado sobre la hojarasca, en decúbito lateral, dormido y con un gran calabazo de chicha a su lado. Indudable era que el ruido lo causó él al voltearse, pues a los borrachos les gusta dormir por los cuatro decúbitos. Nos acordamos de uno que nos dijo cuando lo despertamos: «Espérese, que todavía tengo sueño por este lado».

«¡Amigo! ¡Hola, amigo!», le gritaba Gorostiza, frotándolo… Despertó, al fin.

—¿Qué haces aquí, amigo…?

—Pues, padrecitos, yo que me vine a matar palomas…, y… vean… ustedes… me emborraché… No hay… ni una… paloma… y estoy más borracho que el diablo…

Lograron levantarlo. Gorostiza le echó el brazo e iba con él abrazado, casi cargado, y decíale:

«¡Hay que huir del pecado, hijooo…! No meterse en el peligro… Deja ese vicio tan degradante de la bebida… Un día de estos podrían asesinarte por ahí, dormido… Hoy, como fuimos nosotros, si hubieran sido tus enemigos los que te hallan, habrías estado a merced suyaaa… Deja ese vicio, hijo mío…; trabaja por tus hijos, si los tienes, y, si no los tienes, por los hijos de los otros, en vez de estar dormido por ahí, ebrio…».

Don Benjamín seguía detrás, conmovido, meditando en que la cacería era en realidad un símbolo de la cacería de almas.

Era de ver a Gorostiza, abrazado al borracho, llevándolo, apuntándole al alma, olvidado de las palomas.

Se acercaban ya a la capilla. El borracho lloraba compungido. El padre Correa ardía en la llama de la caridad… Llegados al frente de la capilla, exclama Gorostiza, sintiendo segura su presa:

«Ahora te llama Dios. Él quiere que te salves y nosotros queremos tu salvación. Vas a arrepentirte de tus pecados…; vas a prometer abandonar ese vicio tan degradante; ya tienes el dolor de corazón y el propósito de la enmienda…; llora, hijo mío; eso te ennoblece…; ahora entraremos a la capilla y te ayudaré al examen de la conciencia y harás una confesión general…», etc.

El borracho lloraba a moco suelto… Los ojos de los dos padres estaban brillantes de felicidad por aquella caza, mejor que todas las palomas de Bucaramanga.

Ya arrastraba Gorostiza a su borracho hacia la capilla; iban a entrar, cuando el borracho se detiene, sepárase un poco, y dice, entre lágrimas e hipos:

«Bueno, padrecitos, ya voy a dejar para siempre este vicio… ¡Metámonos, pues, el último, padrecitos!», y se bebió el calabazado, íntegro, y cayó fulminado, dormido… (1)

Tales fueron las cosas que acaecieron al padre Correa en Bucaramanga, dignas de la historia.

Capítulo X
Don Benjamín en Villeta: el doctor Adeodato. Los corceles. Peligros del sacerdote en Bogotá. El padre Barreiro y las niguas. Ajuntamiento de dos matrimonios desavenidos.

El fervor jesuítico de don Benjamín culminó en Villeta, a donde fue enviado con el padre Barreiro, por la causa aquella del reumatismo que ya dijimos.

Vivieron con el cura, doctor Adeodato Gómez, y decimos doctor, no porque lo fuera, sino porque del río de la Magdalena para oriente así llaman a los curas; para occidente los llaman padres. Es una de las diferencias que hay entre la futura república de Antioquia, o Pacífica, y la otra, también futura, y que se llamará «de los mugrosos».

El doctor Adeodato amó entrañablemente al padre Correa, a causa de las obras, casi milagros, que hizo en la parroquia. Lo amó tanto que, por ejemplo, vuelto don Benjamín al noviciado y un día en que estaba en clase de química, alcanzó a ver al doctor Adeodato, que se paseaba por el gran patio en compañía del padre Pinillos, atisbándolo a él para saludarlo con señales cariñosas; dizque dijo a los padres: «Este padre Correa es milagroso…: ¡verán ustedes que El Sitio ocupará puesto más alto en la memoria de los hombres que su vecino, Bello! Será El Sitio por antonomasia…».

Pero, antes de seguir, nos van a permitir que forniquemos, es decir, una digresión acerca del noviciado:

Este es lugar amplio, dos manzanas con edificios, con gran patio que tiene senderos formados con verbenales y dividido en espacios para los padres graves, para los tercerones, para los juniores, para los novicios y para los hermanos coadjutores. Por allí es tanta la filosofía que hay regada, que chilla.

Peligros del sacerdote

«Tanta confianza me llegó a tener el doctor Adeodato, que, en Villeta, me contó lo siguiente, así»:

Vea, padre, es tan peligroso nuestro sagrado ministerio, que le contaré lo que me sucedió:

A la semana siguiente de mi ordenación, en Bogotá, celebróse la fiesta del Carmen, cuando se confiesa toda «la capital»; fui llamado a confesar a la catedral primada; era la primera vez que confesaba; lo hacía con mucho fervor y caridad…

Acercóse una joven, bellísima, en plenitud, dizque recién casada con un ministro, y noté que deseaba contarme una historia acerca de consulados en Europa a cambio de ciertas prestaciones a un altísimo personaje…

Díjele que contara sus pecados sencillamente, que no había tiempo para oírle historias, a causa de la abundancia de penitentes…

Entonces díjome: «Vea doctor: yo lo vi entrar hace poco y usted me parece muy bonito, muy rico(2)».

Yo tiré la puertecilla violentamente, diciendo: ¡Vade retro!, y me incliné hacia la otra ventanilla a escuchar a otra ministra…

Y es muy cierto esto —comenta don Benjamín— pues luego, conversando con el reverendo padre rector del seminario de Bogotá, doctor Camargo, nos decía: «Yo he ordenado a muchos sacerdotes y muchos de ellos se me dañaron en el confesionario; se levantaron de allí completamente cambiados… Allí hay un peligro…; allí se necesita mucha fogosidad en la mortificación, pues, desde que gobernó a esta ciudad el señor Hernán Pérez de Quesada, el diablo trabaja aquí con el coño…, ¡y no con el de pobres mujeres sino con el de grandes señoras!».

Paseos a caballo

El doctor Adeodato puso a disposición de los dos jesuitas sus hermosos caballos alazán y mamey, briosos animales que no conocían la fatiga. Adeodato era joven lleno de vitalidad y así eran sus caballos.

En tales corceles iban diariamente a bañarse al río de Villeta; pasaban por un trapiche: las narices de los dos jesuitas se dilataban con el olor de la libertad colombiana, es decir, de la caña dulce…

Allá, orillas del río de Villeta, fue en donde don Benjamín le sacó ochenta niguas gordas al padre Barreiro, español que ignoraba la existencia de esa gran familia liberal. Fue así:

—Mire, padre Correa, ¡cómo tengo los pies…!

—¡Esas son niguas…!

—¿Y qué hacer…?

—Yo se las saco…

—¿Y cómo será ello…?

—Preste acá un cortaplumas…

Lo afiló don Benjamín en una piedra del río de Villeta, y así fue como le sacó las niguas al español… ¡Qué hermosa es la caridad! ¿Qué no puedes tú, caridad?

Tal fue el primer milagro de don Benjamín, pero el más pequeño. Veamos ahora los grandes.

Trabajos de don Benjamín en Villeta

«Padre Correa, dijo el doctor Adeodato, tengo un trabajito muy delicado para encomendarle.

Se trata de dos matrimonios, ambos desavenidos; son gentes del pueblo y dan escándalo con sus riñas y la separación en que viven… Yo no he podido reconciliarlos y he pensado en que usted me haga este trabajito, pues veo que usted posee el palito para estas cosas del sagrado ministerio».

«Tráigamelos, doctor, contestó don Benjamín, que yo se los ajunto para mayor gloria de Dios».

Ajuntamiento del matrimonio Santos

A las ocho de la mañana del domingo sentóse don Benjamín en amplio sillón obispal, de cuero rellenado, al frente de una dilatada mesa en que había libros, papeles, libros padrones y, en la mitad y al frente del sillón, un gran crucifijo negro.

Era en el despacho cural, habitación inmensa, con puerta al corredor de la plaza.

El cura le entró a los dos montañeros y se los presentó: «Estos son los Santos, padre Correa».

Los cónyuges entraron separándose, sin mirarse…

Levantóse don Benjamín; sentólos; cerró con llave la puerta, y les preguntó las causas de la desavenencia, así:

«¿Las causas para ofender a Dios, hijos míos…? ¡Hable primero la mujer…!».

Dijo ésta que él se bebía toda la plata; que la gastaba con otras; que era contada la vez en que iba a la casa, y que, cuando iba, la trataba mal, en términos bajos, y que hasta le pegaba…

El hombre quiso interrumpir, pero el padre Correa ordenó que hablara la mujer hasta que se desocupara, que luego le correspondería el turno al hombre…

Al fin replicó el hombre que su mujer no lo amaba; que era regañona y celosa, inventadora de cuentos…

Don Benjamín se expresó así:

«Hijos míos: vuestra vida tiene escandalizada a toda la población y al señor Cura, quien me ha pedido que intervenga con vosotros. Vuestra desunión traerá la perdición de muchas almas y de vuestros hijos, si los tenéis. ¡Ved a este Señor nuestro que abre los brazos en la cruz para uniros…! ¡Mirad que casi abre sus labios para suplicaros que déis término a esa conducta desarreglada…! Yo os hablo, hijos míos, guiado únicamente por el amor, guiado únicamente por el interés de la salvación de las almas…!».

Aquí, don Benjamín agarró el Cristo, cayó de rodillas y exclamó:

«Queridos hermanos míos, os ruego por la virtud de las cinco llagas sacrosantas que os perdonéis, así como Él pidió al Padre que nos perdonara a nosotros. ¡Ay de los corazones endurecidos que no perdonen, pues vivir en sociedad es perdonar constantemente…!».

Al ver que el padre Correa caía de rodillas, la mujer se hincó también y el hombre se puso en pie, pues los hombres siempre son más empedernidos.

Continuó don Benjamín aumentando lo patético de las cinco llagas: la cónyuge comenzó a llorar y el hombre a parpadear.

«¡Perdonaos mutuamente para que el Señor no os coloque a su izquierda en el día en que raerá al hombre de sobre esta pelota terrestre…! ¡Recibid ahora la virtud que mana de sus heridas, virtud de clemencia, pues luego, el día en que vendrá sobre las nubes, tendrá sólo la virtud de la justicia…! ¡Ay de nosotros, ay de vosotros y de mí si en este instante no oímos su voz que nos llama al amor, al perdón de las ofensas…!».

Mientras esto decía, fuese acercando con el Cristo en alto, los ojos fijos en él y llorando…

«¡Perdonaos!», gritó…

—Me perdonás, gimió la mujer.

—Sí… ¿Y vos me perdonás?

—Sí…

Siguieron un credo y cinco padrenuestros para darle gracias a Dios por el ajuntamiento.

El matrimonio Solano

Después de almorzar nuestro héroe, por ahí a las dos, llegó el otro matrimonio.

Estos cónyuges estaban menos bravos.

Al preguntarles las causas resultó que era mal carácter de ambos.

Don Benjamín les hizo esta plática a los indiecitos:

Si la única causa es el mal carácter, el remedio está en la mortificación: la mortificación del mal carácter… Yo, por ejemplo, hijos míos, soy hombre airado, pero gracias a Dios y a su divina gracia, me contengo, pues llevo este hábito y la sagrada misión sacerdotal… Y para que tengáis fuerza en la mortificación, conviene que recordemos lo que acaeció al santo padre Laínez cuando lo mandaron a las Américas…:

Era muy fogoso de carácter. Llegó, tras penosa navegación, de España a las Américas y se encontró en una tribu de antropófagos… Era robusto, joven, coloradito, mofletudo… Los antropófagos comenzaron a probarlo, así:

Lo rodearon en círculo, y mientras bailaban diabólicamente, le decían: «¡A bueno que estás…!», y se saboreaban las lenguas de puro gusto…

Todo lo soportó el padre Laínez beatamente, las manos enlazadas así como las tengo yo, y los ojos bajos: les sonreía a esos cochinos antropófagos olayistas de las Américas; les daba de las medallas y rosarios que llevaba consigo.

Así fue como reprimió el padre Laínez la fogosidad de su carácter: no mostró enojo porque se lo fueran a comer. Y muchas veces las hordas antropófagas de las Américas se han saboreado las lenguas al ver a la Compañía de Jesús, y ésta siempre ha reprimido la fogosidad de su carácter…

Los antropófagos, admirados de la paciencia y dulzura del padre Laínez, se retiraron en consulta y resolvieron someterlo a la gran prueba de las Américas, la prueba de las babas, a saber:

Se acercaron a él con una escudilla que llevaba el más viejo; cada antropófago escupió en la escudilla y, cuando ya estuvo llena, le dijeron: «¡Tienes que beberte esto! Es la gran prueba de las Américas… Todo filósofo que aparece por aquí tiene que beber nuestras babas… Si las bebieres sin vomitar, nos habrás comprobado que eres un enviado del Cielo y te pondremos en “el Congreso” y en “la Asamblea”, con Emilio Jaramillo, de El Diario…».

El padre Laínez cogió la escudilla y se bebió las babas, a pesar de la fogosidad de su carácter… Hubo un misionero, Fernando González, que no quiso beber babas, y por eso murió en las Américas, tristemente… Este misionero no supo o no pudo vencer el mal carácter heredado de sus abuelos, Lucas Ochoa y un orejón Arango; negóse a beber las babas americanas, y murió culirroto y nuestra Compañía lo presenta como ejemplo de falta de mortificación del mal carácter…».

En este punto, don Benjamín cae de rodillas y continúa así:

¿Creéis que al reino de Dios se puede llegar por la violencia, cónyuges Solano…? Sí, pero no con la violencia contra los demás, sino contra sí mismo. ¡La mortificación! Ahí tenéis la llave del Cielo, la que le entregó Jesús a Pedro cuando le dijo: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Acordaos de aquel San Francisco de Sales, que fue ejemplar de dulzura y cuya vesícula biliar fue encontrada petrificada, llena de cálculos… Los de la autopsia se admiraron de que hombre cuya vesícula biliar se parecía a los de El Diario, hubiera sonreído siempre…

San Francisco y el padre Laínez vencieron al ejército de enemigos que llevamos dentro… ¡No creáis que son los de fuera…!; no; el enemigo está dentro, el poderoso, aquel cuyo vencimiento es premiado con el Cielo…

Inmediatamente, en este punto, los cónyuges se convirtieron. El hijo de los indiecitos, Armando, lloraba a moco tendido. Don Benjamín lo bendijo, diciendo: «¡Que seas el gran bebedor de babas de las Américas!».

Siguió el rezo a las cinco llagas y un credo. Salieron íntegramente ajuntados.

Capítulo XI
Don Benjamín en Villeta: el alcalde enojado y convertido luego. El milagro mayor del padre Correa, o sea, don Benjamín.

Durante las siete semanas de la vida de don Benjamín en Villeta, dijo las pláticas dominicales. Se revistió siempre para la misa de nueve. Se subía al púlpito con el misal, y allí decía poco más o menos, pues los autores divergen al respecto: unos sostienen que estuvo más duro y otros que más blando:

«Amados hermanos míos en nuestro señor Jesucristo: voy a haceros la explicación del evangelio de hoy; primero os leeré el pasaje y después lo comentaré».

Abría entonces el misal y lo colocaba sobre el púlpito. Traducía; era gran latinista, pues comenzó el estudio de esta lengua desde la infancia con los padres Celso Hernández y José María Acosta, de El Sitio, según contaremos más adelante.

La explicación del evangelio era siempre aplicada a los vicios comunes en Villeta, tierra caliente en donde el diablo trabaja casi exclusivamente con el marrano deshonesto. En la altiplanicie también; pero en Bogotá, a causa del frío, el marrano ese no se ve: parece una señora.

Un domingo, creemos que al tratar de aquel pasaje en que Jesús arrojó unos diablos en forma de marranos que atormentaban a un liberal, marranos que se echaron a ahogar en El Lago, díjole el doctor Adeodato que acometiera duro contra los bailes…

Sermón contra los bailes

Pues aquí, en esta ciudad, ha venido la invasión del marrano o saíno de la deshonestidad…

Son piedra de escándalo para todos, y sufre con ello el corazón paternal de vuestro párroco, esos bailes inmundos… Comienzan ellos a las cuatro de la tarde, en el corredor de una casa de la plaza…; amenizan tales bailes con licores excitantes y con las conversaciones amorosas…, y, cuando llega la noche y ya están ahítos de pecar, pues el baile es, amadísimos míos en Jesucristo, rueda infernal en cuyo centro está el demonio y en la periferia los danzantes, es decir, los demonitos… Cuando llega la noche, repito, y están hastiados de pecar, y cuando suena el ángelus, del baile diabólico salen para el templo, con las almas manchadas de crímenes, y se acercan a la Santa Mesa, a recibir al Cordero inmaculado, sin las disposiciones debidas…

Al llegar aquí, don Benjamín dio un manotazo y casi se le cae el misal; vio entonces, o mejor, notó, pues don Benjamín estaba de muy buena fe y se acordaba siempre de los consejos del padre Pablo Ladrón de Guevara acerca de no fijar la vista en figuras femeninas; notó, decimos, que dos señoritas se levantaban y salían de la iglesia, mirándolo a él fijamente…

Terminó, pero sin mucha fogosidad… Almorzaron.

Por la tarde, en un atardecer de esos villetanos en que parece que el cielo tropical se convirtiera en caricia, sentados los padres bajo la inmensa ceiba, en compañía del doctor Adeodato, se acercó un joven menudo, muy filigrana, diciendo: «Très bien! Très bien! Usted, reverendo padre Correa, es orador fogoso y de brillo. Épatant…!». Apenas se fue, dijo el doctor Adeodato que era un joven de porvenir, muy dado al francés y a la oratoria y que indudablemente ocuparía un puesto en la Liga de las Naciones: se llamaba Eduardito Santos…

Por la noche le dice el doctor Adeodato: «¿No sabe, padre Correa…? El pueblo está revolucionado con su plática… El alcalde, general Roca, y su familia, están furiosos dizque porque usted señaló a las dos hijas desde el púlpito… ¿No vio usted cuando se retiraron…?».

Contestó don Benjamín que había medio percibido cuando dos señoras salían de la iglesia, pero que no había caído en la cuenta de nada…

«¿Habrá peligro de acusación ante el Superior, en Bogotá?», preguntó.

El primer pensamiento de don Benjamín fue su expulsión de La Compañía. El general Roca era un héroe conservador: había matado cuatro viejas liberales, durante «la última guerra», y también había matado una mula y robádose otra, pertenecientes al general Uribe Uribe: nada le sería negado al general Roca: la verdad desnuda habitaba en la boca del general Roca y de allí se echaría en los brazos de monseñor Enrico Gasparri. ¿Qué podría hacer su admirador, el que estudiaba francés, si dizque era liberalizante…?

El cura lo consoló así: «¡No tema, padre Correa! El General se robó la mula pero es muy devoto. Todo se arreglará».

* * *

Al siguiente día, a las nueve, con atmósfera liviana y cristalina, salieron los jesuitas con el doctor Adeodato hacia el río de Villeta, a caballo.

En el trapiche estaba el general Roca, carilargo como Jiménez de Quesada, moreno curtido, a causa de sus campañas, malencarado y fornido… Tenía en sus manos una escopeta de «la última guerra»…

Saludó con gran simpatía al Cura y al padre Barreiro; se hizo el que no veía al reverendo padre Correa y le volteó la culata de la escopeta, todo ello a pesar de que don Benjamín sonreía humildemente, pues su anhelo en ese entonces era la mortificación.

Viéndose desairado, el padre Correa siguió adelante; lo alcanzaron y Adeodato le dijo: «Está bravísimo, como en “la última guerra”, pero ya lo cité para el lunes a la casa cural…».

El gran milagro de don Benjamín

Llega el lunes… Don Benjamín se paseaba desde las cuatro de la mañana por su cuarto, meditando, orando o quizá haciendo su examen particular.

A las ocho oyó ruido en el despacho cural.

A las ocho y cinco entró Adeodato y le dijo que allí estaba el general Roca…

Se persigna el padre Correa y sale y saluda al General y le pide permiso para cerrar la puerta con llave, «con el fin de conversar tranquilamente». Fue un golpe napoleónico.

Cerrada la puerta, ahí tenéis a don Benjamín de pies, manos enlazadas sobre el bajo vientre, inclinados los ojos: la figura de la humildad voluntaria.

Recuerde el lector que desde el disparo que hizo el padre Félix Restrepo, de la Academia de la Lengua en Bogotá, don Benjamín venía predicando briosamente acerca de la mortificación y que estaba resuelto «a sufrirlo todo, aunque lo enviaran a las Américas»… Vivía en las Américas, en Villeta nada menos, pero, cuando ese periodo de su vida, el complejo mortificación se presentaba a él así: «Sufriré todo, hasta beber escudilla de babas, si me envían a las Américas». Es asunto elemental de psicología: el complejo mortificación nació en el novicio al oír la historia del padre Laínez.

Ahí está, pues, el padre Correa, beato, manicruzado, verdaderamente humilde, listo para sufrir, y no sólo listo sino con anhelo de que el partido conservador, es decir, el general Roca, se meara en él.

Al frente del Padre, de pies, el general Roca, «héroe de la guerra pasada», héroe de Palonegro, con bigotazos olorosos a leche de tigre parida.

Imprecación del General

«Reverendo padre Correa: con mucha pena vengo a tratar con usted de un asunto muy delicado…

Se trata de que usted, reverendo padre, el domingo último, en la plática, señaló a la vergüenza pública a mis dos hijas, con regocijo de un jovencito menudo que estudia mucho francés y que es liberalizante.

En casa, reverendo padre, estamos aterrados, pues hace cuarenta años que yo soy columna del gran partido conservador, columna de la Iglesia, y todos, yo, mi mujer e hijos estamos prontos a derramar la sangre por la hegemonía de los buenos principios», etc.

El padre Correa escuchaba humildemente, ensoberbecida su alma por la humillación voluntaria. «Si en aquel instante, dícenos don Benjamín, el General me hubiese pegado, habría puesto la otra mejilla». «¡No ve, doctor, dice don Benjamín, que yo estaba de muy buena fe…!: si me hubiera dado a beber orines, los habría bebido…».

Continuó el General su arenga, y cuando hubo terminado…

Cae de rodillas don Benjamín

… inmediatamente cayó de rodillas don Benjamín y, encendidas sus mejillas a causa del triunfo sobre el mal carácter, exclamó:

«¡Perdóneme! Humildemente le pido perdón, señor General, a usted, al gran partido conservador, a sus señora e hijas… Jamás fue mi intención el ofender a usted, a su familia ni a nadie en este pueblo… Si prediqué contra la nefasta costumbre de los bailes, fue por amor a la salvación de las almas, para cumplir mi sagrado ministerio», etc.

Apenas se hincó don Benjamín, el alcalde asustóse y corrió a levantarlo por los codos… «¡Oh, su reverencia, decía, cómo es eso, que usted se arrodille delante de mí, pecador indigno…!».

«¡Sí, déjeme General! ¡Déjeme besarle los pies, General…!».

Entonces el general Roca se convirtió y dijo textualmente:

«Reverendo padre: confieso que soy pecador indigno y que con esta escopeta (la había llevado, pues siempre la cargaba) maté una mula liberal y robéme otra, en “la última guerra”. Y en prueba de que me he convertido, permítame su reverencia obsequiarle esta arma…».

Salieron abrazados, don Benjamín con la escopeta; el General palmoteaba al jesuita cariñosamente.

La escopeta fue guardada en el noviciado de Chapinero, y cuando don Benjamín se retiró de La Compañía, el padre Tejada, que fue a llevarlo hasta la estación de La Sabana, le entregó un envoltorio y le dijo: «La Compañía ha resuelto darle a usted esta escopeta, para que a su vista usted se enfervorice, recordando el gran milagro de ablandarle el corazón al partido conservador, o mejor, al general Roca… Platica no puede darle nuestra madre La Compañía porque está muy pobre ahora; pero con esta escopeta usted llegará hasta Copacabana: el fervor lo puede todo…».

* * *

Tan arrepentido quedó el alcalde, que oigan:

Vuelto don Benjamín a Chapinero para terminar el filosofado, transcurrido algún tiempo, un día, yendo con su «terna», pues filósofos, juniores y novicios salen siempre en ternas, para que se vigilen; yendo, decimos, beatamente, por la carrilera del ferrocarril a Nemocón, medio vio el padre Correa que pasaban delante de un caballero y de unas señoritas; luego oyó que decían: «¡Miren, ahí va el reverendo padre Correa…!».

Volvióse don Benjamín a mirar y ¡cuál no sería la sorpresa al ver al general Roca y sus hijas, que lo saludaban alborozados…! Dijéronle: «Vea, reverendo padre, vinimos hace días a buscarlo para que nos bendiga a este muchachito, pues le ha dado por decir que él es Simón Bolívar y que le entreguemos la escopeta para matar a todas las mulas de la “izquierda”».

Don Benjamín lo miró y, como estaba muy barrigón el muchachito, lo bendijo, diciendo «¡Esas son lombrices!».

Siguieron su camino los filósofos, comentando acerca de que el diablo toma frecuentemente la forma de las cosas bellas; que Jesús puso en guardia a los apóstoles contra los falsos profetas…

El don Benjamín de entonces era muy diferente al de ahora, a este príncipe de la Iglesia a quien el padre Casiano pregunta: «¿Ya lo pre-bas-te?».

Los juniores y filósofos van siempre en terna. Permítannos, a propósito, una digresión:

Un día, yendo en terna, encontraron al doctor Páez, cura viejo de Bogotá, ingenioso y mordaz que decía: «Yo soy descendiente del “León de Apure”». Le gustaba el aguardiente. Se quedó mirando a la terna, por encima de los anteojos, y les dijo: «¿Y cuántos sois?». El más joven, un novicio, contestó así: «Pater, odie sumus tria». Un error, pues se dice sumus tres. El doctor Páez soltó la carcajada y les gritó: «¡Adiós, mis padrecitos!; ¡échenle ojo al latín!».

Capítulo XII
El común de la casa cural. La hacienda de «El Trapiche». Sierpes voladoras. «Los fervorines». La casa de Sanclemente.

Se nos había olvidado el común de la casa cural. Cuando llegaron los padres Barreiro y Correa, el doctor Adeodato les dijo, ya de noche:

«Reverendos padres: el común es el lado de la cocina, y es de cajón y muy oscuro; no olviden llevar lucíferos, que allá puse una vela y tengan mucho cuidado con las sierpes llamadas “Santander…”. Figúrense ustedes que una vez encontramos allí una sierpe comiendo inmundicia… Oigan: cuando vino el reverendo padre Paternain y fue al común…: oí gritos…; fui y la sierpe lo tenía agarrado, pero no lo había mordido a causa de que él, por el mucho montar en mula, tenía el trasero endurecido… Al Libertador, a pesar de lo mismo, sí lo mordió una y él le puso el nombre de “Santander” a esa familia de sierpes… Ellas se enroscan, a comer, a saciarse en el pecado…; se sienta allí el misionero, el filósofo o el Libertador, y entonces ellas se apoyan en la cola, levantan la cabeza alargada, colmillona, y mandan el mordisco… Quedan en forma de J. sobre la inmundicia. Es la sierpe de la envidia, cabecilarga, dentuda, ojos escaldados y que muerde siempre en el culo… ¡Mucho cuidado, reverendos padres…!».

Nuestro héroe quedó aterrado y desde entonces sufre inhibición intestinal… Sostiene él que «la gran prueba de las Américas» no es propiamente «la de las babas» sino el tener que vivir entre las sierpes J, tan inmundas.

* * *

Pues bien, acabados los bailes, ajuntados los matrimonios desavenidos y convertido el alcalde, general Roca, el doctor Adeodato llevó a los jesuitas a la hacienda «El Trapiche», de propiedad de la rica familia antioqueña, Arbeláez…; se trataba de que todos, amos y peones, iban a comulgar y solicitaron que el padre Correa les predicara «los fervorines».

Fueron en briosos corceles. Por el camino, en un montecito, vio don Benjamín que venía hacia ellos una palomita… Pues era nada menos que una sierpe con la cabeza levantada. «¡Cuidado, padres, decía Adeodato, que por aquí hay sierpes voladoras!».

Indudablemente que las Américas son el lugar propio para la mortificación del mal carácter: cielo paradisíaco; montañas, valles y aguas celestiales; climas que nos hacen morir de gusto…, pero la humanidad se compone aquí de sierpes astutísimas…, a saber: El Colombiano, La Defensa y El Diario, las horas católicas del padrecito Henao Botero, por la radio; avisos de «O.K. Gómez Plata»; la prensa bogotana, los presidentes y candidatos… ¡Aquí nos vamos a salvar todos los jesuitas…!

En la hacienda les mostraron los gusanos de seda, en sus cajas de vidrio, los cultivos de morera y de cañadulce; bebieron guarapo y miel, y el domingo, muy de mañanita, en el gran oratorio de la casona, a donde llegaba el olor a libertad, que emanaba del trapiche, don Benjamín predicó «los fervorines».

Se predican desde que el sacerdote oficiante comienza a preparar el copón, hasta un cuarto de hora después de que todos comulgaron. Se dividen en dos: preparatorios y de acción de gracias. El predicador se arrodilla, interrumpiéndose por espacio de unos cinco minutos entre los dos fervorines.

Ese domingo don Benjamín estaba rítmico y eufórico, a causa del ejercicio al aire libre, del olor a miel y de que en la casona había común inodoro y sin culebras J.

Predicó así:

Los fervorines

I

Detengámonos, amadísimos de «El Trapiche», a considerar que somos hechura.

¿Nos hicimos, acaso?

Por más que nuestra memoria se dilate, no hallaremos a nuestra voluntad interviniendo en nuestro aparecimiento sucesivo: nos hallamos dentudos, cojos o bizcos, biliosos o vinagrados, sin saber cómo ni cuándo. Y hallamos a las mujeres caderonas y a los hombres pechones grasosos; a todos, calvos, legañosos, arrugados… Hallamos que somos sombras, apariencias evanescentes.

¿Dónde está el que tiene conciencia de realidad, el que no se halla en el pasado, dentudo de un momento a otro, sin saber cómo ni cuándo? ¿Dónde está el que no sufre de anquilosis, arterioesclerosis, calvicie, legañas, el que no es atacado por sierpes inmundas como éstas de por aquí? ¿Dónde está el que es causa de sí mismo, razón suficiente de sí mismo, el que no es sombra de nadie? ¿Dónde está la realidad, el Rey de los reyes? ¿Dónde, la eterna juventud, carísimos de «El Trapiche»?

Está en la Hostia, villetanos…

Él hizo un muñeco de barro y sopló… Por ese vaho nos le asemejamos remotamente. Él quiso que el hombre participara de la realidad, del amanecer eterno.

Pero ¿qué pasa, villetanos? Que no tenemos conciencia sino de que el muñeco de barro se deshace: sucesivamente, canas, caries, desgano, cansancio y arrugas nos están repitiendo desde la cuna que somos unas sombras sin realidad.

Pues bien: para que no tuviéramos esta conciencia de sombras, Él se hizo alimento nuestro.

¡Qué asombro! Dignarse el Señor convertirse en hostia que penetra por la boca, y por el esófago, y por el estómago y por los intestinos pútridos de la gente de las Américas, o sea, del gran partido conservador y de la gran familia liberal…!

La mayor prueba del amor que Dios tiene al hombre está en que vino a los antropófagos de las Américas. Por ejemplo, un europeo no consentiría en convivir durante tres días con Alfonso López, Enrique Olaya, Luis Cano, etc., a no ser que tuviera en mira la consecución de mina de petróleo, oro o platino, y ¡asombraos!: viene el Rey del universo y Laureano Gómez lo hospeda en su barriguita… ¡Carajo, villetanos trapichenses, con el misterio…!

Ahí, en ese copón, está la fuente de la realidad; está allí la conciencia de la realidad. Alejaos, y os sentiréis sombras; acercaos, y sentiréis, más o menos, una lejana y alada sonrisa, la lejana y alada ligereza de la eterna primavera.

Aquí se arrodilló don Benjamín durante seis minutos. Prosiguió así:

II

¿No sentís un aleteo lejano, un sonreír de maliciosa y juvenil alegría en el espacio de vuestras conciencias?

Pues es indicio remotísimo de la eterna juventud…

Riamos, riamos con la risa ligera del bailarín liviano, pues somos realidad… Hemos comulgado, y sentimos que no somos eso que cae, eso que se pudre y se arruga, eso que muerden las sierpes villetanas. El Señor nos ha dado realidad.

Y porque sabemos ya esas cosas, nos despreciamos en cuanto sombras. Podemos sufrir ya las grandes pruebas de las Américas. Podemos soportar a estos presidenticos ladronzuelos y leer la prensa de las Américas… Haced la prueba y veréis que ya soportáis la lectura de un editorial del hijo de don Fidel Cano…

De ese copón nos ha venido la conciencia de que el general Roca Lemus puede robarnos la mula, y meternos en la cárcel y escupirnos, pero sólo en cuanto sombras… Beberemos la escudilla de las babas, pero sólo en cuanto sombras…

Por eso decimos que Cristo nos hizo libres. En la Hostia está el secreto de la Compañía de Jesús: efectivamente, no de otra parte ha sacado la fuerza para aguantar durante siglos en las Américas…

Ya sabemos, ya sentimos, villetanos, que mientras más sea azotada y destruida nuestra apariencia, más sonreirá y se acercará el alma al eterno amanecer en donde no existen los negroides de las Américas…

¡Jesús Sacramentado, Jesús Eucaristía, gracias te damos por esta manada de saínos entre los que vivimos! Tú eres alimento del terrícola que desea soportar el robo en las aduanas de Cartagena, Barranquilla y Buenaventura. Uno de Cartagena, un tuerto Delvalle, nos robó los muebles que teníamos en Marsella, Francia, y en los cuales la Toní guardaba sus calzoncitos… La aduana de Buenaventura está en las garras de Garcés, y también el consulado general en Nueva York, y el Garcés tiene droguerías, porque le dio a mutuo mucho dinero al presidente López para su vivir dispendioso… ¡Hombres rameras, y, sin embargo, te dignas venir a sus panzas crapulosas! Tú eres alimento del colombiano, mientras roba, y eres viático del colombiano, cuando deja de robar, es decir, cuando muere… (8) ¡Humillaos, villetanos trapichenses, a la vista de estos prodigios…!

* * *

Casa de Sanclemente

Al volver de «El Trapiche», Adeodato los llevó al «santuario de los buenos principios», como llaman en Villeta a la casa en donde murió Sanclemente, según unos, y en donde depositaron el cadáver del anciano, según otros: porque lo llevaron de Bogotá en un silletón colonial y no se sabe si expiró en el camino o en la casa de Villeta en donde lo descargaron. Lo único cierto es que parecía dormido con ese sueño apacible que tienen hoy «los buenos principios». Esto dio motivo a la divergencia de opiniones.

Se reunió mucha gente para la visita de los padres. El general Roca Lemus decía: «Aquí murió el anciano, y el que diga que no, me tiene que pelar las barbas…». Eduardito Santos se llevó al padre Correa para un rincón; allí se les unió otro, canoso y que hablaba abrazando a uno y a la carrera: era Luisito Cano… El Eduardito dijo: «Ce serait épatant, père Correa, les fervorines au Trapiche!»… El Cano le echó el brazo a don Benjamín y le dijo desde abajo, pues es muy bajo, escupiéndolo: «Sanclemente, reverendo padre, murió a la salida de “la capital”, al tropezar los cargueros en un hoyo que hay al frente de El Espectador. Yo estaba estudiando derecho internacional, para agarrarme con los peruanos, y desde el balcón vi cuando muequeó y se quedó como un pollito… Y el que diga que miento, tiene que ir conmigo al campo del honor, a pistola sin cargar; mi padrino es Vallejo…», etc.

Don Benjamín apaciguó al Cano, para que no fuera y se matara a meados con el alcalde Roca Lemus.

Capítulo XIII
El sermón contra la cabronería. El sermón acerca de las delicias de las Américas, llamado también, por algunos, el sermón de la despedida.

Los reverendos padres señalaron su viaje de retorno a Bogotá para el lunes siguiente al de la visita al «santuario de los buenos principios».

El doctor Adeodato dijo así:

«Padre Correa: no puede irse sin predicarme contra la prostitución; mi parroquia ha sido atacada por un vieja bogotana a quien llaman La Calígula, que puso casa aquí y ya ha perdido a muchas doncellas y a muchas almas… Usted tiene el palito para estas cosas de la santa pureza», etc.

En la última misa de nueve predicó así don Benjamín:

Sermón contra la cabronería

Amados hermanos míos en nuestro Señor:

Yo soy de El Sitio, pueblo notable por los carboneros que se agachan amorosos sobre el río del Aburrá; por el puente, construido por el doctor Villa, desde donde pescan las mejores sabaletas, y por ser lindante con Bello, cuna de Marco Fidel Suárez.

Grandes hombres ha dado a luz El Sitio, o Copacabana que también dicen. Entre ellos destacóse el padre Carlos José Ortiz en santidad y en saber.

Entre los muchos curatos que desempeñó este santo varón, tenemos el de Anzá…

Cuando llegó allí, encontró que Lucifer estaba apoderado de los fieles, en forma de una vieja cabrona llamada La Bombita.

Tenía una casa de prostitución; ella era la directora, a causa de la vejez, pues los viejos no sirven sino para dirigir, sobre todo las viejas: es lo que llaman experiencia. «Más sabe el diablo por viejo que por diablo». Por eso no estoy de acuerdo con los liberales, que ponen a los jóvenes en el comando. El joven debe ejecutar y la joven acostarse; el viejo y la vieja agarrar el timón directivo. Estos son postulados, carísimos hermanos…

La Bombita era también la contabilista, y la contabilidad arrojaba un saldo de 50 doncellas perdidas allí… Si no hubiera muerto y si el doctor Olaya la hubiera nombrado contadora, sabríamos cuántos mancebos se perdieron durante la concentración, sin contar a Luisito Cano, que nació perdido (4).

En todo caso, el padre Ortiz era tan dulce como santo…

Enfermó La Bombita, parece que de ulceración bogotana, pues era oriunda de «la capital», y, como allá no sudan, por el frío, se ulceran con el pecado: ulcerado murió el fundador, Jiménez de Quesada, y dicen que el Enrique Santos y el caradepedo Nieto Caballero se están ulcerando entre los calzones…

Enfermó y llamaron al padre Ortiz a media noche…

Era en casucha oscura y hedionda. No se veía nada sino con las narices: olía a liberalismo bogotano. No había sino un cabo de vela de sebo pegado a la pared mugrienta…

Acercóse el padre Ortiz al lecho: no se veía sino el bulto cobijado; no se le veía la cara…

¡A ver, hijita! ¿Está muy enfermita…? Dígame sus pecaditos…

Ninguna respuesta. La vieja resoplaba como un cerdo…

Durante diez minutos estuvo bregando el padre Ortiz, con esa dulzura que lo caracterizó y que lo hizo confesor de treinta leguas a la redonda…

«Dígame sus pecaditos…». Así estaba, repite que repite, cuando, de pronto, grita la vieja con voz hórrida:

«¡Padre…! ¡Padre…! Acúsome padre…; me acuso… ¡de que me llevan unos demonios cornudos…!».

Al padre Ortiz, hombre valeroso si los hubo, se le erizaron los cabellos y gritó que le prestaran el cabo de la vela; alumbró y… La Bombita estaba muerta, con la cara negra, los ojos abiertos y torcidos, la nariz de lado, la boca contorsionada, media vara de lengua afuera, hediondísima y estaba leyendo El Tiempo

El doctor Adeodato le escribió a don Benjamín, al noviciado, que desde su sermón, en Villeta reinaba la santa pureza; que La Calígula se había ido para Albán y que llevaba una vida ejemplar de penitencia, hasta el punto de que se limpiaba con la prensa bogotana.

Sermón acerca de las delicias de las Américas

El lunes en que se fueron los jesuitas de Villeta para el noviciado, predicó o despidióse el padre Correa así:

Nos vamos el reverendo padre Barreiro y yo muy agradecidos.

Ninguna tierra tan propicia para alcanzar la beatitud como ésta de las Américas. Aquí es donde se mortifica el mal carácter; aquí nos atacan el marrano deshonesto, la sierpe calumniosa y Laureano Gómez. ¡Tierra feliz ésta de las Américas porque de ella sale el misionero derecho para el paraíso, como un cohete!

Efectivamente, hay muchos animales: saínos, niguas y pulgas, Santanderes y Nietos.

Pero Dios, en su infinita misericordia, nos da, a raticos, indicios de la vida noble que nos espera, para que podamos soportar a las Américas.

Recordemos, a propósito, la historia del gran jesuita misionero del río de las Amazonas, el beato padre Ancheta, portugués:

Pidió, y lo obtuvo, que lo enviaran al río de las Amazonas. Sostenía él que en Coimbra era muy difícil salvarse, pues existe la apacible amistad, la fidelidad y la bella inteligencia; que para llegar al Reino es preciso aguantar las pasiones inmundas.

Llegó al río de las Amazonas… Iba por él en cabeza y descalzo, en champanes, en jangadas o en canoas… Iba así por el río arriba y por el río abajo, rescatando almas… ¡Con semejantes soles y con semejantes nubes de mosquitos y de loros…! ¡Contemplad a este héroe, villetanos…!

¿Por qué va en cabeza, padre Ancheta…?

Porque quiero darle mi vida a los animales de las Américas; deseo que sus antropófagos, mosquitos, soles, loros y sierpes se sacien en mi triste persona…

Cierto día, con un sol terrible de las dos de la tarde, iba en jangada río arriba a rescatar a una tribu colombiana que ya se había comido veinte jesuitas y cuarenta monjas…

Los bogas, viéndolo en cabeza, se pusieron a fabricarle un toldo de hojas de bijao…

¡No!, gritó; ¡yo quiero morir en las Américas! Deseo que me coman los colombianos, pues si muero en las Américas, es segura mi salvación; si fuera para estar con sombrero y para que no me comieran, me habría quedado en casa, en Coimbra…

Esto que dice el beato Ancheta, y de lado y lado del gran río de las Amazonas, de sus profundas selvas, salen dos bandadas innumerables de loros, que se colocan a cierta altura sobre la jangada y que, volando acompasadamente, forman una especie de sombrilla, parecida a las que usan en las playas del mar, de modo que el beato hizo el viaje a la sombra…

Decía a los bogas: «¡Vean qué tan bueno es Dios con sus siervos…!».

Así llegó a la tribu colombiana, la cual, primero lo sometió a la prueba de las babas y después se lo comió vivo…

Carísimos hermanos: con este milagro de los loros, quiso Dios únicamente comprobar que le place la mortificación, y que para ello creó a las Américas y a sus animales. Por eso, si bien estos loros formaron el paraguas que dije, no cesaron de chillar, que jamás se ha oído que Dios haya hecho este milagro de acallar a los loros de las Américas…

El padre Barreiro y yo nos vamos con una deuda de gratitud muy grande, pues vamos casi salvados ya por la mortificación del mal carácter: en ninguna parte del universo mundo hay cosa mejor para purificarse que las sierpes muerdeculo o «Santander».

¡Adiós, queridos hermanos de la tierra caliente! Nos vamos para la tierra fría a vivir entre los culebrones de bigotico y carilargos… ¡Adiós, repito! Permaneced muy avenidos los que seáis cónyuges, y todos, cónyuges, donceles y vírgenes, acordaos siempre de La Bombita, la cabrona de Anzá…

(Continuará).

— o o o —

Panorama de
política interior

I. El corista de El Sitio

En Copacabana subió al tren un señor de “cierta edad”, es decir, de esa edad en que ya las muchachas no miran a uno… “Cierta edad” es aquélla tristísima en que las doncellas, cuando les decimos “preciosas”, responden, haciendo deliciosa trompita con sus labios: “¡Pero vean a este viejo tan descarado!”.

Subió el señor, de paraguas y con un cartapacio cogido contra la nalga derecha. Nos saludó. Comprendimos que era mitad profano y mitad sagrado, por el habla y el morfismo. Comprendimos que era una de esas tragedias que hay ahora, es decir, hombre que no puede robar, porque no es olayista: ni trabajar ni robar. Está dividida la patria en dos hordas; una de ladrones ahítos y otra de ex ladrones muertos de hambre.

—Muy buenos días, caballero, díjonos.

—Buenos días… ¿Quién es usted…?

—Yo soy Escipión Uribe; soy corista y voy a Machado, a la “casa de corrección”, a cantar una misita…

—¡Y la cosa sí que está mala ahora…! ¿Le paga bien el señor cura…?

—Así así…

—Pero… como usted es soltero, vivirá fácilmente…

—¡Qué soltero! Yo estoy fregado desde los diecisiete años y dos meses; tengo quince hijos vivos y seis muertos. ¡No ve que a mí me tocó el régimen conservador… y entonces tenía que ser con palabra de matrimonio…! Los liberales sí están muy bien: las prestaciones son a cambio de escuelas o dactilografías…

—¿Y cómo le va con este régimen…?

—¿El régimen? Yo estoy ahora acéfalo, señor… Figúrese que yo era administrador de rentas en Mesopotamia, y con el régimen este quedé acéfalo

—¿Y por qué no se volteó a olayista…?

—¡Lo hice…! Pero no les vale: el directorio liberal de Mesopotamia me respondió que no podían admitir más liberales, porque entonces no habría a quien robarle… Me quedé acéfalo

II. Camino único

Camino único para salvar a Colombia:

1°. Abandonar la esperanza de que los godos ventrudos, en cuanto tales, volverán al poder.

2°. Predicar e imponer la castidad.

3°. Predicar e imponer la dureza (ló-gi-ca, disciplinas).

4°. Ser católicos, pero un partido político monaguillo no subirá al poder.

5°. El cristianismo católico, pero varonil, no ese dulzarrón del padrecito Henao Botero, como esencial elemento del orden y de la vida nacional.

6°. Retiro de los viejitos y jóvenes envejecidos o sin hormones que se llaman “partido conservador”, que no supieron ni saben gobernar, desacreditados ab aeterno.

7°. Ir al campesinato, pues es tradicionalista, e irresistible si se organiza.

8°. Un presidente juvenil, enamorado de la acción, amo de la anarquía, respetado y temido por el clero, que en él vea al sostén de la ló-gi-ca.

9°. Pena de muerte para todo ladrón de bienes públicos. (Esto será transitorio).

10°. Periodo presidencial de siete años.

11°. Prohibir la inmigración y crear instituto biológico que estudie y aconseje acerca de este problema de la raza.

Para todo esto, reunirse 15 ó 20 hombres conscientes, en Medellín, y principiar la acción. Si se encontraran estos 15 ó 20 hombres, tendríamos patria y presidente en 1938.

III. La acción católica

Por la radio escuchamos al padrecito Henao Botero. Dice: “¡Descúbranse, que vamos a leer una boleta de monseñor Builes…!”. Esto es blandengue. Cristo nos hizo duros; Cristo no vino a hacer maricas. ¡Quite a ese padrecito, monseñor González, que está dañando la cosa!

IV. El general Berrío

Llegó el general Berrío a Medellín y la prensa oposicionista publica el mismo retrato gordón que viene publicando hace cuarenta años y la misma frase de siempre: “Estoy listo a servirle al partido”. Decididamente, esta gente de la oposición no aprende nada, ni en la desgracia.

V. Monseñor González

¿Quién se destaca entre las generaciones que han llegado a la madurez? Sólo vemos a un hombre, y pertenece a la Iglesia y no tiene con quién trabajar. La patria es hoy como rastrojo en que sólo hubiera un árbol.

Durante días hemos buscado, con espíritu libres, entre todas las tendencias y agrupaciones: sólo monseñor el arzobispo Juan Manuel tiene valor entre las generaciones que están actuando.

Y como al árbol entre el rastrojo, le ha tocado sufrir, solitario, el vendaval… Jehová lo permite así para que se cumpla la ley de que sólo se fortifica lo que padece.

Una cosa es incomprensible en este pueblo antioqueño, y es que hallen eco y ayuda las injurias y ataques bogotanos al que hoy nos representa.

Nietos, y Santos, y Echandías, y López y demás gente de azar en sus nacimientos, fortunas y estudios; todos esos que reinan porque en los cadáveres reinan los gusanos, han saciado en Juan Manuel el odio que tienen a Antioquia porque ésta permanece tan dura que no han podido engendrar en mujeres antioqueñas.

Jehová dispuso que las entrañas antioqueñas no serían fecundadas por ellos. Jehová veda el maridaje de Córdova con Santander.

VI. La prensa bogotana

Nuestra lucha no es contra Bogotá, como ciudad, sino contra “el espíritu de Santander” que allí reina. No es contra los santafereños, sino contra los periodistas y políticos.

Vamos a poner los puntos sobre las íes en este problema: no odiamos a los periodistas bogotanos en cuanto individuos; más bien los amamos, por ser tipos curiosos para el observador; casi únicos. El Luis Cano hasta es hijo de don Fidel, cuya memoria es sagrada para el patriota. El patriotismo es lo que nos obliga a tratar duramente a estos señores.

Eduardo Santos y Luis Cano se han dedicado a comerciar con la política: éste heredó el crédito que tenía su padre; aquél acreditóse al amparo del noble gobierno de Carlos E. Restrepo. Con estas credenciales apoyan y defienden todo gobierno; gozan del apoyo oficial; envenenan la opinión; corrompen la juventud; ganan con la guerrita de Leticia y ganan con el arreglo; ganan con la Scadta; ganan con el Catatumbo; ganan con Olaya; ganan con López. El congresista que no se les humille, no tendrá el bombo de sus periódicos, el retrato publicado, y el reportaje consabido y no será reelecto.

El periodista tiene grandes deberes y se le deben exigir hasta en sangre.

Ambos periodistas son venales; más inteligente y zorro el Santos, tiene al Cano de trinchera y de fámulo.

No tuvieron pudor con el liberalismo: lo corrompieron, al tratarlo como industria.

En Colombia no hay hombres de carácter.

Gente venal esos periodistas a quienes el inocente pueblo liberal ha prestado crédito. Prevaricaron.

¿Qué orientación, qué crítica que los perjudique con el gobierno, se lee en esos dos periódicos, hoy, cuando la patria marcha en la oscuridad?

¿No es evidente, por ventura, que la riqueza pública toda es robada, que las aduanas son fraude? ¿Y qué lee nuestro pueblo en esos dos papeles? Que el gobierno es ejemplar…

No podemos perdonarles que hayan prostituido al liberalismo desde el primer día en que fue gobierno; a causa de estos dos hombres, el liberalismo con que soñamos y en que gastamos la juventud, es hoy, en la conciencia pública, sinónimo de robo y prevaricato.

Si, como repiten algunos, el Santo y el Cano son “conciencias morales de Colombia”, mejor será que las mujeres se queden estériles.

Dizque hay hombres de carácter que conservan aprecio por ellos… Nosotros no somos ningunos héroes, pero sí nos parece que para apreciarlos hay que tener “muy ancha la conciencia”.

Bien que un comerciante piense únicamente en sus ganancias; bien que un chalán piense nada más que en vender sus caballos, ¿pero que estos dos tartufos estén arruinando juventudes y llamándose a sí mismos “conciencias morales”? Colombia es un país inocentón…

¿Tendremos derecho a tratarlos tan duramente? Sí, porque la patria está más cercana al precipicio de lo que creen los más pesimistas. Nos duele tener que escribir tan amargamente respecto de estos señores, pero sería delinquir el ponerse a cantar letanías, así: “¡El hijo de don Fidel…! ¡Eduardito, que da de comer a tantos jóvenes…!”. ¡A los infiernos con esos cabrones, aunque sea hijo de don Fidel y amigo de nuestros amigos!

VII. Encuesta con el General

El General es solemne. Lo llamo así porque al comentar los sucesos patrios se atusa los bigotes marcial y jesuíticamente: atusamiento mitad sagrado y mitad profano, que convence; además, fue coronel de “la última guerra” y ahora es profesor.

El otro día, a una sobrina que tiene y que ya está entrando en lo que llaman “cierta edad”, esa en que las mujeres se vinagran…; pues a tal sobrina, que logró conseguir novio, la encontró en ciertas confianzas con éste, y le dijo:

—¡Eso va largo…! ¡O se casan o ese hombre parteee…!

—Pues si lo echan de aquí, yo partiré con él…

—Y si así sucediere…, yo los perseguiré, y les daré alcance…, y seré muy capaz de quitarles la vida a los dooos…!

Cuando así decía, se atusaba los bigotes, del centro a la periferia, despacio, marcialmente, acción bellísima, mucho más convincente que los pases de Mesmer. Eso es lo que necesitamos en Colombia, en “el palacio de la carrera”: un hombre bien verraco, que se atuse los bigotes así…, para que nos asuste.

¿Cómo le va, General?

—Siempre pilando en el mismo pilón…

A un lado tenía los libros, forrados en hule, pues es profesor donde los reverendos padres.

¿Qué ha sabido hoy, General, usted que se informa tan bien…?

—¡Lo que saben todos…! Que la educación pública es un batiburrillo.

¿No ha sabido usted que renunció el decano de la escuela de medicina, que los profesores se unieron a él y que luego lo abandonaron?

¿A qué se debe este baturrillo, General?

—¡A lo de siempre, don Fernando…! Yo monté en automóvil, con Juan Duque, el secretario de educación, y me llevó hasta “el palacio”. Preguntéle a qué se debía el batiborrillo y contestóme: “Nos están haciendo presión ‘las directivas’… y hay que remover todo, cueste lo que costare…”.

Esas elecciones, don Fernando, en la Universidad de Antioquia, estuvieron muy sucias… ¿Qué le parece, don Fernandooo, que los alumnos de Clodomiro salieron y se estacionaron al frente de “nuestro colegio”…? ¡Unos mulatos hórridos…! y gritaban: “¡Abajo Dios!; ¡abajo el Papa!, ¡abajo la religión y… abajo Calderón, hijo de tal…!”. ¿Qué dice usted, don Fernando?: ¡al reverendo padre superior gritarle hijo de tal…!

¿Y ustedes no castigaron eso? ¿Dejaron decirle hijo de puta al reverendo padre rector? ¿No hicieron que los alumnos de sexto año, hombrecitos ya, salieran y acabaran con el tendido de los negros de Clodomiro y de Ricardo…?

—¡Nooo, don Fernandooo…! ¡Cómo se ve que usted es pariente del difunto y reverendo padre Fernando Arango, que era tan impetuoso en la caridad…! Los muchachos estaban a punto de estallar… Me decían: “¡Déjenos, General, que nosotros acabamos con esos negros…!”. Pero, entonces, yo les dije así, con mucha calma y paz:

“¿Están atacando nuestro colegio, nuestra religión y doctrinas? Es verdad… Pero ¿cómo seremos verdaderos hijos de Dios y cómo probaremos que seguimos a Cristo? Imitando el ejemplo de éste… ¿Y cuál es ese ejemplo…? Sufrir pacientemente el insulto de los hijos ilegítimos”.

Eso bastó, don Fernando, para apaciguarlos. Pero en esas, uno de los alumnos, que se había quedado fuera, pues no pudo ser que salió, siendo así que teníamos puertas y ventanas cerradas herméticamente…; además, el muchacho dice que se quedó fuera… Pues ese joven, lleno de coraje santo al oír que el bocón desalmado gritaba: “el rector es hijo de puta; viva Enrique Olaya”, levantó su mano, empuñóla y le dio a ese bocón, el cual quedó chorreando sangre de las encías, pues, según parece, carecía ya de los dientes… A nuestro alumno lo hicimos vacunar, pues parece también que los “universitarios” están sifilíticos y nuestro alumno se hirió un dedo contra una raíz de muela del estudiante de Clodomiro o de Ricardo…

Bueno, General, ¿y dizque vino Berrío y opinó?

Sí, don Fernando, vino y dijo: “¡El carácter…! ¡El carácter…! Yo estoy listo a servir…”. Luego, por la brega que tuvo para decir eso, le comenzó la meningitis y se volvió para Riogrande.

Bien, General, ¿y los padres están dispuestos a dejar ese caserón en donde tanto los ofenden los olayistas?

—¡No sólo a eso, don Fernandooo…! Están dispuestos al sacrificio de la expulsión…

¡Siempre es muy triste, General, que al R. P. Provincial le haya tocado presenciar esto tan desagradable, durante su visita…!

—El R. P. Provincial, don Fernandooo, es muy serenooo y mira más adelanteee…

¿Qué opinan los padres?

—¡Pues si está claro!: que este régimen no ha caído porque no tiene para dónde caer. El régimen este no cae porque el pueblo sabe que volverán los de antes: hijos de don Jesús; nietos de don Ismael. ¡Para tener “congresos” como los anteriores a este régimen…! Por ejemplo, los profesores de medicina no pudieron renunciar, porque era hacerle la olla gorda al Berrío y al Laureano. Si matamos a López, viene el Gómez. Hace falta un hombre, don Fernando, y aquí todos son ajustados con meados.

¿Y la velada literaria en honor del padre Provincial…?

—No se pudo efectuar, por ausencia del principal actor. Unas señoritas copiaron los papeles, pero el principal actor enfermó y no hubo velada…

¿Y cuándo se va el Provincial?

—Se fue ayer, en tren…

Pero ¿no tenían dos pasajes gratis en los aviones de la Scadta, a cambio del campo de “El Techo”, en finca de ellos, o de la curia y que ellos administraban…?

—¡Ya no…! Todo se está acabando… Por los aviones no viajan sino místeres y hombres rameras. Son días de persecución…

¿Qué hay del padre Prádanos?

—Está dementizado, don Fernandooo… ¡La vejez…!

¿Y cómo le dio la demencia?

—¡Hasta en la demencia son varones y santos! Le dio por hacerse en un rincón, mirando para los otros rincones, una piedra en la mano, dándose golpes de pecho, como un San Jerónimo, y repitiendo aquellas palabras: Ne recorderis peccata mea, Domine! También reza el salmo penitenciario: Miserere mei Deus… ¡Siempre es mejor tener uno a sus hijos con estos hombres heroicos y no con aquéllos del “palacio”, que apenas tienen noticias de que hay una muchacha frágil en un pueblo, le ponen un telegrama que reza: “Decreto número tal nombrámoste maestra rural. Pronto iremos ésa fin examinarte. Abrazámoste”!

Para que el reverendo padre Prádanos no diera materia de burla a los alumnos, lo encerramos en su celda… Pero ¿sabe, don Fernando?: ya está volviendo… Ya conversa con nosotros y con los alumnos.

¡No me cuente, General! Si yo le viese, no le conocería, pues ha de saber que lo conocí en San Bartolomé, morocho, blanca la cabeza, es cierto, pero gordo, bien parado, carrilludo, colorado, y me acuerdo que cogía al padre Teódulo Vargas, el único poeta bogotano leíble, y le contradecía frases castellanas, hasta hacerlo reventar de ira, con risa de todos… ¡Era juguetón, General…!: regaba totes en los claustros, para que los padres, al caminar, los reventaran y se asustaran, y él muerto de risa… Tenía un botón del balandrán colgando de un hilillo… Se acercaba algún compañero a decirle que se le iba a caer, y él retrocedía, exclamando: “¡Respételo, padre, como yo lo vengo respetando hace ocho días!”. Una vez, paseando con los padres y con el nuncio Enrico Gasparri, le dijo a éste:

Excelentísimo señor: “¿por qué no me da un obispado?¡Si viera cómo ardo en ganas de ser obispo!”. (Risas).

Voy a hacerlo obispo del Magdalena, padre…

No; ¡un obispado bueno!, porque yo no soy como aquél que decía: Qui episcopatum desíderat, bonum opus desíderat, sino como el otro que dijo: Qui episcopatum desíderat bonum, opus desíderat. (Carcajadas).

Bueno, General, usted, como hombre experto que ve más adelante que los jóvenes, dígame: ¿cuál será el candidato presidencial triunfante?

—¡Mucho miedo le tengo a Enrique Olaya…! Ese parece el más arraigado en las masas… Hay mucho invertido y mucho ladrón, don Fernandooo…, y la democracia exige que el presidente sea representativo de la mayoría. Ya el doctor Enrique estuvo donde Mussolini y le gustó mucho ese gobierno corporativooo, y parece que lo implantará aquí. Sobre todo, los balilas lo mataron de gusto; dizque dijo, al verlos: “¡Virgen! ¡Virgen!”… Se acordó de las dificultades que hay por aquí, para los muchachos, y le preguntó a Mussolini cómo había hecho él, y éste le contestó: “¡Haciendo cantar la ametralladora y rugir el cañón!”. Al salir de la audiencia, dizque le dijo a Bónitto: “¡El cañón! ¡El cañón…! Tú serás, Eduardo, el verraco de los balilas; Emilio Jaramillo será Starce, y el Negus será Adán Arriaga Andrade…!”.

Alfonso López en Medellín

Tuvimos ocasión de verlo y de conversar con los que lo recibieron. Luego de examinar, y meditar y rumiar hay estas conclusiones:

Primera. Tiene estigmas de bobo: pesadez glótica; dentadura prognata; sonrisa atónica; los ojos muy juntos, hombros chorreados y cierta flaccidez desagradable de carnívoro y alcohólico.

Segunda. Así como bobo es terco. Es monosilábico, no de verbo sino del ánima. Siempre, desde la infancia, se repite en su interior: “Liberal…, liberal,… liberal…”. De ahí provino su triunfo, pues en Colombia se triunfa así. Para los pueblos primitivos, como el nuestro, la voluntad se confunde con la terquedad: una burra que pateara siempre, que siempre estuviera coceando, parada en un mismo punto, al fin a alguien pateaba. En país negroide como éste, voluble, un hombre monosilábico, terco, terco, como Berrío o como Alfonso López, al fin cocea a alguien, es decir, resulta presidente de la república…

Paralelo entre López y Olaya

Astuto éste; terco aquél. Ambos amigos de lo ajeno. Dúctil Olaya; mula cansada el otro. Imprudente e hipócrita, respectivamente. Demente senil el López, manoseador, amoral; hombre cubierto, resbaladizo, invertido el Enrique Olaya. Entre ellos no hay pelea: ciento a uno puede apostarse a favor del boyacense. López resultó presidente en virtud de rarísima combinación de circunstancias, a saber: oposición acéfala y la opinión pública en manos, o, mejor, patas de Eduardo Santos, Luis Cano, etc. Fue como ganarse la lotería de Bogotá…

¿Ladrones? Sí; putísimos, como decía Tomás Carrasquilla refiriéndose a un joven…

I. La conspiración

Acabamos de leer que en el Valle del Cauca, tierra de libertad y de luchas varoniles, fue descubierta una conspiración contra Alfonso López. ¿Inventos o realidad? En todo caso, hace años que esperamos algo del río Cauca y del ejército. Si fuere verdad, malditos sean, pues se dejaron coger: nada tan ridículo como un conspirador cogido antes de actuar. ¿No leen a Maquiavelo, o qué? Ahí vamos a darles el abecedario:

Manual para el conspirador colombiano de 1936

Primero. —Tener una finalidad nítida.

Primero bis. —Simular adhesión al Gobierno.

Segundo. —No participar a nadie la finalidad.

Tercero. —Comunicar verbalmente los medios a los colaboradores a medida que vayan comprometiendo su vida en el éxito futuro.

Cuarto. —Disponer de trescientos mil pesos.

Quinto. —Fundar empresas periodísticas, deportivas, etc., en donde se vayan captando voluntades.

Sexto. —Sentir la vocación al poder: resolución de morir o triunfar.

Séptimo. —Ejecutar rápidamente y sin escrúpulo.

Octavo. —No tener vanidad. Que el fin no conste en escritos.

Noveno. —Confiar únicamente de quien tenga la vida comprometida en el éxito.

Décimo. —Recordar que los colombianos son perezosos. No confiar los actos decisivos a nadie.

Undécimo. —Los marinillos son los mejores en Colombia.

Duodécimo. —Apoyarse en la religión.

Décimo tercero y lo más difícil. —Una vez triunfante, al llegar a “la capital”, no revelar el asco al abrazar a Eduardo Santos y a Luis Cano, los cuales irán a recibir al jefe al campo de aterrizaje “El Techo”. Esto es lo más difícil: se necesita un héroe.

Algunos nos han hablado para que asumamos la jefatura. ¡Imposible!: hemos vomitado al sólo pensar en la condición última; jamás hemos cohabitado con rameras. A causa de tal condición, no hay aquí conspiraciones para asumir el poder, que está acéfalo. En Colombia hay un diamante caído en una letrina, señores; el diamante es el poder, y la letrina, esos dos abrazadores…

Hubo un hombre capaz, Román Gómez. Pero, desgraciadamente, monseñor Cayzedo persiguió al clero de Marinilla, que lo apoyaba. Laureano Gómez y los viejitos de Medellín, inconscientemente, acabaron con él… El conservatismo entró en coma desde que abandonó al clero de Marinilla.

II. El ejército podría salvar a Colombia…

Si en Colombia hubiera ejército: se compone de campesinos, pajes de los “coroneles”, y de “coroneles”, cónyuges entristecidos por el aguardiente y el suelo.

Primero

Cuando un país cae en la anarquía, su ejército interviene y lo salva. Es el único caso en que el ejército interviene en política. Tal ha sucedido en toda Suramérica, excepto en Colombia.

Segundo

En toda la historia y en toda la tierra, excepto en Colombia, el ejército ha sido el vigilante de la soberanía. Aquí, hace años que custodia, ayuda a los ladrones en su labor. Hace lustros que la prensa predica así: “¡Qué tan bello es nuestro ejército, que no parpadea ante la venta del Catatumbo!”. Pero ¡si son educados en Bogotá, mariquitas, bonitísimos y con un culito que da gusto…!

Tercero

Con el progreso en los armamentos, la concentración de ellos, los ciudadanos nada pueden hacer contra un gobierno prevaricador. El ejército es responsable; no el campesino. Hace tiempos que las revoluciones las hace el ejército.

Cuarto

Bien que en siglo XIX se predicara que el ejército no debía intervenir, pues entonces eran ídolos el respeto al sufragio y a todos los principios democráticos. Hoy, tumbar un gobernante ladrón por medio de votos, es sueño de viejos ridículos.

Quinto

País en donde han sucedido las cosas que hemos visto en Colombia, y el ejército permanece tranquilo, carece ya de hormones.

-¡Una dictadura! -Alejandro López. -El general de León. -Un espermatozoo torcido

En octubre de 1933 le escribimos al doctor Alejandro López (véase Cartas a Estanislao, página 63):

“Preparémonos para predicar en las montañas antioqueñas. Esto es seguro. Habrá una dictadura sombría, de calzones perfumados con pajas, y la combatiremos con los himnos del loco Epifanio”, etc.

Pues bien: ya comenzó y no aparece por ninguna parte ni Alejandro López ni los otros a quienes amábamos porque creíamos que eran libres. A los seres se les ama en Dios; un hebreo como nosotros no tiene ídolos; en los seres creados reverencia a Jehová. Alejandro López y algún otro eran los amigos que nos quedaban y… sangrante el corazón, al ver que no aparecen por ninguna parte, que siguen al lado de los maricas de Bogotá, que no sacrifican nada, decimos: son liberales 1936:

Persiguen los gobernantes bogotanos a monseñor González Arbeláez, y ellos ayudan, porque el perseguidor se llama liberal. Cierra el gobierno la radiodifusora “Voz de Colombia”, y no protestan, porque el dueño de ella es Laureano Gómez y el perseguidor se llama liberal.

Esto quiere decir que en Colombia no hay sino hombres de facción. Así, pues, declaramos que por aquí es difícil encontrar a quién darle la mano. Alejandro López, en la prueba del fuego, se ha mostrado igual a Emilio Jaramillo, el editorialista de El Diario.

* * *

Al llamado general de León, el que está aprisionando a la gente en Bogotá, lo conocimos en Venezuela en 1931. Es caballero que se atrevió a mandarnos proponer que consiguiéramos una tarjeta del general Juan Vicente Gómez para el ministro del interior, para venderle hierro, y que podríamos ganarnos $50.000…

¡Es desesperante!: parece que Antioquia se mostrará indigna en las circunstancias actuales en que se juega el porvenir. ¡Pensar que a don Fidel Cano, que aun a don Fidel Cano le salió el espermatozoo torcido que es Luisito! ¡Y en Sabaneta, fracción de Envigado…!

Envigado, 24 de junio de 1936.

F. G.

— o o o —

Panorama de
política exterior

León Blum. Los judíos.

El pueblo del Libro y de los individuos, el judío, paga con su sangre toda recrudescencia de la barbarie. Siempre que el gran pueblo creador de los valores es perseguido, podemos afirmar: el mundo retrocede; llegaron los bárbaros y habrá un cataclismo.

La conciencia es judía; la inteligencia y el saber son judíos. Quiten del haber humano el aporte judío y no queda nada, pues lo que no es suyo, inspiración suya es. La Biblia es la fuente de religiones, literatura y artes.

El destino judío ha sido unificar a la humanidad: por eso carece de patria terrena; es la sal del género humano. Los arrojan de aquí para allí porque Jehová quiere que eleven a la humanidad.

Siempre que triunfan los filisteos, le sacan los ojos a Sansón, y luego éste agarra las columnas del templo de los ídolos, las sacude, tumba el templo falso y mueren los bárbaros.

Hoy, León Blum, un judío, está agarrado a las columnas de la humanidad actual, Francia. ¿Qué pasará? ¿Veremos a Jehová, como siempre, en compañía de su pueblo elegido?

Mussolini

No es humano oponerse con palabras a la voluntad divina, sino aprender de ella. Ha triunfado Mussolini; han reconocido su triunfo en Etiopía; sobre toda Europa está su voluntad.

Oyó la voz y obedeció; es el mozo del Señor: casto, sobrio, lógico, constante, decidido a morir: la especie humana se ha inclinado y él la azota. Jehová le dice, como a Moisés: “No dejes hombre, ni mujer, ni infantes ni animales”, y él obedece, es un gran asesino. Sir Anthony Eden es un corbatudo. En Francia habla la turba babélica.

¡Gloria, pues, al Señor, que siempre derriba a los gigantes con la hondilla que manejan sus mozos ágiles que saben lo que quieren, al logro de ello se dedican y ofrecen sus vidas como precio! ¡Gloria eterna a Jehová, el Señor de la juventud!

¡Nos humillamos, Señor, y en tu mozo, cincuentón ya, te reverenciamos!

Envigado, junio 20 de 1936.

F. G.

Notas polémicas

I

No sufran los escritorzuelos, que no tenemos lo que ellos creen: ni dinero ni gloria. La “gloria”, en Colombia, son tres borrachos que escupen a uno y lo manosean. ¡Alégrense, que esta revista no se vende mucho!

II

Mediten los escritorzuelos que están reventando de envidia, así: cuando muramos ¿qué importa haber escrito o no haber escrito libros?

III

Esta gente goza mucho cuando un borracho les dice: “ilustre poeta”. El hombre es un animal más carajo de lo que se cree en momentos de agresividad contra el género humano.

IV

Tan degenerada está la patria, que no hay enemigos: hay pulgas.

Mayo 22 de 1936. Envigado.

Himno a Jehová, el Señor, hecho por F. G. al cumplir 41 años, durante el reinado de Mussolini sobre la tierra

¡No me dejes, Señor, pues mis dientes caerán y mi vientre se hará como mofletes de hombre carnívoro!

¡Ven, Señor, porque estoy llorando al sentir el frío de la vejez! Sin ti, mi cabello se torna como el pelo del pubis de la momia de la puta que me mostró el enterrador Urquijo.

Los días de mi efímero paso por la Tierra, de mi efímero florecer entre la carne organizada, se cumplen ya. ¡Ven a recibir mi alma y llévala a tu reino de la juventud eterna!

¡Jehová, Jehová, hoy vi en una revista cubana a las jóvenes nadadoras y estoy llorando! ¿Por qué me has abandonado? ¿Cómo permites que mi vientre se vuelva moflete gesticulante? ¿Qué seré yo sin ti, Jehová?

Seré un gordo, y las muchachas harán burla de tu siervo…

¡Caliéntame! ¡Manda a tu Sulamita que caliente mis huesos!

¡Me has abandonado! A los 41 años me siento solo, es decir, lejos de tu manto… Envíame a tu ángel, una idea que me acalore…

A los 41 años soy como el pelo del pubis de la momia, ¡oh Jehová!

Fernando González

* * *

Notas:

(1) El padre Gorostiza somos nosotros y el borracho es Colombia. Tal es Colombia: cuando uno cree que los ha convencido, gritan: «¡Viva Enrique Olaya!». Minas, coños y Enrique Olaya, el del fámulo…
(2) En «la capital», a lo agradable lo llaman rico. ¡Allá son muy brutooos…!
(3) Aquí hay un anacronismo, pues don Benjamín predicó esto en 1912. Un historiador sostiene que se trata de profecías; otro dice que los manuscritos han sido interpolados; otro, que el copista se autoexpresó para recordar lo de los muebles robados. Si no han podido averiguar si el radiólogo de El Diario estuvo con López ayer ¿cómo diablos resolver problemas históricos de hace veinticuatro años? Ese radiólogo dizque le ve las tetas a Olaya, pero otros dicen que se las quema…
(4) Aquí hay otra profecía.

Fuente:

Antioquia. Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, marzo de 1997. Introducción por Alberto Aguirre.

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Revista Antioquia - (1936 - 1945)

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Ultima revisión en diciembre 13 de 2013