Revista Antioquia

Fernando González

1936 – 1945

Antioquia 6 / 1936

De vez en vez tenemos que ocuparnos de música, si queremos progresar en la vida filósofa.

A mi tumba

El balso, las guaduas,
las tres palmas
me convidan a comprar finca
en Envigado.

Soy tan joven ahora, que
                 los deseos
me hacen cosquillas dolorosas.
Casi todo el día lo gasto
engañando los deseos.

Este cuerpo se me volvió
un ansioso de propiedad:
toda la luz para mí,
la noche toda para mí,
para mí «La mangada de Francisco»,
«La casa de don Álvaro»
que tiene palmera
y en donde
hicieron los santos de Envigado.

Vamos a ver fincas, le digo
                 a Margarita…:
Desde la mangada de los Carvajales
se ve el campanario…;
en el viejo solar del doctor Manuelito
hay palma, arizá y el canelo
                 único en Envigado.

Antes eran las muchachas…
Ahora son los prados
para edificar la casa
en donde vivan los pensamientos
sanos y maliciosos
como animalillos salvajes
de ojos
«más allá del bien y del mal».

Son las luces, las sombras, los
                                   matices
que hay en el camino para
                 la estación,
en donde los guayacanes
                 hacen guiños
a mi corazón.

Un día me dije, para engañarme,
que todo era mío, porque
en todas partes
podía orinar, y pensar
echado en decúbito dorsal.

Pero ¿los pensamientos? ¿Los
pensamientos, cuidados por
dos fieros mastines
para que no los contamine
                 el pueblo vil?

Mi carne, alma hecha fibras,
tiembla ahora por el ansia de propiedad,
así como curva y múltiple hoja
de «La palmera de don Álvaro»
al soplo del vendaval.

Una casa, un prado, un huerto,
dos mastines, una vaca y un
                 Maestro.

Todo en un alto, para contemplar
                                  el espacio
por donde llegarán
                 mis pensamientos.

Y para amojonarme.
Me urge el deslinde…:
unas tapias, dos mastines,
porque el contacto del
                 pueblo vil
me duele.

Vagar sin casa: eso
era en la juventud.
La mujer en cinta y el pensador
exigen casa, y dos mastines
para cuidar
                 al que llegará

Fui cazador, andarín
mirón y perseguidor;
pero ya exige
el que está para llegar
que hunda nudosas raíces
como las umbrosas ceibas
                 de la plaza.

Pero nada puedo comprar
                 y, así,
hoy me fui al cementerio
                 y vi
que allí abrazarán mi ansioso cuerpo
las barbudas raíces de las palmas.

¡Esa mi casa! Y los mastines
serán dos cipreses
grávidos de silencio…
Cipreses oscuros, quietos,
hieráticos mastines…
¡Esa mi casa! ¡Y todo en Envigado!

1935

* * *

Bajo los guayacanes

Salud: adorámoste;
también a tus hijos:
                 la belleza
y el proteico dinero.
¡Eres madre prolífica!

Tuyos los frutos todos
que alimentan al guerrero:
concentración, irradiación
y la bella serenidad.

Pero ¿cuál ese bailarín,
ágil como lagarto luciente
y duro como vergajo…?
Es
el claro concepto mental.

Y como tú, Salud, eres mía,
yo soy el joven,
soy el irresistible
bailarín cósmico;
soy
¡El brujo!

1935

* * *

Mi hijo

Me voy del tiempo
huyendo de mí.
El mí lo he creado
en 34 años
de cochinerías.
¡Me persigue mi creación!
Creé un muñeco diabólico
que me hace gestos
                 inmundos.

Detrás de mí corre el muñeco;
mi creación no me abandona…
Huyo a los astros lejanos
para no ver a mi hijo monstruo.

¿Cómo es este misterio?
¿Yo me creé a mí mismo?
¿Yo soy mi padre?
                 ¡Enigmas!

Quiero matar a mi hijo:
matar lo que me he realizado;
se llama Mi
y me hace horribles muecas.

Me hace caer y me escupe;
se esconde bajo las camas,
se sienta a mi mesa
y me sopla palabras.

Está en mis ojos,
dentro de mis oídos,
en los bolsillos de mis ropas
                 y me escupe.

Medellín, 1930

— o o o —

Ensayo acerca de la
supervivencia del yo [I]

I

Si el yo superviviere a la descomposición fisiológica, nada de lo que experimentamos aquí puede experimentar, pues tales fenómenos son fisiológicos o, por lo menos, se efectúan por medio del cuerpo organizado.

Oír
Ver
Palpar
Oler
Gustar

Si supervive el yo, no hará eso, porque ya no habrá sistema nervioso.

Recordar

No, porque es reproducción en el tiempo de situaciones en que se ha encontrado el sistema nervioso.

Nadie puede negar que aun el recordar verdades de las llamadas abstractas es habituación nerviosa.

Hablar

Claro que no lo puede hacer el yo.

Deducir
Inducir

No, porque lo efectuamos sobre hechos percibidos por los sentidos.

Tristeza
Alegría
Ira, etc.

No, porque son estados nerviosos, y una vez muertos…

Entonces ¿qué puedo ser luego de morir?

No veo qué. No puedo concebir ninguna actividad de las que ahora poseo, sin el organismo.

Conclusión: un yo separado del cuerpo es inimaginable.

La belleza, la emoción a que llamamos belleza, es inconcebible sin el deseo y éste sin la sinergia orgánica.

El amor maternal es inconcebible sin la secreción de ciertas glándulas. El amor es ansia de posesión proveniente de plétora vital (secreciones armonizadas). Sin organismo no puede haber amor, tal como lo conozco.

* * *

Yo quiero ser eterno: es un hecho de mi conciencia.

¿Puedo concluir de allí que soy eterno? No veo el porqué.

Lo único que me consuela algo son las historias de Sócrates y de Jesús.

Parece que Jesús resucitó y nos habló de eternidad. Sócrates esperaba sobrevivir. Lo malo es que aquí entra la sugestión y amarga todo. En historia, la verdad es muy esquiva. Pero esas historias me consuelan mucho. Creo que por eso ha durado tanto el cristianismo: porque todos queremos ser eternos y Jesús habló muy seriamente, sin ninguna duda.

¿Serán leyendas? ¡San Pablo y la correspondencia de los discípulos son tan serios! ¿No será leyenda?

Otra cosa, pero muy débil, pues es apenas un reclamo del egoísmo individual, a saber: ¿para qué diablos aparecer en la Tierra, así, inquietos y dudosos?

Todo esto son balbuceos y no veo nada clara y directamente.

¿Para qué inventar eso de Jesús? ¿Ilusión causada por el deseo de ser redimido de la muerte?

Resumen: Sócrates y Jesús son la fuente de mi religiosidad; me aferro a ellos para conservar la esperanza de no ser borrado como individuo del libro de la vida.

* * *

Algunos dicen que aquí vivimos de un modo fisiológico, vida condicionada por el cuerpo, y que «allá» será de otro modo. ¿Cuál?, preguntan, y responden: muchas moradas tiene el reino de Dios.

Algunos dicen: viendo el sistema solar, con planetas en distintas circunstancias, y meditando en la infinidad de mundos, ¿por qué no pueden ser lugares propios para diferentes manifestaciones de los yoes individuales? ¿No serán ellos lugares de vida para los yoes, luego de separados del cuerpo y según las experiencias efectuadas aquí por cada uno? Esta es la doctrina platónica, egipcia, de los teósofos y de otras escuelas místicas.

* * *

Postulados

Al morir desaparecemos en cuanto hombres.

Amor es afecto condicionado. Lo mismo diremos de todas las aficiones.

Las actividades nuestras son afectos condicionados.

* * *

Entender

¿Qué es entender? Me parece que en esto creen hallar algo que no es orgánico.

¿Quedará esa actividad? ¿Qué es ella? En primer lugar, es sucesiva, o, mejor, se ejerce en el tiempo: me concentro, actualizo hechos, los reproduzco o recuerdo, induzco o deduzco, y entiendo (veo) que ocho por ocho es sumar abreviadamente varias cantidades iguales. ¿Podrá perdurar esto de entender, sin el cuerpo? Claro que sin él no percibiré unidades; luego no induciré ni deduciré. Esta facultad se ejerce orgánicamente y sobre hechos aparentes que suministran la materia para ello.

No puedo aceptar que terminado mi organismo yo siga entendiendo. ¿Aplicado a qué y ejercido con qué?

* * *

Invocación mística

¡Señor, hazme saber que perdura el alma y que sigue individualizada, si así fuere!

En esta invocación, así como en todo culto religioso, no veo sino el egoísmo, el deseo de ser eterno.

* * *

Digo: todo tiene precedente, razón suficiente. En esta proposición resumo mi experiencia de los sentidos. Sin ellos ¿no es evidente que no razonaré?

Conclusión

Al morir, el hombre se acaba como individuo.

Entonces ¿cómo perdura? En cuanto elementos desintegrados y en nuevas combinaciones, es seguro que perdura. ¿Quedará un ente individual, algo como un yo? ¡Este es el problema!

Lo que reste, si algo individual restare, no tiene (paréceme) continuidad con lo anterior, pues no se ha visto a esos «individuos» que se preocupen en lo más mínimo por la Tierra. Tampoco tenemos conciencia de haber sido «individuos» antes de esta vida terrestre. Si algo restare de los hombres muertos, esos «algos» no aparecen, no son materia de conocimiento.

Creo que los siguientes son postulados:

Primero. —El hombre desaparece, al morir, en cuanto individuo humano.

Segundo. —Al morir, desaparecemos para el tiempo y el espacio en cuanto individuos.

Tercero. —El hombre es hijo del Sol y de la Tierra, es decir, fenómeno proveniente de la posición relativa de estos dos astros.

Nota. Este ensayo lo estoy haciendo de «buena fe», sin odio, con profundo amor a la vida.

Grito de mi individualidad

¡No me borres, Señor, del libro de la vida!

La moral

Llegado a este punto, creo que la moral es así:

Debemos cumplir las tendencias latentes en nuestro ser.

Mi conducta

Nada sé de Dios ni de los dioses, pero los reverencio; tengo mucho respeto a ellos, los temo y los invoco. Soy, pues, religioso por naturaleza, pero nada sé de ellos, ni siquiera si existen.

* * *

Mi inteligencia nada sabe acerca de Dios ni de los dioses (ángeles), pues no son materia de conocimiento. Pero los temo y reverencio. Soy religioso; deseo perdurar como individuo.

* * *

No he podido encontrar algo, un indicio siquiera, que me permita afirmar que el hombre muerto continúa como «individuo consciente». Todo sucede como si al morir desapareciera la conciencia individual. Estoy aterrado de esto porque no deseo morir.

* * *

Debemos gozar de lo actual: parece que tal es la sabiduría, la conducta de los cuerdos. Por ejemplo ¿no es lo mismo, ya muertos ellos, que fuera Marañas o que fuera Cervantes el autor del Quijote? Los dos murieron; son dos nombres vacíos, llenos apenas de la opinión de los vivos: a quien no existe, nada le importa.

Quizá lo cuerdo sea gozar del ahora como si fuera eterno.

¿De qué se compone lo que llamo mi conciencia? Es una resultante de los siguientes componentes: sentimiento de mi mujer e hijos, padres, libros, lecturas, actos ejecutados, necesidades, deseos, temores, etc. Esas sensaciones se resumen en mí, diciendo: «Yo, Fernando González». Apenas muera, ya no veré, ni oiré, ni sentiré (no habrá nervios), ni recordaré (no habrá nervios y recordar es rehacer simuladamente la disposición nerviosa correspondiente a determinadas escenas), etc. Luego si no tendré deseos, sensaciones, memoria, pensamiento, etc., no tendré conciencia.

A menos que haya un orden, un Dios personal y que la fuerza vivificadora (?) vivifique a otro organismo. Pero… entonces será otro yo.

O a menos que haya un Dios personal y él me otorgue la conservación de mi individualidad, por modos que no puedo imaginar.

* * *

Pero yo tengo profunda reverencia por Dios (término que corresponde en mi mente a un complejo vago de pánico, respeto y amor) y por sus «ángeles» (superhombres invisibles).

Mi oración es ésta: ¡Consérvame! ¡No quiero desaparecer!: esto es religioso, angustia religiosa.

Ayer me hice rapar la cabeza, y la visión de ésta, enorme calavera, junto con la conciencia nítida de que vivo los años cuarenta y junto con la radiografía craneana que poseo, hecha en Francia, me han hecho consciente de la muerte. Hasta los cuarenta me sentía eterno; jamás se me ocurrió pensar en mi muerte. Hoy, despierto y dormido, al amar y al orar, al leer y al meditar, «me siento» mortal; me siento en marcha hacia una tumba.

La conciencia del morir me ha hecho imposible el amor carnal. En el coito veo a dos próximos esqueletos que se estrujan. Además, el olor a cadáver me invade el mundo.

* * *

El olfato es el sentido de la vejez.

Al envejecer nos refugiamos en los reinos vegetal y mineral porque la descomposición de sus individuos, sus cadáveres no hieden como los de organismos animales. Allí no se nos recuerda tanto la muerte próxima.

A los cuarenta y un años no me enamoro de mujeres sino por la sonrisa.

No las persigo sino cuando sonríen de cierto modo alado. Las mujeres muy pechonas, esas lozanas, son las que más me hieden a muertooo…

Tampoco puedo comer carne porque me sabe a muertooo.

* * *

Me gustan los seres morenos, porque los muy blancos parecen alemanes muertos. Dicen que los cadáveres más hediondos son los de Alemania. ¿Será por la salchicha?

En el baño vi el falo de un amigo muy blanco y parecía un alemán muerto.

En todo caso, creo que el motivo para haberme hecho rapar es la conciencia de la muerte. Un deseo loco de habituarme a ser cadáver.

Las mujeres rubias son alemanes muertos.

II

Envejecer es disminuir la gana. Con la vejez comienza a disolverse ese famoso yo que buscamos. Efectivamente, con ella coincide el aparecimiento o invasión de la indiferencia: ¿para qué? Mi hijo Álvaro me invita a excursiones a pie; le digo: mañana, mañana… Me contesta: ¡ya usted es un viejo! Estoy bamboleante; soy boxeador noqueado por su hijo.

«¡No hay nada que valga la pena!», decíame el doctor M.…, uno que se hizo virtuoso y dejó el aguardiente. Por más médico que él sea, yo le diagnostico: al acabársele la gana, le parece que son las cosas las que no valen la pena. «Valer la pena» es relación entre las cosas y la gana. Los valores morales no están ni en objetos ni en sujetos; son función.

Resulta así que todo lo que hay en nuestro universo mundo es hijo del Sol y de la Tierra, sometido a desvanecimiento.

* * *

Para ser claros, quisiera que el yo fuera eterno. En este ensayo mi interés está por la afirmativa. Hace tres días le dije al gran poeta, presbítero Roberto Jaramillo: «Quisiera saber que el yo perdura pero no un saber proveniente de libro de trescientas páginas, sino un saber directo: tener conciencia de la eternidad».

III

Ayer, mi hijo Álvaro me anonadó así:

«Ese yo superviviente es inimaginable; no puede irse, porque ir es cambiar de lugar y él es simple; no puede quedar, por lo mismo, porque quedar es ocupar espacio. Sólo puede descubrir negaciones, lo mismo que acerca de Dios. Efectivamente, decir que es infinito es negar el límite, etc. No son materia de conocimiento; el hombre no puede conocer sino lo que se le parece en algo, lo que convive con él. Aunque tuviera usted la cabeza de mil Sócrates, por ahí no adelantará; por ahí, a lo más, pierde la fe. Materia de conocimiento son las formas, lo que hay en el espacio y el tiempo. El yo superviviente está fuera del espacio y el tiempo. Son cosas divinas».

Mi hijo me gana. Ya estoy viejo y él me gana en agilidad. Estoy aturdido como Joe Louis a los golpes de Schmeling.

He resuelto consultar lo que dicen los autores acerca de ese yo superviviente. Comenzaré por Sócrates.

Las tentaciones que padezco

Al mismo tiempo que este problema ululante, tengo dudas acerca de mi vida (obra). A ratos me parece que hice mal al publicar El Hermafrodita dormido; que debí atender al Gobierno colombiano a ese respecto: viviría en Francia. Mi literatura, desde Don Mirócletes nos ha causado «males» a mi familia y a mí. Hoy me tienen por «alocado» y me odian.

A ratos, deseo «virar»: ser prudente. Que la literatura sea un medio para «triunfar». Escribir lo que la gente desea.

Publiqué El Hermafrodita dormido en la creencia de que tendría mucho éxito y que podríamos vivir en Suiza…

La revista Antioquia me ha producido unos ocho individuos que me han dicho: «Está buena la revistica». Una amiga, a quien he amado siempre, me dijo: «El periodiquito está muy bueno». Además, hoy tengo como dos mil enemigos más que se alegrarán con mi muerte…

¿Soy loco o qué? ¿Por qué no rehacer mi vida? Puedo muy bien dedicar estos cortos días posibles a mejorar la imagen que tienen de mí. Pero… no es posible que yo sea un Jesús María Yepes.

Pero, en todo caso, el hombre nació para actuar y no para pensar en fantasmas.

(Continuará en el próximo número).

— o o o —

Poncio Pilatos envigadeño [I]

(Semana Santa en Envigado)

Capítulo I

El Domingo de Ramos

Encontré la plaza alegre, poblada de ramos que temblaban y tornasolaban dentro de la luz mañanera de este bendito pueblo. Resolví observar.

Era como en mi niñez: los mismos campesinos vestidos con ruanas, llevando haces de ramos; los más altos de estos, atados para que no perdieran su bella forma mística. Pregunté a uno cómo llamaban esa palma y me contestó: «Se llama ramo». Es la palma ramo por antonomasia.

—¿De dónde los traen?

—De Las Palmas…

—¿Los venden?

—Los grandes sí, pero ahí regalan hojas, haces de hojas…

Los infantes tenían manojillos de hojas; otros, ramitos, y la gente crecida, ramos hasta de tres metros.

El ramo es en realidad una hoja compuesta; el nervio tiene tres planos; uno de estos está sin hojillas: es el dorso, cubierto de pelusilla café, y los otros dos tienen hojillas largas, como cintas, hasta de un metro, del mismo ancho que el plano en donde nacen unas sobre otras, de modo que forman un rimero que allá arriba se va abriendo en abanico suave, tembloroso, verde-amarillo, que se inclina místicamente.

Verde-amarillo, porque cada hojilla cinta es verde en sus bordes y amarillosa en el centro. Bien miradas, las hojillas tienen la misma forma triedra.

Me parece que el todo es una hoja; que lo que llaman tallo es el nervio y que las hojillas-cintas son el limbo múltiple. ¡Es algo así! ¡Es muy difícil describir!, sobre todo para un colombiano a quien educaron imaginativamente: yo di el examen de botánica sin haber cogido una planta: yo sabía todo el librito, de memoria, y, cuando me encuentro en un bosque, el librito no consuena con los árboles. Colombia, igual a vicio solitario.

Voy a buscar un dibujante para que reproduzca estos ramos, el tallo o nervio, las hojillas cintas, el ramo nuevo, recién cogido, antes de perder la línea, etc.

Para que mi obra quedara perfecta, sería preciso también que hubiera universidad, a donde ir a preguntar por esa palma, por detalles; Universidad en donde uno encontrara maestros, pero en el lupanar que tienen en la plazuela de San Francisco no encuentra uno sino a Clodomiro y Ricardo, que saben de sueldos, pero nada de botánica. ¡Maldita sea!

Pues bien, con estas hojillas, cuando mi niñez, trenzábamos canastas y otras figuras, para colgar de las ventanas; guardábamos los ramos para quemarlos en el fogón o en la forja durante las tempestades. Las viejas guardaban los ramos debajo de las camas, detrás de los escaparates: al quemarlos, el humo evitaba el rayo…

Lo cierto del caso es que no tenemos Universidad, pero que en ningún lugar puede haber una palma tan bella, tan adecuada para celebrar esta fiesta de Jesucristo. Envigado es el pueblo para un Domingo de Ramos. Vayan, queridos lectores, y vean esa plaza que hormiguea de campesinos serios, de ruana negra y nueva sobre camisa blanca, aplanchada; de muchachas de colores vivos, cuyos bustos parecen nidos de ametralladoras; de muchachos de movimientos y de ojos vivísimos; esa plaza con sus toldos de lona blanca, en donde venden la carne mejor del país (el «carnicero» es envigadeño); los «puestos», en el suelo, en donde venden plátanos, yucas, papas, arracachas etc., en costales de cabuya puestos sobre tendido de hojas de yuca y de plátano. Esa plaza, llena de ramos que ondulan, que verdean y amarillean en la sonrisa de las hojillas temblorosas.

El Señor, montado en su mulita vivaracha, pequeña, patifina, color café oscuro, está esperando donde las Hermanas de la Presentación, en la casa que hizo para ellas el doctor Manuelito Uribe Ángel, en una altiplanicie que domina al vallejuelo del Aburrá, lugar deleitoso para que el Señor espere a sus apóstoles Juan, Pedro y Santiago, que irán por él, rodeados del pueblo portador de ramos.

Allá está el Señor, acariciado por las Hermanitas; ellas lo están vistiendo de azul sobre café oscuro; le están arreglando las potencias; le están poniendo palmas y helechos a los lados de la mulita. El Señor está feliz entre mujeres, pues las amaba mucho, nada les negaba, a su ruego resucitaba muertos… Y es preciso que yo describa todo esto, porque los «liberales» les están quitando a las Hermanas esta casa de la virginidad y el año entrante la mulita será arreglada por manos prostitutas.

¡Ya salen por el Señor! Tiemblan los ramos en toda la plaza; la humanidad sonríe en esas palmas que porta: los copos abanicados expresan claramente, con una sonrisa gozosa, que lo que esta humanidad siente y ansía es la beatitud.

Mediten en ese temblor risueño de las hojillas que se recorta en el cielo más azul y vital, y sentirán que este pueblo es grande, que vive esperando a un Señor que venga en una mulita, a salvarlo; un Señor que sepa lo que quiere y que se haga crucificar para el logro… y que nunca llega en Colombia. ¿Por qué, si a todos los países llega este Señor? ¿Por qué a Colombia no llega sino la imagen hecha por don Álvaro Carvajal en Envigado…? A mí, con eso me basta, pues el Señor y la mulita tienen la completa inocencia de mi tierra envigadeña y ya estoy viejo y desilusionado. Pero ¿a los jóvenes? ¿Seguirán adorando al invertido Olaya Herrera o al borracho y ladrón de López?

¡Ya salen! Los campesinos vendedores del «revuelto» y los carniceros de los toldos suspenden su labor y se empinan; titilan los copos de los ramos; todas las almas están tensas hacia el milagro de esta liberación de la carne fea y del egoísmo híspido.

Salen primero los tres sacerdotes, portadores de ramitos, vestidos lujosamente, muy aplanchados, muy peinados y afeitados. El cura Ocampo va en el centro y, como su cuerpo sesentón está algo deforme por la barriga y las caderas, se mueve como vieja, ladeando, y usa del ramo como bordón. Pero está muy bien motilado y peinado: siempre se ve que quiere al Señor y que está alegre de ir a traerlo. Su cara es de mando, viva, fría, ojos observadores. ¡Tiene dones este cura! El coadjutor lleva un ramito y se ve que hace parte de la personalidad del Cura: hay gente que se absorbe a los otros. El tercero es Roberto Jaramillo Arango, alma blanca como su cuerpo, gran poeta, tímido, encerrado dentro de sí mismo; parece que nada viera; está mirando por dentro y creo que por su alma ancha y fresca el Señor va también montado en la mulita…

Luego va saliendo Juan, hecho por Misael Osorio, tristísimo: tiene las manos una contra otra, apretándoselas de dolor, y mira para allá lejos, angustiado. Observé que tiene una barbita de púber en el ángulo del maxilar inferior, barbita juvenil, impertinente… Tiene cierto no sé qué de tristeza femenina: Misael expresó ahí lo mucho que amaba Juan al Maestro. San Juan es de bulto; el manto es muy bien esculpido.

Sale Pedro, que no es sino cabeza, cuello y pies; lo demás es armazón, y lo visten con túnicas y mantos hermosos. Hoy lleva un manto verde de terciopelo, que deja ver la túnica por delante. La cabeza es calva, semiesfera rodeada de cabellera cana, crespa, como la del padre Ochoa. Me le acerqué y me pareció juvenil su piel y vivos sus ojos; luego, más adelante, vi que tenía algunas arrugas. Pero en verdad que Misael cogió muy bien la idea de Pedro: fuerte, regular estatura, algo macizo; facciones de realista, lento, seguro: ¡la piedra de la Iglesia!

Sigue uno de cara menuda, barba corta y crespa, espesa y negra; facciones de astuto negociante de feria, algo parecido a Pachito Pareja; cuerpo ágil, vestido también de túnica y manto, pero menos lujosos que los de Pedro. Se le ven los pies calzados con sandalias. El total de la figura da la impresión de andarín, de hombre liviano. Pregunto a una vieja quién es, y me dice: «¿No le parece muy bello…? Es de la escuela de Misael Osorio, obra de su discípulo Cipriano… ¡Es el apóstol Santiago…! ¡No se pierda la procesión de resurrección!».

Ya fuera, se ordenan para ir por Jesucristo; marchan por el atrio hasta la esquina de la ceiba de don Lino Uribe. Ahí está éste, en la puerta de su caserón, viendo… ¡Está viejo! Se parece menos, ahora, con los impuestos liberales, al general Ospina.

Desde allí dejo adelantar la procesión, para verla en conjunto. Va para occidente, hacia el lugar en donde está, dominante, solitario y muy bello, el Colegio de las Hermanas.

Veo el cielo azul y claro; la montaña del Manzanillo; las mangadas de Guayabal, de donde son esos Londoños, familia la más fértil y de buenas para la plata, y lejos, en el espacio, los solemnes gallinazos, volando en círculo, atisbando para la Tierra. Por la calle marcha el bosque sonreído de seres humanos y de palmas; y, elevados, ladeándose con ese vaivén especial de los santos de palo, van Pedro, Juan y Santiago; éste y Pedro llevan ramitos: Pedro, metido el suyo entre sus dedos de palo, con ese coger muerto que usan los santos, y Santiago, metido por entre el cinturón de la túnica, como una espada de para arriba. Juan va adelante, más alto, retorciéndose las manos en su actitud dolorosa.

Al llegar, se detienen los apóstoles y parte de la multitud a esperar en la calle.

¡Allá salen!, grita una muchacha a mi lado, una muchacha que barre a los fieles con la metralla de protones de sus tetas. Efectivamente, el Señor sale, bajando las escalas que hay en el portón, montado en su mulita. ¡Bellísimo! Su cara es solemne; cara del único hombre que conoce la verdad. Su mirada es autoritaria y dulce a un mismo tiempo, como de quien conoce a su padre. La mulita es pequeña para él; la mulita, es apenas un motivo. Quiere entrar así a Jerusalén para gozar un poco lentamente del único día de indicio de triunfo humano que se permitió en la Tierra.

La mulita es mansa, lenta, obediente, sin bríos; bestia propia para los triunfos espirituales. Una obra maestra de la escuela de Misael.

¿Por qué quiso entrar así a la capital? Porque la doctrina debe entrar así, algo elevada para que la vean, y elevada sobre el animal inteligente.

Los apóstoles se mueven para darle campo. Queda Juan a la izquierda, Pedro a la derecha y Santiago detrás.

En éstas, sube un joven moreno sobre las andas para componerle al Señor una de las potencias.

Luego, detrás de Jesús, salen las hermanitas, de cornetas muy blancas, caderas redondas y pechos como tablas. Parecen palomas. Están emocionadas. Delante de ellas va la Madre, gorda, blanca y purísima.

Cuando nos alejamos, miro y veo en la puerta a una hermanita con una de las huérfanas. Contempla la procesión, poniéndose las manos encima de los ojos, en forma de alero… Contempla a su Señor. Quizá ella fue la obrera, la que lo vistió y arregló, y por eso no pudo venir. Desde la puerta despide a Jesús, que se va con el padre Ocampo hacia el triunfo efímero, el sacrificio y la resurrección.

Al llegar a la plaza giramos para la botica de Esteban, abandonando el camino de don Lino.

Cuando llegamos al atrio, todos humillan sus ramos sobre la tierra y por sobre ellos marchan, primero el padre Ocampo, con sus grandes pies, y luego el Señor y los apóstoles.

Las puertas de la iglesia están cerradas. La comitiva se detiene. Oigo un canto de los curas; es como si llamaran, para que abran a Jesús. El padre Roberto coge el gran candelabro y con él da tres golpes, y las puertas se abren.

* * *

Siguió la misa. Asistí hasta que el cura Ocampo habló. Pretende imitar al padre Mejía: engruesa la voz. Pero el padre Mejía era un gordo de nacimiento y Ocampo es un advenedizo de la gordura. Dijo:

En primer lugar, den la limosnita o la gran limosna para la Semana Santa. Aquellos que no hayan recibido tarjeta al respecto, es porque no los conozco, pues estoy recién llegado, o porque me informaron mal.

En segundo lugar, en las procesiones vayan los hombres por un lado y las mujeres por el otro, para que haya devoción. Hombres y mujeres juntos, ni difuntos, como vulgarmente se dice.

Durante esta Semana Santa roguemos por las necesidades de la Iglesia, de Colombia y de Envigado.

Digo de Colombia, porque se acercan días aciagos. Sabéis que hay hombres que no quieren entender lo que el pueblo exige, lo que quiere el pueblo, que su fe y su religión sean respetadas.

Uno de los monaguillos, hijo de una prima mía, es muy desfachatado. Se mete los dedos a la boca; mira para todas partes, y el pelo, duro y tieso, le nace desde muy abajo por detrás y por delante. Cuando se arrodilla detrás del sacerdote oficiante hace los mismos movimientos que éste. Es un muchacho que le ha cogido mucha confianza al rito.

El cura Ocampo todo lo mira. Piensa en todos los detalles. Ordena a su coadjutor, mientras éste oficia. Es un cura que no se comerán fácilmente las viejas beatas.

Anunció que a las seis de la tarde habría plática para los ejercitantes. Iré.

El sermón

Cuando llegué, tenían las puertas de la iglesia entreabiertas. Vi entrar al Cura, apresurado, seguro. Es hombre de mando; las beatas no lo querrán, pero lo respetarán. Hombre organizado, pero nervioso. Lo conocí cuando yo era juez, hace cinco años, una vez en que fue a absolver posiciones. Mi impresión de entonces fue de que trataba con un hombre que no hablaba sino lo preciso, midiendo las consecuencias, esperando a que el otro hablase y se descubriese. Hombre hábil, graduado en la feria de mulas. Se trataba entonces de una casona que edificó detrás del nuevo seminario, en Medellín; vino la crisis, quedó debiendo y lo ejecutaron. No ha envejecido: cara, cabellos y energía permanecen los mismos. ¡Hasta menos gordo que está!

A pesar de que granizó, había mucha gente en la iglesia. Me coloqué bien. A medida que pasaba el tiempo, se levantaban olas de antropotoxina: los viejos huelen mal; a medida que el hombre envejece, los tejidos especializados disminuyen y la eliminación de toxinas se efectúa por los poros. ¡Tan bueno como huelen las muchachas! Recordé que en la mañana había visto en un prado una vaca vieja y una novilla; aquella estaba limpia, pero asquerosa; ésta cagada, pero agradable. Desde hace años se repite en mí esta cantinela: la juventud es bella aunque no se bañe.

El padre Ocampo dijo así, con voz recalcada, sobria, enérgica:

Como aquí, amados hermanos, hay muchos padres de familia y también muchos que contraerán matrimonio, hablaré de los deberes del marido para con la mujer.

El marido debe respeto a la mujer. Muchos se escandalizarán al oírme hablar así desde la cátedra sagrada, pero… ¡el ma-ri-do de-be res-pe-to a su mujer…!

La mujer también gobierna… Ella y los hijos deben obediencia al marido en todo lo que no vaya contra la ley de Dios y de su iglesia; pero la mujer gobierna su casa.

El hombre la debe respetar en cuanto al manejo económico del hogar; no tenerla, como vulgarmente se dice, a ración.

Le debe respeto, no pronunciando en su presencia palabras feas. ¿Hay aquí, en Envigado, alguno que tenga a su mujer dentro de cuatro paredes, que se gaste todo en vicios y que luego vaya a pedir comida para cuya preparación nada llevó…? ¡No quiero saber que en Envigado haya alguno…!

Debe el marido amar a su mujer para siempre. Por eso, no deben casarse por el dinero, sino por amor, pues aquél se acaba y el amor dura.

Yo oí en mi lejana niñez la conversación de dos ancianos que se quedó grabada en mi mente. Decía el uno: «¿Sabes que eso es una desgracia?». Contestó el otro: «No sólo desgracia: eso de pegarle a su mujer es acto de bajos, cobardes y viles; el que desconfíe de su mujer, abandónela, pero no le pegue».

¿Hay aquí algún envigadeño que tenga a su mujer dentro de cuatro paredes, con sus niños, y que le pegue porque duda de ella…? ¡Yo no lo quiero saber…!

La Iglesia concede el divorcio imperfecto, quoad torum, al cónyuge que compruebe, en juicio, que el otro le es infiel. Pero ¡no para volverse a casar…!

¡Sepan que el amor es para siempre! Leí que en Estados Unidos hay diez o veinte mil niños que vagan por las calles, sin conocer a los padres cobardes que los engendraron y que se divorciaron…! ¡Niños que aumentarán el número de habitantes del presidio!

La Iglesia dignifica a la mujer. Entre mahometanos, entre todos los pueblos del divorcio, la mujer es una esclava…

El hombre debe fidelidad a su mujer. Voy a escandalizaros quizá al contaros que hay maridos que llevan la enfermedad a sus mujeres; que hay niños en asilos y hospitales buscando la salud que sus padres no pudieron darles.

A propósito de hijos, sostuvo que se deben tener todos los que mande Dios; que a la pregunta: ¿cuántos hijos se deben tener?, se responde: los que Dios quiera. Dijo que son cobardes los que no los tienen, por ser pobres. ¿Acaso Dios no sostiene a las aves, que ni aran ni siembran?

Salí con la convicción de que dominará al pueblo; que al fin del año nacerán muchos envigadeños que se irán luego a buscar vida. Este cura está bueno para antioqueñizar a Colombia…

(Continuará).

— o o o —

Don Benjamín,
jesuita predicador [V]

(Continuación. Véanse Nros. 2, 3, 4 y 5)

Capítulo XXV
Una digresión. Retrato del padre Celso. El padre Pachito cura a los niños.

Es necesario terminar el retrato del padre Celso porque en la vida artística no debemos imitar a Leonardo: una obra comenzada es como hijo que se queda atrás, en el camino, y que, con sus gritos, no permite avanzar tranquilamente. La mitad de este «padre» se nos quedó en el útero y nos perjudica para el ritmo.

Algún lector preguntará por qué, entonces, no hemos terminado Mi Simón Bolívar. En este caso ha intervenido una maliciosa ley psicológica que pocos conocen. Explicaremos:

Habrán oído a muchos católicos que dicen, refiriéndose a un enfermo. «¡Que no se confiese, porque se muere!».

También habrán observado los lectores que algunos viejos ricos se mueren apenas se retiran de los negocios y arreglan sus enredos.

Pues bien, muchos autores, apenas terminan su obra, mueren.

De estos hechos y de otros que no enumeramos puede sacarse la ley, en la siguiente forma: la muerte proviene del ánimo.

Conocido es el caso de caballos y mulas que nunca mueren durante la carrera, sino cuando llegan a la meta. Hace poco, un envigadeño vino de la montaña, a caballo, a todo escape, en busca del médico, porque su mujer estaba pariendo difícilmente… Corrió, corrió, y cuando volvió a su casa, con los remedios, cayó fulminada la noble yegua…

También cuentan que los náufragos nadan, nadan, y, cuando llegan a la playa, desfallecen.

Cuando estuvo enfermo un hermano nuestro, no sentimos sueño durante cuatro días, y, apenas murió, nos dormimos por espacio de cuarenta horas, con sueño parecido a la muerte.

¿Está probado o no que la muerte depende del ánimo?

Así pues, el dejar inconcluso a Mi Simón Bolívar ha sido por malicia. Le hemos puesto esa trampa a la muerte. «Aún no podemos morir» repite toda nuestra conciencia. Vivimos en la conciencia de no poder morir.

Pero nosotros no somos profesores de psicología sino artistas; por consiguiente, continuemos con el padre Celso.

Retrato de Celso

Nació en La Tasajera; se ordenó y ejerció en Medellín. Una vez que se retiró de aquí, por su mal carácter, se radicó al lado de Acosta.

Su papá era «Gallito». Lo llamaban así por bravo, minúsculo y peleador; bebía…

A su mamá la quiso mucho el padre Celso; era como su ídolo y era una vieja alocada, tía de Jesús Jiménez, nuestro amigo hospitalario.

Murieron los dos viejos. Hernández vivió desde entonces con su hermano solterón, llamado Urbano. Consiguieron una negrita de El Noral, llamada Inés, de catorce años y medio, para que atendiera la casa. Urbano era mayor que el clérigo, tenía calvicie y era peleador también. ¡Familia airada! Lucas, el primogénito, fue alcalde godo, muy reclutador…

La negrita Inés era de esas que dicen «miamo» y que ya se acabaron. Se adueñó de la casa; hacía todos los oficios. El cura la quiso como a una hija. En presencia del monaguillo, primero, y del exjesuita, luego, Inés le lavaba los pies a Celso en agua tibia de arroz de maíz: se le veía el deleite al clérigo. La vida tiene algunos hermosos detalles que hacen a la Tierra incomparable habitación. Allí, en ese deleite, no hay pecado sino cosquillas, o sea, allí estamos en los linderos entre el cielo y el infierno. Tan buena habitación es la Tierra, que podemos afirmar que quien desee morir, o es muy bruto, o está enfermo o carece de hormonas: esto es un postulado.

La muchacha también le ponía las medias, pero no hasta arriba de las rodillas (los sacerdotes usan medias de piernipeludo o de mujer), sino hasta la pantorrilla; allí las agarraba el clérigo y las subía…, por lo menos en presencia del monaguillo… Lo calzaba también… ¡Maldita sea, maldita sea, no habernos ordenado, no haber atendido a las voces que nos llamaban en los rastrojos de Las Palmas!

Pasó el tiempo, queridos lectores… La Inés cumplió diecisiete años y su busto parecía un nido de ametralladoras; crecía en belleza y formalidad. Entonces se vinieron a vivir nuevamente a Medellín, a una casita que compraron al frente de la iglesia de San Antonio, pues Hernández consiguió clases de castellano, latín y una capellanía.

Pero riñó nuevamente. Se acabó el empleo. Entonces, Inés le hizo vender la casita en San Antonio y volvieron a La Tasajera, en donde edificaron un nido coquetón…

Pero Satanás no tiene quieto su rabo maldito, sobre todo cuando hay por ahí muchacha de dieciocho años. Así pues, recién llegados y recién inaugurada la casita, con jardines, paradisiaca, la Inés resultó preñada… El padre Celso la mandó a parir a Medellín, porque en pueblo no puede hacerlo sino la mujer casada. Nació y murió la criatura de Dios e Inés volvió.

¡Ese Urbano! ¡Maldita sea Urbano! Pero Urbano era muy bruto: le dijeron en las tiendas y estancos: «¿Cómo le hiciste eso, Urbano, a una mujer que ha sido y es todo para ustedes?». Contestó airado: «¿Yo…? Yo no he hecho nada…; hace años que don Varimba es como hoja de cebolla quebrantada… Yo no tengo parte ahí; ¡esas son cosas de Celso…!».

Urbano era avariento. Dejó entierro, que no ha sido hallado aún. Avaro miserable, avaro hasta de su semilla, terminó sus días comiendo plátanos y lamiendo cajas de sardinas vacías.

El padre Celso le dejó todo a la Inés; antes de morir le hizo edificar una casita. Por eso, la calumnia cebóse en él: Pablo Góez, liberal corrompido, hermano de cura, decía esta blasfemia: «Inés era la moza de Celso». Así es como la calumnia se enrosca en los pies o piernas de la santidad.

El padre Pachito Múnera cura a los niños

El padre Pachito hacía milagros con su dedo, con ése que apresuró la muerte de Cleto.

Terminaba la misa mayor de los domingos… Entonces se formaba el tumulto de campesinas; iban saliendo de los bancos hacia la sacristía, con las grandes tetas afuera, medio cubiertas por los pañolones, y los infantes ahí pegados, nutriéndose con el santo maná de Antioquia… El partero Nepomuceno Jiménez sostenía que la antioqueña es muy mala lechera. ¡Y no es verdad! Puede serlo en Medellín, en donde Nepomuceno ejerció su arte, pero no lo es en la verdadera Antioquia, en los pueblos y montañas. En Medellín es porque las mujeres juegan a las bolas en el Club Campestre con bogotanos y con místeres… Pero con la leche antioqueña podría inundarse y purificarse esta república de hombres-rameras. Antioquia tiene sus secretos, como los hebreos: por ejemplo, antioqueña que se une a bogotano no concibe de él: hay disparidad de especies; parece que Dios impide esta hibridación. Piensen bien, recuerden, queridos lectores, y verán que se trata de una ley: vientre de virgen antioqueña está vedado para los Jiménez de Quesada. Perdonen y sigamos.

La multitud de campesinas paridas penetraba en la sacristía, en donde estaba Pachito, aún revestido. Se acercaban a él, una por una… Llegaba la campesina; despegaba al mamón y decía: «Padre, tiene úlceras…, o tiene los dientes que no quieren salir… o tiene la encía hinchada…».

Pachito doblaba entonces en forma de hoz su dedo anquilosado que acababa de coger a la Divina Majestad; lo hundía en la boca del mamón y refregaba allí…

El despachar a toda la clientela duraba una o dos horas.

Por eso, los sitieños tienen los dientes parejos: por eso, en La Tasajera no hay dentistería y por eso no sufren de boca y garganta.

Capítulo XXVI
Un nido de personajes. Santiaguito. Don Elías. Don Federico Barrientos y el carpintero Ochoa. Una botella zangoloteada. Riña de don Benjamín con Santiaguito.

Un nido de personajes

Así podría llamarse al ángulo suroeste de la plaza de Copacabana. Efectivamente, en una esquina estaba la tienda de licores de don Elías; transversalmente, la tienda de pandequesos, de telas, etc., de Santiaguito, el hermano de Cleto, y, a poca distancia, la carpintería de José Jesús Ochoa.

Santiaguito

Santiaguito era menudo, vivaracho y accionaba muy bien. Rezaba atropellándose y repitiendo, así: «Dios te salve, María, Dios te salve, María, Dios te salve, María… Santificado sea tu nombre, santificado sea tu nombre, santificado…», etc. De a tres veces cada proposición, y las viejas beatas se reían…

Pues bien, cuando el padre Acosta decía al monaguillo: «Vaya, mijo, donde mi compadre Elías y dígale que me mande la botellita que él sabe», el monaguillo don Benjamín iba y generalmente lo encontraba ocupado vendiendo aguardiente a medellinenses transeúntes o a sitieños de parranda. Entonces iba a esperar a la tienda de Santiaguito, pues don Elías era azaroso, cabeza de bola rojiza, bigotudo y nunca reía ni sonreía. Santiaguito tampoco, pero era un serio simpático. Tres hombres ha conocido don Benjamín serios en absoluto: el arzobispo Herrera Restrepo, don Elías y Santiaguito; monseñor Herrera fue el que lo ordenó jesuita…

Don Elías y Santiaguito

Don Elías se emborrachaba en su tienda y entonces le daba por pasarse donde Santiaguito a contarle heroísmos. Santiaguito bebió en su juventud apenas.

Una vez, don Elías, achispado, le decía a Santiaguito:

«¿Qué te parece, Santiago, que anoche saqué mi revólver para matar a aquel vergajo y, cuando ya le iba a disparar, oí una voz en el aire que me dijo: ¡Detente, Elías! ¡Guarda ese revólver en el bolsillo!».

Otro día contó así:

«Mira, Santiago, en días pasados estaba un hermano mío riñendo con otro tipo, y yo grité: ¡Atájenlo, que aquí va el tigre! (Se atusaba los bigotes). Se enchuspó, y si no, me lo como…».

Sólo cuando estaba bebido contaba estas cosas; de resto permanecía silencioso.

El monaguillo se hizo íntimo de Santiaguito y conversaban.

—¿Por qué se deja ganar de don Elías, Santiaguito? ¿Por qué no pone usted también venta de aguardiente…?

—¡Qué no habré iniciado yo, ensayado yo en esta vida! ¡Ya lo hice…! ¿Y sabes lo que sucedió…?

—¿Qué?

—Que se emborrachaban allí (señalaba la tienda de don Elías, estirando el brazo y el índice) y venían a vomitar aquí… (Señalaba su tienda, agachando el índice).

Ni una sonrisa acompañaba a estas salidas.

Oigan, queridos lectores, una historia contada por él:

«Hay que tener mucho cuidado en la vida, porque le meten a uno gato por liebre. Yo soy muy viejo y conozco mucho la vida. Una vez, en mis correrías, vi el cadáver de un muchachito que estaban velando en batea; me le senté al lado y desimuladamente le hice una cruz a la batea con mi navaja… Pues al domingo siguiente ¿sabés lo que vi…? Vi la batea llena de natilla, en la plaza… ¡No te dejés meter gato por liebre! ¡Oíme bien!».

—¿Por qué usted no es rico, Santiaguito, como don Elías…?

—¡Hace cincuenta años que trabajo! Después de que dejé mis andanzas (fue mozo enamorado, tomatrago y serenatero), me dediqué a estas chucherías y me hice amigo de los ricos de Medellín… Traer y traer telas enrolladas y pagarlas religiosamente, hasta que un día le dije al viejo señor Restrepo: hace años que estoy en esto; no consigo ni un chimbo y otros se enriquecieron ya… (Ponía las manos, entrelazados los dedos, y las sacudía, subrayando así impacientemente).

—Vea, Santiaguito, me contestó el señor Restrepo, si quiere plata, voy a darle un remedio, y es coger la conciencia… (Santiaguito ponía las manos encocadas, distanciadas una de la otra, de frente, como quien está formando una bola de alguna sustancia blanda; movía las manos, así, como quien perfecciona la bola esa imaginaria). Coger la conciencia, hacer un atado con ella y echársela a la espalda… (Acción de echársela allí).

—Pues si ése es el modo, señor (Santiaguito unió los índices y los separó luego hacia los lados, violentamente), no se va a poder, porque la conciencia no es un culero para que hagamos atados con ella…

—¡Ve ese rincón! (Santiaguito le señalaba al monaguillo un ángulo de la tienda, lleno de telarañas, cucarachas y libracos).

—¿Qué es eso, Santiaguito?

—Son veintidós libros de cuentas que me deben, protocolizados ya; y mira aquí tres para protocolizar…

Cierta ocasión se expresó así:

—¡Vea, Benjamincito! (Cerró los dedos de la mano derecha, estiró el pulgar y rebulló la tal mano, indicando el recodo de la carpintería de Ochoa). ¡No cesa de trabajar…! ¡Y los domingos…! ¡Ave María! ¡Y no tiene ni un chimbo…! Voy a contarle la que se echó don Federico Barrientos con él…

—¿Cuál?

Don Federico Barrientos y el carpintero Ochoa

Don Federico se sentaba los mediodías en la carpintería. Ochoa era fornido; échale que échale a la garlopa y sus músculos bellos brillaban con el sudor. Y, a pesar de todo, pobre; parecía encarnación del refrán que dice: el que nació para chimbo no llega a real.

Don Federico se afeitaba diariamente y usaba patillas largas, como dos plumones que le cayeran de sienes y mejillas; su bastón era de puño de oro. Sentábase en silla nueva en medio de la carpintería y metía las chinelas floreadas en la viruta de cedro y de comino, para vitalizarse indudablemente. ¿Por qué eran tan amigos este rico y este pobre? Porque junto con don Segundo Fonnegra eran los más blancos de Copacabana; los Ochoas somos gente que nació en América por equivocación; el verdadero apellido de Bolívar era Ochoa.

Un día, don Federico se las echó así al carpintero trabajador pero pobre:

—Josecito, voy a contarle una historia que le conviene a usted…

—¿Cuál será? Bien pueda echarla, don Federico…

—Pues había un gran hacendado (casi dice yo, pues era dueño de fincas numerosas en Tenche y en Niquía) que tenía muchos agregados o mayordomos. Una vez se puso a meditar y se dijo: Voy a hacer rico a mi compadre José, uno de los agregados, pero sin que él lo sepa…

Llama a una sirvienta y le dice: Hazme una torta grande y me la traes en una bandeja.

Se la trajeron y él se encerró en su habitación. Con un cuchillo le hizo un hueco circular a la torta; abrió luego el escaparate; sacó morrocotas y piedras preciosas y con ellas rellenó el hueco; cubriólo después con la telilla del pedazo sacado… Llamó a un paje y le dijo: ¡Lleva esto a mis compadres José y Gertrudis…!

Cuando el paje le entregó la torta a la comadre (no estaba allí José), la mujer de otro agregado se vino a curiosear.

—¿Qué es esto?

—¡Pues «miamo» que nos mandó esta torta…!

—Dame un pedazo, Gertrudis, para comer con mis hijitos, que tenemos hambre…

—¡De más, ole…!

Y partió un trozo, precisamente aquél en donde estaba el tesoro…

Al ver éste, huyeron muy lejos…

Pasan tres días y el amo se dice: ¿Qué será que no vienen a dar las gracias…?

—¡Ven acá…! Ensíllame el caballo rucio…

Llega donde los compadres y se sorprende de que no le agradezcan…

—Digan ustedes: ¿recibieron una torta que les mandé?

—¡Cómo no, miamo! Y cuando la recibimos llegó mi comadre Julia y le regalamos un pedazo de ella… Y vea, señor, lo raro, desaparecieron, hace días que no se ven por aquí…

El amo se carcajea… Agacha la cabeza sobre la montura, pues no se había apeado, y medita… Al fin, yéndose, les dice:

«¡Pendejos! Bien se ha dicho que el que nació para chimbo no sube a real…».

El carpintero Ochoa, después de esta lección, consiguió plata, pero murió tísico, en Bello, y su familia se extinguió. Los pendejos pueden conseguir dinero, pero contra la voluntad divina no se pasa de chimbo.

Una botella zangoloteada

Un día iba el monaguillo zangoloteando la botella del padre Acosta para hacerle formar espuma al líquido y mirar luego al través, tan bello…; Santiaguito le gritó:

«¡Vení! ¿Se la llevás al señor cura…? Llevásela con mucho cuidado, porque el señor cura es muy buena persona… ¡Esa simpatía del señor cura, Benjamincito…! Andá, pues, llevásela sin muchos zangoloteos…».

Riña de don Benjamín con Santiaguito

Continuaron la amistad aun después de retirarse nuestro héroe de la Compañía de Jesús. Todos los atardeceres don Benjamín se apeaba del camión al frente de la histórica tienda y echaban un palique con el viejo.

Pero una tarde, recién salido el Viaje a pie, recibió a don Benjamín con tres piedras en la mano:

—¡Vení…! ¿Vos dizque dijites que ojalá vinieran los americanos protestantes, a esta tierra tan caraja…? ¿Qué se hizo la devoción…? ¿No sabés que los yanquis son enemigos de la Iglesia…? ¿Lo dijites…?

—¡Sí lo dije!

—¡Pues no me volvás a hablar!, etc.

A la mañana siguiente llamaron a nuestro héroe a la alcaldía para que diera fianza de paz con Santiaguito. Ya éste murió… Así terminó esa deliciosa amistad, a causa de diferencias en el fervor cristiano y en el patriotismo: Santiaguito era todo patriota y don Benjamín estaba desilusionado de las comunidades religiosas y de los «grandes hombres» de por aquí, tan bobitos, tan bajamente astutos… Preguntamos al lector: ¿Cuál tenía razón?

(Continuará).

— o o o —

Panorama de la
vida en Colombia

I. El estilo y Eduardo Santos

Dijimos que estilo es la manera de manifestarse. La gente no sabe que el estilo es una fatalidad, por ejemplo, la manera como se tuercen los sombreros que usamos; en ellos imprimimos nuestro sello, o sea, nuestras pasiones; hasta le damos nuestro olor; en la oscuridad sabemos cuáles son nuestros calzones y nuestro sombrero, por el olor, por la forma, etc. El mundo, a cada instante, es nuestro estado de conciencia. Por ejemplo, todo lo perteneciente a Eduardo Santos huele y tiene la forma de la hipócrita virtud; toda Colombia huele a El Tiempo. Oigan la manera como hablan los jovencitos desdentados que envían noticias desde ese periódico:

«Ayer nombraron por unanimidad a Eduardo Santos para director del liberalismo. A la salida del Senado, sólo el luto riguroso por la muerte de doña Polita libró al doctor Santos de ser conducido en hombros».

¡Abrid los esfínteres para que no habléis apretado, oh jóvenes bogotanos!

II. Don Clodomiro, Ricardo, etc.

Teniendo en la mano esta definición de estilo que hemos dado, don Clodomiro, Ricardo el de «la escuela», el conflicto de la universidad y la que van a fundar los godos ventrudos, son problemas para un mamón de la filosofía.

Porque decidme una cosa, chicos: un caserón en cuya puerta se lee que la paz es presente divino; caserón dirigido por hombres que siempre han devengado de todos los gobiernos; por hombres-vasijas, glorias de la patria boba, ¿puede llamarse Universidad…?

Vamos por orden: el problema de la paz; segundo, don Clodomiro, y tercero, Ricardo el de «la escuela». Luego trataremos de la universidad de don Alejandro Ángel… ¡Comencemos con don Alejandro, que está de bola a bola!

Cuando la procesión conservadora del 8 de agosto, al entregarle la bandera a don Alejandro, en el Parque de Berrío, comenzó a mover el índice a manera de batuta, diciendo: ¡Sus!, ¡sus!, ¡sus…! ¡De a seis en fondo…! ¡Sus!, ¡sus!, ¡sus!, ¡sus…!

Eso, chicos, será la universidad fundada por gentes tan bobitas: ¡Sus!, ¡sus!, ¡sus…! ¡A embruteceros…! ¡Sus!, ¡sus!, ¡sus…!

No creáis que se han retirado del lado de don Clodomiro a causa de que la Universidad de Antioquia es un lupanar, sino porque quieren ser dueños absolutos de ella. La motivación es lo importante: la motivación es el todo en moral, y la de estos de El Colombiano y La Defensa es de terneros destetados. Si ellos tuvieran la Universidad, serían capaces de nombrar a don Enrique Echavarría profesor de literatura. ¡Si nosotros vivimos la juventud durante su hegemonía y vimos que todo espermatozoo que arrojaban los viejos hipócritas del Parque de Berrío era llevado en triunfo a «enseñar» en la «universidad»! ¡Sus!, ¡sus!, ¡sus…! ¡A embruteceros…! ¡A que os zapateen los obispos…! ¡Sus!, ¡sus!, ¡sus…!

Don Alejandro regala el local; los profesores serán los hijos de don Jesús y los hijos de don Enrique; el rector será un cura o un «leopardo»… No, chicos: un burro, ya lo lleven a vivir en el Palatino, siempre vivirá en pesebrera. Para cambiar a los conservadores hay que amasarlos de nuevo; estén donde estuvieren, son godos.

¡Ya acabamos con don Alejandro! Nos resta únicamente que si este señor regala un millón, el regalo olerá a cicatería; que si regala toda su fortuna, olerá a cicatería. ¡Son los secretos de la fatalidad!: por dentro es donde está el busilis; por dentro está el que sella; los actos son imágenes de nuestra alma…

Así mismo, los Carreños, Berríos, Laureanos y Abadías, aunque critiquen al gobierno o colaboren con él, estarán siempre inflados de malas pasiones.

Pasad, chicos, por la casa de un generoso y, aunque la puerta esté cerrada, sentiréis que está abierta; pasad por la casa de campo de uno de estos que hacen oposición por merma en las ganancias, y aunque no haya cercos, ni puertas, ni muros, todo estará hermético…

Ante estos hechos de la vida psíquica, tiembla el espíritu… ¿De suerte que, gobiernen unos o gobiernen otros, Colombia será siempre esto que es? Exacto. El único remedio es la cultura: escuelas que ataquen y destruyan los corazones de piedra.

Respecto de don Clodomiro diremos que es hombre agradable para ir a pescar: se duerme sobre una piedra plana, la caña en la mano; jamás contradice… Los colombianos son muy brutos y, por eso, al ver a un señor que tenía las manos en los bolsillos de los calzones, creyeron que era un filósofo y lo pusieron de rector.

Ricardo es problemilla: su rectorado viene de la tesis aquella feminista… Hace dieciocho años, cuando por aquí creían hasta en la preñez de la luna, cuando los obispos prohibían un manuscrito en que se leyera la palabra tabernáculo, Ricardo se graduó de abogado con la siguiente tesis: «La mujer es dueña de lo suyo». La gente creyó que había aparecido el as barbado del liberalismo y por eso es rector de «la escuela»…

El temperamento de don Clodomiro es el más impropio para regir la universidad, pues ésta es sinónimo de guerra; es el horno de las juventudes, el campo de batalla contra los prejuicios; allí el descontento crea; en ella moran el acicate y la crítica. ¿Cómo ponen a Clodomiro y a Ricardo, que jamás han irrespetado a las «autoridades», que siempre han tenido sueldo, a dirigir y estimular un volcán? ¡Eso es una charca de ranas! Leed la Revista de la Universidad para que sepáis lo que es aguamasa.

Los rectores de la Universidad tienen que ser «tábanos sobre el caballo de la patria» (Sócrates).

* * *

Universidad que no esté por encima del gobierno que actualmente rija a un país, que se ocupe en las disputas del momento, es pesebrera. Hemos quedado ahora con dos: una, de don Alejandro, y la otra, de don Clodomiro. ¡Ahora sí llegará nuestro siglo de oro!

Las únicas dificultades que hay en Colombia para vivir agradablemente provienen de su humanidad: son mal educados.

Los que se llaman aquí «godos» y «derechistas» son viejitos o envejecidos, de una virtud muy baja. Algunos dicen que tuvieron razón para abrir esa «escuela de don Alejandro», pues en la de Clodomiro los perseguían; pero ella es «una razón» muy estrecha, muy de vieja prendera, con la cual se dificulta la alegría de vivir y el embellecimiento patrio. Un hombre culto está obligado a ser abierto como un Partenón, a tomar y a resolver los problemas tales como se presentan en la realidad, y no querer que ellos se amolden a su cerebro, a cerebros oscuros y cicateros como rincones de cucaracha. Si establecemos un lupanar al frente de otro, sólo conseguiremos que haya dos. Estos de El Colombiano y La Defensa son brutos del cerebro; tipos que abundan en Medellín: «tienen razón», pero corrompen la sociedad; siembran el odio a los riquitos y siembran la desconfianza; engendran el deseo de arrancarles su alcancía. Esos frentepopulares, trompones de color de boñiga, son hijos de los viejitos godos. Por ejemplo, en las carreteras hay goditos que no quisieron dar «algo» para pavimentarlas al frente de sus propiedades: «tienen razón», pues la ley no los obliga; pero ello es antisocial, cicatero y hace crecer la trompa repugnante de los frentepopulares que los van a castrar.

Preguntamos: ¿de dónde vienen los frentepopulares? Por lo menos del ombligo para abajo son hijos de Alejandro Ángel y de los otros millonarios que pusieron sus oficinas en Envigado, «porque en Medellín había impuestos».

La verdadera oposición hubiera estado en abrir una escuela liberal al frente de las pesebreras de Clodomiro y de Ricardo.

La negrura del alma de Alfonso López está condicionada por la negrura de intenciones de los opositores. El comunismo, el odio a los ricos, provienen de la mala educación de estos, de su apego al «tener razón», pues Alejandro Ángel era libre de abrir sus oficinas en pueblo donde no hubiera impuestos, y Tiberio de J. Salazar de crear una escuela tirapiedra como la otra… Pero hay una ley más alta: debemos vivir en plano espiritual, ser justos y liberales con justicia y liberalidad que trascienda los alambrados de púas de la ley vulgar.

Es en el corazón y en el espíritu donde residen las dificultades y donde está la solución de los problemas: con estos directores colombianos, bien podáis expedir mil leyes y ordenanzas, y la vida continuará desagradable, difícil y fea. Quitad los códigos, y un hombre culto ni robará ni asesinará.

¡Pero estas escuelas cuyo padre es el odio, escuelas donde cada nuevo ministro de educación cambia los rumbos para que hablen de él por la radio!

Necesitamos cultura; estabilidad en métodos y maestros. ¿Qué han conseguido? Conste que aquí conocen y hablan algo de todos los adelantos pedagógicos… Pues bien: Colombia es cachonda: las muchachas de doce años se escapan con los piernipeludos; ni el Estado ni la gente pagan; nadie siente que la justicia es música, que un deudor paga porque su alma musical le exige un acto que consuene con el otro que dio origen a la deuda, la justicia aquí no es necesidad íntima sino miedo a las sanciones.

Oíd una pregunta, señor Nieto Caballero que dizque sabéis decrolíes y montesoris: entre ocho millones que hay educados por vos, decidme ¿cuántos creéis que no se robarían $100, si los hallaran por ahí, a solas, y se les garantizara que nadie «lo sabría»…? ¿Os he probado, sí o no, que por aquí no hay cultura?

Responded a esta pregunta, clérigos y gobernantes civiles: ¿hay muchos colombianos que dejarían de corromper a una niña con quien se les dejara a solas, seguros de que nadie lo sabría…? ¡Contestad, clérigos a quienes durante cuatrocientos años se confió la juventud!

¿Cuándo se ha enseñado en Colombia que la moral es parte de la música? Aquéllos enseñaron que la moral era un contrato leonino: que por dar a un pobre un plátano verde, se recibía el cielo; estos enseñan que por rebuznar se recibe un empleo: aquellos eran los «elegidos de Dios»; estos son «el gobierno de partido».

La verdadera cultura consiste en hacer a los hombres anarquistas y comunistas por dentro; que el «mío» no exista en el corazón; el mío y el tuyo habitan allí y allí es donde hay que destruirlos.

Lo cierto del caso es que el antioqueño es un mío y un tuyo con calzones. ¡Caramba, qué hombre burdo es el antioqueño! Egoístas son en todos los países, pero tienen otros factores componentes. En Antioquia, los cachivacheros del Parque de Berrío son prohombres posesivos muy peinados y fondillones.

Por ejemplo, las radiodifusoras antioqueñas son una mácula para el género humano: siempre está el aire universal cruzado por la propaganda bajísima de este pueblo traficante de Medellín. Por todo eso, por la escuela de Clodomiro y de Ricardo, por la escuela de Alejandro Ángel y de Tiberio de J. Salazar, por los riquitos odiosos, por los frentepopulares de color de boñiga, trompones, más feos que los hunos, en Medellín vamos a tener la hecatombe por antonomasia: uno de estos días, los frentepopulares le cortarán el racimo a la gente blanca: van a creer que todos los blancos somos ricos. Ya la policía se compone de frentepopulares… ¡Se nos destemplan los calzones con esta perspectiva!

Los conservadores quieren ya colaborar…

Ya os lo dijimos, que la política de odios de Laureano Gómez arruinaría a Colombia; también, que los godos no se moverían hasta que les tocaran la plata.

Es muy claro: la abstención la decreta un partido como preliminar de la revuelta armada; ¿pero así, como la decretaron Laureano y Berrío, para que les volvieran el presupuesto por bonitos y enojados…?

Está sucediendo lo que era de esperarse: que sólo han prosperado los frentepopulares; que los godos ventrudos y los liberalitos chochos, como Botero Saldarriaga, huelen el peligro comunista, sienten que ya, ya les van a cortar las bolsas… ¡y envían a Bogotá a Restrepo Jaramillo (un imán para la plata y para los peligros de la plata), con el fin de co-la-bo-rar…! ¡Esto es un milagro, que Restrepo Jaramillo transija, pues nació de mozo de la verdad desnuda! ¿No os lo dijimos, que a los godos había que tocarles las bolsas…?

¿De qué sirvieron, pues, tantos discursos y editoriales pajosos? ¿Para qué se os derramó el tuétano contra Olaya? ¿No os lo decíamos, que dejárais la bulla, que un ladrón aferrado es lo mismo que otro destetado? ¡Échenle, roben juntos, que por mucho que roben se pierde menos que en una guerra civil!

Preparémonos, eso sí, para enterrar al Laureano, si esto de la colaboración se arreglare, pues se morirá, se morirá, se morirá.

Los enemigos de Arredondo

Los enemigos de Arredondo son ese grupo de familias cachivacheras del Parque de Berrío, en Medellín, que desde el tiempo de Rafael Reyes vienen explotando la política para enriquecerse. Describamos este fenómeno: Restrepos, Uribes, Jaramillos, Boteros, etc., resolvieron dedicar dos de sus ocho hijos a «liberales», para evitar los compartos de guerra y para ocupar las curules y demás gangas de la minoría creada por Reyes. Como veis, son de los mismos godos que tanto mal nos han hecho.

Nosotros los miramos con asco desde aquel nefando tiempo en que se vino a vivir a Envigado uno de estos congresistas de «la minoría»: Botero Saldarriaga, y el tal Botero Saldarriaga hablaba ligero como tarabilla e hizo dañar la pila de la plaza del pueblo: ¡una pila que tenía un tazón de piedra de dos metros de diámetro…!

Pues este viejo chocho y otros ex congresistas ídem son los enemigos de Rafael Arredondo. Están airados porque no los envía al Congreso y porque no les da los empleos. Están furibundos porque don Rafael lleva el liberalismo al pueblo y a las poblaciones, sacándolo de entre los rollos de tela. Emilio Jaramillo, un Restrepito cuyo nombre no recordamos, unos periodistas que estudiaron en donde mea la gallina, el viejito chocho Botero Saldarriaga y no sabemos cuáles más, están como locos porque desde hace dos años no van al Congreso; porque van gentes de las poblaciones, porque don Rafael democratizó al liberalismo. ¿Será tan imbécil el pueblo antioqueño como lo fuera cuando diez cachivacheros persiguieron y hundieron a Román Gómez?

¡Oh, pueblos de Antioquia, no os dejéis engañar más tiempo por los comerciantes de Medellín! Ellos no son vuestros jefes; ellos os tutean como a peones esclavizados. Ellos, en una misma familia, unida como las judías, os hablan por dos bocas, pues a un hijo lo dedican a liberal y al otro a conservador, simuladamente, para ganar dinero, pues para ellos Dios es mayordomo de sus mangadas. Mirad a esas familias enemigas de Rafael Arredondo y veréis al uno en la alcaldía y al otro en la jefatura de la oposición. Sabed que la brega que han iniciado contra vuestro caudillo liberal tiene por causa inmediata el que la Asamblea se compone de hombres de las poblaciones y, así, ellos no pueden robarnos con sus sociedades anónimas…

En todo caso, los goditos se asustaron y desean colaborar, pero… con los liberales que llevan su mismo apellido: congresista por la mayoría, Fulano Uribe; congresista por la minoría, Zutano Uribe.

¡Mucho mejor, antioqueños, que sigan bregando los Pedro Claveres Aguirres que no estos hijos de los cachivacheros!

Carlosé, el ingeniero José María Villa y Rafael Uribe

Para que este pueblo antioqueño, tan duro de cascos, conozca bien a los cachivacheros que hundieron a Román Gómez y que hoy desean acabar con Arredondo, transcribiremos un diálogo que tuvo lugar por ahí en 1908 entre los doctores Carlos E. Restrepo y José María Villa.

Personajes y escenario: el Puente de Occidente, sobre el río Cauca. Carlosé viene de Antioquia para Sopetrán, caballero en mula, recto de cuerpo y de alma, como siempre, y se detiene en la fábrica del puente maravilloso a conversar con el ingeniero Villa, un espíritu genial que apareció en Colombia como un meteoro.

Carlosé

—¡Pero vea, doctor Villa, cómo Rafael Uribe le aceptó al dictador Reyes una embajada en Suramérica…!

José María Villa

—¡Oiga! Ahora, cuando estoy haciendo este puente, tengo la familia en Sopetrán; el otro día se me apareció aquí un hijo que tengo, muy glotón; y comió tanto que le dieron cursos… Como yo no sé de cuidar enfermos, le dije: Vete para Sopetrán, a la casa, donde tu mamá. Contestóme: No puedo; estoy muy mal… Como yo lo conozco, le dije: Si te vas, te doy este peso… El muchacho, al ver dinero, dijo que sí… Se fue, y llegó a la casa hecho una miseria, emporcado desde los zamarros hasta el sombrero. La mamá, al verlo, exclamó: ¿Pero cómo vienes así, hijo, por Dios…? Sí, mamá, contestó el muchacho, enarbolando triunfalmente el peso; vengo cagado, pero con plata…

¡Pues así es el general Uribe Uribe, doctor Restrepo!

Y nosotros comentamos que así son estos conservadores del Parque de Berrío, en Medellín; que así son los enemigos de Arredondo. Una manada de cagados, pero con plata.

Ciro Mendía

Al leer el anuncio de que continuaríamos la crítica literaria con él, dizque dijo Ciro: «¡A mí que no me friegue! ¡Que no se meta en mis cosas!».

Hemos resuelto suspender por ahora la crítica literaria, pues eso de que vaya y nos maten a causa de unos versos cachondos y pajosos, no se justifica.

El haz godo

¿Para qué gastar la tinta en poetas pajosos, si han ocurrido dos cosas importantes para comentar? La primera es que Gonzalo Restrepo Jaramillo ha querido llevar al conservatismo a la cordura, colaborando, y la segunda es que unos jóvenes que tienen mucho sebo en el alma fundaron el Haz godo.

Restrepo Jaramillo pensó como un Salomón: El odio y la violencia a nada conducen.

Desgraciadamente, el conservatismo está dirigido por Laureano Gómez y por unos sacristanes muy brutos.

El Haz godo será el fascismo propio de los titís suramericanos. Lo componen unos jóvenes envidiosos, fanáticos, hediondos a pata de blanco.

Hay que alabar lo bueno: Gonzalo Restrepo Jaramillo ha comprobado que en el conservatismo hay un hombre cuerdo.

¡Oh, jóvenes antioqueños, huid del Haz godo, que huele a pata de Sacristán! Es un haz hecho con odios. Es el as barbado de la imitación europea.

20 de septiembre de 1936

De cómo Europa nos indica que debemos unirnos todos para salvar a Suramérica

Aquí, en Suramérica, hay pocos preparados para intuir, así como el rastrojo tiene el cielo ocultado por los árboles; los suramericanos son el rastrojo de la humanidad: imitan. Así como se coge al mono extendiendo una sábana y envolviéndose luego en ella y retirándose para que el mono venga y haga lo mismo y no pueda desenvolverse, así nos van a coger los europeos y asiáticos.

Intuir: lo hace el gallinazo respecto de la lluvia. La intuición no es fenómeno inexplicable; se trata de tener el alma libre para interpretar, para sentir el futuro indicado por el presente.

Hace ocho días informaron que en Cuba han pedido la nacionalización veinte mil extranjeros desde que comenzó la matanza española. También Argentina ha tenido que cerrar sus puertas a los comunistas que huyen de aquel continente podrido a causa del progreso maquinista.

¡Intuyan! Hay señales de que una ola humana descontenta, enferma, se dirige a esta inocente tierra de los monos-hombres.

¡Y no estamos preparados! Nuestras puertas están abiertas para todos los desechos humanos; a los países europeos nadie puede entrar a trabajar; únicamente a gastar dinero en ellos.

Es urgente, más urgente de lo que imaginan, lo siguiente:

a) Prohibir la inmigración. Que sólo los americanos puedan venir a trabajar en Colombia. América para los americanos. Los demás podrán venir como turistas o contratados para determinados fines.

b) Prohibir la propaganda comunista, porque aquí no existen los hechos que dieron nacimiento a esa enfermedad.

c) Poner capital y trabajo bajo la suprema dirección del Estado.

¡Llegó la hora, señores gobernantes de Suramérica! De Europa huyen y huirán en olas humanas, así como se movían, como nube de langostas, vándalos, godos, visigodos, hunos, empujados desde las murallas chinas, sobre la vieja Roma. ¡Prepárense para salvar a este continente, reservado para la realización bolivariana, y todo se les perdonará.

Lo que dijimos en Los negroides se está cumpliendo.

Septiembre 18 de 1936

* * *

El N° 7 de Antioquia contendrá:

  • Crítica literaria (Ciro Mendía)
  • Retrato del ingeniero José María Villa
  • El Haz godo: Agrupación de monos americanos
  • Gonzalo Restrepo Jaramillo (ensayo político)
  • Contendrá cien páginas y su precio será de $0,50.

Fernando González

Fuente:

Antioquia. Medellín, Editorial Universidad de Antioquia, marzo de 1997. Introducción por Alberto Aguirre.

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Revista Antioquia - (1936 - 1945)

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Ultima revisión en abril 24 de 2014