Carta a Tomás Carrasquilla

Medellín, enero 29 de 1935

A don Tomás Carrasquilla
En su casa.

Ilustre amigo:

Estoy muy contento por el ejemplar que me dedicó de sus Dominicales. Lo leí, lo fui leyendo con mucha envidia; es tan bello que nos mata la envidia, así como una muchacha que vi hoy, tan pletórica, que me vine para la oficina repitiendo: “No la miraré, no la miraré… ¡Qué bueno que se muriera!”.

Los más enamorados de la belleza somos los más envidiosos. ¿Por qué va a ser malo eso de llorar porque no hicimos el Moisés y no escribimos los libros suyos? Cuentan que César lloraba a causa de Alejandro y que a Bolívar le daban unas envidias que lo mataban. Indudablemente que envidioso no puede ser sino el que comprende la belleza de las cosas ajenas. Para mí tengo que la envidia es el acicate.

Pero de sus libros me consuelo pensando que son suyos y que usted es mi amigo y que es el Maestro de Colombia. Son tan hermosos, que sólo por ser suyos los perdono.

Lo que sí no puedo perdonar nunca es el segundo párrafo del libro de usted que están editando en Atlántida, ese párrafo en donde trata de su memoria: ¡maldita sea no haber sido yo el que escribió eso!

Dígame: ¿Puede uno ver a las muchachas sin desear apropiárselas? ¿Puede haber contemplación desinteresada de la belleza?

Reciba mi corazón,

Fernando González

Fuente:

Deshora – Revista de poesía, N° 3, Medellín, abril de 1999, p.p. 63.