El paje

(Tragedia en dos actos)

Acto I

Escena I

(Varias figuras en el escenario. La una es un frac y unos calzones con tirantes caídos; hay una Primera Dama de la República; dos mascarones con los dientes prognatas; uno, de zambo pequeño en todo, menos en la hipocresía; también está por ahí el que tiene cabeza de gato tendero.

La Conciencia, en forma de sabio viejo, al levantarse el telón, está detenida, mirando el frac y los calzones, que cuelgan de un perchero.

Durante cinco minutos queda así, quieta y silenciosa la escena.

La Conciencia va dejando caer, monótonas como campanadas, estas sentencias):

La Conciencia

—¡Es el criado…! ¡La esencia del criado es la necesidad de tener amo…! Así como la carne necesita del esqueleto o se vuelve una plasta, el criado, cuando no tiene amo, se anonada… El ego del paje es el amo…

(Silencio de un minuto)

—Si a un talego lo rellenamos, queda prestante; vacío, es un trapo caído…

(Silencio de un minuto)

—¿Está aquí monseñor Carrasquilla…? La talega se rellena de silogismos y distingos… ¿Está aquí Pedro A. López…? La talega se repleta de la voluntad del negociante… ¿Llega Alfonso López al taburete de Obando…? ¿Quién le hace mejor los mandados…?

(Un silencio. Luego, señalando
al figurín de la Primera Dama)

—Y… ¡viene la tragedia del Paje…! El ama está nerviosa, temerosa, ¿rondada por visión negra que amenaza su camino…? El Paje cita al Gran Policía y farfúllale que es preciso tranquilizarla… El Gran Policía, como paje de un paje, rellena la orden vaga y la trasmite a los menudos policías, y… así tenemos el torpe homicidio y la torpe ocultación…

(Un silencio, y dirigiéndose al Frac)

—Echandía Darío, ¡predicado de López…!

(Un silencio)

—¡Paje…! No tener personalidad sino la recibida… Concavidad que recibe… Materia prima… Os vulvae nunquam dicit: sufficit… Espejo… El espejo contiene hasta las futuras arrugas de la coqueta… Así, el Paje contiene hasta la séptima subconciencia del López…, el pseudo presidente… Ultramicroscopio… Se conoce mejor al traidor mirándolo en su paje… Sabemos de la redondez de la Tierra porque la vimos en su espejo, la luna…

(Un silencio… Revolotean por
la escena tres murciélagos)

—En Palacio lo casaron… Lo vistieron de frac… Se lo azuzaron al arzobispo don Juan Manuel González… Lo enviaron a Cali, de candidato… Le mandaron que se volviera… Lo mandaron a Roma… Hizo el mandado… Ahora lo mandan nuevamente de candidato…

(Un silencio)

—¿Cuál será la teoría de este frac con calzones…? La teoría paje, el continuismo: en mí vivirá y actuará mi amo…

Masón… Todo lo que reemplaza al ego le es piedeamigo… Trepadora o bejuco humano…: si en palmera, altura; si en ceiba, amplitud… Y cae con su árbol… Muerto, no lo juzgan; es juzgado en su amo. En el infierno, sombra de una sombra, tormento de un tormento… ¡Echandía Darío, alterego de Palacio…!

Escena II

(La misma disposición escénica, pero ahora es el Juez de Occidente, una sombra blanca la verdad desnuda, el que se va acercando a los figurines a decirles la sentencia: lo que son.

A medida que les habla, se van animando con los remordimientos y las emociones propias de los juicios).

El juez de Occidente

(Dirigiéndose al ama)

—Tú estabas temerosa…

(Dirigiéndose al Frac)

—Tú escuchabas sus temores… Cumpliste con tu naturaleza de paje, al llamar al Gran Policía y ordenarle tranquilizarla… El Gran Policía entendió, lo que se llama entender en ambiente servil como Bogotá… ¡Bogotá…!

(Dirigiéndose al Gran Policía)

—Tú reuniste a tus hombres… Asistió este secretario de Palacio… Todos «entendieron», fueron agrandando el «entender» de las almas pajes, hasta que los ejecutores «entendieron»…

Así fue como sucedió el oscuro homicidio, ¡hijos del ciego Destino!…

(Señalando al ama)

—Esta, sólo quería apartar obstáculo de su fácil camino…

(Al Frac)

—Tú, complacer a tu amo… el Gran Policía, complacer a todo Palacio, y los ejecutores, complacer al «régimen»…

Resultó el asesinato, del cual todos los de la cadena afirmáis bien que expresamente no lo ordenásteis; para el cual, los ejecutores, creéis haber recibido órdenes, pero a veces os preguntáis: «¿Sería verdad…?».

Este delito lo ordenó la subconciencia del Palacio, lo ordenaron las furias que persiguen al mal hijo coronado…

¡Matar…! Arrojar yerba a la cara del cadáver, para simular delito pasional… Esto no fue pronunciado por ninguno, ni por el primer eslabón, ni por el segundo…, pero todos sospecháis haberlas pronunciado u oído…

Solos…, cada uno de vosotros solo en grima… ¡Hablad…! Juráis que vuestro deseo era una riña, que hubiese una riña y que el negro fuese enviado lejos, a colonia penal, pero… ¿por qué no cesa la espina dolorosa…?

(Dirigiéndose al amo,
al mal hijo coronado)

—Tú no «interviniste» en los conciliábulos… Suponías que todo lo arreglarían «inteligentemente»… Pero cuando estás solo oyes que te preguntan sin palabras: ¿Por qué sabías todo y lo esperabas todo…?

(Dirigiéndose al Frac)

—Tú eres simulacro. Eres vasija. ¿Deseas ser Presidente? No… Te lo ordenaron… ¿Quién? Parece que «ellos», pero no… Es el ciego Destino, el dios serrucho… La subconciencia del «régimen» exige que tú, Paje, quedes ahí de tapa, de pesada losa del hoyo donde está escondido el crimen. ¡Voy a mostraros al homicida!

(Revolotean los murciélagos. Una racha helada penetra por el ventanal. El Juez se acerca a la ventana; estira sus largos brazos al espacio oscuro, invocando con el gesto y con les huesudas manos, como para crear una materialización… Luego se vuelve al auditorio y…):

—¡Ven, ven, homicida! ¡Te lo mando…!

(Penetra lentamente una mujer envejecida, fláccida, arrugada. Se detiene cabizbaja en el centro de las figuras).

—El asesino sois todos… El asesino es la Nueva Granada, Colombia, la parricida… El hombre es hijo del hombre, y padre del hombre y hermano del hombre…

Escena III

(Espacio ilímite, claroscuro; cielo de nubes negras y gruesas; dos troncos de árboles mútilos. Al levantarse el telón, van por la escena tres ancianos que recitan).

Coro de ancianos

Así fue… Lo vi con los ojos que ven;
todo lo demás es mentira.
El que con ojos y manos ajenos
matara al buen caballero en la oscura montaña.
Obando reina aún en el feo Palacio
donde ambulan las sombras pidiendo justicia.
Unta y bisunta tu historia, Colombia,
hasta que duerman las sombras que piden venganza.

Acto II

Escena única

(El pueblo colombiano, blancos, negros, mulatos, zambos y mestizos, forma una algarabía al levantar el telón).

El pueblo

—¿Cómo es eso de que yo fui…? ¿Qué tengo que ver ahí…?

El coro de ancianos

—Te contestaré como el maestro al niño. Ahí tienes la naranja agria en el árbol… La naranja dirá que no es cosa suya el ser ácida; que es del árbol… Este dirá que no es cosa suya, sino de tierra y aire ambientes…

Tus presidentes, tus gobernadores, tus generales Piedrahítas, tus jueces y policías, todo es tu fruto… ¿Crees que esta fila de rateros que llamas gobernantes aparecieron al acaso, sin padres, sin amigos, sin parteros…?

El pueblo

—No tengo la culpa de ser así… (Marx)

El coro

—¿Tener la culpa…?

(Se oyen gritos en la calle. Músicas y alegrías. El coro se asoma a la ventana llena de sol matutino).

El coro

—¡El Paje ha sido coronado…! Tienes, pueblo colombiano, tu rey, así como el rosal tiene su rosa. ¡Patria de los Pajes…!

Fin

Fernando González

1945

Fuente:

Antioquia – La Revista de Fernando González, Editorial Universidad de Antioquia, colección Señas de Identidad, marzo de 1997.