El turpial de
Margarita Restrepo
Adscrito a la tradición gonzalina de la memoria, Felipe González Mora, arquitecto y profesor universitario, revela en esta ocasión cierto relato bien guardado por los años. Adaptado aquí y originalmente escrito como parte de su texto —hoy en manuscrito— «Lo que hacía en casa… y fuera de ella: Memorias 1955-1988», con este se le devuelve a Otraparte el recuerdo de una vieja vivencia que le es propia y que encontrará su lugar en la actualidad de la casa y de su comunidad, después de medio siglo de haber ocurrido.
Por Felipe González Mora *
Más tarde, en otro viaje a Medellín cerca de 1975, mi papá me previno que iríamos a la población de Envigado a conocer la finca de Otraparte, lugar de la casa del filósofo Fernando González Ochoa, fallecido en 1964, habitada aún por su señora esposa Margarita Restrepo Gaviria. El maestro era tío abuelo mío, ya que era uno de los hermanos de mi abuelo Alfonso. Lo más importante de la visita: conocer a la señora de Fernando González, aún viva, anciana «…y algo loquita», como decía mi mamá.
Efectivamente, salimos de viaje a conocer el espacio donde vivió el filósofo y visitar a Margarita, para conocernos. Me encontré una bonita casa planeada y construida por Fernando y en cuyo diseño colaboró el maestro Pedro Nel Gómez, que también fue autor de la fuente situada en el bello jardín, vergel bien cuidado y de mucho color. La casa de habitación contaba con un estudio o biblioteca en el segundo piso, decorada con bellos muebles y cuadros.
Me presentaron a Margarita… Recuerdo que me impresionó su edad, su cabello gris, su estatura baja y cuerpo encorvado; su ropa gris y falda y medias negras; me hablaba, pero no claro y le entendía poco, pues estaba algo aturdido. Recuerdo que cogía de una mesa una manotada de dulces, me la entregaba abriendo ella mi mano y cada vez que me veía en la casa repetía la misma operación. Creo lo hizo tres veces en el tiempo que estuvimos. Era una señora graciosa, amable y muy extrovertida, nada boba, pensaba bien, a pesar del comentario de mi mamá. Decía con el humor, que no le faltaba, que yo me parecía a mi papá… «pero que ojalá no tuviera esa forma de ser». En verdad, ella quería mucho a mi padre.
Al terminar la visita y antes de salir, estuvimos en un bonito patio muy adornado, su corredor con grandes helechos, variedad de flores y, como complemento, algunas jaulas colgantes con pájaros cantores y alguna lora. En el corredor, mi papá le dice a Margarita que le regale un ave de canto de las que había, ya que era al parecer un regalo prometido anteriormente. Algo reacia al comienzo, otea las distintas jaulas y, al rato, con una jaula en mano dice: «Fernán, llévese este, es un turpial negro, lo quiero mucho y es su regalo».
Regresando a Bogotá, subí al avión llevando en mis manos la pequeña jaula con nuestro turpial dentro, puesto en el piso siguiendo la norma, y a veces observándolo. La jaula estaba cubierta con un paño o tela para disminuirle el estrés al pájaro durante el viaje. Al llegar a la casa, fue mi papá el que se encargó de dar cobijo al turpial, consiguiendo una jaula de alambre, dorada, grande y cómoda con los implementos accesorios para el buen hábitat de la nueva mascota.
Se ubicó la jaula sobre una mesa en la marquesina, frente a la ventana de la mesa de comedor donde todos podíamos, en las horas de almuerzo u otros momentos, verlo y oírlo cantar en repetidas ocasiones. Era un ave bonita, inquieta y curiosa. Vivió con nosotros varios años según recuerdo, siempre en el espacio de la marquesina, espacio que tenía una puerta grande para salir al jardín posterior, que por lo general estaba cerrada, pero por el oficio doméstico se abría casi todos los días.
Un sábado cualquiera, una empleada de la casa en horas de la mañana abrió la jaula para su rutina diaria: limpiarla, cambiar agua y poner comida, pero en un descuido el turpial decidió escapar de la jaula por la abertura y, para colmo de males, la dicha puerta de la marquesina también estaba abierta y nuestra querida mascota sonora, el turpial de mi papá regalado por su tía Margarita, inició su vuelo ya en plena libertad.
Cuando mi papá se enteró de la noticia de que se había escapado el turpial, se puso furioso, regañó a la empleada, a mi mamá, alegando por qué la puerta estaba abierta a esa hora, que no ponían cuidado, en fin, no se podía hacer nada, solo aceptar el hecho y no más. Lo sorprendente es que, a los cinco o seis días del escape del turpial de nuestra casa, recibimos un sábado temprano una llamada telefónica desde Medellín, en la que informaron a mi mamá que la señora Margarita Restrepo, señora del maestro, había fallecido el día anterior, suceso acaecido en 1979.
Quedamos atónitos y aturdidos con la noticia. El particular evento nos dejó a todos perplejos y silenciosos, comentábamos en el comedor si lo sucedido estaba o no relacionado con el escape del pájaro y se escuchaban diversas opiniones. En la mía, nuestro turpial se escapó de su jaula para volar en libertad, atravesando valles y montañas poniendo rumbo a Medellín, más exactamente a Otraparte, para acompañar y ver morir a su dueña que lo crio…, idea compartida por todos y que ayudó a mi papá a estar más tranquilo.
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* Felipe González Mora, nacido en 1955, amante de la montaña y estudioso del templo, es hijo de Fernán González Jaramillo y Olga Mora Rivera. Fernán, su padre, es hijo de Alfonso González Ochoa, hermano mayor del maestro. Felipe está casado con Elvira Ticora Vargas, diseñadora y también profesora universitaria, y tiene dos hijos, Daniela González Vargas y Simón González Ticora. Todos residen actualmente en Bogotá.
Fuente:
González Mora, Felipe. «El turpial de Margarita Restrepo». Comunicación personal, miércoles 12 de noviembre de 2025.

