Fernando González

Itinerario de un viandante

Por Juan Sebastián López Morales

¡Oh, Vida! ¡Nada deseo, porque te tengo!
¡Soy Vida! Contigo siempre, siempre…
¡Lo que Tú no eres no es!
(1)

Fernando González, el que conozco a través de los deliciosos textos que escribió y de las imaginaciones propias, no es susceptible de apaciguamiento o dominio que pretenda determinar su trabajo: apenas se pueden lanzar pareceres. La vitalidad emanada de sus pensamientos sugiere una espléndida personalidad; una inteligencia curiosa, hambrienta de comprensión, y sin temor a contradecirse.

El problema más importante, el que ocupó la mayor parte de su obra y el que lo impulsó hacia las más originales ideas, fue él mismo. Y es este eje desde donde se desprenden el resto de ideas que entretejen su pensamiento, pues para él la labor fundamental del sujeto es desarrollar su personalidad mediante la atenta observación de sí mismo, como lo dice en una de sus primeras obras: “Leer es vivir una vida prestada. ¿Por qué no estudiarme a mí mismo, sentado apaciblemente, y no perder los ojos contemplando vidas que no son la mía?” (2). O en el mismo sentido: “Si uno no está alerta, siempre en guardia, se repite y es un amasijo de automatismos” (3).

Pensamientos de un viejo: rebelde silencioso

Tenía 21 años Fernando González cuando escribió en 1916 su primer libro: Pensamientos de un viejo (4). Sobre el particular título refiere: “¿Pensamientos de un viejo? Sí: es preciso fijarse en que el movimiento del espíritu sirve de medida al tiempo. Nerón, por ejemplo, murió a la edad de mil años” (5). En esta obra aparecen insinuados muchos de los temas que desarrollará posteriormente y que irán viajando hasta sus páginas de madurez. Hallamos aquí breves reflexiones, escritas con el ritmo que surge entre el maestro y los alumnos. Éste se dirige a sus oyentes en tono sentencioso e invita a meditar la vida con calma y lentitud (6). La forma de diálogo maestro-alumno muestra un propósito apenas naciente en esta obra: el de dirigirse a la juventud, de tenerla continuamente como destinataria de sus ideas (7).

En Pensamientos de un viejo aparecen esbozadas cuestiones como el estudio de sí mismo, la soledad, el remordimiento, la muerte, el amor, el deseo. Pero en el fondo de todos estos contornos se vislumbra el anhelo de unirse con lo absoluto. Su misticismo: “¿Qué amas tú en las mujeres a quien amas? No a ellas sino al ideal que en ellas has puesto. Yo disuelvo mi alma en el universo todo, y así amo todo el universo” (8).

Inicio de la teoría de los viajes

Viaje a pie, su obra más conocida, escrita en 1929, es un canto a la vida como valor supremo (9). Para viajar a pie se requiere amor, vitalidad, juventud, energía, aire puro, elasticidad muscular y cerebral, además de desfachatez para decir la verdad (10). Sobre esta referencia, es pertinente aclarar que si bien Fernando González estudió a F. Nietszche e indudablemente compartió el aliento vital —presente en la obra de ambos—, no acogió ciegamente su pensamiento, pues no adopta ideas como la muerte de Dios, el eterno retorno o el nihilismo (11).

Entonces, teniendo como excusa y modelo ciertas características de los libros de viajes, Viaje a pie invita a hacernos viandantes, es decir, a vivir despacio y atentos. F. González asistió con preocupación al brote inicial de vértigo que hoy abarrota nuestros días; vio alzar el vuelo a las vertiginosas superficies que ahogan el espíritu y, a manera de reproche, propuso una pausa, un compromiso con el ritmo lento del individuo saludable:

“Ninguno de nuestros conciudadanos (si es que en Colombia aún tiene uno conciudadanos) podía comprender nuestros motivos. Para ellos, se camina cuando se va para la oficina, cuando se viene del mercado. No está aún en las posibilidades mentales de nuestro pueblo el comprender los fines interiores” (12).

 “¡Cuán propia es esta vida moderna, rápida, difícil y varia, para perder toda fe, para ir por la vida como madero agua abajo!” (13).

Pues están los que mientras viajan tan sólo perciben sus necesidades fisiológicas y se la pasan mirando sin ver:

“El ignorante se aburre en los caminos; sólo percibe las sensaciones de cansancio y de distancia. Es como un fardo. Su alma está encerrada en la carne. Los ojos le sirven sólo para ver la comida, el obstáculo y la hembra; el oído, para oír ruidos, y el tacto, olfato y gusto, para los fines primordiales” (14).

El compromiso que adquirió Fernando González con su trabajo reflexivo lo llevó a abordar, sin dulcificación alguna, temas muy sensibles que la sociedad tradicionalista de la época no estaba aún dispuesta a rumiar, pues aquella frondosa sinceridad que la retrataba con dureza se padecía pero no se aceptaba. Si a esto anudamos un lenguaje fluido, irónico, directo, que tiene el sonido y vigor de una confesión, no es extraño que los libros de F. González hayan despertado una actitud intolerante en sectores reaccionarios del país.

Pensamiento político: crítica y esperanza

En Viaje a pie se menciona la idea de que uno de los principales deberes del individuo es creer en sí mismo, desarrollar su personalidad (15). Y este pensamiento aplicado a la dimensión de un país, de un continente, será el sustrato del pensamiento político de F. González: Mi Simón Bolívar (1930), Don Mirócletes (1932), El Hermafrodita dormido (1933), Mi Compadre (1934), Los negroides (1936), Nociones de izquierdismo (1936), Santander (1940). Todas estas obras beberán del choque que se presenta entre dos términos particularmente opuestos, Egoencia y Vanidad. En el ámbito particular, el objeto de la vida consiste en autoexpresarse, fuerza que F. González llama Egoencia. La verdadera obra humana —dice F. González en Los negroides— está en vivir nuestra vida y en manifestarnos. La cultura suramericana (16) (copia de la europea) se ha encargado de crear individuos inhibidos que sienten vergüenza de autoexpresarse. Y la cultura debería tener una función particularmente formativa que le ayude al individuo, no a disfrazarse, sino a desnudarse y a librarse de lo que le impide su autoexpresión. Entonces, como pueblo suramericano, no tenemos identidad y nuestro pecado se llama Vanidad. La Vanidad está en razón inversa de la personalidad —continúa diciendo en Los negroides— pues vanidad significa carencia de sustancia, apariencia vacía. Acto vanidoso es aquel cuyo fin es aparecer socialmente. Como referí anteriormente, estos conceptos opuestos llevan a F. González a enjuiciar las instituciones sociales, pues éstas favorecen la proliferación de seres vanidosos, manifestándose así una conciencia de “hombre suramericano” que no es propia de nuestro continente. Dice en el capítulo IV de Los negroides:

“Hemos agarrado ya a Suramérica: Vanidad. Copiadas instituciones, leyes y costumbres; la pedagogía, métodos y programas, copiados; copiadas todas las formas. Tienen vergüenza del carriel envigadeño y de la ruana. ¿Qué hay original? ¿Qué manifestación brota, así como el agua de la peña? Bolívar y Gómez” (17).

Personajes como Bolívar o Juan Vicente Gómez (Mi Compadre) eran pura personalidad: fuente de costumbres, de modos, de usos, no simulaban pues no eran vanidosos; lo que a ojos de F. González no poseyó Santander.

Así como F. González es crítico frente al presente del hombre suramericano de su época, también tuvo una perspectiva optimista para su futuro: el gran mulato. Es esta la unión de los mundos negro, indio y blanco que producirán el hombre apropiado para habitar estas tierras. Un hombre adaptado al continente, orgulloso de su entorno y con identidad.

Fernando González presenta a Simón Bolívar —objeto de su admiración y su estudio— desde una perspectiva histórica original. El mismo título nos da una idea del método de aproximación al personaje: Mi Simón Bolívar (1930). No es una aproximación erudita tradicional, que examina su objetivo desde el exterior, sino una novedosa manera que parte de lo propio y de lo íntimo, involucrando potentemente los sentidos, desde la encarnación de lo común entre sujeto y objeto de investigación. De ahí que su método histórico se llame emocional (18), pues es el historiador, mediante su experiencia, quien sirve de eslabón para obtener una mirada singular del personaje; allí se revela un Bolívar desconocido. Al final tenemos entre manos un texto donde Fernando González se nos muestra a través de Simón Bolívar: el mismo González confesó en una ocasión que concentraba toda su atención en Bolívar como estímulo para sentirse vivo (19). Para referirse a Bolívar, Fernando González elabora por medio de uno de sus “dobles”, Lucas de Ochoa, una teoría en la que el yo asciende a través de grados de conciencia. Esta teoría le servirá para mostrar que existen diversos niveles de conciencia en los sujetos y en los pueblos, a saber: el orgánico, el familiar, el cívico, el patriótico, el continental, el terreno y el cósmico. Bolívar es una muestra de evolución del yo en nuestro continente, pues alcanzó el grado continental de conciencia y batalló no sólo por la independencia política, sino también por la libertad espiritual (20).

Padezco pero medito

En 1935, cuando escribe El remordimiento, F. González ya posee una conciencia crítica, sólida y elaborada, no sólo de Colombia, Suramérica y Occidente, sino que batalla aún alrededor de su eje central, es decir de sí mismo. A este ejercicio lo llama vivir a la enemiga:

“¿Por qué afirmo que vivo a la enemiga? Porque he luchado contra todo lo existente. No puedo tener amigos sino cuando mueran los colombianos de hoy y desaparezcan los intereses actuales.

Porque me odio mucho en cuanto soy persona, o sea, odio y lucho contra mis instintos. No he logrado aprobarme un solo día. Nada de lo que hice me parece bien. Es otra la vida que quisiera para mí. Quiero ser otro. Padezco, pero medito. Tengo abundancia de instintos.

Vivo, pues, como hombre moral, en lucha consigo mismo, derrotado casi siempre; hace cuarenta años que vivo derrotado, en angustia, amando a un santo que yo podría ser y siendo un trapo sucio; llamando a Dios y oliendo las ropitas de Tony. En realidad, soy un enamorado de la belleza, pero también hombre que persigue a las muchachas, que piensa a lo animal, etc., 99% hombre vulgar. Apenas sí de vez en cuando puede mi alma mirar con hermosos ojos verdes a través de la inmundicia de mi conducta.

Y así como me odio a mí mismo, odio a la Colombia actual; y así como amo al santo que podría ser, amo a la Colombia que sueño. En consecuencia, mi lema será: Padezco, pero medito(21).

Las ideas desplegadas en El remordimiento no son ocurrencia repentina del autor, pues desde Pensamientos de un viejo la relevancia del combate moral del sujeto ya había germinado (22). Este libro pretende mostrar, a través del profundo análisis vivencial, un método de ascensión espiritual (nivel de conciencia) para poseerse a sí mismo.

Para Fernando González, la chispa que enciende este tratado moral son las muchachas: “Las muchachas son para mí un excitante del pensamiento; no es propiamente que yo sea carnal, como lo veremos, sino que cuando hay muchachas en mi vida, se me ponen los problemas morales” (23). F. González, contrario a muchas posturas místicas que le dan una valoración negativa a la materia, considera que ésta es posibilidad, oportunidad de ascensión en el dominio de sí. Pues sin el mundo no tendríamos la facultad de tener batallas internas que nos incomodasen e invitaran a reflexionar: “Mejor dicho, la vida fenoménica es un mal, un sufrimiento, pero es una posibilidad” (24). También en el mismo sentido afirma: “Tenemos el derecho de cumplir los instintos, para llegar a odiarnos en virtud del remordimiento y llegar a ser otros en virtud del arrepentimiento” (25). Pero, desde F. González, ¿qué hace el remordimiento para que los hombres se aproximen a su yo ideal? El remordimiento se nutre de una tendencia humana que nos hace despreciables en el presente y nos proyecta hacia el futuro con las características que quisiéramos poseer. Entonces, la imagen ideal que de nosotros podamos tener estará remordiéndonos y demandando más dominio de sí. Pero esta dinámica no termina allí, pues: “¿Quién es el superhombre? El que se domina a sí mismo, para ascender en conciencia. Una vez que se logra ser el modelo se crea otro ideal, etcétera” (26). Así que, para F. González, el hombre asciende moralmente en proporción a su remordimiento. Él lo expresa con estas palabras:

“En cuanto conocemos, deseamos, y en cuanto deseamos, estamos descontentos de la realidad. Podemos hacer una definición de remordimiento: es dolor producido por la objetivación de los actos propios que no están acordes con el ideal que percibe nuestra inteligencia” (27).

En el libro, el autor explora muchas de las variantes que el remordimiento puede presentar. Por ejemplo, bien puede surgir el remordimiento antes de realizar determinado acto, concomitante a éste o de manera subsiguiente. Pero el que con certeza corona a su poseedor, y que hace de modelo en el texto, es aquel remordimiento que se siente mucho tiempo después, a causa de no haber obrado esclavo de las pasiones. Pero nótese que si con anterioridad no se hubiera actuado equivocadamente, si el sujeto no tuviera una historia de errores, este remordimiento por ausencia de la acción pasional o esclava no hubiese existido jamás y con éste la concomitante posibilidad de perfeccionamiento.

“Si le dije a Tony, non serviam, o sea, no me acostaré, fue porque ya me había acostado con otras. Y si he llegado a amar tanto la vida, como campo de experimentación y ascenso, es a causa de mis pecados y arrepentimientos. ¿Qué sabría hoy de la belleza, si hubiera huido desde el principio de pecado y fealdad? ¿Cómo podría apreciar ahora mis beatitudes, si no hubiera sufrido la sucesión, la detestable sucesión?” (28).

Sin aumento de la conciencia, el hombre no adquiere libertad. Sin las tentaciones, sin el deseo, no es posible el perfeccionamiento moral, pues no hay estímulo para el progreso. El fragmento Máximas para los muros de mi cuarto, expresa muy bien la cuestión:

“Padezco las pasiones, pero aquí las analizo.

Analizando me curo del sufrimiento.

El análisis nos liberta.

El sufrimiento, la guerra interna, hizo pensador al hombre.

Lo que más he padecido es amor a las mujeres.

Me parece que debían ser mías todas.

Padezco al pensar en que envejezco y que vendrán nuevas jóvenes. Aspiro a conformarme con vejez y muerte. Para eso medito” (29).

Ex Fernando González

Al inicio expresé que el pensamiento de F. González no era susceptible de apaciguamiento o dominio, que no le temía a la contradicción; en su quehacer, vida y obra se entrelazan íntimamente, de manera que no es posible concebir su trabajo en partes aisladas e inmóviles, sino como un torrente que viaja y cambia constantemente (30). Esta singularidad se aprecia estupendamente en El maestro de escuela (1941). Este libro culmina un período vasto, en años y en trabajo, de la existencia de Fernando González. Fracciona en dos su obra, pues luego de este texto no publicará otro libro hasta 1959.

En El maestro de escuela se estudia el sentimiento de grande hombre incomprendido. Para tal efecto, se acude a la construcción de un personaje atormentado por su sentimiento de culpa y de inferioridad: Manjarrés. Este personaje sufre y hace sufrir a quienes lo rodean, pues considera que su estado de abandono se debe a que no se le presta la suficiente atención; por tanto se considera un grande hombre incomprendido. Dice F. González de Manjarrés:

“Muchos somos los que nos sentimos ´grandes incomprendidos`: todos los artistas y los que ejercen la filosofía; todos los pobres; los que padecemos y en cuanto padecemos. ¿Será defensa que suministra la naturaleza, para que los pobres no se aniquilen? ¿Seremos dioses miserables?” (31).

¿Cuál es la dinámica de estos razonamientos?: “Los imbéciles poseen honores y riquezas; si yo estoy pobre, olvidado, es por eso, por incomprendido. La culpa la tienen los demás” (32). Existe una configuración psicológica que impide a Manjarrés tener conciencia de su situación: “¿Qué sería de Manjarrés el día en que tuviera conciencia de que sufre, por incapaz y por anárquico? Moriría; se culparía y moriría. ¿Cómo perdurar el hombre, sin objetivar la culpa?” (33). Más adelante declara que la culpa es un ente imaginario que opera en razón inversa de la comprensión del suceso. Así, cuando nos informamos de las circunstancias que rodean los hechos en los que nos vemos involucrados, y logramos conciencia de nuestra situación, desaparece la culpa.

Este libro busca un efecto purificador, pues luego de recorrer un largo trecho de la vida y de acumular ciertas experiencias, F. González se critica el no haber sabido obedecer a la realidad y se exige andar más ligero, pues va tras lo que no se deja asir; para ello, con gran valor, debe destruir una parte de sí; debe seguir construyéndose mientras continúa caminando:

“Ahí está el ombligo de este libro; quiero decir, que ya en el umbral de las sombras llegué a saber que la felicidad terrena está en proporción de la adaptabilidad social del individuo” (34).

“En esta novela que leísteis me he deleitado en la pintura minuciosa del que habitó en mí durante mi niñez y juventud y que tanto me hizo padecer. Es, pues, algo de autobiografía. Reniego así de mi obra y vida anteriores, o, dicho con palabras más suaves, me despido del maestro de escuela. Hoy, viejo ya, me pesa al haber maltratado la realidad. Lo que suelen llamar verdad son los sueños de los desadaptados” (35).

El imperio del gerundio

El Libro de los viajes o de las presencias (1959) y La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera (1962) pertenecen a una nueva etapa de Fernando González. Ambos textos tienen la intención de concentrarse en el desarrollo y expresión de la búsqueda mística del autor.

En el Libro de los viajes o de las presencias se expone la construcción de un método original que será guía para quienes deseen viajar desde la nada que son (36) hacia la Intimidad. F. González elabora este método bajo la idea de que entre Dios y el hombre hay diferencias considerables:

“Dios: es el Ideal, el Ojo Simple, el Ser Único, la Intimidad, el Inefable, o Padre que sólo existe en los entes, en presencia-ausencia. Por tanto no necesita del pensamiento. No piensa, luego Es. El hombre en cambio, es la criatura, el existente. Atormentado como devenir pensante, perturbado por el mundo fisiológico. Enceguecido por los dos ojos: Bien y Mal, Mío y Tuyo. Piensa, luego no es sino que existe” (37).

El método del viaje consiste en develar la Intimidad que está oculta tras el mundo pasional y mental del que nos hemos hecho dependientes. Al viajero no se le invoca a aislarse del mundo, pues éste es posibilidad, sino a silenciarse y a observarse comprometidamente, buscando la libertad que obtendrá al ir entendiendo, al ir desnudándose:

“Cada uno tiene el negocio suyo, el enredo que vino a desenredar, que es lo que desarrolla y representa realmente en este mundo; lo que digiere en sus varias representaciones que cree que son sus asuntos. Y casi todos creen que es con los demás, y que son varias actividades, pero se trata íntimamente de un negocio personal, con uno mismo, digiriendo su persona para encontrar su originalidad. Y, como apenas apura la agonía, el pleito se va haciendo dolorosamente consciente, salta entonces la originalidad, y por eso es por lo que sostengo que la mejor profesión es la mía, atisbador de eso” (38).

El viaje comienza desde el mundo pasional. Allí, como ya lo he referido, el sujeto debe ser consciente de que este mundo es posibilidad de perfeccionarse y de conocerse. Por lo tanto su deber será autoexpresarse y estar vigilándose. Luego, en el viaje mental, se invita a “entender” el mundo pasional, a vivir las pasiones, a observar cuáles son los verdaderos móviles de nuestras acciones. Todas las pasiones o presencias que acuden al sujeto están veladas, de ahí que entendiéndolas, vivenciándolas, analizándolas, poco a poco se irán develando, hasta que desaparezca la perspectiva ignorante: bueno-malo, y se entre en comunión con la presencia desnuda. Quien logre establecerse en este equilibro de análisis y convivencia con sus experiencias, se encontrará viajando hacia la Intimidad. De esta forma se puede decir que si bien el conocimiento directo de la Inteligencia no es posible mediante la razón, es vivenciable (39). Como alternativa de construcción de una metafísica por medio de instrumentos conceptuales, F. González nos presenta un método vivencial:

“Convencido del fracaso de la metafísica tradicional, entregada por entero a la conceptualización, Fernando González demostró que la metafísica es posible, pero no como concepto, ente de razón, construcción mental, sino como vida y proceso dialéctico” (40).

En el Libro de los viajes o de las presencias hay varias referencias al papel que juega el lenguaje. Éste aparece como un medio del que nos valemos para razonar. Pero hay un momento del Viaje en el que debemos despojarlo de la pesada carga que le hemos dado, pues el concepto petrifica, fija, tiende a la inmovilidad; dinámica opuesta a la que F. González elabora: “El idioma no sirve: las palabras son vasijas preciosas, joyas, pero han servido en el curso de la representación para contener o adornar muchas vivencias y están contaminadas” (41).

En La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera F. González nos lleva a través del Viaje interior que realiza el Padre Elías. Éste, poseído en un comienzo por la presencia de las hermosas manos de Martina, elabora paso a paso el Viaje y la disolución del yo. El Padre Elías advierte sus verdaderas intenciones con respecto a Martina y sufre una terrible lucha interior. Se atreve a correr el riesgo de irse desnudando, hasta conquistar la amencia, es decir, el estado en el que ya no se piensa sino que se vive.

A través del viaje, es decir del ir entendiendo, el Padre Elías va siendo, pues se va llenando de la Presencia. El concepto de entendiendo puede asimilarse al que antes F. González llamara padecerse atentamente. El entendiendo, en gerundio, implica una actitud vigilante, una visión particular, no con los dos ojos, corrientes pasionales o mentales (bien y mal), sino con uno solo, en donde el sujeto pueda entrar en comunión con las presencias, que es una de las oportunidades de este viaje. El mandamiento vital en el recorrido espacio-temporal es No Mentir. ¿Por qué? Porque el que miente desea ser en otro, huye de sí y desea descargarse de su cruz. Al final de este viaje místico, la unión de lo tuyo y de lo mío significa la capacidad de reconocer que lo más estimable en nosotros es lo más apreciable de la vida, de los seres que la componen. El ser reconoce lo que “de divino” hay en él.

Finalmente, llegando el Maestro a su destino, siendo él viandante y camino, quisiera referir a Ernesto Ochoa Moreno, quien trascribe en la introducción al Libro de los viajes o de las presencias un fragmento de Las cartas de Ripol, en donde F. González asevera que esta búsqueda, la que percibimos desde Pensamientos de un viejo, fue la que estuvo siempre presente a lo largo de toda su vida:

“No he cambiado de objetivo: desde niño u óvulo atisbo la juventud eterna y la busco y la rebusco en caños, albañales, cuevas, muchachas y viejos. Desde niño me definí o conocí como el que atisba a Dios desde su letrina; por eso, para cumplir la misión, nací en mí, una letrina, y nací en Colombia, otra letrina. Yo no soy un converso: me repugnan los convertidos. ¿Para dónde se convierte uno? Uno, un hombre, es cagajón que flota en El Océano de la Vida(42).

* * *

Bibliografía

González, Fernando, Pensamientos de un viejo, 4ta. ed., Universidad Pontificia Bolivariana, Medellín, 1995.

________________, Viaje a pie, 6ta. ed., Universidad de Antioquia, Medellín, 1995.

________________, El remordimiento, 4ta. ed., Universidad de Antioquia, Medellín, 1994.

________________, El maestro de escuela, 5ta. ed., Universidad de Antioquia, Medellín, 1995.

________________, Libro de los viajes o de las presencias, 3ra. ed., Universidad Pontificia Bolivariana, 1995.

________________, La tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, 3ra. ed., Universidad Pontificia Bolivariana, 1995.

Henao Hidrón, Javier, Fernando González, Filósofo de la Autenticidad, Universidad de Antioquia, Medellín, 1988.

Macias, Luis Fernando, “La estética como ética en las obras de Fernando González”, Revista de la Universidad de Antioquia, Número 255, Enero – Marzo de 1999, pp. 47 – 51.

Villegas B, Luis Javier, Viajando hacia la Intimidad, Medellín (Segundo puesto concurso “Fernando González, Gran Mulato Americano”. Comisión Asesora para la Cultura), Concejo de Medellín, 1995.

* * *

Notas:

(1) Fernando González, Tragicomedia del padre Elías y Martina la velera, 3ra. ed, Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, 1995, p. 136. Volver
(2) Fernando González, Pensamientos de un viejo, 4ta. ed., Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, 1996. p. 120. Volver
(3) Fernando González, El remordimiento, 4ta. ed., Medellín, Universidad de Antioquia, 1994, p. 69. Volver
(4) F. González, Pensamientos de un viejo, p. 125. Volver
(5) Ibíd., p. 91. Volver
(6) F. González, El remordimiento, p. 68. Volver
(7) Javier Henao Hidrón, Fernando González, Filósofo de la Autenticidad, Medellín, Universidad de Antioquia, 1988, p. 14. Volver
(8) F. González, Pensamientos de un viejo, p. 17. Volver
(9) Germán Marquinez Argote et al., La filosofía en Colombia: Historia de las Ideas, 2da. ed., Bogotá, El Búho, 2001, p. 364. Volver
(10) J. Henao Hidrón, Op. cit., p. 74. Volver
(11) G. Marquinez Argote et al., Op. cit. p. 368. Volver
(12) Fernando González, Viaje a pie, 6ta. ed., Medellín, Universidad de Antioquia, 1995. p. 6. Volver
(13) Ibíd., p. 10. Volver
(14) Ibíd. Volver
(15) Ibíd. Volver
(16) J. Henao Hidrón, Op. cit., p. 154. Volver
(17) Fernando González, Los negroides (Ensayo sobre la Gran Colombia), 5ta ed., Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, 1995, p. 17 – 18. Volver
(18) Luis Javier Villegas B, Viajando hacia la intimidad, (Segundo puesto concurso “Fernando González, Gran Mulato Americano”. Comisión Asesora para la Cultura). Concejo de Medellín, 1995, p. 74. Volver
(19) Ibíd., p. 83. Volver
(20) J. Henao Hidrón, Op. cit., p. 89. Volver
(21) F. González, El remordimiento, p. 170. Volver
(22) F. González, Pensamientos de un viejo, p. 109. Volver
(23) F. González, El remordimiento, p. 37. Volver
(24) Ibíd., p. 38. Volver
(25) Ibíd., p. 46. Volver
(26) Ibíd., p. 40. Volver
(27) Ibíd., p. 45. Volver
(28) Ibíd., p. 46. Volver
(29) Ibíd., p. 159. Volver
(30) Luis Fernando Macías, “La estética como ética en las obras de Fernando González”, Universidad de Antioquia, Medellín, N° 255, Ene.-Mar. 1999, p. 47. Volver
(31) Fernando González, El maestro de escuela, 5ta. ed., Medellín, Universidad de Antioquia, 1995, p. 5. Volver
(32) Ibíd., p. 17. Volver
(33) Ibíd., p. 18. Volver
(34) Ibíd., p. 65. Volver
(35) Ibíd., p. 66. Volver
(36) Fernando González, Libro de los viajes o de las presencias, 3ra. ed., Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, 1995, p. 38. Volver
(37) J. Henao Hidrón, Op. cit., p. 219. Volver
(38) F. González, Libro de los viajes o de las presencias, p. 10. Volver
(39) J. Henao Hidrón, Op. cit., p. 220. Volver
(40) Ibíd., p. 225. Volver
(41) F. González, Libro de los viajes o de las presencias, p. 72. Volver
(42) Ernesto Ochoa Moreno, “A manera de presentación”, en: F. González, Libro de los viajes o de las presencias, 3ra ed., Medellín, Universidad Pontificia Bolivariana, 1995. Volver

Fuente:

Versiones, revista de estudiantes de filosofía n° 5, julio – diciembre de 2005, Medellín, Universidad de Antioquia, Instituto de Filosofía, p.p. 23 – 32.